La espada leal (12 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: La espada leal
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Sin embargo, la mañana parecía lejana. La cabeza de Dunk estaba llena de dragones, rojos y negros… llena de leones jaquelados, de escudos antiguos, de viejos baúles…llena de arroyos, fosos y diques, de papeles estampados con el gran sello del rey que no podía leer.

Y ella también estaba allí, la Viuda Escarlata, Rohanne de Fosafría. Podía ver su rostro pecoso, sus esbeltos brazos, su larga trenza pelirroja. Le hizo sentir culpable. Debería estar soñando con Tanselle. Tanselle la Giganta, la llamaban, pero no era tan alta para mí. Ella había pintado las armas en su escudo y él la había salvado del Príncipe Luminoso, pero se esfumó antes del juicio de Siete. No podía soportar verme morir, se decía Dunk a menudo, pero ¿qué sabía él? Tenía la mollera tan dura como la muralla de un castillo. Pensar en la Viuda Escarlata era prueba suficiente de ello. Tanselle me sonrió, pero nunca nos abrazamos, ni nos besamos, ni siquiera en la mejilla. Rohanne al menos le había tocado; tenía el labio lastimado para probarlo. No seas bobo. Ella no es para ti. Es demasiado pequeña, demasiado lista, y demasiado peligrosa.

Adormilándose al fin, Dunk soñó. Estaba corriendo por un claro en el corazón del Bosque Cerradón, corriendo hacia Rohanne, y ella le disparaba flechas. Cada saeta que disparaba era certera, y le atravesaba el pecho, aunque el dolor era extrañamente dulce. Hubiera girado y huido, pero en vez de eso siguió adelante, corriendo de la forma lenta en que se hace en sueños, como si el mismo aire se hubiese tornado miel. Otra flecha vino, y otra. A su aljaba parecía no acabársele nunca las flechas. Sus ojos eran grises y verdes, y estaban llenos de dolor. Vuestro vestido hace juego con el color de vuestros ojos, quería decirle, pero ella no llevaba vestido, ni ninguna ropa. A través de sus pequeños pechos cruzaba una pálida rociada de pecas, y sus pezones eran rojos y duros como pequeñas bayas. Las flechas le hacían parecer un gran puercoespín para cuando llegó a los pies de ella, tambaleante, pero de algún modo encontró fuerzas para coger su trenza. Con un fuerte jalón, la tiró encima de sí y la besó. Se despertó de repente, al sonido de un grito.

En la oscurecida bodega, todo era confusión. Las maldiciones y los quejidos resonaban por todas partes, y los hombres se empujaban los unos a los otros mientras tanteaban en busca de sus lanzas y calzones. Nadie sabía qué estaba ocurriendo. Egg encontró la vela de sebo y la encendió, para arrojar algo de luz sobre la escena. Dunk fue el primero en subir las escaleras. Casi chocó con un Sam Encorvado que bajaba, resoplando como un fuelle y barbotando incoherencias. Dunk tuvo que agarrarle de ambos hombros para evitar que cayese.

—Sam, ¿qué sucede?

—El cielo —gimió el anciano—. ¡El cielo! —No se le podía sacar nada con mayor sentido, así que todos subieron al tejado para echar un vistazo. Ser Eustace estaba ante ellos, de pie junto a los parapetos con sus ropas de cama, observando la distancia.

El sol estaba saliendo por el oeste.

A Dunk le llevó un buen rato darse cuenta de lo que aquello significaba.

—El Bosque Cerradón está en llamas —dijo con un susurro. De la base de la torre les llegó la voz de Bennis maldiciendo, un torrente de juramentos tan vergonzosos que hubieran hecho enrojecer a Aegon el Indigno. Sam Encorvado comenzó a rezar.

Estaban demasiado lejos para distinguir las llamas, pero el fulgor rojizo pintaba la mitad del horizonte occidental, y la luz de las estrellas de encima se desvanecía. Corona del Rey ya casi se había ido, oscurecida tras un velo de humo emergente.

Fuego y espada, dijo ella.

El fuego lo quemaba todo excepto la noche. Nadie en Tiesa durmió. Al poco, pudieron oler el humo, y ver danzar a las llamas en la distancia como chicas de faldas rojas. Todos se preguntaban si el fuego los engulliría. Dunk estaba de pie detrás de los parapetos, con los ojos ardiendo, vigilando por si había incursores nocturnos.

—Bennis —dijo cuando subió el caballero pardo masticando su hojamarga—, es a vos a quien quiere. Quizá debierais ir.

—¿Cómo, corriendo? —Soltó una carcajada—. ¿En mi caballo? También podría intentar volar sobre uno de esos malditos pollos.

—Entonces rendíos. Tan solo os abrirá la nariz.

—Me gusta mi nariz como es, tocho. Que intente cogerme, veremos qué es lo que se abre. —Se sentó con las piernas cruzadas y la espalda contra un esmerejón, y cogió una piedra de su bolsa para afilar la espada. Ser Eustace estaba de pie detrás de él. En voz baja, habló de cómo librar la batalla.

—Dosmetros nos esperará en el dique —oyó Dunk que decía el anciano caballero—, así que, en vez de eso, le quemaremos los cultivos. Fuego por fuego. —Ser Bennis pensaba que eso estaba muy bien, solo que quizá debían pasar por la antorcha también el molino.

—Está a más de treinta kilómetros en la otra dirección, Dosmetros no nos buscará allí. Quemar el molino y matar al molinero, eso le costará caro.

Egg también estaba escuchando. Tosió, y miró a Dunk con los ojos muy abiertos.

—Ser, tenéis que detenerlos.

—¿Cómo? —preguntó Dunk. La Viuda Escarlata les detendrá. Ella, y ese Lucas Dosmetros—. Solo están lanzando bravatas, Egg. Es eso, o mearse en los calzones. Y ahora no tiene nada que ver con nosotros.

El amanecer llegó con un nuboso cielo gris y un aire que quemaba los ojos. Dunk tenía intención de partir temprano, aunque después de la noche en vela no sabía si llegarían muy lejos. El y Egg desayunaron huevos hervidos mientras Bennis presionaba a los demás con más ejercicios. Ellos son hombres de Osgrey y nosotros no, se decía a sí mismo. Comió cuatro de los huevos. Ser Eustace se los debía, en su opinión. Egg comió dos. Ayudaron a pasarlos con cerveza.

—Podríamos ir a Isla Bella, Ser —dijo el chico mientras reunían sus cosas—. Ya que están siendo atacados por hombres del hierro, puede que lord Farman esté buscando espadas.

Era un buen pensamiento.

—¿Has estado alguna vez en Isla Bella?

—No, Ser —dijo Egg—, pero dicen que es muy hermosa. El hogar de lord Farman es muy bonito también. Se llama Castibello.

Dunk rió.

—A Castibello, pues. —Se sentía como si le hubieran quitado de encima de los hombros un gran peso—. Comprobaré las monturas —dijo, cuando ya había hecho un fardo con su armadura, asegurado con una cuerda de cáñamo—. Ve al tejado y coge nuestros petates, escudero. —La última cosa que quería esa mañana era otro enfrentamiento con el león jaquelado—. Si ves a Ser Eustace, no le hagas caso.

—Así será, Ser.

Afuera, Bennis tenía a sus reclutas alineados con sus lanzas y escudos, e intentaba enseñarles a avanzar al unísono. El caballero pardo no le hizo el menor caso a Dunk mientras este cruzaba el patio. Los conducirá a todos a la muerte. La Viuda Escarlata puede llegar en cualquier momento. Egg llegó corriendo desde la puerta de la torre e hizo resonar los escalones de madera con sus petates. Sobre él, Ser Eustace se erguía con rigidez en el balcón, sus manos descansadas sobre el pretil. Cuando sus ojos se encontraron con los de Dunk, su mostacho tembló, y se giró con rapidez para irse. El aire estaba sucio por el humo.

Bennis tenía el escudo colgado de la espalda, un gran rombo de madera sin pintar, oscurecido por las incontables capas de barniz y rodeado de detalles de hierro. No mostraba ningún blasón, tan solo un tachón en el centro que a Dunk le recordaba un gran ojo, fuertemente cerrado. Tan ciego como su portador.

—¿Cómo pensáis enfrentaros a ella? —le preguntó Dunk.

Ser Bennis miró a sus soldados con la boca roja par la hojamarga.

—No podemos defender la colina con tan pocas lanzas. Tendrá que ser en la torre. Nos meteremos dentro. —Asintió hacia la puerta—. Solo hay una entrada. Levantaremos los escalones de madera, y no habrá forma de que puedan alcanzarnos.

—A menos que construyan ellos mismos alguna escalera. También puede que traigan cuerdas y arpeos, y que caigan sobre vosotros desde el tejado. Quizá simplemente se queden en retaguardia con sus ballestas y os llenen de virotes mientras intentáis sujetar la puerta. Los Melones, Alubias y Cebadas estaban escuchando todo lo que hablaban. Toda su charla bravucona se había esfumado, aunque no soplaba ni una brizna de viento. Se quedaron parados con sus palos afilados, mirando a Dunk y a Bennis alternativamente.

—Este grupo no os sacará las castañas del fuego —dijo Dunk con un gesto hacia el andrajoso ejército de Osgrey—. Los caballeros de la Viuda Escarlata les harán pedazos si los lleváis a campo abierto, y sus lanzas no servirán dentro de la torre.

—Pueden arrojar cosas desde el tejado —dijo Bennis—. Cata es bueno tirando piedras.

—Supongo que puede lanzar una o dos piedras —dijo Dunk—, antes de que unos de los ballesteros de la Viuda le atraviese con un virote.

—¿Ser? —Egg estaba junto a él—. Ser, si vamos a irnos, debería ser ya, por si la Viuda viene.

El chico tenía razón. Si nos rezagamos, nos quedaremos atrapados. Sin embargo, Dunk dudaba.

—Dejad que se marchen, Bennis.

—¿Qué? ¿Perder a nuestros valientes muchachos? —Bennis miró a los campesinos, y rió con estruendo—. Será mejor que no cojáis ninguna idea —les avisó. Destriparé a cualquiera que intente correr.

—Inténtalo, y yo os destriparé a vos. —Dunk desenvainó su espada—. Id a casa, todos vosotros —le dijo a los aldeanos—. Regresad a vuestras aldeas, y comprobad si el fuego se ha extendido a vuestras casas y cultivos. —Nadie se movió. El caballero pardo le miraba mientras su boca masticaba. Dunk le ignoró—. Marchaos —le dijo a los campesinos. Era como si algún dios le hubiera puesto esa palabra en la boca. No el Guerrero. ¿Hay un dios de los idiotas?— ¡MARCHAOS! —volvió a decir, bramando esta vez—. Coged vuestras lanzas y escudos, pero marchaos, o no viviréis para ver el día de mañana. ¿Queréis volver a besar a vuestras esposas? ¿Queréis abrazar a vuestros hijos? ¡Marchaos a casa! ¿Estáis todos sordos?

No lo estaban. Se organizó un buen jaleo entre los pollos. Gran Rob pisó a una gallina cuando empezó su carrera, y Pate estuvo a punto de destripar a Will Alubia cuando su propia lanza le puso la zancadilla, pero al final allí estaban, corriendo. Los Melones se marcharon por un lado, los Alubias por otro y los Cebadas por un tercero. Ser Eustace les gritaba desde las alturas, pero nadie le hizo caso. Al menos, están sordos para él, pensó Dunk.

Para cuando el viejo caballero emergió de su torre y bajó los escalones, solo Dunk, Egg y Bennis quedaban entre los pollos.

—Regresad —le gritaba Ser Eustace a sus hordas batidas en retirada—. No tenéis mi permiso para marcharos. ¡No tenéis mi permiso!

—Es inútil, mi señor —dijo Bennis—. Se han ido.

Ser Eustace se volvió hacia Dunk, con los bigotes tensos de rabia.

—No teníais ningún derecho a despedirlos. ¡Ningún derecho! Les dije que no se fueran, se lo prohibí. Os prohibí que los echarais.

—No os oímos, mi señor. —Egg se quitó el sombrero para alejar el humo—. Los pollos piaban demasiado alto.

El anciano se desplomó sobre el escalón más bajo de Tiesa.

—¿Qué os ofreció esa mujer para que me entregarais a ella? —le preguntó a Dunk con voz lúgubre—. ¿Cuánto oro os dio para que me traicionarais, desbandarais a mis muchachos y me dejarais aquí solo?

—No estáis solo, mi señor. —Dunk envainó su espada—. He dormido bajo vuestro techo, y comí vuestro huevos esta mañana. Aún os debo un último servicio. No me escabulliré con el rabo entre las piernas. Mi espada sigue aquí. —Tocó la vaina.

—Una espada. —El viejo caballero se puso en pie lentamente—. ¿Qué puede hacer una espada contra esa mujer?

—Mantenerla fuera de vuestras tierras, para empezar. —Dunk deseaba que sus palabras fuesen tan ciertas como sonaban.

El bigote del anciano se movía cada vez que tomaba aliento.

—Sí —dijo al fin—. Mejor ir abiertamente que esconderse tras paredes de piedra. Mejor morir como un león que como un conejo. Fuimos los alguaciles de la Frontera Norte durante mil años. Debo ponerme la armadura. —Empezó a subir los escalones.

Egg miraba a Dunk desde abajo.

—No sabía que tuvierais rabo, Ser —dijo el muchacho.

—¿Quieres un bofetón en la oreja?

—No, Ser. ¿Queréis vos vuestra armadura?

—Eso —dijo Dunk—, y una cosa más.

Ser Bennis dijo algo de ir con ellos, pero al final Ser Eustace le ordenó quedarse y guardar la torre. Su espada sería de poca utilidad contra el contingente que estaban a punto de encarar, y su presencia enfurecería aún más a la Viuda.

El caballero pardo no requirió de mucha insistencia. Dunk le ayudó a soltar las clavijas de hierro que sujetaban los escalones superiores. Bennis las desclavó, ató a los escalones una vieja cuerda de cáñamo gris, y jaló con todas sus fuerzas. Crujiendo y quejándose, la escalera de madera cedió, dejando tres metros de aire entre el escalón superior de piedra y la única entrada a la torre. Sam Encorvado y su esposa estaban en el interior. Los pollos tendrían que arreglárselas solos. Sentado en su jamelgo gris, Ser Eustace alzó la voz para decir:

—Si no hemos regresado para la noche…

—… cabalgaré hasta Altojardín, mi señor, y le diré a lord Tyrell cómo esa mujer quemó vuestro bosque y os asesinó.

Dunk seguía a Egg y a Maestra colina abajo. El anciano venía después, con su armadura que traqueteaba un poco. En una ocasión el viento arreció, y pudo oír el ondear de su capa.

Donde el Bosque Cerradón se había erigido, encontraron humeantes tierras baldías. El fuego hacía tiempo que se había consumido para cuando llegaron al lugar, pero aquí y allí se veían unos cuantos parches que seguían ardiendo, islas de fuego en un mar de ceniza y carbonilla. Por todas partes, los troncos de los árboles incendiados se clavaban en la tierra como lanzas ennegrecidas que apuntaran al cielo. Otros árboles habían caído, y yacían atravesados sobre el sendero del oeste con sus ramas rotas y chamuscadas, y rojizos fuegos apagados en sus corazones huecos. También había zonas calientes en el suelo del bosque, y lugares desde donde el humo se elevaba como una cálida bruma gris. Ser Eustace fue atacado por un acceso de tos, y por unos momentos Dunk temió que el viejo hombre tuviera que volver, pero finalmente pasó.

Cabalgaron sobre el cadáver de un venado rojo, y después junto a lo que podría haber sido un tejón. Nada vivía, excepto las moscas. Las moscas podían sobrevivir a todo, según parecía.

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