La estancia azul (13 page)

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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

BOOK: La estancia azul
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—¡Espere! —gritó Gillette cuando casi salía ya por la puerta.

Wilkins se detuvo. Bernstein hizo una seña a los policías para que lo sacaran de allí. Pero Gillette dijo a toda prisa:

—¿Y qué pasó con su primera víctima? ¿También fue acuchillada en el pecho?

—¿Adónde quieres llegar? —preguntó Bernstein.

—¿Lo fue? —reiteró su pregunta Gillette, enfático—. ¿Y las víctimas de los otros asesinatos, las de Portland y Virginia?

Por un instante nadie dijo nada. Por fin, Bob Shelton miró el informe del asesinato de Lara Gibson.

—Causa de la muerte, una herida de arma blanca en el…

—…en el corazón, ¿verdad? —dijo Gillette.

Shelton miró primero a su compañero y luego a Bernstein. Asintió. Tony Mott dijo:

—No sabemos qué pasó en Oregón ni en Virginia: borró los informes.

—Más de lo mismo —afirmó Gillette—. Os lo garantizo.

—¿Cómo puedes saberlo? —le preguntó Shelton.

—Porque sé cuál es su móvil —respondió Gillette.

—¿Y cuál es? —preguntó Bernstein.

—Acceso.

—¿Qué quieres decir? —musitó Shelton con belicosidad.

Patricia Nolan asentía:

—Eso es lo que buscan todos los hackers. Acceso a información, a secretos, a datos…

—Cuando uno es un hacker —sentenció Gillette—, el acceso es Dios.

—¿Y qué tiene eso que ver con los apuñalamientos?

—El asesino es un MUDhead.

—Claro —dijo Tony Mott—. Conozco a los MUD —parecía que Miller también los conocía. Estaba asintiendo.

—Es otra sigla —explicó Gillette—. Significa Dominio de Multiusuarios. Es un lugar de Internet donde la gente se conecta para practicar juegos de rol. Juegos de aventuras, de cruzadas, de ciencia ficción, de guerra. También contiene sociedades y civilizaciones virtuales. Como Sim–City. Los MUD son como un mundo fuera de éste, pero la gente que juega suele ser legal: ejecutivos, geeks, un montón de estudiantes y de profesores. Pero hace como tres o cuatro años hubo una gran controversia por un juego llamado Access, acceso.

—Me suena haber oído algo sobre ello —dijo Miller—. Muchos proveedores de Internet se negaron a mancharse las manos con eso.

Gillette asintió.

—Funcionaba como una ciudad virtual, poblada por personajes que llevaban una vida normal: iban a trabajar, salían con gente, criaban una familia, etcétera. Pero en el aniversario de una muerte famosa (como el asesinato de Kennedy, el día en que dispararon a Lennon o el Viernes Santo) un generador escogía un número al azar y con él designaba a uno de los habitantes para convertirlo en asesino. Era el único en saber que lo era. Y tenía sólo una semana para introducirse en la vida de la gente y matar a tantos como le fuera posible. El asesino podía elegir a cualquiera para convertirlo en su víctima —prosiguió Gillette— pero cuanta mayor dificultad planteara el asesinato, más puntos conseguía. Un político con escolta sumaba diez puntos. Un policía armado era quince puntos. La única limitación que tenía el asesino es que debía acercarse a sus víctimas lo bastante como para poder hundirles un cuchillo en el corazón: ésa era la forma definitiva de acceso.

—Dios mío, ése es nuestro asesino en pocas palabras —dijo Tony Mott—. El cuchillo, las heridas en el corazón, las fechas de aniversarios informáticos, buscar a gente que es difícil de asesinar, como Lara Gibson…Gente con guardaespaldas y mucha seguridad en su entorno. Lo hizo en Portland y en Washington D. C. Y se ha venido hasta aquí para jugar a su juego en Silicon Valley —el joven policía sonrió cínicamente—. Está en el nivel de expertos.

—¿Nivel? —preguntó Bishop.

—En los juegos de ordenador —le explicó Gillette—, uno avanza superando dificultades que se acrecientan desde el nivel de principiantes hasta el más complejo: el nivel de expertos.

—¿Así que todo esto no es sino un juego para él? —dijo Shelton—. No resulta fácil creérselo.

—No —dijo Patricia Nolan—. Me temo que resulta muy fácil de creer. El Departamento de Conducta del FBI en Quántico considera a los hackers ofensivos criminales compulsivos progresivos. Como los asesinos seriales impulsados por la lujuria. Necesitan cometer crímenes cada vez más intensos para satisfacer su ansia. Y diría que para él las máquinas son más importantes que la gente —prosiguió Nolan—. Una muerte no le supone ninguna pérdida: pero si se le rompe el disco duro es toda una tragedia.

—Eso es de ayuda —afirmó Bernstein—. Lo tendremos en cuenta —miró a Gillette—: Pero tú vuelves ahora mismo a la cárcel.

—¡No! —gritó el hacker.

—Oye, ya nos hemos metido en un buen aprieto por dejar salir a un recluso federal con una orden firmada bajo el nombre de Juan Nadie. A Andy no le importaba correr el riesgo. A mí, sí. Eso es todo lo que tengo que decir al respecto.

Hizo una nueva seña a los agentes y éstos condujeron al detenido fuera del corral de dinosaurios. A Gillette le parecía que esta vez lo agarraban con más fuerza, como si sintieran su desesperación y sus ganas de escapar. Nolan suspiró moviendo la cabeza y ofreció a Gillette una triste sonrisa mientras lo sacaban de allí.

La detective Susan Wilkins retomó su monólogo pero su voz se fue desvaneciendo mientras Gillette se encaminaba al exterior del edificio. Caía una lluvia persistente. Uno de los agentes le dijo: «Lo lamento», pero Gillette no sabía si se refería a su intento frustrado de permanecer en la UCC o a que carecían de un paraguas bajo el que cobijarle de la lluvia.

El agente lo ayudó a agacharse para entrar en el coche patrulla y cerró la puerta.

Gillette cerró los ojos y apoyó la cabeza en la ventanilla. Se oía el tamborileo del agua sobre el techo del coche.

Sentía una pesadumbre inmensa por su derrota.

Dios, cuan cerca había estado de…

Pensó en todos esos meses en la cárcel. Pensó en todos los planes que tenía.

Todo perdido. Todo estaba…

La puerta del coche se abrió.

Frank Bishop se agachaba. El agua le corría por la cara, brillaba en sus patillas y empapaba su camisa pero su pelo, domado por el fijador, continuaba en su sitio, inmune a la fuerte lluvia.

—Tengo una pregunta que hacerle, señor.

¿Señor?

—¿De qué se trata?

—Eso de los MUD. ¿Es morralla o no?

—No. Creo que el asesino está jugando su versión personal del juego: una versión real.

—¿Hay alguien que lo siga jugando? En Internet, me refiero.

—Lo dudo. Oí que los verdaderos MUDheads se habían indignado con el asunto tanto que sabotearon los juegos e inundaron de correos basura a los que aún jugaban, hasta que dejaran de hacerlo.

El detective volvió la vista hacia la oxidada máquina de Pepsi tirada enfrente del edificio de la UCC. Y luego preguntó:

—Ese tipo de ahí dentro, Stephen Miller…Es un peso pluma, ¿no?

Gillette lo pensó y un segundo después respondió:

—Proviene de los viejos tiempos.

—¿Qué?

La expresión se refería a las décadas de los años sesenta y setenta: aquella época revolucionaria en la historia de los ordenadores que finalizó con la aparición del PDP–10 de Digital Equipment Corporation, el ordenador que mudó el talante del Mundo de la Máquina para siempre. Pero sólo le dijo esto al detective:

—Supongo que era bueno, pero ha perdido el tren. Y sí, en términos de Silicon Valley eso significa que es un peso pluma.

—Ya veo —Bishop se irguió de nuevo y observó el tráfico que discurría por una autopista cercana. Y luego les dijo a los agentes—: Trasladen a este hombre otra vez dentro, por favor.

Ellos se miraron pero, cuando Bishop hizo un gesto enfático, sacaron a Gillette del coche patrulla.

Mientras retornaban a la oficina de la UCC, Gillette oyó cómo seguía canturreando la detective Susan Wilkins: «…y si es necesario actuaremos conjuntamente con los departamentos de seguridad de Mobile America y Pac Bell; ya he establecido líneas de comunicación con los equipos de fuerzas especiales. Otra cosa. A mi juicio, trabajar cerca de grandes recursos nos da un sesenta contra cuarenta más de eficacia, así que vamos a trasladar la Unidad de Crímenes Computarizados a la Central de San José. Según tengo entendido, aquí tienen algunos problemas administrativos relacionados con la ausencia de una recepcionista y podremos solucionar eso en la Central…

Gillette dejó de prestar atención a la voz y se preguntó qué es lo que estaría tramando Bishop.

El policía dejó a Gillette esperando en el pasillo y se acercó a Bob Shelton, con quien estuvo charlando en susurros durante un rato. La conversación terminó cuando Bishop le preguntó a su compañero: «¿Me apoyarás?».

El policía corpulento observó despectivo a Gillette y musitó algo afirmativo a regañadientes.

El capitán Bernstein frunció el ceño y se acercó a Bishop y a Shelton, mientras Wilkins seguía hablando. Bishop le dijo:

—Señor, me gustaría llevar este caso, y pido que Gillette trabaje con nosotros.

—Querías colaborar en el caso MARINKILL.

—Quería, señor. En pasado. Pero he cambiado de opinión.

—Recuerdo lo que has dicho antes, Frank. Pero no eres responsable de la muerte de Andy. Él debería haber sabido sus limitaciones. Nadie lo obligó a perseguir a ese tipo en solitario.

—Si ha sido mi culpa o no ha sido mi culpa carece de importancia. No se trata de eso. Se trata de detener a un delincuente peligroso tan rápido como nos sea posible.

El capitán Bernstein entendió lo que quería decir y miró a Wilkins:

—Susan ya ha llevado casos como éste. Es buena.

—Sé que lo es, señor. Hemos trabajado juntos. Pero ella se licenció en Quántico y nunca ha trabajado en las trincheras, como yo. Sabe a lo que me refiero: Oakland, Haight, Salinas…Este delincuente es así de peligroso. Por eso prefiero llevar yo el caso. Pero el otro problema es que aquí no estamos jugando en nuestro terreno. Necesitamos a alguien que sea bien brillante —su tupé señaló a Gillette—. Y creo que él es tan bue–no como el asesino.

—Tal vez lo sea —susurró Bernstein—. Pero no es eso lo que me preocupa.

—Me hago cargo, señor. Si algo sale mal, asumiré la culpa de todo. Ninguno de los míos volverá a correr riesgos.

Patricia Nolan se les unió y dijo:

—Capitán, si quiere cerrar este caso va a necesitar algo más que tomar huellas e interrogar a testigos.

—Bienvenidos al puto nuevo milenio —suspiró Shelton.

—Bien, el caso es tuyo —le dijo Bernstein a Bishop, asintiendo—. Escoge a alguien de Homicidios de San José para que os eche una mano.

—Huerto Ramírez y Tim Morgan —replicó sin dudar Bishop—. Me gustaría que se presentaran aquí tan pronto como fuera posible si está en su mano, señor. Quiero poner a todo el mundo en antecedentes.

Bernstein le comunicó los cambios a Susan Wilkins, quien se marchó, más perpleja que enfadada por la pérdida de su nuevo caso. Y luego el capitán preguntó a Bishop:

—¿Quieres trasladarlo todo a la Central?

—No, nos quedamos aquí, señor —dijo Bishop. Señaló una pantalla de ordenador—. Tengo la impresión de que éste será el lugar donde haremos la mayor parte del trabajo.

—Bueno, mucha suerte, Frank. Me ocuparé de que tanto Escena del Crimen como los hombres de fuerzas especiales estén a punto para echaros una mano.

—Pueden quitarle las esposas —dijo Bishop a los agentes que habían venido para escoltar a Gillette de vuelta a San Ho.

—¿Y también la tobillera de detección? —preguntó uno de los agentes, apuntando al artefacto que el detenido lucía en una de sus piernas.

—No —dijo Bishop, mostrando una extraña sonrisa—. Creo que se la vamos a dejar puesta.

* * *

Algo más tarde, dos hombres se unían al equipo de la UCC: un latino ancho y moreno que era extremadamente musculoso (tan musculoso como el dibujo del Gold Gym) y un detective alto y rubio vestido con camisa oscura, corbata oscura y uno de esos trajes de cuatro botones. Bishop los presentó como Huerto Ramírez y Tim Morgan, los detectives de la Central que había solicitado.

—Ahora me gustaría decir un par de cosas —anunció Bishop, metiéndose la camisa rebelde por dentro del pantalón y colocándose en el centro del grupo. Los observó a todos y mantuvo la mirada un instante—. En cuanto al tipo que perseguimos: es alguien perfectamente dispuesto a matar a quien se interponga en su camino y eso incluye a defensores de la ley e inocentes. Es un experto en ingeniería social —echó una mirada a los recién llegados Ramírez y Morgan—. Que, en resumen, significa disfraz y estrategias de diversión. Así que es importante que cada cual recuerde continuamente lo que sabemos sobre él.

Bishop miró a los ojos a todos los del equipo mientras revisaba la lista:

—Creo que tenemos ya confirmado que es un sujeto de unos veintitantos años. De constitución mediana, quizá es rubio pero es probable que sea moreno, con la cara afeitada pero que a veces lleva postizos faciales y cuya arma asesina preferida es un cuchillo Ka–bar. Puede invadir las líneas telefónicas e interrumpir el servicio o hacer que se le transfieran las llamadas. Puede meterse en los ordenadores de la policía —ahora fue Gillette quien recibió una mirada—, perdón, puede «crackear» los ordenadores de la policía y destruir fichas policiales e informes. Le van los desafíos y matar es para él un juego. Ha pasado muchos años en la costa Este pero ahora está cerca, aunque desconocemos su localización real. Creemos que compró artículos para sus disfraces en una tienda de productos teatrales de El Camino Real en Mountain View. Es un sociópata insensible e incontinente que ha perdido contacto con la realidad y que piensa en lo que hace como si jugara a un gran juego de ordenador.

Gillette estaba asombrado. El detective daba la espalda a la pizarra blanca mientras recitaba todos estos datos. El hacker cayó en la cuenta de que había juzgado mal a aquel hombre. Cuando el detective parecía mirar absorto por la ventana o posar la vista en el suelo no hacía otra cosa que absorber todos esos datos.

Bishop bajó los ojos pero siguió enfocándolos a todos:

—No quiero perder a ningún otro miembro de este equipo. Así que vais a tener que guardaros las espaldas y desconfiar de todo bicho viviente: hasta de la gente que creéis conocer. Pensad en estos términos: nada es lo que parece.

Gillette se dio cuenta de que asentía sin querer a esas palabras.

—Y ahora, las víctimas. Sabemos que elige a gente inabordable, gente con guardaespaldas y buenos sistemas de seguridad. Cuanto más difícil sea acercarse a ellos, tanto mejor. Debemos tenerlo presente cuando pensemos en anticiparnos a sus acciones. Vamos a seguir el plan general de investigación. Huerto y Tim, quiero que llevéis la escena del crimen de Anderson en Palo Alto. Interrogad a todo aquel que encontréis en Milliken Park y alrededores. Bob y yo iremos a buscar a ese testigo que vio el coche del asesino en el aparcamiento del restaurante donde mató a la señorita Gibson. Y Wyatt, tú te encargas del lado informático de la investigación.

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