La gran aventura del Reino de Asturias (27 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Historia

BOOK: La gran aventura del Reino de Asturias
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¿De dónde había salido Ramiro? ¿Por qué fue el elegido? Ramiro era hijo de Bermudo el Diácono, aquel noble, descendiente del guerrero Fruela Pérez, que fue designado por sus pares para ocupar el trono y que, descalabrado en el campo de batalla, entregó la corona a Alfonso. Es decir que Ramiro, cuando llega al trono asturiano, ya es un hombre maduro, con más de cincuenta años. Sabemos, además, que en aquel momento era viudo y tenía un hijo llamado Ordoño.

Las razones que llevaron a Alfonso a escoger a Ramiro no están muy claras, pero parece que el anciano rey, consciente de que a su muerte volverían a despertarse las intrigas de palacio que tanto le habían hecho sufrir en su día, se propuso conjurarlas devolviendo la corona a la estirpe que la había ostentado antes que él. Nada mejor para ello que promover como sucesor a un hijo de Bermudo. Hay razones para pensar que Alfonso mismo escogió a Ramiro y que, antes de morir, había avalado su candidatura al trono. Los nobles del reino habrían refrendado la elección. Sin embargo…

Sin embargo, si Alfonso esperaba haber neutralizado las conjuras de palacio, se equivocaba. Porque ocurrió que Ramiro, designado sucesor, marchó a Castilla a buscar esposa —la segunda, porque era viudo—. Pero en ausencia de Ramiro murió Alfonso y el trono quedó vacante. Y como todos los tronos tienen horror al vacío, inmediatamente hubo alguien que lo llenó. Un tal Nepociano Díaz aprovechó la muerte de Alfonso y la ausencia de Ramiro para buscarse el apoyo de un sector de la nobleza y hacerse ungir como rey. Y así volvió a oscurecerse el paisaje en Asturias.

Bien, nuevo enigma. ¿Quién era Nepociano Díaz? Las fuentes dicen que era
comes palatii
(o sea, conde de palacio, un cargo muy importante en la corte) y cuñado del rey,
cognatus
. ¿Cuñado de Alfonso II el Casto? ¿Marido, pues, de la hermana del rey? Porque de Alfonso sabemos que tenía sólo una hermana, Jimena. Aquí hemos contado que, siendo niños, su madre, la vasca doña Munia, ocultó a los dos, Alfonso y Jimena, en el monasterio de Samos cuando asesinaron a su padre, el rey Fruela. Esa misma Jimena ha aparecido en nuestro relato como madre legendaria del caballero Bernardo del Carpió, engendrado en la hermana del rey por el conde de Saldaña, Sancho Díaz. Ahora bien, hay que recordar que Alfonso murió con más de ochenta años, y que su padre, Fruela, había muerto en 768. Por tanto Jimena, a la altura de 842, que es cuando se produce el episodio de Nepociano, tendría por lo menos setenta y cuatro años. Si Nepociano estaba casado con esta mujer, debía de ser ya un anciano.

Todo esto, lamentablemente, sólo son conjeturas. Incluso la relación de Nepociano con Jimena es sólo hipotética, porque la crónica no nos da más datos. Puede que Nepociano fuera el propio Sancho Díaz, conde de Saldaña; puede que fuera un marido posterior de Jimena; o puede que
cognatus
no quiera decir exactamente cuñado, sino pariente consanguíneo, o sea del mismo linaje, porque esa palabra —
cognatus
— tuvo también ese significado. Si esto fuera así,
quizá
Nepociano no habría sido, después de todo, un usurpador, sino alguien con suficientes derechos para ocupar el trono. Pero todo esto, ya digo, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es lo que pasó después. Y realmente es bastante desagradable. Vamos a verlo.

Con Ramiro en Bardulia, Nepociano se proclama rey. Le apoyan los nobles astures y vascones. Recordemos que Alfonso había logrado unir bajo su cetro a gallegos, astures, cántabros y vascones, pero la muerte del rey volvió a propiciar la desbandada. Porque si vascones y astures apoyaban a Nepociano, los gallegos, por el contrario, no le querían ni en pintura. Ramiro, desalojado del trono, aprovechará esa circunstancia: marcha a Galicia, obtiene el apoyo de la nobleza local, forma un ejército y se dirige contra Oviedo para recuperar la corona. Todo apuntaba a una guerra civil en el reino. Pero no hubo tal.

No hubo tal porque las gentes de Nepociano, de repente, se marcharon y dejaron solo al presunto usurpador. La cosa fue así: Nepociano, enterado de que Ramiro marchaba sobre Oviedo, preparó a su ejército y se dispuso a esperarle en Cornellana, que está al oeste de Oviedo, entre Grado y Salas, a orillas del Narcea; pero al divisar a las tropas de Ramiro, las de Nepociano, por razones que ignoramos, se negaron a luchar y huyeron, dejándole solo ante el peligro. Nepociano se fugó, como es natural, pero su sentencia estaba dictada. En la ribera del Sella fue apresado por dos condes fieles a Ramiro, de nombres Scipion y Sonna, y entregado al rey. La suerte de Nepociano fue horrible: le sacaron los ojos y quedó encerrado de por vida en un convento.

Este castigo de la ceguera sacando los ojos al reo es bastante bárbaro. Para entenderlo mejor, hemos de explicar que era una práctica habitual de la época, tanto en Oriente como en Occidente, y tanto en tierra cristiana como en tierra musulmana. Incluso mucho tiempo más tarde, hacia el siglo XIV, seguiremos encontrando este castigo en el centro de Europa y también en el mundo islámico. Justamente la terrible crueldad del castigo hace más enigmático el caso de Nepociano, que sin duda sabía a lo que se exponía cuando se aupó al trono. Nepociano Díaz, con las cuencas de los ojos vacías, terminó sus días en aquel convento cuyo nombre ignoramos. Ramiro recuperó la corona. Y con él aparece ya la mujer que había desposado en Castilla: Urraca.

Hay que decir que Nepociano no se resignó. Aunque ciego y encerrado, se las arregló para seguir intrigando. Y así, muy poco después, aprovechando otro momento en el que Ramiro estaba fuera de Oviedo, el pertinaz conspirador lió a dos condes, Aldroito y Piniolo, para que se sublevaran contra el rey. Este Aldroito era nada menos que
comes palatii
, como lo había sido Nepociano. El hecho es que Ramiro, una vez más, venció a los conspiradores y, también una vez más, hizo caer sobre ellos la más dura ley. Aldroito perdió igualmente los ojos. En cuanto a Piniolo, que se sublevó un poco más tarde, pagó con la vida; con la suya y con la de sus siete hijos. Años de hierro.

El tremendo episodio de Nepociano dio el tono de lo que iba a ser el reinado de Ramiro I: un sin vivir. En las próximas páginas veremos al nuevo rey de Asturias haciendo frente a las invasiones vikingas, desmantelando más conspiraciones palaciegas, repoblando infructuosamente León, reprimiendo con mano dura el aumento de la delincuencia en el reino… Ramiro pasará a la historia con el sobrenombre de
la vara de la justicia.

Fueron ocho años de vértigo. En ellos se sitúa la legendaria batalla de Clavijo, cuando el Apóstol Santiago apareció en un caballo blanco para ayudar a los cristianos en su batallar contra los caldeos. Y en ellos, también, floreció el arte prerrománico asturiano, justamente llamado «ramirense»: Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo, Santa Cristina de Lena. Muchas cosas para tan pocos años. Las veremos en su momento.

Cuando Ramiro I derrotó a los vikingos

Estaba Ramiro I recién llegado al trono cuando, súbitamente, aparecieron los vikingos. Debió de ser una gran conmoción, porque hasta ese momento nadie en España sabía quiénes eran aquellos terribles navegantes. Si ya era duro vivir con la amenaza musulmana, ahora al reino cristiano del norte se le presentaba un peligro nuevo. Hay que decir, no obstante, que los normandos se llevaron lo suyo. Vamos a contar esta historia, que es para hacer una película.

El reinado de Ramiro I recuerda un poco al de Fruela I, casi un siglo atrás. Ambos recibieron la corona de manos de grandes reyes (los dos Alfonsos), ambos reinaron por un periodo relativamente breve (once años Fruela, ocho Ramiro) y ambos se vieron envueltos en interminables tribulaciones, sin un solo día de descanso. En el caso de Ramiro, el destino le tenía reservada una dura prueba: hacer frente a una amenaza desconocida hasta entonces. Esa amenaza era la misma que estaba devastando el norte de Europa, los vikingos. Fue el 31 de julio del año 844. Ese día aparecieron por primera vez en aguas españolas las velas cuadradas de los
drakkars
normandos.

Los vikingos eran los pueblos de origen germánico que habitaban en Escandinavia. Parece que la palabra
vikingo
proviene de
vik
, que significa fiordo: los habitantes de los fiordos. Durante siglos habían permanecido relativamente aislados, pero en un determinado momento, hacia el siglo VIII, se hicieron a la mar y desde sus asentamientos en Noruega, Suecia y Dinamarca saltaron sobre Europa. La historia y la leyenda nos han transmitido la imagen de unos terribles guerreros entregados a la rapiña a bordo de sus
drakkars
. Eso es verdad, pero no es toda la verdad. Hoy se sabe que los vikingos —o los normandos, que así se les llamaba: hombres del norte— se dedicaron a la pesca y al comercio casi con tanta intensidad como a la guerra. Pero descubrieron que hacia el sur, en Inglaterra, Francia o España, había muchas ciudades, muy ricas y no bien protegidas. Su codicia se despertó particularmente al conocer que en ese extraño mundo del sur existían lugares llenos de tesoros sin más vigilancia que unos pacíficos hombres entregados a la oración: los monasterios.

En el año 793 se registra el primer ataque vikingo a las costas británicas. El objetivo era el monasterio de Lindisfarne, temprano testimonio del cristianismo céltico. Las
Crónicas anglosajonas
recogieron el episodio como una auténtica maldición bíblica. Había aparecido en la historia el «furor de los normandos». De las islas británicas pasaron a Francia. De Francia no tardaron en llegar a España, aquella España que vivía bajo el clima bélico de la primera Reconquista.

Volvamos a aquella jornada inaugural, 31 de julio de 844. Hemos de situarnos en las costas de Gijón. Y podemos imaginarnos la impresión de los lugareños al ver cómo el mar, de repente, aparecía cubierto por multitud de velas abiertas al viento.

Los visitantes eran daneses, de Vestfold. Según las crónicas había no menos de 115 barcos, a bordo de los cuales podrían navegar unos 5.000 guerreros. Parece que se trataba de una flota que había participado a sueldo en las guerras internas de la Francia carolingia y que, de vuelta a su país, fue arrastrada hacia aguas cantábricas. Desembarcaron en los alrededores de Gijón el 1 de agosto. No debió de gustarles lo que encontraron, de manera que rápidamente volvieron a hacerse a la mar, pero no para volver a casa, sino para seguir tanteando la costa cantábrica.

Como no les resultó fácil tocar tierra en Asturias, los vikingos siguieron camino por la costa gallega. Nadie ignoraba entonces qué era Galicia: la tierra donde en 813 había aparecido la tumba del Apóstol Santiago; sí, Jakobsland, Tierra de Santiago, llamaban en la Europa germánica a Galicia. Sabemos que estuvieron en Lugo. Después saquearon Clunia, la actual La Coruña, atraídos por la majestad de la Torre de Hércules, el Faro Brigantium, que creyeron depósito de tesoros (y buena decepción se llevaron, por cierto). Bajaron hasta Tuy. Pero los españoles de aquella época eran de armas tomar. El reino de Asturias, que abarcaba desde Galicia hasta Álava y Vizcaya, era un mundo pobre, exclusivamente agrario, sin moneda, pero muy hecho al combate y a la guerra. El rey Ramiro I reunió a su hueste y se dirigió contra los normandos.

La forma de actuar de los vikingos era bastante versátil. En principio, toda su estrategia consistía en depredar cuanto encontraban. Si lo que encontraban les parecía mucho más fuerte que ellos, entonces solían limitarse a comerciar; si, por el contrario, las localidades visitadas eran más débiles, entraban directamente a saco. Después de varias visitas de este carácter, los normandos solían llegar a algún tipo de acuerdo con los desdichados lugareños. Si éstos pagaban un buen rescate previo, los vikingos se abstendrían de usar la violencia. En realidad era una forma de chantaje. En Inglaterra llegó a instituirse el procedimiento con un nombre especial: el
danegeld
, el «dinero para los daneses», un impuesto destinado a pagar a los visitantes para que se marcharan de allí. Quizá los normandos pensaron que en aquellas ignotas tierras de Jakobsland iban a poder cobrarse algo parecido. Pero las cosas salieron al revés.

No sabemos exactamente cómo ocurrieron los hechos. No sabemos si el rey Ramiro participó en los combates, o si envió tropas propias o si encargó el asunto a sus huestes gallegas. Lo que sabemos es que, cuando los normandos desembarcaron en Galicia y comenzaron a saquear el territorio, una fuerza cristiana les hizo frente, trabó combate con los normandos, los derrotó y los persiguió hasta sus barcos. La fuerza vikinga quedó aniquilada. Así lo contaba la
Crónica de Sebastián
:

Así, en los tiempos que siguieron, las naves de los normandos llegaron al litoral de la ciudad de Gijón por el océano del norte y desde allí prosiguieron hasta el lugar que se llama Faro Brecantium. Cuando Ramiro, ya convertido en rey, averiguó esto, envió contra ellos al ejército con sus jefes y séquitos y mató a muchos de ellos y quemó sus naves. Pero los que quedaron irrumpieron en la ciudad de Sevilla y saqueándola mataron a espada y fuego a muchos de los moros.

A Sevilla llegaron, es verdad. Veamos cómo ocurrió. Las pérdidas de los vikingos en aquel primer ataque gallego habían sido enormes: perdieron setenta barcos y quizá la mitad de sus hombres, pero aún les quedaba fuerza. Se dirigieron más al sur, hacia la España musulmana. Aunque no pudieron forzar Lisboa, atacaron y saquearon Cádiz, Medina Sidonia y, finalmente, Sevilla. Allí los vikingos aplicaron su estrategia habitual: dividirse en partidas para saquear los campos. Ahora bien, esa costumbre, eficaz en países de organización rudimentaria, les resultó letal en Al Andalus, donde el emirato controlaba muy bien el territorio. Abderramán II pudo reunir rápidamente un ejército que hizo trizas a los vikingos. Los pocos supervivientes marcharon hacia lugares menos ásperos.

Entonces a los musulmanes españoles se les ocurrió algo singular. Vista la fiereza de aquellos normandos, ¿por qué no buscar un arreglo diplomático? Si se trataba de comerciar con prisioneros, esclavos a cambio de mercancías, el entendimiento era factible. Parece que a Abderramán II le sedujo la idea de crear asentamientos comerciales en el norte de Europa. Además, musulmanes y vikingos tenían un enemigo común: el Imperio carolingio, al que ambos combatían. De manera que los moros españoles enviaron a un embajador, Al-Ghazal, que estuvo año y medio en Dinamarca. No es que Al-Ghazal firmara acuerdos duraderos, pero, a cambio, este embajador andalusí, muy probablemente de origen godo, nos legó la primera descripción etnográfica del mundo vikingo. Un precursor.

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