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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Francia (16 page)

BOOK: La formación de Francia
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El papa fue puesto bajo custodia y maltratado. Los Colonna querían matarlo allí mismo, pero Nogaret lo impidió, pues sabía bien que si se llevaba demasiado lejos la cuestión, podía tener resultados adversos.

Bonifacio pronto fue liberado y retornó a Roma, pero la bula de excomunión nunca fue promulgada y el papa, de casi setenta años de edad y quebrantado por la humillación que había sufrido poco después de proclamarse el señor de la Tierra, murió a las pocas semanas.

Fue sucedido en el solio apostólico por Benedicto XI. El nuevo papa era partidario de Bonifacio, pero hizo lo que había que hacer. Cedió ante Felipe IV y no hizo ningún intento de continuar la lucha. Se contentó con excomulgar a Nogaret.

Lo que había ocurrido era muy claro. Los papas anteriores habían combatido con éxito contra los monarcas utilizando principios feudales. Siempre habían tenido la capacidad de volver a los señores contra el rey y privar a la nación de los servicios eclesiásticos. Pero ahora los papas ya no podían hacerlo. De acuerdo con el nuevo espíritu nacionalista, era más difícil impulsar a los señores a rebelarse y más fácil hacer que el clero sirviese al pueblo, aun contra la voluntad del papa. Mientras que antes se elegía al papa antes que al rey, ahora se elegía al rey antes que al papa. El papado mantuvo su influencia, poderosa en algunos lugares, hasta el día de hoy. Pero después del «Terrible Día de Anagni», el papado nunca pudo nuevamente dominar a los reyes. Como «gran poder» político fue destruido en un solo día, y en el momento en que parecía estar en el apogeo de su poder.

Pero Felipe IV no estaba satisfecho. Quería más. No le bastaba que el papa cediese ante él. Quería un papa que fuese directamente un títere suyo.

Por ello, cuando Benedicto XI murió, en 1304, después de un pontificado de sólo un año, Felipe usó de toda su influencia en la elección del nuevo papa. El candidato de Felipe era el arzobispo francés de Burdeos, quien fue elegido el 5 de junio de 1305 y adoptó el nombre de Clemente V.

Hombre enfermo y personalidad débil, Clemente V estuvo desde el principio bajo la dura influencia del rey francés. Felipe lo obligó a convenir (probablemente antes de la elección y como precio por su apoyo) en trasladar su sede de Roma a la posesión pontificia de Aviñón, a orillas del río Ródano y a 650 kilómetros al noroeste de Roma. Aviñón era francesa, y ahora era una muchedumbre francesa, no italiana, la que podía amenazar al papa.

Clemente fue forzado a nombrar suficientes cardenales franceses como para asegurar que se seguiría eligiendo a papas franceses. (De hecho, siete papas sucesivos, empezando por Clemente V, residieron en Aviñón, durante un período de sesenta y ocho años. Este hecho, a causa de su semejanza con los setenta años durante los cuales los judíos estuvieron exiliados en Babilonia, es llamado a veces «el cautiverio babilónico del papado». Aún posteriormente, cuando los papas retornaron a Roma, hubo otro período de cuarenta años durante los cuales hubo pretendientes al pontificado en Aviñón.)

Clemente fue obligado también a anular las bulas
Clerícis laicos
y
Unam sanctam
, abandonando, así, en teoría, lo que el papado había perdido de hecho. Hasta tuvo que levantar la sentencia de excomunión contra Nogaret. Finalmente, inclinó la cabeza y admitió no intervenir en lo que Felipe pensaba hacer con respecto a los templarios.

Muerte de los Templarios

La organización de los Templarios nació en Tierra Santa después de la Primera Cruzada. En 1119, cierto caballero hizo voto de proteger a los peregrinos que acudían a Jerusalén. Se le unieron otros, y pronto se formó un grupo de combatientes que hacían voto de pobreza y de total devoción a Jesús. Estos monjes guerreros recibieron, como primer cuartel general, un sector del palacio de Jerusalén que estaba junto al sitio donde se creía que había estado el Templo de Salomón. Por eso, se llamaron los «Caballeros Pobres de Cristo y del Templo de Salomón». Este nombre fue abreviado en el de «Caballeros Templarios», o sólo «Templarios».

Los monjes guerreros combatieron heroicamente durante las Cruzadas, pero también recibieron ricas donaciones de quienes se sentían culpables, quizá, por no combatir ellos mismos en Tierra Santa. Los «Caballeros Pobres» pronto ya no fueron pobres, sino que se convirtieron en una gran orden disciplinada con ramas en toda Europa, y que acumuló riquezas rápidamente. En Francia era más fuerte que en cualquier otra parte, naturalmente, pues fue la nobleza francesa la que llevó el peso principal de las Cruzadas.

Aún después del ocaso de las Cruzadas y cuando la posición de los cruzados en Tierra Santa se hizo desesperada, los templarios siguieron fortaleciéndose. Su poder, su riqueza y su inatacable posición como piadosos y castos guerreros de Cristo los convirtieron en un Estado dentro del Estado y una Iglesia dentro de la Iglesia. No podían ser controlados por los obispos ni por los reyes, y se comportaban y eran tratados como si fuesen un poder soberano.

Con la riqueza que poseían, se convirtieron en los prestamistas de Europa, cobrando intereses igual que los judíos, pero de una manera indirecta que les permitía sostener que seguían principios cristianos y que no eran intereses. Además, podían acumular riquezas más eficientemente que los Judíos, pues tenían mucho más poder y eran mucho menos vulnerables a ser asesinados por muchedumbres que actuasen como defensoras de la fe.

A finales del reinado de Luis VII, los templarios recibieron una franja de tierra en las afueras de París. Allí construyeron un cuartel general llamado «el Temple», que fue el primer centro de la orden. En la época de Felipe IV, el Temple, bajo el gran maestre de los templarios Jacques de Molay, era el centro financiero de Europa Occidental, una especie de «Wall Street» medieval.

Pero no hay nada más implacable y peligroso que un deudor poderoso. A medida que los templarios se hicieron cada vez más arrogantes y confiados, inevitablemente tenía que llegar un momento en que prestasen dinero (y exigiesen el pago, ésta era la cuestión) a alguien suficientemente poderoso e inescrupuloso como para devolverles el golpe.

Ese «alguien» fue Felipe IV. Estaba en deuda con el Temple, y pese a sus exacciones a los prestamistas judíos e italianos (a quienes podía saquear a su antojo sin pensar en el pago), pese al aumento de los impuestos, sabía que nunca podría devolver el dinero al Temple o satisfacer a los caballeros de dura mirada que lo constituían. La única alternativa era disolver el Temple, destruir a los templarios y apropiarse de su riqueza.

Para eso necesitaba la cooperación del papa. Clemente V, se supone, prometió tal cooperación como parte del precio por ser papa. Tampoco podía retractarse, pues Felipe IV lo chantajeaba continuamente con la amenaza de montar un juicio contra el difunto Bonifacio y ennegrecer irreparablemente la reputación del papado. Y quizás a Clemente no le disgustaba del todo la posibilidad de aplastar a los templarios; después de todo, eran ricos, poderosos y no se sometían a la autoridad clerical.

¿Qué pasaba con la gente? A muchos les disgustaba la arrogancia de los templarios, pero también inspiraban un temor supersticioso. Eso sí, los templarios tenían una debilidad: su organización era secreta, y la gente siempre está dispuesta a creer lo peor con respecto a ritos secretos. Era sencillo sostener que los templarios cometían, en secreto, toda suerte de abominaciones sexuales y religiosas, negando a Cristo, adorando ídolos y practicando la homosexualidad. Los templarios hasta podían admitir todo esto, si eran sometidos a tortura, y en ese siglo (como en otros, inclusive en el nuestro) la gente estaba dispuesta a creer las confesiones arrancadas de este modo.

Mas para que eso diese resultado, no debía haber fuera del alcance nadie suficientemente poderoso como para iniciar una contrapropaganda. Jacques de Molay estaba seguro en Chipre, de modo que Felipe y el papa lo hicieron retornar a Francia para discutir, supuestamente, una nueva cruzada. Sin sospechar nada, de Molay volvió.

Hasta el último minuto, Felipe mantuvo la actitud más amistosa y más lisonjera hacia los templarios; y luego actuó. El 13 de octubre de 1307, los funcionarios del rey arrestaron a todos los templarios que encontraron, incluyendo a de Molay. No hubo resistencia ni huidas. El golpe dado por sorpresa tuvo éxito.

Tampoco hubo dilaciones. Los templarios prisioneros fueron interrogados inmediatamente, mediante la tortura, claro está. La tortura continuó hasta que confesaron, y mientras se les torturaba se les decía que ya otros habían confesado. La única alternativa a la confesión era la muerte por tortura, y solamente en París treinta y seis templarios murieron antes que confesar. Pero de Molay no se contaba entre ellos. Fue quebrantado, y esto empeoró la situación para los otros. Los templarios confesaron todas las abominaciones que se les exigía que confesaran. Felipe IV cuidó luego de que la noticia de la confesión se difundiera por toda la nación, usando la opinión pública contra los templarios como antes había hecho contra el papa Bonifacio.

Aquellos templarios que confesaron no se salvaron. Les infligieron castigos humillantes, y finalmente fueron quemados en la hoguera por orden del implacable Felipe. El mismo Jacques de Molay fue el gran instrumento para la demostración. Fue obligado a confesar una y otra vez y pasó años de humillación y desdicha, aunque era un viejo de cerca de setenta años. Finalmente, fue quemado vivo el 19 de marzo de 1314 delante de Notre Dame, y en el último momento aprovechó la ocasión para negar todo lo que le habían obligado a confesar.

Así, los templarios fueron ahogados en su propia sangre; las deudas de Felipe quedaron suprimidas, y la Iglesia y el Estado se repartieron las posesiones del Temple.

Todo este procedimiento tuvo consecuencias terribles. Estimuló la creencia en la brujería y dio la mejor consagración al uso de la tortura y de los más crueles tratos para cualquiera que fuese acusado de herejía. Lo que hizo Felipe por fría necesidad de dinero originó cinco siglos de horror en Europa en nombre de la religión.

Hay un relato según el cual de Molay, en la hoguera, citó al rey y al papa a comparecer con él ante el tribunal del Cielo antes de terminar el año. Si fue así, el llamado fue respondido. El papa Clemente murió el 20 de abril de 1314, un mes después de que las llamas consumiesen a de Molay, y el rey Felipe murió el 20 de octubre de ese año.

En el momento de la muerte de Felipe, Francia estaba en el apogeo de su poder medieval y era claramente la potencia principal de la Europa cristiana. Este, tradicionalmente, había sido el papel de los dos Imperios, el Alemán y el Bizantino. Pero en tiempo de Felipe el Imperio Bizantino estaba reducido a la ciudad de Constantinopla, aparte de algunas parcelas dispersas de tierras, y el Imperio Alemán estaba prácticamente sumido en la anarquía desde la muerte del emperador Federico II.

Alrededor de 1306, un abogado francés, Pierre Dubois, que había figurado como representante en dos de los Estados Generales de Felipe, publicó un folleto que aparentemente trataba de una cruzada para recuperar Tierra Santa. Pero, principalmente, urgía a Felipe a formar una liga europea de naciones bajo la conducción de Francia, en la que todas las disputas serían resueltas por arbitraje, y no por guerras, en la que se impartiría educación universal y donde la propiedad de la Iglesia sería secularizada. Ha habido pocos hombres tan adelantados a su tiempo como Dubois.

Otro signo del éxito Capeto fue que miembros de la familia ocupaban tronos fuera de Francia. Aunque Carlos de Anjou había perdido Sicilia como resultado de las Vísperas Sicilianas, su hijo, Carlos II, que sobrevivió a su prisión por los aragoneses, logró, con ayuda papal, retener el sur de Italia. Gobernó como rey de Nápoles hasta 1309, cuando fue sucedido por un hijo menor, Roberto I, quien gobernó hasta su muerte, en 1343.

El hijo de Carlos II fue elegido rey de Hungría con el nombre de Carlos I, y bajo su hijo Luis I (llamado «Luis el Grande») ese país alcanzó el pináculo de su prosperidad. Luis gobernó Hungría de 1342 a 1382, y también Polonia desde 1370 en adelante.

Sin embargo, el reinado de Felipe IV no fue un éxito en todo. De hecho, tuvo tres notables fracasos.

Primero, pese a sus grandes esfuerzos, tanto honrados como sucios, Felipe no resolvió los problemas financieros del gobierno. Sus ingresos eran diez veces mayores que los de Luis IX, pero ni siquiera así estaban a la par de los gastos. Peor aún, a causa de los impuestos no equitativos y los métodos primitivos de recaudación, el pueblo francés estaba abrumado por las exacciones financieras, pero el gobierno no tenía dinero.

Segundo, los Estados Generales no lograron su propósito. En Inglaterra, una organización similar dio origen al Parlamento, que brindó al país un gobierno de incomparable eficiencia e ilustración. Pero esto ocurrió porque en Inglaterra la nobleza inferior y la clase media se unieron contra el absolutismo de los monarcas y la anarquía de los grandes nobles. En Francia, desgraciadamente, la división entre la nobleza y los burgueses era infranqueable, y los Estados Generales nunca llegaron a ser un arma efectiva del gobierno.

Tercero, y a corto plazo lo más importante, Felipe IV, tan sagaz en general, no aprendió la lección de la batalla de Courtrai. Ni tampoco los militares franceses en general. E iban a pagar pesadamente por ello.

Los tres hijos

El hijo mayor de Felipe IV le sucedió con el nombre de Luis X. Es llamado en las historias «Louis le Hutin», donde esta última palabra puede traducirse por «Obstinado». Esta quizá describa sus características como hombre, pero como rey el Joven (tenía veinticinco años cuando subió al trono) no mostró ningún vigor. Su tío Carlos, hijo de Felipe III y hermano menor de Felipe IV, dominó fácilmente al nuevo rey y fue el verdadero gobernante.

Felipe III había dado a su hijo menor Carlos el condado de Valois, un territorio situado a unos cincuenta y cinco kilómetros al noreste de París, como infantado. Por esta razón, el tío de Luis X es llamado Carlos de Valois.

Bajo Luis X y Carlos de Valois, hubo una reacción contra la política de Felipe IV. Los nobles y el clero recuperaron parte del poder que les había arrancado el duro Felipe. El intento de proseguir la política exterior de Felipe invadiendo Flandes quedó anegado en torrenciales lluvias, impropias de la estación, en el verano de 1315.

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