La Estrella (26 page)

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Authors: Javi Araguz & Isabel Hierro

Tags: #Juvenil, Romántico

BOOK: La Estrella
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De pronto, una mujer de ojos vivarachos y sonrisa resplandeciente se acercó a Lan y la agarró del brazo con el fin de llamar su atención.

—¿Sabe? Desde que te he visto entrar me has recordado a alguien. ¡Tu rostro me resulta muy familiar! —dijo, sin dejar de bailar en ningún momento.

—Ah, ¿sí? —respondió ella sin demasiado interés.

—Es como si hubiera visto esa tonta sonrisa cientos de veces.

La mujer se carcajeó escandalosamente y luego se alejó bailoteando.

—¿Tonta sonrisa? —se burló el Secuestrador.

—Déjalo, no estoy de humor para tus ironías.

Por un instante, a Lan se le pasó por la cabeza una extraña idea.

—Mis hijas te están buscando —dijo Obán, el hombre que los rescató en la costa—. Creo que quieren preguntarte algo…

La muchacha ahora tenía los ojos abiertos como platos.

—Esa mujer. —dijo, señalándola—. Han dicho que… ha dicho que le resultaba fami… liar —terminó la frase con torpeza.

—No sé a qué te refieres. Es enferma, o algo parecido… en realidad, se encarga de cuidar a los afectados por las Partículas.

—¡Papá!

—¿Qué? —se sorprendió el chico.

—Papá… —farfulló Lan, incrédula—. ¡Fírel! Su nombre es Fírel. ¿Lo conoce? Tiene idea de si…

El hombre se sorprendió tanto como la muchacha y después se limitó a murmurar:

—Por el Gran Linde… ¡No es posible!

17

La locura del horizonte

L
an había pasado la noche en vela, esperando a que saliera el sol para confirmar sus sospechas. Por primera vez, había encontrado una pista sobre el paradero de su padre y eso le hizo sentir una fuerte sensación de irrealidad, como si aquello con lo que siempre había soñado no pudiera estar ocurriendo. El corazón le latía con fuerza, sentía alegría, pero también miedo, confusión.

Fírel tal vez estuviera vivo. Su padre, su querido padre. Lo recordaba como un hombre valiente, alguien que amaba con locura a su mujer y su hija. Tenía un corazón noble y siempre trataba de contagiar su felicidad a los demás, pero, ¿y si había cambiado? Había pasado demasiado tiempo y habían sucedido demasiadas cosas. No quería perderlo otra vez.

El Errante la seguía de cerca, tan solo unos pasos por detrás. Sabía lo importante que era para ella aquel reencuentro y no quería entrometerse, pero temía que únicamente se tratara de una desafortunada coincidencia, o… algo peor. Todo el mundo en el Linde sabía que la Locura del Horizonte envenena la mente, roba el alma.

El Secuestrador observó a Lan avanzando nerviosa, con los puños cerrados; la conocía lo suficiente como para saber que se esforzaba por mantener el coraje necesario para enfrentarse a aquella situación, pero temía que se llevara un terrible disgusto.

—Hemos llegado —dijo el hombre que los rescató.

—¿Es aquí? —preguntó Lan, como si necesitara confirmarlo.

El hombre asintió y después les mostró una hilera de casas construidas en primera línea del mar, aunque, como todo en aquel pueblo, parecían estar a punto de venirse abajo.

—Seguidme y… no hagáis demasiado ruido, por favor.

El hombre los guió entre las casitas de madera hasta encontrar una galería con un larguísimo pasillo que comunicaba todas las estancias. Era un lugar luminoso decorado con coloristas murales donde reinaban el silencio y la tranquilidad.

—Buenos días —los saludó una señora menuda, que cargaba con un buen montón de sábanas sucias.

—Disculpe —la detuvo el hombre—. Venimos a visitar al Corredor.

—¡Vaya! No recibe demasiadas visitas —se alegró la mujer—. Está al final del pasillo, en la última puerta. No tiene pérdida —les indicó.

—Muchas gracias.

La mujer siguió con sus tareas y entonces el Errante sintió curiosidad:

—¿Hay muchos… afectados? —preguntó con cuidado de no herir la sensibilidad de Lan.

—Demasiados —respondió escueto—; pero, por suerte, también contamos con numerosos voluntarios que se encargan de ellos. Los cuidan muy bien.

—Y él…

—Apareció de repente —lo interrumpió—. Hace ya muchos años. Estaba completamente solo, se había perdido. —el hombre se rascó la barbilla recordando y continuó—: Creíamos que no sobreviviría, pero conseguimos estabilizarlo. Al principio tenía momentos de lucidez y nos explicaba cosas que no estaba seguro de haber vivido o soñado… por eso dedujimos que era un Corredor.

Por fin llegaron a la última puerta. Era de madera, verde y tenía un bonito sol amarillo pintado. La muchacha alcanzó el pomo y se dispuso a girarlo con cuidado.

—Lan… —la retuvo el Errante.

La muchacha se giró; no habían hablado demasiado desde la noche anterior.

—No te preocupes, estoy bien.

El Secuestrador asintió inquieto y ella forzó una sonrisa. Lan respiró hondo, tratando de relajar todos los músculos de su cuerpo. Recordó lo maravillosa que había sido su infancia y después se preparó para que lo que pudiera encontrar al otro lado.

Se le hizo un nudo en el estómago.

Le empezaron a temblar las manos.

Al fin, abrió la puerta, decidida, y encontró a un hombre de espaldas, mirando absorto el paisaje por la ventana.

Los ojos se le humedecieron. ¿Sería aquél su padre?

La muchacha se acercó unos pasos, examinando detenidamente la habitación. Era una estancia blanca y limpia bañada por la luz que provenía del otro lado del ventanal. Aunque apenas contaba con mobiliarios, había todo lo necesario para llevar una vida de reposo y descanso. Se respiraba calma, paz.

—¿Papá? —dijo, con un hilo de voz.

La silueta se giró lentamente. A pesar de estar sentado, se podía apreciar a simple vista que se trataba de un hombre de complexión atlética.

—¿Papá? —repitió mientras sentía cómo los ojos se le llenaban de lágrimas.

Reconoció aquella sonrisa al instante; era como mirarse al espejo. Su rostro había envejecido, su cabello negro se había punteado de canas y había perdido algo de peso, pero por lo demás seguía estando igual. Era Fírel, el mejor Corredor de Salvia, su padre.

El hombre se puso en pie y se acercó a Lan para examinarla detenidamente. La miraba con asombro, como si hubiera encontrado el más valioso de los tesoros. Acarició uno de sus mechones desigualados y después recorrió con los dedos su mejilla. Se le humedecieron los ojos, que finalmente derramaron una sentida lágrima.

—Papá… soy yo, Lan. ¿Me recuerdas, papá? —dijo entre sollozos, abrazando con fuerza a Fírel—. Tu hija.

—Lan… —repitió el hombre, luchando por encontrar resquicio de cordura en su nublada mente.

A la muchacha se le desbocó el corazón. Su padre estaba vivo, ¡lo había encontrado! En ese instante de absoluta felicidad, pensó que todo el sufrimiento por el que había pasado valió la pena.

Se separó con cuidado de él y entonces Fírel le sujetó las manos con fuerza, sintiendo el mismo tacto cálido que lo arropaba cuando era pequeña. El hombre le dedicó una de sus mágicas sonrisas y después, sin más, sus ojos se perdieron en el infinito y desvío su atención hacia la ventana.

Le soltó las manos con delicadeza e inexplicablemente la muchacha sintió que alguien se lo estaba llevando muy lejos. El horizonte lo llamaba.

—Papá… —farfulló.

La mirada de Fírel se concentró en el vaivén de las olas. Estaba como hipnotizado.

—Lan… —susurró su padre—. Está allí… tan cerca… Lan —repitió una vez más, como si estuviera librando una batalla perdida de antemano contra su propia mente.

La muchacha agachó la cabeza y se sintió derrotada. Gruesas lágrimas recorrieron sus mejillas y entonces comprendió que, en realidad, debía sentirse afortunada. Aunque fuera en el más recóndito lugar de su mente enferma… su padre seguí recordándola.

***

La ligera sombra de un tamarindo protegía a Lan del ardiente sol de mediodía. De sus ramas colgaban toda clase de objetos de latón que se mecían con la brisa marina y producían un relajante tintineo. Tras el reencuentro con su padre, la muchacha había pedido que la dejaran a solas unos minutos. Necesitaba pensar. Asimilar todo lo sucedido.

Se había sentado en el interior de una pequeña embarcación partida en dos que ahora servía de zona de juegos para los niños. Había hundido su cabeza entre las manos y miraba fijamente los dedos de sus pies descalzos removiendo la arena de un lado a otro.

—Papá… —murmuró para sí.

Haber encontrado a su padre en ese estado le había causado una gran impresión. Por un lado, comprobar que seguía vivo la colmó de felicidad, pero por el otro le había mostrado una realidad muy alejada a la que siempre había soñado. Era consciente de que la enfermedad provocada por las Partículas le había arrebatado su personalidad, sus recuerdos, su alma.

«Jovencita, ese de ahí dejó de ser tu padre hace mucho tiempo. Lo que queda de él es sólo es un reflejo de lo que fue. Al verte, reaccionó por instinto, eres parte de él y eso ninguna enfermedad podrá arrebatárselo jamás» recordó las palabras de Obán cuando quiso consolarla.

Lan se secó los ojos con las mangas y entonces escuchó el sonido de un par de botas acercándose. Instantes después se encontró frente a frente con el rostro del Secuestrador, que se había acuclillado para ponerse a su altura.

La muchacha contempló sus ojos oscuros, en los que podían reconocerse diminutas Partículas reflejando la luz a lo lejos, esperando a que una nueva ruptura las hiciera brillar por sí mismas. Su mirada era todo compasión. Aquel muchacho que tanto la confundía le estaba tendiendo una mano imaginaria. Estaba a su lado, apoyándola de forma incondicional.

—¿Tienes hambre? —le preguntó con la encantadora voz de un Caminante.

Lan no contestó.

El chico se revolvió el pelo, pensativo, y confesó:

—Está bien, al parecer aún sigues enfadada conmigo. Sé que anoche fui algo brusco, pero…

—No, no estoy enfadada —lo interrumpió—. En solo que… encontrar a mi padre me ha hecho pensar y… quiero que entiendas que no pienso rendirme. Nunca pretendimos formar parte de todo esto, pero ya es demasiado tarde… Creo en esta misión con todo mi corazón y, aunque reconozco que tengo miedo, peor sería rendirse y condenar lo poco que me queda. Así que… —Lan trató de controlar su voz, que había comenzado a temblar—, no es algo que ni tu ni yo podamos decidir.

El Errante permaneció callado con aire meditabundo hasta que eligió distanciarse un poco más de ella.

—Venga, ponte en pie. ¿Cómo vas a emprender un viaje tan largo sin antes reponer fuerzas? Nos han preparado pescado, marisco, frutos del mar… ya sabes, todo excesivamente aderezado con sal. —Intentó distraerla.

El comentario consiguió arrancarle una sonrisa.

—Si no te das prisa me lo zamparé todo yo.

La muchacha se incorporó, sacudiéndose la ropa, y por fin contestó;

—Pues espero que lo acompañes con uno de esos contenedores de agua dulce —dijo, señalando un bidón más alto que ella.

—¡Ja, ja, ja! —rio el chico.

Lan lo observó, ahora algo más animada y después dijo:

—¿Sabes? Es muy gracioso. Cuando te ríes así casi no se te ven los ojos. —Imitó su expresión.

—¿De verdad?

A partir de ahora debería esforzarse más, pensó el joven. Tendría que mantener las distancias; en todos los sentidos.

—Si yo tengo una tonta sonrisa… tú tienes una tonta mirada —bromeó la muchacha mientras se enjugaba las últimas lágrimas.

***

Pasaron los días con relativa calma. En aquel clan todo iba despacio, la gente era tranquila y muy despreocupada. Únala se esforzaba al máximo en complacer al Hijo del Linde… Había preparado un buen surtido de víveres y elegido a los mejores
wimos
para cargar con las provisiones. Además, ella, personalmente, estaba poniendo a prueba a sus hombres para escoger a aquellos que los acompañarían en su travesía.

Mientras tanto. Lan y el Secuestrador se había dedicado a recuperar fuerza, y ahora tan sólo esperaban el momento adecuado para partir. Habían consultado la Esfera varias veces y, aunque el Templo seguía encontrándose bastante lejos, sabían que podían conseguirlo. Por supuesto, no habían revelado su secreto a Unala, ya que nadie les aseguraba que no iba a reaccionar como Mezvan o cualquier otro líder cegado por poder. No. Ella, como todos los demás, creía que el Hijo de Linde era capaz de orientarse por sí mismo.

Lan se dirigió a la casa de Obán con un instrumento llamado «
vuelve
». Lo había forjado uno de los aprendices del herrero y, según le habían contado, era una excelente herramienta de caza. El hombre le había prometido, entusiasmado, que le enseñaría a utilizarlo, y además le había regalado dos nuevos cuchillos, que ahora llevaba ceñidos a un grueso cinturón de cuero.

Aún lamentaba haber dejado las herramientas de su padre en el invernadero, pero sabía que Embo cuidaría bien de ellas. No tenía previsto marcharse de Rundaris, sólo esconderse durante un buen tiempo, así que no había sido un descuido, sino más bien un accidente.

La muchacha pasó la tarde entrenando con el
vuelve
hasta que las hijas preguntonas de aquel hombre se le acercaron.

—¿Sabes lo que es un pescador de tesoros?

—¿Lo sabes?

—Sí, ¿lo sabes? ¿Un pescador de
tesodos
? —insistió la más pequeña, imitando a sus hermanas.

—Yo… —quiso responder.

—Están aquí. Han vuelto —la interrumpieron.

—Los pescadores de
tesodos
.

El hombre envainó su
vuelve
y se dirigió a la mayor de sus hijas:

—Así que los chicos han vuelto —celebró—. ¿Y traen algo interesante?

—Creo que sí, papá.

—Sí, sí, ¡Sí!

—¿Tesoros? —preguntó Lan.

—Así llamamos a todo lo que nos trae la corriente —le explicó Obán—. No solemos cruzar el Límite, pero sí nos introducimos en el mar para peinar las profundidades.

Lan pasó la tarde con las niñas, clasificando en montones todo lo que los pescadores habían recogido. Una pila para las cosas de hierro, otra para las de madera, otra para los objetos pequeños y otra para las inservibles. Allí encontraron de todo, ya que a menudo la Quietud se rompía y aparecían fragmente de clanes enteros flotando en alta mar. Puertas, ventanas, útiles de cocina, sillones, plantas arrancadas de cuajo, retales, comida podrida e incluso alguna que otra piedra de cuarzo candil. La mayoría de los tesoros podían ser reciclados, aunque a menudo se les daba un uso muy distinto de aquel para el que fueron concebidos.

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