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Authors: I. Biggi

Tags: #Intriga, #Policíaco

La fórmula Stradivarius (27 page)

BOOK: La fórmula Stradivarius
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—Ahora que lo dices —dijo Ludwig haciendo memoria—, algo de eso me explicó el director del conservatorio madrileño que me dio tu nombre. Hablaba del secreto de Stradivarius.

—Seguro. Se ha convertido en un mito para explicar por qué son los mejores.

—Pero no pareces estar muy convencida.

—Con Stradivarius ha pasado lo que con otros muchos mitos de hoy en día —dijo Martha—. Por circunstancias, se ha convertido en el elegido. Pero en su tiempo, sus instrumentos se cotizaban a la par que los Guarneris y por debajo de los Amati y los Stainer. Pero ocurrió algo que nadie podía prever. Cambiaron los gustos. Los cuartetos de cuerda que tocaban en pequeñas salas dieron paso a las grandes orquestas, que actuaban en amplios auditorios. Los instrumentos necesitaban más volumen, más potencia. Los Stradivarius, por la forma en que habían sido fabricados, ofrecían una gran potencia en frecuencias de dos mil a cuatro mil hercios, a las que el oído humano es más sensible. Estas frecuencias en salas pequeñas son absorbidas por las paredes, pero en estancias grandes resultan más audibles.

—¿Qué hace que un instrumento sea perfecto? —preguntó Ludwig.

—Varias cosas. Primero su potencia acústica, o sea, el mayor volumen sonoro que puede emitir sin ruidos, ni oscilaciones. Sin alteraciones. Segundo, que posea un timbre agradable. El timbre es la cualidad específica que nos permite distinguir dos o más sonidos iguales en altura, duración e intensidad producidos por diferentes instrumentos o voces. Tercero, que tenga un equilibrio sonoro perfecto… La sensibilidad o fácil respuesta del instrumento para todos los sonidos… La sensibilidad
di soglia
, es decir, inmediata… Una duración notable de vibración…

Ludwig se estaba arrepintiendo de haber hecho la pregunta pero no le quedaba más remedio que continuar atento.

—También es importante la fácil emisión de los sonidos parciales, la ausencia absoluta de ruidos, batimientos, notas falsas…

—¿Quieres otra cerveza? —preguntó Ludwig al ver que Martha había terminado la jarra, deseoso de tomar la iniciativa.

—No, es tarde —dijo la profesora y, mirando directamente a los ojos de Ludwig, añadió con toda naturalidad—: Vivo aquí cerca. ¿Te apetece venir a cenar a mi casa?

—Señor, es para usted —dijo el guardaespaldas rubio alcanzando su móvil a Pawlak.

El anciano se quedó un momento perplejo. Aquello se salía de lo habitual. Alguien llamaba al móvil de Hermann preguntando por él. Alguien que conocía el número de teléfono de su ayudante, lo cual indicaba que también sabía que Pawlak no solía hacer uso de esos artilugios. Alguien lo suficientemente cercano como para que el susceptible guardaespaldas no se alarmara y le tendiera el aparato.

Se encontraban en la escuela privada del anciano con el director Koerner preparando el programa para el concierto que los jóvenes violinistas ofrecerían ante un selecto número de invitados, con motivo de la Nochebuena, en la mansión del anciano nazi. Sentados alrededor de la mesa del director, elegían las piezas que serían interpretadas en tan especial noche. De pronto, el teléfono del rubio comenzó a sonar.

Ajeno al timbre, Pawlak había continuado fingiendo atender las disposiciones del director, que aconsejaba unas obras y desechaba otras. Koerner también proponía los nombres de los alumnos más brillantes que podían tomar parte en el recital y los solistas más apropiados para cada pieza. El anciano asentía con descuido a las explicaciones del director.

El rubio guardaespaldas había sacado el aparato de su bolsillo y mirado la pantalla para reconocer el número. No movió un músculo cuando vio en ella que el teléfono desde el que llamaban tenía un número sin identificación. Se lo colocó en la oreja derecha antes de proferir un seco
Ja
. Después permaneció un rato escuchando, sin decir nada, hasta que, tapando el auricular, se lo ofreció a su jefe.

Pawlak consiguió vencer su fobia a aquellos aparatos y se lo acercó al oído.

—Buenas tardes —dijo una voz desconocida en alemán—. No se alarme, señor. Mi teléfono y el de su hombre están protegidos por un sistema de codificación muy seguro y casi imposible de rastrear. Aun así, la conversación será breve. Tras ella, su hombre tiene instrucciones precisas para deshacerse de este aparato y cambiar de número.

Pawlak no había dicho ni una palabra y consideró superficial hacerlo ahora, por lo que se limitó a escuchar.

—Hemos recibido cierta información que podría suponer un grave peligro para usted. La policía española está trabajando en un caso de asesinato. Sus investigaciones los han llevado a preguntar por el paradero de cuatro hombres, los señores Eichhorts, Schäuble, Dönitz y Hielscher. También han preguntado por un tal Menasés Liebnitz, un judío polaco que estuvo en los
lager
y que, tras la guerra, se unió al grupo de Simon Wiesenthal. Dicho judío abandonó años después al cazanazis y se retiró a Jerusalén, de donde no había vuelto a salir hasta ahora. Parece ser que, en estos momentos, se encuentra en Madrid y posiblemente esté detrás del interés de la policía por esos cuatro hombres.

»También han preguntado, aunque no sabemos si esto guarda relación, por la situación en que se encuentra un violín expuesto en un museo de Oxford, conocido por el nombre de el Mesías, y han pedido un listado con todos los instrumentos robados en los últimos cinco años. Se han interesado por el intento de robo de un violonchelo conocido como el Piatti. El policía que ha cursado la petición se llama Pablo Herrero, es inspector jefe de la Brigada de Homicidios de la Policía Nacional, un hombre metódico, tranquilo y poco ortodoxo en su profesión. Tiene fama de ser un buen profesional.

»Continuaremos vigilando al judío y al policía, y le tendremos informado de cuanto ocurra. De todas formas, creemos que quizá sería necesario eliminar a Liebnitz. Puede que guarde información relevante de los tiempos en que trabajaba para Wiesenthal. Si desea algo más, ya sabe cómo localizarnos.

El anciano colgó y mantuvo el mismo silencio. El director de la escuela había dejado de hablar hacía rato al ver el inescrutable rostro de su jefe.

—Disculpe, señor Koerner —dijo pensativamente Pawlak—. Me temo que he de irme. Siga usted con el programa y lo discutiremos en otro momento.

El anciano se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta, seguido por el silencioso guardaespaldas.

GAD (
VENTURA
)

Hay geometría en el canturreo de las cuerdas; hay música en el espacio que separa las Esferas
.

Pitágoras

M
enasés se hallaba sentado en un banco frente al Palacio de Cristal, en el popular parque del Retiro, al que se había aficionado, contemplando cómo una señora daba de comer a los peces del estanque. Como lenguas rojas corrían por debajo del agua tratando de situarse en la mejor posición para recoger las migas de pan que la mujer arrojaba. El sol no calentaba demasiado, pero bendecía con su luz a los ociosos paseantes.

Cerca de la buena mujer una chica, apoyada en la balaustrada, daba la espalda al estanque. Era alta y bastante agraciada. Llevaba la morena melena rizada sobre los hombros. Vestía unos vaqueros deshilachados en algunas partes, según la moda, y una blusa granate sobre la que lucía un bonito abrigo de piel color arena. La muchacha, con los ojos cerrados, parecía estar disfrutando de la música que escuchaba a través de unos auriculares.

Menasés de vez en cuando miraba a la guapa chica con la que había coincidido al salir de la boca del metro, situada prácticamente a la entrada al parque. Quizá en otros tiempos se hubiese fijado mejor en ella, tanto por su belleza como por la casualidad de la coincidencia. Pero esos tiempos habían pasado. Si alguien quería hacer algo con él, no necesitaba disimular demasiado.

De pronto la muchacha se envaró y apretó el auricular derecho contra su oído como si quisiera prestar especial atención. Al instante dijo unas pocas palabras sin dirigirse a nadie y se alejó.

El anciano esperó pacientemente a ver qué sucedía. No tuvo que esperar demasiado. Por el caminillo por el que se había alejado la chica llegaba un personaje conocido para el rabino. El hombre, de mediana edad, con su sempiterno abrigo jaspeado, el sombrero de fieltro bajo el que destacaba el recortado bigote, no se daba excesiva prisa en acercarse.

—Buenos días, inspector Herrero. Hermosa mañana para pasear, ¿no cree?

—Lo sería si estuviese de fiesta, pero no es el caso —respondió el policía con las manos en los bolsillos—. ¿Qué tal se encuentra, rabino?

—Bien, bien. ¿No desea sentarse a mi lado?

—Estaba a punto de preguntarle si le importaba que le hiciera compañía. ¡Ahh! —exclamó Herrero tomando asiento—. Qué bien se está. Debería venir más a menudo.

—¿Todas las agentes son tan bonitas? —preguntó Menasés observando al policía.

—Algunas lo son más aún —respondió sin inmutarse el inspector—. Elena pertenece a mi brigada. Quería hablar con usted y se me ocurrió que hacerle seguir sería una buena manera de encontrarlo. Espero que no le haya molestado.

—No, no. Por favor. A mi edad es un honor ser el centro de atención de una chica tan guapa.

—Pues ya puede quitársela de la cabeza —señaló Herrero sonriendo—. Elena está felizmente casada con un vendedor de seguros, aunque —apuntó bajando la voz para hacerle una confidencia—, no sé qué ve en ese hombre, pero en fin, ¡así son las mujeres!

Los dos se quedaron en silencio disfrutando de la tibia luz. Por un momento olvidaron los asuntos que les preocupaban y se limitaron a descansar.

—Menasés… es un nombre bíblico, ¿verdad? —dijo el policía sin abrir los ojos, ofreciendo el rostro al sol—. Del Génesis, el primer libro de la Biblia.
Olvidadizo
. No es un nombre que le haga justicia. Usted no olvida.

—No, es cierto, no olvido. Usted tampoco olvidaría. ¿Qué me dice del suyo? Pablo, de Saulo. No me recuerda usted a ese santo cristiano.

—Mi abuelo se llamaba así. Fue minero en la provincia de León hasta que enfermó por el carbón —contestó el policía y abriendo los ojos añadió mirando a su compañero de banco—: No puedo llegar a imaginar semejante barbaridad.

—Nadie puede hacerse una idea —asintió el anciano, con la mirada perdida al frente—. Los campos de concentración, los vagones de la muerte, las cámaras de gas, el humo día y noche saliendo por las chimeneas de los hornos crematorios, mis padres muriendo ante mis ojos, el exterminio, la locura humana.

—Menasés, ¿puedo llamarlo así? —dijo el inspector tras guardar un respetuoso silencio en honor de los que habían sufrido la barbarie—. Estupendo. Menasés Liebnitz: matemático, cabalista y exégeta. He tenido que mirar el diccionario para saber qué significa esa palabra: «persona que interpreta o expone un texto», en su caso la Torá, ¿verdad? Prisionero de los campos de exterminio nazis, y colaborador del famoso Simon Wiesenthal. Ayudó al Mossad en la detención de uno de los nazis más buscados. Realmente impresionante su currículo.

—Me alegro de que le guste.

—Impresionante, sí —repitió el policía—. Dígame, ¿por qué dejó el grupo de Wiesenthal?

El anciano miró al cielo mientras pensaba. A su lado Herrero fingía hacer lo mismo.

—«Si luchas contra monstruos, tú serás uno de ellos. Si miras al abismo, el abismo te devolverá la mirada» —recitó al final Herrero ante el pertinaz silencio de su acompañante.

El rabino había vuelto la cabeza en cuanto el policía había comenzado la cita, mirándolo fijamente.

—Friedrich Nietzsche —dijo Menasés cuando el policía acabó—. El filósofo alemán en el que se apoyaron los nazis con su teoría del superhombre. Veo que entiende mis motivos. Es verdad, me estaba convirtiendo en un monstruo como ellos de tanto mirar al abismo. Noté que él también quería mirar dentro de mí. Por eso me retiré.

Herrero hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Al cabo de un rato preguntó:

—Siempre he tenido la curiosidad. ¿Qué es un cabalista? He leído cosas, todas un tanto místicas y ambiguas. Nunca he conocido a uno. ¿Me lo podría aclarar?

—No existe el término «cabalista» —contestó el rabino—. Esa palabra es una invención de los estudiosos occidentales. El que practica la Cábala se llama
Mekubal
, que quiere decir «el que ha sido recibido». «Cábala» en hebreo significa «tradición recibida». Es una antigua fuente de sabiduría judía que explica las leyes eternas del movimiento de la energía espiritual a través del Cosmos. Se considera que la Cábala es tan antigua como el hombre, pero en el sentido que hoy se le da se considera que apareció en la Edad Media, en el siglo XIII, precisamente en España, de manos de Moisés de León que publicó el
Sefer ha-zohar
, el Libro del Esplendor, custodio de las enseñanzas cabalistas. Pero este libro había sido manuscrito mil años atrás por el rabino Simeón bar Yojai a partir de una tradición oral que se remonta al comienzo de la Humanidad.

»Aunque la realidad es más compleja, se suele relacionar la Cábala con el conocimiento esotérico de la naturaleza del mundo divino y sus conexiones con el Universo. La Cábala pone mucho interés en el análisis de las palabras y de las letras, en su equivalencia numérica, en la sustitución de unas por otras, ya que las veintidós letras del alfabeto hebreo corresponden a las veintidós fuerzas del Universo, ¿entiende? La comprensión absoluta de estas correspondencias nos facilitaría el conocimiento del Universo. Por ejemplo, si yo supiera con exactitud todo el contenido encerrado en la palabra rosa, yo tendría poder sobre esa flor.

»El
Zohar
, el Libro del Esplendor, entiende la divinidad como un flujo dinámico de energía. En lo alto de la escala está Dios y su relación con el Universo, creado a través de los diez
sefirot
, las esferas o planos, que están por debajo de Él. El estudio zohárico se centra en la naturaleza e interacción de estos diez
sefirot
como componentes de la naturaleza divina.

—¿Qué me dice de la búsqueda de un nombre secreto de Dios?

—Que me gustaría saber con quién ha estado hablando, inspector. El nombre de nuestro Dios, Yahvé, está formado por cuatro letras hebreas;
yod, hei, vav
y otra vez
yod
. Nadie sabe realmente cómo se pronuncia. Ese nombre impronunciable y desconocido tiene poder para mover montañas y secar mares. El que lo pronunciara, el que fuera capaz de calcular el valor del Nombre, del tetragrámaton, sería capaz de sacar un planeta de su órbita.

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