(Trigorin entra en la casa.)
N
INA
.—
(Se acerca a las candilejas; después de un momento de reflexión.)
¡Es un sueño!
Comedor en casa de Sorin. A derecha e izquierda, puertas. Un aparador. Un armario con medicamentos. En medio de la estancia, una mesa. Una maleta y cajas de cartón; son evidentes los preparativos de partida. Trigorin desayuna, Masha está de pie, junto a la mesa.
M
ASHA
.— Todo esto se lo cuento porque es usted escritor. Puede aprovecharlo. Se lo digo con el corazón en la mano: si él se hubiera herido seriamente, no le habría sobrevivido ni un minuto. De todos modos, soy valiente. He tomado una decisión: arrancaré de mi alma este amor, lo arrancaré de cuajo.
T
RIGORIN
.— ¿De qué modo?
M
ASHA
.— Casándome. Con Medvedenko.
T
RIGORIN
.— ¿Con el maestro?
M
ASHA
.— Sí.
T
RIGORIN
.— No veo la necesidad.
M
ASHA
.— Amar sin esperanza, pasarse años enteros esperando… No bien me haya casado, adiós, amor; nuevas preocupaciones ahogarán el pasado. De todos modos, ¿sabe usted?, esto representará un cambio. ¿Bebamos otro vaso?
T
RIGORIN
.— ¿No será demasiado?
M
ASHA
.— ¡Qué va!
(Llena dos vasos.)
No me mire de esta manera. Las mujeres beben más a menudo de lo que usted se figura. Las menos beben abiertamente, como yo; la mayoría, a escondidas. Sí. Y siempre vodka o coñac.
(Chocan los vasos.)
¡A la suya! Es usted un hombre sencillo, lástima que se vaya.
(Beben.)
T
RIGORIN
.— También a mí me desagrada partir.
M
ASHA
.— Entonces, pídale que se quede.
T
RIGORIN
.— No, ahora no se quedará. Su hijo se comporta con una falta de tacto extrema. Primero se disparó un tiro; ahora, según dicen, quiere retarme en duelo. ¿A qué santo? Se enoja, refunfuña, aboga por nuevas formas… Pero si sobra sitio para todas, para las nuevas y para las viejas, ¿qué necesidad hay de darse empujones?
M
ASHA
.— Además, los celos. De todos modos, esto no es cosa mía.
(Pausa. Yákov cruza la escena de izquierda a derecha llevando una maleta; entra Nina y se detiene junto a la ventana.)
M
ASHA
.— Mi maestro no es muy inteligente, pero tiene buen corazón, es pobre y me quiere mucho. Me da pena. También me da pena su madre, que es viejecita. Bueno, permítame desearle a usted lo mejor. No guarde de mí un mal recuerdo.
(Le estrecha fuertemente la mano.)
Le agradezco mucho su amabilidad. Envíeme sus libros y no se olvide de la dedicatoria. Pero no escriba: «A la muy respetable», sino, simplemente: «A María, que no recuerda a sus allegados, ni sabe para qué vive en este mundo». ¡Adiós!
(Sale.)
N
INA
.—
(Tendiendo hacia Trigorin la mano cerrada.)
¿Pares o nones?
T
RIGORIN
.— Pares.
N
INA
.—
(Suspirando.)
No. Sólo tengo en la mano un guisante. Quería resolver el dilema: ¿me hago actriz o no? ¡Si por lo menos hubiera alguien que pudiera aconsejarme!
T
RIGORIN
.— En estas cosas no pueden darse consejos.
(Pausa.)
N
INA
.— Nos separaremos y… probablemente no volveremos a vernos jamás. Le ruego acepte en recuerdo mío este pequeño medallón. He hecho grabar en él sus iniciales… y por la otra parte el título de su libro
Los días y las noches
.
T
RIGORIN
.— ¡Qué bonito!
(Besa el medallón.)
¡Es un magnífico regalo!
N
INA
.— Acuérdese de mí alguna vez.
T
RIGORIN
.— La recordaré. La recordaré a usted tal como la vi aquel día soleado, ¿recuerda?, hace una semana, cuando llevaba usted un vestido claro… estuvimos hablando… y había en el banco una gaviota blanca.
N
INA
.—
(Pensativa.)
Sí, la gaviota…
(Pausa.)
No podemos seguir hablando, alguien se acerca… Antes de partir, concédame dos minutos, se lo suplico…
(Sale por la izquierda; al mismo tiempo entran por la derecha Arkádina, Sorin vistiendo frac con una estrella en la solapa; luego Yákov, atareado en preparar el equipaje.)
A
RKÁDINA
.— Tú, mi viejo, quédate en casa. ¿Cómo vas a salir con tu reumatismo?
(A Trigorin.)
¿Quién acaba de irse? ¿Nina?
T
RIGORIN
.— Sí.
A
RKÁDINA
.— Perdón, hemos estorbado…
(Se sienta.)
Creo que lo he puesto todo en las maletas. Estoy rendida.
T
RIGORIN
.—
(Lee en el medallón.)
Los días y las noches página 121, líneas 11 y 12.
Y
ÁKOV
.—
(Recogiendo lo que hay en la mesa.)
¿Hay que empaquetar también las cañas de pescar?
T
RIGORIN
.— Sí, aún las necesitaré. Los libros, dalos a quien quieras.
Y
ÁKOV
.— Como usted mande.
T
RIGORIN
.—
(Para sí.)
Página 121, líneas 11 y 12. ¿Qué dicen esas líneas?
(A Arkádina.)
¿Tenéis mis libros aquí?
A
RKÁDINA
.— Sí, están en el gabinete de mi hermano, en la estantería del rincón.
T
RIGORIN
.— Página 121…
(Sale.)
A
RKÁDINA
.— La verdad, Petrusha, deberías quedarte en casa…
S
ORIN
.— Os vais y sin vosotros me sentiré muy solo aquí.
A
RKÁDINA
.— Y en la ciudad, ¿qué?
S
ORIN
.— Nada extraordinario, pero de todos modos…
(Se ríe.)
Se colocará la primera piedra del edificio del
zemstvo
y cosas por el estilo… Aunque sólo sea por unas horas tengo ganas de salir de esta vida de renacuajo, que es mucho lo que he permanecido arrinconado, como un trasto viejo. He mandado preparar los caballos para la una. Saldremos juntos.
A
RKÁDINA
.—
(Después de una pausa.)
Bueno, te quedas a vivir aquí, no te aburras, no te resfríes. Atiende a mi hijo, cuida de él, guíale.
(Pausa.)
Ya ves: me voy y no sé por qué Konstantín quiso matarse. Me parece que la causa principal han sido los celos y cuanto antes me lleve de aquí a Trigorin, tanto mejor.
S
ORIN
.— ¿Cómo decírtelo? Había también otras causas. Se comprende: es joven, inteligente, vive en el campo, apartado de la ciudad, sin dinero, sin posición, sin futuro. Sin ocupaciones de ninguna clase. Se avergüenza de su ociosidad y la teme. Yo le quiero mucho, y él siente afecto por mí; pero él cree, en el fondo, que en casa sobra, que es, aquí, un gorrón, un paniaguado. Se comprende: el amor propio…
A
RKÁDINA
.— ¡Cuántas preocupaciones me da!
(Cavilosa.)
Quizá si consiguiera algún empleo…
S
ORIN
.—
(Silba un poco; luego, con indecisión.)
A mi modo de ver, lo mejor sería que… le dieras algo de dinero. Lo primero que necesita es vestirse como Dios manda, eso es. Fíjate, lleva la misma chaquetita desde hace tres años, no tiene abrigo…
(Se ríe.)
Tampoco le sobraría darse una vuelta… Hacer un viaje al extranjero, por ejemplo… ¡No resulta tan caro!
A
RKÁDINA
.— De todos modos… Bueno, dinero para un traje aún puedo dárselo; mas para ir al extranjero… No, en este momento no puedo darle ni para un traje.
(Decidida.)
¡No tengo dinero!
(Sorin se ríe.)
¡No!
S
ORIN
.—
(Silba.)
Está bien. Perdóname, querida; no te enfades. Te creo… Eres una mujer generosa, noble.
A
RKÁDINA
.—
(Con lágrimas en los ojos.)
¡No tengo dinero!
S
ORIN
.— Si yo tuviera dinero, le habría dado yo mismo, está claro; pero no tengo ni cinco.
(Se ríe.)
El administrador se me queda con toda la pensión que cobro y la gasta en agricultura, en ganadería, en apicultura, y mi dinero se pierde inútilmente. Las abejas se mueren, se mueren las vacas; los caballos, no me los dan nunca…
A
RKÁDINA
.— Cierto, dinero tengo, pero soy una artista; ya los vestidos son una ruina.
S
ORIN
.— Eres buena, simpática… Yo te estimo… Sí… Pero otra vez me ocurre algo…
(Se tambalea.)
Me da vueltas la cabeza.
(Se apoya en la mesa.)
Me siento mal, eso es.
A
RKÁDINA
.—
(Asustada.)
¡Petrusha!
(Esforzándose por sostenerle.)
Petrusha, querido…
(Grita.)
¡Ayudadme! ¡Socorro!…
(Entran Trepliov, con la cabeza vendada, y Medvedenko.)
A
RKÁDINA
.— Se siente mal.
S
ORIN
.— No es nada, no es nada…
(Se sonríe y bebe agua.)
Ya ha pasado… eso es…
T
REPLIOV
.—
(A su madre.)
No te asustes, mamá, esto no es peligroso. Ahora le pasa a menudo.
(A su tío.)
Acuéstate un rato, tío.
S
ORIN
.— Un poco, sí… De todos modos haré el viaje hasta la ciudad… Me tumbaré un rato y luego iré… está claro…
(Camina apoyándose en el bastón.)
M
EDVEDENKO
.—
(Le acompaña sosteniéndole por el brazo.)
Hay una adivinanza que dice: por la mañana, sobre cuatro patas; al mediodía, sobre dos; por la tarde, sobre tres…
S
ORIN
.—
(Se ríe.)
Eso es. Y por la noche, sobre la espalda. Muchas gracias, puedo caminar solo…
M
EDVEDENKO
.— ¡Déjese de cumplidos!…
(Medvedenko y Sorin se van.)
A
RKÁDINA
.— ¡Qué susto me ha dado!
T
REPLIOV
.— No le sienta bien vivir en el campo. Se pone triste. Si tú, mamá, te sintieras generosa y le prestaras mil quinientos o dos mil rublos, él podría vivir en la ciudad todo el año.
A
RKÁDINA
.— No tengo dinero. Soy actriz, no banquera.
(Pausa.)
T
REPLIOV
.— Mamá, cámbiame la venda. Lo haces muy bien.
A
RKÁDINA
.—
(Saca del armarito de los medicamentos yodoformo y una caja de vendas)
El doctor se ha retrasado.
T
REPLIOV
.— Prometió venir antes de las diez y ya es mediodía.
A
RKÁDINA
.— Siéntate.
(Le quita la venda de la cabeza.)
Parece que llevas turbante. Ayer un forastero preguntó en la cocina de qué nacionalidad eras. Casi se te ha cicatrizado por completo. Lo que queda no es nada.
(Le besa en la cabeza.)
Cuando yo no esté aquí, ¿volverás a hacer pum-pum?
T
REPLIOV
.— No, mamá. Aquél fue un minuto de desesperación insensata y no pude dominarme. No volverá a suceder.
(Le besa la mano.)
Tienes unas manos de oro. Recuerdo que, hace mucho tiempo, cuando estabas aún en el Teatro Nacional —entonces era yo todavía un niño— hubo una pelea en el patio de nuestra casa y golpearon muy fuerte a una inquilina, lavandera. ¿Recuerdas? La levantaron del suelo sin sentido… tú fuiste a su casa muchas veces, le llevabas medicinas, le lavabas a los pequeñuelos en un lebrillo. ¿Es posible que no te acuerdes?
A
RKÁDINA
.— No me acuerdo.
(Le pone una nueva venda.)
T
REPLIOV
.— En nuestra casa vivían entonces dos bailarinas… Venían a tomar el café contigo…
A
RKÁDINA
.— Esto lo recuerdo.
T
REPLIOV
.— Eran muy devotas.
(Pausa.)
Últimamente, estos días, te quiero con tanta ternura y tan sin reserva como cuando era niño. Fuera de ti, ahora, no tengo a nadie. Pero ¿por qué te dejas influir por este hombre, por qué?
A
RKÁDINA
.— Tú no le comprendes, Konstantín. Es una personalidad nobilísima…
T
REPLIOV
.— Sin embargo, cuando le han comunicado que yo me disponía a retarle en duelo, su nobleza no le ha impedido desempeñar el papel de cobarde. Se va. ¡Vergonzosa huida!
A
RKÁDINA
.— ¡Qué tontería! Yo misma le pido que se vaya de aquí.
T
REPLIOV
.— ¡Personalidad nobilísima! Ya ves, tú y yo por poco reñimos por su culpa y él estará ahora en el salón o en el jardín riéndose de nosotros… preocupándose del desarrollo de Nina, procurando convencerla definitivamente de que él es un genio.
A
RKÁDINA
.— Para ti es un placer decirme cosas desagradables. Estimo a ese hombre y te ruego no hables mal de él en presencia mía.
T
REPLIOV
.— Pues yo no le estimo. Tú quieres que yo también le considere un genio; perdóname, no sé mentir, sus obras me dan náuseas.
A
RKÁDINA
.— Esto es envidia. A las personas sin talento, pero con pretensiones, no les queda más que criticar a los verdaderos talentos. ¡Bonito consuelo, a fe mía!
T
REPLIOV
.—
(Irónicamente.)
¡Verdaderos talentos!
(Furioso.)
¡Tengo yo más talento que todos vosotros, si de esto se trata!
(Se arranca la venda de la cabeza.)
¡Sois unos rutinarios, os habéis hecho con el primer puesto en arte y sólo tenéis por legítimo y auténtico lo que vosotros hacéis; todo lo demás, lo oprimís, lo ahogáis! ¡Yo no me inclino ante vosotros! ¡No me inclino ante ti ni ante él!
A
RKÁDINA
.— ¡Decadente!…
T
REPLIOV
.— ¡Vuelve a tu querido teatro y actúa allí representando obras lamentables y torpes!
A
RKÁDINA
.— Nunca he actuado representando obras semejantes. ¡Déjame en paz! Tú no eres capaz ni de escribir un lamentable
vaudeville
. ¡Provinciano de Kiev! ¡Parásito!
T
REPLIOV
.— ¡Roñosa!
A
RKÁDINA
.— ¡Desarrapado! Trepliov se sienta y llora suavemente. ¡Nulidad!
(Paseando agitada.)
No llores. No hay que llorar…
(Llora.)
No debes…
(Le besa la frente, las mejillas, la cabeza.)
Mi hijo querido, perdóname… Perdona a tu pecadora madre. Perdóname: ¡soy tan desdichada!
T
REPLIOV
.—
(Abrazándola.)
¡Si tú supieras! Lo he perdido todo. Ella no me quiere, yo ya no puedo escribir… he perdido toda esperanza…
A
RKÁDINA
.— No te desesperes… Todo se arreglará. Él ahora se irá y ella volverá a quererte.
(Le seca las lágrimas.)
Basta. Ya hemos hecho las paces.
T
REPLIOV
.—
(Le besa las manos.)
Sí, mamá.
A
RKÁDINA
.—
(Tiernamente.)
Haz también las paces con él. No ha de haber ningún duelo… ¿Verdad que no?
T
REPLIOV
.— Está bien… Permítame tan sólo, mamá, no volver a verle. Me sería difícil… Es superior a mis fuerzas…
(Entra Trigorin.)
Mira… Me voy…
(Coloca a toda prisa los medicamentos en el armario.)
El vendaje ya me lo pondrá el doctor…
T
RIGORIN
.—
(Busca en el libro.)
Página 121… líneas 11 y 12… Aquí está…
(Lee.)
«Si alguna vez necesitas de mi vida, ven y tómala».
(Trepliov recoge del suelo la venda y sale.)
A
RKÁDINA
.—
(Mirando el reloj.)
Pronto tendremos los caballos preparados…
T
RIGORIN
.—
(Para sí.)
Si alguna vez necesitas de mi vida, ven y tómala.
A
RKÁDINA
.— Supongo que ya lo tienes todo preparado para la marcha, ¿no?
T
RIGORIN
.—
(Impaciente.)
Sí, sí…
(Absorto.)
¿Por qué en esta llamada de un alma pura he percibido una nota de tristeza y se me ha encogido tan dolorosamente el corazón?… Si alguna vez necesitas de mi vida, ven y tómala.
(A Arkádina.)
¡Quedémonos un día más!
(Arkádina mueve negativamente la cabeza.)
¡Qué demonios!
A
RKÁDINA
.— Ya sé, querido, lo que te retiene aquí. Pero has de dominarte. Estás un poco embriagado, vuelve en ti.
T
RIGORIN
.— Sé tú también juiciosa, sé inteligente, razonable, te lo suplico, mira todo esto como una amiga verdadera…
(Le estrecha la mano.)
Eres capaz de sacrificarte… Sé mi amiga, déjame…
A
RKÁDINA
.—
(Muy agitada.)
¿Tan enamorado estás?
T
RIGORIN
.— ¡Me siento atraído hacia ella! Es esto, quizá, lo que me hace falta.
A
RKÁDINA
.— ¿El amor de una muchacha de provincias? ¡Oh, qué poco te conoces a ti mismo!
T
RIGORIN
.— A veces hay personas que duermen caminando; así ahora yo hablo contigo y es como si me hallara sumido en un sueño y en sueños la veo… Se han adueñado de mí unos sueños dulces, divinos… Déjame…
A
RKÁDINA
.—
(Temblando.)
No, no… Yo soy una mujer como todas las otras, no es posible hablar conmigo de esta manera… No me tortures, Boris… Tengo miedo…
T
RIGORIN
.— Si quieres, puedes ser extraordinaria. Un amor joven, encantador, poético, que transporte al mundo de los ensueños, ¡sólo un amor así puede dar la felicidad en la tierra! Un amor semejante aún no lo he experimentado… En mi juventud, no tuve tiempo, llamaba a la puerta de las redacciones, luchaba con la pobreza… Ahora aquí está: por fin ese amor ha llegado, me llama… ¿No sería insensato huir de él?
A
RKÁDINA
.—
(Airada.)
¡Has perdido la razón!
T
RIGORIN
.— Qué más da.
A
RKÁDINA
.— ¡Hoy os habéis puesto todos de acuerdo para atormentarme!
(Llora.)
T
RIGORIN
.—
(Agarrándose la cabeza con las manos.)
¡No comprende!, ¡no quiere comprender!
A
RKÁDINA
.— ¿Es posible que sea ya tan vieja y fea que conmigo se pueda hablar, sin rebozo, de otras mujeres?
(Le abraza y le besa.)
¡Oh, te has vuelto loco! Amor mío, maravilloso, divino… ¡Eres la última página de mi vida!
(Se hinca de rodillas.)
Eres mi alegría, mi orgullo, mi bien…
(Le abraza las rodillas.)
Si me abandonas, aunque sólo sea por una hora, no lo soportaré, perderé, oh, mi admirable, mi magnífico, mi señor…
T
RIGORIN
.— Puede venir alguien.
(Le ayuda a levantarse.)
A
RKÁDINA
.— Que vengan, no me avergüenzo de mi amor por ti.
(Le besa las manos.)
Tesoro mío, cabeza loca, quieres hacer locuras, pero yo no quiero, no te dejaré…
(Se ríe.)
Tú eres mío… eres mío… Y esta frente es mía y los ojos son míos y estos espléndidos cabellos sedosos también son míos… Tú eres todo mío. Tú, con tanto talento, tan inteligente, el mejor de todos los escritores de ahora, tú, única esperanza de Rusia… Es tanta tu sinceridad, tu sencillez, tu frescor, tu humor sano… De un solo trazo sabes expresar lo esencial, lo característico de un ser o de un paisaje, tus personajes son como hombres vivos. ¡Oh, no es posible leerte sin arrobamiento! ¿Crees que esto es incienso? ¿Qué te adulo? Mírame a los ojos… mira… ¿Me parezco a una mentirosa? Ya ves, sólo yo sé apreciarte; sólo yo te digo la verdad, querido mío, gloria mía… ¿Te irás conmigo? ¿Sí? ¿No me abandonarás?…
T
RIGORIN
.— No tengo voluntad propia… Nunca he tenido propia voluntad… Blando, flojo, siempre obediente, ¿es posible que esto pueda gustar a las mujeres? Tómame, llévame de aquí, pero no te apartes de mí un solo paso…
A
RKÁDINA
.—
(Para si.)
Ahora es mío.
(Desenvuelta, como si no hubiese pasado nada.)
Aunque, si quieres, puedes quedarte. Me iré yo y tú te vienes luego, dentro de una semana. La verdad, ¿por qué vas a darte prisa?
T
RIGORIN
.— No, partiremos juntos, pues nos iremos juntos…
(Pausa.)