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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (28 page)

BOOK: La esquina del infierno
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—Sí, para alegrar esta habitación tan deprimente. Mira, es todo gris y tal. Nunca te recuperarás, porque estarás demasiado deprimido.

—Qué bonitas —‌dijo Annabelle mientras cogía el ramo de Caleb y lo olía.

—Es normal que te gusten, eres una mujer —‌dijo Reuben‌—, pero los hombres no compran flores a otros hombres. —‌De repente dedicó una mirada furibunda a Caleb‌—. ¿Alguien te ha visto traerlas?

—¿Qué? Yo … Pues supongo. Unas cuantas personas. La gente que estaba en el puesto de enfermería las ha admirado.

Reuben, que estaba incorporado en la cama, se dejó caer hacia atrás.

—Oh, fantástico. Probablemente piensen que salimos juntos.

—Yo no soy homosexual —‌exclamó Caleb.

—Ya, pero lo pareces —‌espetó Reuben.

Caleb frunció el ceño.

—¿Que lo parezco? ¿Qué pinta tienen exactamente los homosexuales, Don Neanderthal Estereotipador?

Reuben gimió y se tapó la cara con una almohada. Aun así, le oyeron refunfuñar:

—Por el amor de Dios, la próxima vez tráeme una cerveza. O mejor aún, un ejemplar de Playboy.

Mientras Annabelle iba en busca de un jarrón para las flores, Stone se dirigió a Caleb:

—He recibido la lista de los eventos que se celebrarán en Lafayette Park próximamente. Quería verte para hablar del tema.

Reuben se apartó la almohada de la cara y dijo:

—¿Adónde quieres ir a parar con eso?

Stone le explicó varias cosas rápidamente y añadió:

—Pero hay demasiados eventos.

—Es verdad —‌convino Caleb‌—, aunque he rebuscado un poco y he reducido la lista. —‌Se sacó unos cuantos trozos de papel del bolsillo y los dispuso en el extremo de la cama mientras Stone se inclinaba hacia delante para observarlos.

—Empecé por el supuesto de que debe de ser algo realmente importante. De lo contrario, ¿para qué tomarse la molestia de ir a Lafayette Park?

—Estoy de acuerdo —‌declaró Stone.

Annabelle regresó a la habitación con las flores en un jarrón, lo dejó en una encimera y se acercó a sus amigos.

—Creo que hay cinco eventos que encajan en esa categoría —‌continuó Caleb‌—. Todos se celebrarán el mes que viene. Primero hay una concentración en contra del cambio climático. Luego una protesta contra los impuestos. Habrá mucha gente y la posibilidad de causar bajas en ambos es elevada. Luego el presidente, junto con el presidente francés, pronunciará un discurso en honor de los soldados muertos en las guerras de Oriente Medio.

—Yo voto por ese —‌intervino Reuben‌—. Dos líderes de una vez. Y todo eso pasó en el parque cuando estaba ahí el primer ministro británico. A lo mejor van a por la Unión Europea.

—Continúa, Caleb —‌dijo Stone‌—, y acaba la lista.

—En cuarto lugar, hay una protesta contra la hambruna en el mundo. Y por último una manifestación en contra de las armas nucleares —‌continuó Caleb.

—Os digo que los terroristas prefieren calidad a cantidad —‌dijo Reuben‌—. Mejor cargarse a un par de jefes de Estado que a un montón de ciudadanos de a pie.

Annabelle negó con la cabeza.

—No necesariamente. Depende de quién esté detrás del complot. Si es algún grupo antibelicista o gente que cree que el cambio climático es una gilipollez, esos eventos podrían ser el objetivo.

—Dudo que a los rusos les interese mucho nuestra política fiscal —‌dijo Stone.

—¡Los rusos! —‌exclamó Caleb‌—. ¿Están detrás de esto?

Stone hizo caso omiso de la pregunta de su amigo y habló con aire pensativo.

—Me gustaría saber a qué distancia hay que estar para detonar una bomba enterrada por control remoto. Y segundo, ¿cómo sabrían los terroristas dónde estaría situado el podio con los jefes de Estado? Sé que colocan las tarimas en lugares distintos. A veces incluso en la acera. De ser el caso, la bomba no les habría causado ningún daño.

—Yo se lo preguntaría a Alex —‌sugirió Reuben‌—. Si resulta que la tarima iba a instalarse cerca de la estatua de Jackson, entonces eso confirma que hay un espía.

—Creo que tienes razón —‌repuso Stone.

—Le llamaré. Luego nos vamos a ver de todos modos —‌dijo Annabelle.

—Yo tengo que volver al trabajo —‌añadió Caleb.

—Yo también —‌dijo Stone.

—¿Y yo qué? —‌se quejó Reuben‌—. Vosotros os lo pasáis en grande mientras estoy aquí encerrado.

En ese momento apareció una auxiliar con el almuerzo de Reuben. Le dejó la bandeja delante y, al levantar la tapa, vieron una masa oscura y esponjosa que se suponía que era un trozo de carne, unas verduras con muchas hebras, un panecillo blando y una taza que contenía algo con pinta de pis.

—Por favor, sacadme de este lugar inmundo —‌gimoteó Reuben.

—Lo antes posible, Reuben, te lo prometo —‌dijo Stone mientras se marchaba a toda prisa.

—Disfruta de las flores —‌espetó Caleb‌—. Y la próxima vez me encargaré de traer mi colección de grandes éxitos de Village People para que la oiga todo el mundo. Y a lo mejor me pongo una bufanda bien vistosa y los vaqueros apretados. —‌Se marchó enfadado.

Annabelle se inclinó, besó a Reuben en la mejilla y le retiró el pelo apelmazado.

—Aguanta un poco más, grandullón. Recuerda que estuvimos a punto de perderte. ¿Qué haría yo sin mi Reuben?

Reuben sonrió y la observó mientras se marchaba. Esperó unos instantes para asegurarse de que todos se habían ido y entonces cogió el jarrón. Olió las peonías y se recostó con expresión satisfecha.

54

Mary Chapman dejó que el agua le discurriera por el cuerpo mientras el vapor de la ducha se alzaba cual niebla matutina por encima de un lago. Golpeó la pared de la ducha presa de la frustración, agachó la cabeza bajo la cascada de agua y respiró hondo y de forma controlada. Cerró el grifo, salió de la ducha, se secó con una toalla y se sentó en la cama.

La reunión con el director Weaver y sir James había resultado productiva y había cubierto los puntos clave. Formaba parte del trabajo. Eso no debería suponerle ningún problema. Era el motivo por el que la habían llevado allí. Pero sí que se lo suponía y no sabía qué hacer al respecto.

Se secó el pelo, se tomó su tiempo para decidir qué ponerse, se puso tacones y joyas, cogió el bolso y la pistola, y bajó a la parte delantera del hotel después de pedir su coche. Condujo hasta Washington D.C. en plena hora punta. Stone ya la esperaba.

Le dedicó una sonrisa a Stone, que se había cambiado y llevaba unos pantalones anchos y una camisa blanca de manga larga que hacía juego con el color de su pelo cortado al rape y resaltaba el bronceado intenso de su rostro de mandíbula cuadrada. Se había arremangado y se le veían los antebrazos fibrosos. Si bien medía un metro ochenta y cinco, parecía incluso más alto debido a su delgadez. No obstante, cuando le había sujetado el brazo en el exterior del tráiler de John Kravitz, había sentido su fuerza. Incluso a su edad, Stone seguía siendo de hierro y supuso que lo seguiría siendo hasta el día de su muerte … la cual podría producirse en cualquier momento.

Al pensarlo, Chapman dejó de sonreír.

—Todavía no te he dado las gracias por salvarme la vida en tu casa —‌dijo ella‌—. El destello me alcanzó a mí, pero no a ti.

—Bueno, estaríamos los dos muertos de no haber sido por ti. Nunca he visto a nadie moverse tan rápido.

—Menuda alabanza viniendo de ti.

Le puso la mano brevemente en la parte baja de la espalda mientras los conducían a una mesa con vistas a la calle Catorce. Aunque era más de veinte años mayor que ella, tenía algo que lo diferenciaba de los otros hombres que había conocido: haber sobrevivido tanto tiempo haciendo lo que hacía. Y nunca había visto una mirada tan intensa.

El ligero contacto de su mano hizo que Chapman se sintiera protegida y reconfortada, pero cuando la retiró volvió a sentirse deprimida. Pidió un mojito y él una cerveza. Estudiaron las cartas.

—¿Ha sido productiva la tarde? —‌preguntó Stone mirándola por encima de la carta.

Chapman notó cierto acaloramiento cuando lo miró.

—Un poco aburrida, la verdad. Los informes y las reuniones no son mi fuerte. ¿Y tú qué tal?

El móvil de Stone vibró. Miró el número y respondió.

Moviendo los labios le dijo que era la agente Ashburn.

Stone escuchó. Parpadeó con nerviosismo. Lanzó una mirada a Chapman.

—Vale, gracias por avisarme.

—¿Qué pasa? —‌preguntó Chapman en cuanto Stone se guardó el teléfono.

—Acaban de encontrar a los hispanos del vivero de Pensilvania.

—¿Qué quieres decir con eso de que los han encontrado?

—Muertos. Los han ejecutado y han arrojado los cadáveres a un barranco.

Chapman se recostó con el rostro pálido.

—Pero ¿por qué los habrán matado?

—Uno de los hombres vio a alguien quitando la canasta. No se lo contó a la policía. Se lo contó a Annabelle. Y ahora están todos muertos.

Chapman asintió.

—Están eliminando los cabos sueltos.

—Eso parece. Probablemente no mataron a todo el mundo en el vivero junto con Gross y el supervisor porque sabían que íbamos a volver.

—¿Cómo?

—El francotirador que mató a Kravitz llamó y les dijo que nos habíamos marchado a toda prisa. ¿A qué otro sitio íbamos a ir si no?

—Cierto. —‌Chapman se mostró disgustada por no haber caído en algo tan obvio‌—. Pero, de todos modos, vio a alguien descolgando la canasta. ¿Y qué? Tampoco es que fuera a identificarlo en una rueda de reconocimiento, ¿no?

—A lo mejor sí.

—¿A qué te refieres? No es lo que le dijo a Annabelle.

—No conocía a Annabelle de nada y sabemos que en el bar había alguien escuchando.

Chapman dio un sorbo a la bebida.

—Es verdad, luego fueron a por ellos.

—O sea que a lo mejor estaba guardándose la información. ¿Chantaje?

—Pues se llevó una buena tanda de disparos en vez de dinero. ¿A quién crees que pudo haber visto?

—A lo mejor a Lloyd Wilder.

Chapman se quedó boquiabierta.

—¿Lloyd Wilder?

—Puede ser. Si lo matan a él y a los demás sería como matar dos pájaros de un tiro.

—¿O sea que también participó en el atentado?

—No estoy seguro de qué función podría haber desempeñado, la verdad, pero el hecho de que lo liquidaran en cuanto aparecimos me hace pensar que era prescindible desde el primer día.

—¿Investigamos entonces el historial de Wilder? —‌Chapman negó con la cabeza con expresión frustrada‌—. Esto se complica cada vez más.

—Dejaremos que Ashburn y el FBI investiguen a Wilder. Probablemente encuentren dinero en alguna cuenta en el extranjero.

—Y yo que pensaba que las conspiraciones eran cosa de las películas de Hollywood.

—Washington no es más que una gran conspiración, ya lo verás.

—Resulta de lo más reconfortante.

—También he hablado con Harry acerca de Turkekul. —‌Stone se calló cuando el camarero se acercó para tomarles nota. Continuó cuando se hubo marchado‌—: Nada del otro mundo.

—Supongo que eso es bueno.

—Vete a saber.

—No te entiendo.

—Le han encomendado que elimine al terrorista más buscado del mundo y da clases en Georgetown, ¿te parece normal?

—Es una tapadera. —‌Stone no se mostró muy convencido‌—. Pero sir James está al corriente. Confías en él, ¿no? —‌preguntó aun a pesar de notar cómo se le encogía el estómago y se le enfriaba la piel.

—Confío en ti —‌repuso Stone.

—¿Por qué?

—Porque sí. Dejémoslo así.

55

Mientras comían Chapman no paraba de lanzar miradas a Stone, quien no demostró haberse dado cuenta. Antes de que la cena terminara ya se había tomado unos cuantos mojitos más y una copa de oporto.

—¿Tienes coche? —‌preguntó Stone después de que pagaran la factura.

—Sí, pero ¿por qué no caminamos un poco? Hace una noche agradable.

—Buena idea.

—¿De veras? —‌dijo ella sonriendo.

—Sí. Has bebido mucho. Dar un paseo te ayudará a despejarte —‌añadió con voz rara.

Pasaron junto a varios restaurantes atestados de clientes hambrientos y escandalosos. Los coches pitaban y los peatones pasaban por el lado.

—¿Estás preocupada? —‌preguntó Stone.

Ella lo miró con severidad.

—Pienso en cosas, ¿por qué?

—Por nada. Hay mucho en que pensar.

—¿O sea que Weaver no ha vuelto a ponerse en contacto contigo?

—Supongo que no lo hará. Por eso le pedí a Caleb que me ayudara a investigar.

—Y una vez visto el resultado de sus investigaciones, ¿a qué conclusiones has llegado?

—A ninguna —‌reconoció‌—. Solo tengo más interrogantes. —‌Hizo una pausa‌—. Weaver dijo algo interesante antes de cortar el contacto conmigo.

—¿El qué? —‌se apresuró a preguntar Chapman.

—Dijo que tal vez las cosas no sean lo que parecen. Creo que se refería a que estamos investigando desde una perspectiva equivocada y que si diéramos con la adecuada quizá todo cobraría sentido.

—¿Tú te lo crees? —‌preguntó ella.

—No digo que no. Por lo menos no todavía.

Chapman se paró ante un vendedor callejero y se compró una gorra de béisbol con las letras «FBI» impresas. Stone la miró asombrado y Chapman se excusó.

—Tengo un sobrino en Londres al que le gustan estas cosas.

—¿Sabe que trabajas para el MI6?

—No, cree que me dedico a la informática. Le parecería mucho más enrollada si supiera la verdad.

»Bueno, repasemos lo que sabemos —‌dijo ella al retomar el paseo‌—. Disparos y bomba. Tal vez no guarden relación. El hotel Hay-Adams fue una distracción y en realidad los disparos procedían de un edificio del gobierno de Estados Unidos que está en obras. Padilla sale corriendo y activa la bomba, que seguramente estaba alojada en una pelota de baloncesto en el cepellón del árbol. Eso nos lleva al árbol y de ahí al vivero.

Stone prosiguió con el razonamiento:

—El vivero nos lleva a John Kravitz, que tenía material para fabricar explosivos debajo del tráiler. Lo matan para evitar que hable con nosotros. El agente Gross y las otras dos personas son asesinadas por motivos que desconocemos, pero quizá Wilder estuviera implicado. La bomba contenía ciertos elementos extraños que, de momento, se han identificado como nanobots. No se sabe por qué estaban en la bomba. El agente Garchik ha sido «liberado» de sus labores de campo a la espera de novedades. Disponemos de varias pruebas que indican que el gobierno ruso o los cárteles de drogas rusos, o quizás ambos, podrían estar detrás de esto.

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