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Authors: Javi Araguz & Isabel Hierro

Tags: #Juvenil, Romántico

La Estrella (16 page)

BOOK: La Estrella
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Esta vez fue Lan la que sintió el deseo de tomarle la mano para aliviar su ira, pero tuvo que contenerse.

—Al principio lo admiraba por ello, pero con el tiempo descubrí que no sirve de nada tratar de cambiar las cosas y que lo mejor que puedo hacer es limitarme a vivir la vida en paz, sin pensar en el mañana.

La muchacha contempló las facciones del Errante, que parecían haberse endurecido para adoptar rasgos más maduros. Luego, bajó la mirada hasta el dorso de su mano y examinó detenidamente la estrella con al que lo habían marcado.

—Yo… —empezó a decir la muchacha, mientras reflexionaba sobre todo lo que le había contado—. Creo que…

De pronto, el chico palideció y su cuerpo se volvió rígido como un bloque de hielo. Abrió los ojos de par en par, y entonces Lan descubrió que alrededor de sus pupilas empezaron a brillar multitud de puntos luminosos que se desplazaban como estrellas a la deriva flotando en el océano.

—¡¿Qué te ocurre?! —preguntó impresionada, poniéndose rápidamente en pie para prestarle ayuda.

—Estoy intoxicado —le recordó—, las Partículas viven en mi interior. Mis ojos brillan porque han detectado un recuento superior a lo normal.

—¿Y eso qué significa? —preguntó asustada, recordando que su mirada también centellaba la primera vez que lo había visto en Salvia.

El chico se puso de pie y escrutó el horizonte, esperando apreciar algún cambio en el paisaje que corroborara lo inevitable.

—Que la Quietud se rompe —dijo sin más.

Lan tragó fuerte, presa del pánico, mientras se maravillaba con el resplandor de sus hermosos ojos centellantes, repletos de tristeza y rencor; carentes de esperanza.

12

El bosque sangrante

E
l Verde entró en el invernadero visiblemente emocionado. Algo le había ocurrido allí afuera y, a tenor de su mueca de absoluta felicidad, deseaba compartirlo con el mundo cuanto antes.

—¡Embo! ¡Rápido! Llama a mi hijo, ¡tiene que ver esto!

—Pero ¿qué le pasa, señor?

—Creo que uno de los experimentos ha surtido efecto —celebró excitado.

—¡¿Qué?!

Lan y el Secuestrador aparecieron alterados. Al Errante aún le brillaban los ojos.

—¿Dónde has estado, padre? La Quietud está a punto de…

—No, hijo —le interrumpió—, Rundaris permanecerá estable esta noche.

—Pero… las Partículas… Mis ojos… ¡Tus ojos! —exclamó, señalando su mirada, que también centelleaba intensamente.

—Tranquilos, es una ruptura de baja intensidad; no traspasará los límites. Podemos salir. Acompañadme, os lo mostraré.

Recorrieron un camino de arcos de roca hasta llegar a una pequeña colina que se encargaba de ocultar eficazmente lo que había al otro lado.

—Embo, Lan… protegeos las vías respiratorias —les recomendó el Caminante, ofreciéndoles un par de paños empapados en una sustancia viscosa.

Ambos obedecieron mientras El Verde seguía avanzando entusiasmado. Cuando llegaron al otro lado, se maravillaron al descubrir un bosquecillo resplandeciendo bajo la noche cerrada.

—Pero ¡¿qué es esto?! —se asustó el anciano.

Lan contempló aterrorizada el lugar, que parecía un bosque fantasma. Los árboles emitían un intenso brillo azulado, parecían espectros; tanto los troncos como sus ramas se encontraban recubiertos por una sustancia gelatinosa que les confería un aspecto de lo más extraño.

—No es posible… —murmuró.

La muchacha comprendió de inmediato que los árboles estaban sangrando de la misma forma que en el Bosque de Los Mil Lagos y extrajo sus propias conclusiones.

—Están muriéndose —farfulló—. Las… plantas se están muriendo — pensó en voz alta.

Acto seguido, la chica empezó a conectar las imágenes del bosque espectral con la historia que acababa de relatarle el Secuestrador. Sin duda, aquello indicaba que el fin estaba cerca. Los árboles, las plantas, las flores… toda la vegetación de aquel jardín estaba sangrando. Morían. Se preguntó cuánto tardaría en extenderse esa nueva plaga ya que, si de algo estaba segura, era de que, sin vegetación, el planeta estaba condenado.

—¡Se mueren! —dijo una vez más, sin dejar de sostener el pañuelo sobre su boca.

El Verde miró a la muchacha con aire preocupado y se dirigió a ella para tranquilizarla:

—No se están muriendo… están protegiéndose. La naturaleza es sabia y siempre encuentra una forma de abrirse paso ante la adversidad.

—Pero… ¡están sangrando! —insistió—. ¿Es que no lo ves? Como en Salvia. Están…

—¿Quieres decir que en tu clan también…? —se sorprendió el Caminante—. Acompáñame —la invitó con aire solemne. Tendiéndole una mano imaginaria.

El Secuestrador seguía sin salir de su asombro. Todo resplandecía a su alrededor, como si la luna les hubiera prestado su brillo, y las Partículas flotaban con un baile errático similar al de una luciérnaga.

—¿Lo ves?

Lan negó con la cabeza. Instantes después, descubrió un par de Partículas danzando peligrosamente cerca de su nariz.

—Ahí —señaló el hombre.

—Sigo sin ver nad…

De pronto, la muchacha observó estupefacta una Partícula posándose, como un copo de nieve, sobre la superficie de la planta. Lan arqueó una ceja, expectante ante lo que estaba a punto de suceder. La Partícula se introdujo en el interior de la sustancia, dejó de vibrar y finalmente se apagó.

—Increíble. Es completamente…

—Inaudito —se le adelantó El Verde—. Las plantas han aprendido a protegerse. Han desarrollado una especie de antídoto.

—Pero ¿cómo es posible? —se preguntó la muchacha.

El chico y Embo reaccionaron acercándose a distintos árboles con el fin de comprobar con sus propios ojos lo que acababa de suceder.

—Semanas atrás, algunos de los ejemplares del invernadero empezaron a supurar una extraña sustancia translúcida. Al principio pensé que se trataba de resina, pero después comprobé que era un compuesto muy diferente.

En ese instante, Lan recordó que había vivido exactamente la misma situación en Salvia.

—Como tú, lo primero que pensé es que las plantas habían contraído algún tipo de enfermedad, pero rápidamente descarté dicha posibilidad. El invernadero las mantiene protegidas de agentes externos y, además, en Rundaris no hay suficiente vegetación como para propagar una plaga de semejantes características. Estaba desconcertado, creía que iba a perder todo mi trabajo. Pasaron los días y experimenté con distintos tipos de abonos y cuidados, pero acabé dándome por vencido. No era capaz de explicar dicho fenómeno, estaba fuera de mi alcance. Lo único que pude constatar es que no dañaba las plantas: como tú dices… «sangraban».

—Ya lo recuerdo —dijo Embo—, fue el día en que aislamos el nivel siete —apuntó.

—Exacto.

El muchacho aún no había decidido qué postura adoptar al respecto. ¿De verdad su padre había tenido éxito en uno de sus alocados experimentos? ¿O por el contrario tendría razón Lan y aquél sólo era un aviso más del inminente colapso del planeta?

—La cuestión es que, al comprobar que no era dañino ni para las plantas ni para nosotros… decidí traerlo aquí, al exterior, para ver cómo reaccionaba —explicó orgulloso—. Al principio no ocurrió nada. Inyecté la sustancia en algunos de los árboles más robustos, la esparcí entre las hojas de algunas plantas y la monitoricé para comprobar si se reproducía por sí misma o era capaz de replicarse, pero no sucedió absolutamente nada. Todos mis intentos fueron en vano… hasta esta noche.

El chico se acercó a su padre con los ojos brillando intensamente.

—Las Partículas —entendió el Secuestrador.

El Verde asintió y después siguió explicando.

—En efecto, esta noche la Quietud se ha roto muy cerca de Rundaris, lo suficientemente cerca como para que las Partículas llegaran hasta aquí e hicieran reaccionar dicha sustancia…

—…revelando su verdadero poder —terminó la frase Embo.

A Lan le habría sido imposible describir la sensación de felicidad que la embargó en aquel momento. Arrodillada, miró completamente absorta cómo las Partículas seguían cayendo con ligereza sobre la sustancia que cubría las hojas de las plantas. Luego, ésta las capturaba, las diluía y finalmente… las apagaba.

Su brillo se
apagaba
.

¡Se apagaba!

De repente, a la muchacha se le desbocó el corazón.

—La… la… ¡La cura! —Las palabras surgieron atropelladas de su boca.

El Verde bajó la cabeza, observando cómo aquella sustancia atrapaba un pequeño insecto, sin matarlo.

—No es una cura, Lan —respondió apesadumbrado—, Quizá sea el primer paso hacia una solución, pero, por ahora… sólo es un arma más para combatir las Partículas —se lamentó—. Las captura y las extingue. Nada más.

—¡Claro que sí! Es lo que… —estaba tan nerviosa que apenas podía expresarse con claridad—. Las Partículas surgen de la tierra… El Rey de Acantha… ¡Los destellos! Quiero decir que…

Los tres miraron a la muchacha con extrañeza, tratando de entender lo que pretendía explicarles.


Encontrar de nuevo el emplazamiento de La Herida
—empezó a relatar Lan con los ojos cerrados, intentando recordar las palabras exactas de la leyenda—
para verter en su interior una cura que alcanzaría el mismísimo corazón de La Estrella… apagando los destellos para siempre
.


Los destellos…
—repitió para sí El Verde, antes de caer en la cuenta de que aquellas palabras habían salido de la boca de una salviana.

¡Lan conocía la leyenda de los Caminantes de la Estrella! Rápidamente, El Verde dirigió una mirada inquisitiva a su hijo y éste le correspondió sin palabras, con un semblante más serio y maduro de lo que su padre habría esperado.

Consciente de la decisión que su hijo había tomado, y de los problemas que eso le podría acarrear, finalmente dijo:

—Bien. Como todos sabéis, no soy el más apropiado para juzgar a quién se le debe revelar nuestra historia, ya que yo mismo abandoné a los Caminantes para consagrarme a una tarea prohibida —admitió—. Pero tened en cuenta que el conocimiento siempre conlleva responsabilidad, y que esto podría traernos más de un problema si se sup…

—También sé lo de la Esfera; el mapa —lo interrumpió Lan.

—¡¿Qué?! —se alarmó.

El hombre volvió a clavar la mirada en su hijo, que esta vez intentó hacerse el despistado. Al mismo tiempo, Embo escuchaba boquiabierto, intentando seguir el hilo de la conversación.

El Verde se rascó la barbilla tratando de calmarse mientras miraba consecutivamente a uno y a otro, decidiendo si debía echarles una reprimenda o alabarlos por su iniciativa.

—Lo que propones es completamente imposible —confirmó El Verde—. ¡La Herida es tan grande como veinte veces la ciudad de Rundaris! Y, aunque lográramos que toda la vegetación del Linde segregara esa sustancia, no dispondríamos de una cantidad suficiente. De hecho, ni siquiera estamos seguros de que sea verdaderamente una cura.

El silencio se adueñó del lugar por unos instantes, hasta que la muchacha propuso algo en lo que aún nadie había reparado:

—Puede que sea una locura, pero, quizá… no sé —dudó de nuevo, temiendo soltar otra de sus tonterías—. Quizá en ese templo encontremos la solución. ¡Pidámosle ayuda a Maese Nicar! Tal vez ellos puedan hacer algo —dijo, llena de esperanza.

—Los Caminantes jamás tolerarán que una humana…

—Quizá tenga razón —la apoyó el muchacho.

Lan se sorprendió. Era la primera vez que el Secuestrador dejaba de lado su catastrofismo habitual para admitir que, tal vez, existía una pequeñísima posibilidad de evitar el fin del mundo.

—No tienen por qué saberlo —lo interrumpió Lan.

El Verde volvió a acariciarse la barbilla, tomando por fin una decisión.

—De acuerdo, hablaré con Mezvan y… con el Guía.

El secuestrador arqueó las cejas impresionado.

—Padre… hace años que no os dirigís la palabra —le recordó.

—Hijo mío, abandoné a los Caminantes de la Estrella para encontrar la esperanza que ellos habían perdido y, aunque desde entonces el Guía me la tiene jurada, estoy seguro de que en el fondo desea tanto como nosotros hallar una solución. Es nuestra única opción.

Los cuatro permanecieron de pie, contemplando el hermoso bosque que resplandecía a su alrededor, absorbiendo las últimas Partículas que aún flotaban en el aire mientras les permitía soñar con la remota posibilidad de salvar al Linde de su inevitable destino.

El Verde decidió no perder ni un segundo más, y esa misma noche partieron hacia el palacio de Mezvan para convocar una reunión de urgencia con el rey y el líder de los Errantes.

—Es importante, Naveen —le dijo.

—Lo entiendo, lo entiendo… pero mi señor está durmiendo, no puedo despertarlo por algo que ni siquiera…

—Es alto secreto —lo interrumpió—. Está relacionado con uno de mis experimentos.

De pronto, el sirviente abrió los ojos de par en par y comprendió por fin la importancia del asunto.

—De acuerdo —aprobó—. Seguidme.

Naveen los condujo por un entramado de pasillos hasta mostrarles una pequeña sala decorada con vidrieras de colores, contigua a la habitación donde descansaba el rey…

—Esperad aquí.

Lan y el muchacho asintieron al unísono. El Verde se acercó unos pasos al sirviente y le dijo:

—Yo… también esperaba que convocases al Guía.

—¡¿A Maese Nicar?! —exclamó sorprendido—. ¡Vaya! Espero que se trate de algo realmente importante —le advirtió.

—Sin duda, lo es.

Naveen se agitó nervioso y luego se marchó expeditivo en busca de su señor.

Embo había tomado asiento en una de las butacas y se distraía observando de cerca uno de los frasquitos donde se encontraba almacenada la sustancia.

—Tendremos que ponerle un nombre —dijo la muchacha.

—¿Por qué todo debe tener un nombre? —replicó el Secuestrador.

—Supongo que… facilita las cosas —contestó, encogiéndose de hombros.

De pronto, el anciano dio un respingo al escuchar los pasos de todo un séquito avanzando por el pasillo. Luego, adoptó una postura más adecuada para recibir a los dos líderes que entraban en la sala.

Aunque habían llegado rodeados por varios de sus ayudantes y sirvientes, entraron sólo ellos dos.

El Verde se puso en pie con rapidez. A Lan no se le pasó por alto que el hombre estaba algo nervioso.

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