La Estrella (19 page)

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Authors: Javi Araguz & Isabel Hierro

Tags: #Juvenil, Romántico

BOOK: La Estrella
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—Espera, voy a avisarla. —El joven la devolvió a la realidad.

Habían llegado a una estancia cerrada y muy silenciosa. Al caminar, el niño levantó una nube de plumitas blancas que hizo estornudar a Lan de forma escandalosa.

—¡Atchíiis! —gritó, avergonzándose al instante.

Minutos después, apareció Mona ataviada con un delantal que la cubría hasta los pies.

—¡Lan! —la llamó su amiga—. ¿Va todo bien? —dijo, sacudiéndose las plumas que se le habían pegado a la ropa de trabajo.

—Sí, traigo buenas noticias. Ya podemos visitar a Nao —le explicó, mientras se presionaba la nariz para aliviar el picor.

—¿De verdad?

—Los médicos dicen que está mucho mejor. Seguro que está impaciente por verte.

Mona no pudo contener la alegría y se abalanzó sobre su amiga para darle un fuerte abrazo.

—¡Ja, ja, ja! Ya me imaginaba que te haría ilusión. Por cierto, ¿crees que podrás salir un poco antes para…? —De pronto, Lan notó que algo se movía en su pecho. Bajó la mirada y entendió que el bolsillo central del delantal de Mona ocultaba algo que no dejaba de revolverse.

—¡Pío! —se escuchó.

—¡Oh! —exclamó la niña, tapándose la boca—. Se me había olvidado por completo… ¡Luna!

—¿Luna?

—Es el
kami
del que me hago cargo —dijo, mientras lo sacaba con cuidado del bolsillo—. Pobrecito, casi lo asfixiamos.

El pajarillo era apenas un recién nacido, estaba despeluchado y parecía estar refunfuñando.

—¡Atchíiiiiis! —volvió a estornudar Lan, asustando al polluelo.

—Es muy joven, lo encontraron en las afueras. No ha nacido en cautiverio, por eso el resto de crías lo rechazan. La mayor parte del tiempo me lo meto en el bolsillo para que esté calentito y Rando dice que, cuando se haga mayor, tal vez pueda adiestrarlo yo misma.

—¿Rando?

—El chico que te ha acompañado hasta aquí, nos hemos hecho muy amigos. — Rando, que se encontraba a unos metros de ella, carraspeó para hacerse notar.

Lan sonrió. Se alegraba mucho de que su amiga se estuviera adaptando tan bien a la ciudad y, sobre todo, de que mantuviese su mente ocupada.

—¡Atchís! —volvió a estornudar, apartándose del polluelo mientras éste la miraba desconfiado.

***


La bestia me miró a los ojos fijamente, estaba sedienta de sangre, se relamía y una y otra vez, ansiosa por hincarme el diente. De sus fauces surgía un olor pestilente, capaz de matarte si lo respirabas. A mi espalda, un profundo barranco amenazaba con engullirme. Estaba atrapado y con mi wimo malherido sólo tenía una salida posible: luchar. Desafié a la criatura mientras trataba de alcanzar las alforjas, donde se encontraba mi látigo de tres puntas…

—¿Qué látigo de tres puntas? ¡Si tú no tienes ningún látigo! —Recriminó Lan a su amigo—. Los Corredores rundaritas dijeron que, cuando te encontraron, estabas armado únicamente con una cuchara de palo.

—¿Una cuchara de palo? ¡Ja, ja, ja, ja! —se rio Mona a mandíbula batiente, rodando por la cama de su amigo.

—Lan —le replicó Nao, ahuecando su almohadón—, ¿es que no sabes disfrutar de una buena historia? ¿Acaso quieres que un día relate a mis nietos cómo salí airoso de una ruptura, con un
wimo
cojo y una cuchara de palo?

—¡Pues tendrás que inventarte algo mejor! Lo del látigo de tres puntas no te pega nada.

Mona siguió desternillándose, esta vez rodando por el suelo y contagiando su risa a los demás.

***

Al atardecer, Lan y Nao se quedaron solos en la habitación. El joven tomó la mano de su amiga entre las suyas y le confesó:

—Tuve mucha suerte en la ruptura. Uno de los wimos llegó hasta mí, pero cuando quise rescatarte ya habías desaparecido… con todo los demás. Lo… lo siento.

—Nao, no vuelvas a pensar en ello. Tú no tienes la culpa de nada. No estábamos preparados para una ruptura de la Quietud tan violenta. Nadie lo estaba —dijo la muchacha, sintiendo el calor de su amigo en las manos. A Lan le parecía reconfortante volver a tenerlo a su lado, pero había notado que no era el mismo de antes. Ahora su mirada era la de un adulto consciente de los peligros que asolan el mundo, la de alguien que aun habiendo perdido a su familia, mantenía de la esperanza—. De todas formas… tendrás que haberte quedado en el clan que encontraste.

—No, no podía hacer eso. Y sé que tú tampoco te habrías quedado de brazos cruzados —añadió Nao.

—Gracias… —se sintió halagada—. Pero creo que yo no hubiera sido tan valiente como tú. ¡Veo que tienes sangre de Corredor! Han valido la pena todos esos madrugones para entrenarte —trató de animar la conversación.

—Pssse. Está claro que sirvo para esto —dijo el muchacho, guiñándole un ojo—. Aunque también estoy orgulloso de ti. Sobreviviste a la ruptura y llegaste Rundaris; es impresionante.

—En realidad, debería agradecérselo al Errante. Me porté muy mal con él, lo acusé de traidor y, sin embargo, él desafió a su pueblo y sus reglas para mantenerme con vida —pensó en voz alta.

—¿Al Errante? ¿Hablas de Maese Nicar?

—No, me refiero al Secuestrador —aclaró.

Nao la miró confuso.

—¿El que quiso llevarse a Ivar?

—Sólo fue… un malentendido. En realidad, lo salvó de la ruptura, y a mí también.

Nao recordó lo sucedido en Salvia. Luego le vino a la mente la imagen de aquel Errante, son su figura esbelta y su misteriosa mirada, tachando a Lan de mentirosa.

—Entonces… ¿Fue él quien te encontró en el desierto?

—Sí, ya te lo he dicho. Gracias a tu silbato, uno de los
wimos
de la comitiva de Errantes vino en mi búsqueda.

Nao soltó las manos de Lan y bajó de la cama. Necesitaba moverse, asumir todo lo sucedido. Su amiga le acercó las muletas, pero cuando apenas había dado un par de pasos, sus costillas magulladas hicieron que se retorciera de dolor. Lan lo sujetó a tiempo para que no cayera al suelo.

—Nao, ¿estás bien? —se asustó la joven—. No deberías levantarte aún.

—No te preocupes. Es sólo que… no soporte estar todo el día en la cama, inmóvil. Debería empezar a levantarme más a menudo. Quiero recuperarme pronto.

—Me parece perfecto, pero ahora acércate a la cama porque pesas demasiado y nos vamos a caer los dos de un momento a otro. Ya nos veo rodando por el suelo.

—Hummm… No me importaría —bromeó él—. Si te rompes una pierna, podrías hacerme compañía.

Lan le dio un codazo que le hizo ver las estrellas.

Una vez hubieron vuelto a la cama, el muchacho le confesó:

—No me fío de ese Errante.

—Pues deberías. Su padre es el que me ha acogido en la ciudad. Es un buen hombre, un Errante bastante excéntrico, pero en el fondo… tanto él como su hijo son de los pocos que se preocupan de verdad por el estado del Linde… Han hecho mucho por mí.

Nao desvió la mirada, avergonzado por sus palabras. Luego miró por la ventana con aire pensativo y dijo:

—Entonces, supongo que tendré que darle las gracias yo también.

***

Aunque las Rupturas seguían castigando el Linde, en Rundaris los días transcurrieron en relativa calma. Lan y Mona se escapaban siempre que podían para visitar a Nao y hacerle compañía durante horas. El chico mejoró rápidamente gracias a los cuidados y el reposo, pero aún no podía caminar sin servirse de muletas. A Lan le daba fuerzas comprobar cómo su amigo se recuperaba día a día; sin embargo, la vida en la ciudad resultaba agotadora; el trabajo en el invernadero era cada vez más duro, El Verde experimentaba con la sustancia hasta caer rendido y su hijo, El secuestrador, seguía infiltrado en el campamento Errante para enterarse de cualquier novedad relacionada con Nicar, el mapa o Mezvan.

Lan subió al mirador con la esperanza de encontrar allí al Errante; últimamente tenía la sensación de que estaba evitándola y, además, quería preguntarle cuál era la situación en el campamento de los Caminantes, pero allí arriba únicamente estaba El Verde, observando el cielo con unas extrañas gafas telescópicas.

La muchacha carraspeó para revelar su presencia.

—Hola —le dijo el Caminante—. Disculpa, no te he oído llegar.

—Hola. Hummm… ¿Te molesta si te acompaño?

—Por supuesto que no, jovencita —contestó con voz calmada—. Dime, ¿cómo está tu amigo? —se interesó.

—Mucho mejor. Ya puede mantenerse en pie, aunque las heridas más graves aún no han cicatrizado.

—Me alegro.

El Verde le ofreció unas gafas similares y luego volvió a fijar su mirada en el firmamento. El viento silbaba suavemente entre las vigas de metal. Lan se puso las gafas y descubrió que con ellas podía ver el cielo diurno como si fuera de noche. Compartieron el silencio hasta que la salviana trató de romper el hielo.

—¿Conoce el nombre de todas las estrellas?

—¿De todas? —se sorprendió el Errante—. No, claro que no. Eso es imposible. Pero sé el nombre de las más importantes e incluso algunas de sus historias.

—Mi padre… —empezó a decir Lan—, me puso el nombre de una estrella, de ésa que brilla tanto.

—En efecto, ésa es Lan. Tu padre escogió un nombre muy bonito. Además, es una estrella muy afortunada.

—¿Afortunada?

—Es una de las historias más populares entre los nuestros, hasta los más pequeños la conocen. Si te fijas, es la estrella mejor protegida de todo el cielo.

Lan graduó las múltiples lentes de sus gafas telescópicas hasta obtener una imagen enfocada.

—¿Ves todas esas pequeñas estrellas que están a su alrededor?

La muchacha asintió sin apartar la mirada.

—Entre todas conforman el "Cinturón de Ca". Ca significa "protector". Cuenta la leyenda que antes eran dos estrellas iguales y que su brillo podía verse incluso a plena luz, pero un día algo ocurrió y una de ellas se descompuso en cientos de pedazos, dando lugar al cinturón que protege a Lan, la estrella más brillante.

—Es una historia muy bonita.

—Sí, y hay muchas más. Los Errantes conocemos la ubicación de las estrellas en el cielo porque así nos resulta más sencillo desplazarnos por el Linde… Es una especia de mapa.

—Un mapa, como la Esfera… —murmuró Lan—. No entiendo cómo tu pueblo ha podido ocultar algo tan importante al resto de la humanidad —dijo, sin darse cuenta de que estaba pensando en voz alta.

El Verde se giró para mirarla. No era fácil responder a esa pregunta.

—¡Padre! ¡Embo! —se oyó gritar al Secuestrador en los niveles inferiores.

—¿Qué ocurre, hijo? —preguntó asustado.

—Tenemos que actuar rápido —desveló entre jadeos, una vez llegó al mirador—. Los Caminantes… se van a marchar.

14

Escape

L
an entendió al instante lo que eso significaba. Si los Caminantes se iban de Rundaris, el chico debía acompañarlos.

—¿Cuándo? —preguntó El Verde…

—Esta noche, tal vez mañana; al alba.

—Pero, entonces tú… —farfulló la muchacha.

En aquel momento, la figura del Secuestrador en el campamento era la única forma de controlar la Esfera y, al fin y al cabo, el Errante pertenecía a ese pueblo. A Lan se le encogió el corazón. Nunca se había parado a pensar que tendrían que separarse, con la certeza de que no volverían a verse en mucho tiempo, tal vez nunca. Además, si los Caminantes abandonaban la ciudad, el plan que con tanto cuidado habían diseñado se iría al garete.

El Verde se frotó las sienes con preocupación. Por un instante, se desconectó del mundo real y trató de pensar tan rápido como pudo. No le extrañaba lo más mínimo que el Guía hubiera decidido llevarse el mapa de allí, pero lo maldijo por ser tan inoportuno.

—¡Debería haberlo previsto!

—No tenemos tiempo. Es imposible… —dijo el chico.

El Secuestrador observó a su padre, claramente apenado. Había hecho todo lo que estaba en sus manos y, sin embargo, el destino insistía en desafiarlos una vez más. Sin duda, ir a contra corriente no resultaba nada fácil.

—No tenemos alternativa— decidió al fin—. Lo haremos esta noche.

—Pero…

—Coincido con tu padre —añadió Lan, decidida—. Es nuestra última oportunidad, hay que arriesgarse… no sólo por nosotros, sino también por todos los habitantes del Linde… ¿O acaso tenemos otra opción? — cuestionó, mirando primero al padre y después al hijo.

El Secuestrador asintió levemente a su padre y entonces el plan se puso oficialmente en marcha.

—¡Rápido! No hay tiempo que perder —apremió El Verde— ¡Embo! — llamó a su ayudante por el hueco de la escalera— ¡Embo! Llena los viales. Lan, despídete de los tuyos y… sigue el plan al pie de la letra —insistió.

Luego, el Caminante se giró para encontrarse frente a frente con su hijo. Lo miró a los ojos, como si aquélla fuera la última vez, y le susurró al oído:

—Ya sabes lo que tienes que hacer.

El Verde bajó la escalera de caracol apresuradamente, dejando a solas a Lan y al Secuestrador.

—No tienes por qué hacerlo —dijo él de pronto.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Puedes quedarte en la ciudad y desentenderte de todo esto. Es demasiado arriesgado, el plan pende de un hilo. Además, no estamos seguros de poder encontrar el Templo y quizá la sustancia no sea la clave.

—Pero… debemos intentarlo. Es nuestra única esperanza.

—Lo guardianes de Mezvan y Niar no se van a andar con tonterías. Es muy peligroso. Si te atrapan…

—¡No pienso acobardarme! No pienso esconderme —espetó Lan, dolida al entender que el muchacho dudaba de su capacidad para realizar la tarea que se le había encomendado.

El secuestrador se acercó a ella, obligándola a retroceder hasta la barandilla. Allí el viento soplaba con ímpetu, agitándole con fuerza el cabello. Lan se agarró a uno de los barrotes para no perder el equilibrio, la cercanía del joven aún le intimidaba. En ese instante recordó por qué seguía llamándolo "Secuestrador"; su altura, su voz y aquella mirada imperturbable seguían resultando igual de amenazadoras que el primer día.

—Sólo digo que… deberías mantenerte al margen —insistió muy serio—. Estarías más segura en la ciudad, con Nao —soltó al fin.

Y, sin desperdiciar un segundo más, corrió escaleras abajo… dejando a Lan boquiabierta. ¿Por qué quería apartarla de su lado? ¿Por qué le había sugerido que se quedara con Nao? ¿A cuenta de qué venía todo eso? La muchacha se había volcado en el cuidado de su amigo y era consciente de que las últimas semanas no había pasado mucho tiempo con el Errante, pero ella siempre le había parecido que éste tenía cosas mejores que hacer. Lan estaba convencida de que quería apartarla del plan porque la consideraba un lastre, y no pensaba permitírselo.

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