Read La hechicera de Darshiva Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (3 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
6.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No —respondió Porenn—. Se quedaron en Val Alorn preparando la boda de la hija mayor.

—¿Ya es tan mayor como para casarse?

—Los chereks se casan pronto. Creen que es la mejor manera de evitar que una chica se meta en líos. Barak y su hijo han venido aquí para escapar de las incomodidades de los preparativos.

Yarblek volvió a reír.

—Creo que iré a despertarlo y a ver si tiene algo para beber. —Apoyó el dedo índice entre sus ojos, con expresión dolorida—. Esta mañana no me encuentro muy bien y Barak sabrá cómo sanarme. Volveré en cuanto me encuentre mejor. Además, tienes que leer tus cartas. ¡Oh! —dijo—. ¡Lo olvidaba! Aquí tienes otras. —Comenzó a rebuscar otra vez en su andrajoso abrigo—. Una de Polgara —la arrojó sobre la mesa con un gesto despreocupado—. Una de Belgarion, una de Seda y otra de la joven rubia de los hoyuelos, la que llaman Velvet. La serpiente no envió ninguna... Ya sabes cómo son las serpientes. Ahora, si me disculpas, no me encuentro bien... —añadió mientras se dirigía a la puerta con pasos tambaleantes.

—Es el hombre más exasperante del mundo —afirmó Porenn.

—Lo hace adrede —dijo Vella encogiéndose de hombros—. Se cree gracioso.

—Yarblek ha dicho que tú también traías mensajes para mí, Vella —le recordó la reina—. Supongo que será mejor que los lea todos juntos y reciba todas las sorpresas a la vez.

—Sólo tengo un mensaje, Porenn —aclaró Vella—, y no está escrito. Liselle, la joven a quien llaman Velvet, me pidió que te dijera algo a solas.

—Muy bien —dijo la reina mientras dejaba la carta de Belgarath.

—No sé cómo ha descubierto esto —comenzó Vella—, pero según parece el rey de Cthol Murgos no es hijo de Taur Urgas.

—¿Qué dices, Vella?

—Urgit no tiene nada que ver con ese loco fanático. Por lo visto, hace muchos años cierto comerciante drasniano hizo una visita al palacio de Rak Goska y trabó amistad con la segunda mujer de Taur Urgas. —Sonrió con una ceja levantada—. Una amistad muy profunda. Yo siempre he desconfiado de las mujeres murgas. Bueno, lo cierto es que Urgit es el resultado de esa amistad. —Una terrible sospecha comenzó a cobrar forma en la mente de Porenn y Vella le sonrió con desvergüenza—. Todos sabíamos que Seda tenía sangre real —dijo—, lo que no sabíamos es con cuántas familias reales estaba emparentado...

—¡No! —exclamó Porenn.

—Oh, sí —rió Vella—. Liselle habló con la madre de Urgit y la dama confesó. —La joven nadrak se puso seria—. Seda no quiere que ese tal Javelin descubra la verdad, pero Liselle pensó que debía comunicárselo a alguien. Supongo que tú debes tomar la decisión de decírselo o no a Javelin.

—Muy amable de su parte —dijo Porenn con sequedad—. Ahora pretende que guarde secretos del jefe de mi propio servicio de inteligencia.

—Liselle está en una situación comprometida, Porenn —explicó Vella con un brillo extraño en los ojos—. Como bebo mucho y digo demasiadas palabrotas la gente cree que soy estúpida, pero la verdad es que no lo soy. Las mujeres nadraks conocemos bien el mundo y yo tengo muy buena vista. Aunque no conseguí pillarlos en el momento oportuno, estoy dispuesta a apostar la mitad del dinero que me dé Yarblek cuando me venda, a que Seda y Liselle están liados.

—¡Vella!

—No puedo probarlo, Porenn, pero sé muy bien lo que vieron mis ojos. —La joven nadrak olió su chaleco de piel e hizo una mueca de disgusto—. Si no es molestia, me gustaría tomar un baño. He pasado semanas sobre una silla de montar. Los caballos son unos animales muy agradables, pero no me gusta oler como ellos.

La mente de Porenn trabajaba a gran velocidad, y mientras ganaba tiempo para pensar se acercó a la rebelde nadrak.

—¿Alguna vez has usado algo de raso, Vella? —preguntó—. ¿Una túnica, por ejemplo?

—¿Raso, yo? —preguntó Vella con una risa ronca—. Los nadraks nunca usamos raso.

—Entonces tal vez seas la primera en hacerlo. —La reina Porenn extendió sus pequeñas manos blancas y recogió el hermoso cabello negro azulado de la joven sobre su cabeza—. Daría mi alma por tener un cabello como éste —murmuró.

—Te lo cambio —respondió Vella—. ¿Sabes cuánto pagarían por mí si fuera rubia?

—Oh, Vella —dijo Porenn con aire ausente—. Intento pensar. —Entrelazó el pelo de la joven entre sus dedos, asombrada de la energía que parecía transmitir. Luego alzó la barbilla de Vella y buceó en sus enormes ojos. La reina de Drasnia creyó percibir algo extraño en ellos, y de repente vio ante sí la vida entera de aquella rebelde joven—. ¡Oh, cariño! —dijo con una media sonrisa—. ¡Qué futuro tan increíble tienes por delante! Tocarás el cielo, Vella, el mismísimo cielo.

—No sé de qué hablas, Porenn.

—Algún día lo entenderás. —Porenn observó con atención la cara perfecta que tenía delante—. Sí —afirmó—, creo que será raso y el azul lavanda te sentará bien.

—Prefiero el rojo.

—No, cariño —dijo Porenn—. El rojo no sería adecuado. Sin duda tendrá que ser lavanda. —Extendió las manos y tocó las orejas de la joven—. Y tal vez una amatista aquí y allí.

—¿Qué te propones?

—Es un juego, pequeña. Los drasnianos somos muy aficionados a los juegos. Doblaré tu precio —aseguró Porenn con tono de satisfacción—. Primero báñate y luego veremos lo que puedo hacer contigo.

—Mientras pueda conservar mis dagas... —dijo Vella.

—Ya lo veremos.

—¿De verdad crees que podrás hacer algo con un trasto como yo? —preguntó Vella con voz casi plañidera.

—Confía en mí —respondió Porenn con una sonrisa—. Ahora ve a bañarte, pequeña. Tengo que contestar cartas y tomar varias decisiones.

Después de leer las cartas, la reina de Drasnia llamó a su mayordomo.

—Quiero hablar con el conde de Trellheim —declaró—, antes de que se emborrache del todo. También quiero que Javelin venga al palacio lo antes posible.

Diez minutos más tarde, Barak apareció ante su puerta. Tenía los ojos algo vidriosos y la enorme barba roja enmarañada. Yarblek lo acompañaba.

—Dejad vuestras jarras de cerveza, caballeros —dijo la reina Porenn con frialdad—. Tenemos mucho que hacer. Barak, ¿crees que La Gaviota está lista para zarpar?

—Siempre está lista —respondió él, ofendido.

—Bien, entonces reúne a los marineros, pues debes visitar unos cuantos sitios. Convocaré un consejo de alorns, de modo que debes avisar a Anheg, Fulrach y a Kail, el hijo de Brand de Riva. Detente en Arendia y recoge a Mandorallen y a Lelldorin. —Frunció los labios—. No es necesario que pases por Vo Mimbre, pues Korodullin no está en condiciones de viajar. Si se entera de lo que sucede, es capaz de abandonar su lecho de muerte. En su lugar, irás a Tol Honeth a buscar a Varana. Yo misma me ocuparé de hacer llegar el mensaje a Cho-Hag y a Hettar. Yarblek, tú dirígete a Yar Nadrak y trae a Drosta. Deja a Vella aquí conmigo.

—Pero...

—Nada de peros, Yarblek. Haz exactamente lo que te digo.

—Creí que pensabas convocar un consejo alorn, Porenn —objetó Barak—. ¿Por qué invitas a los arendianos, a los tolnedranos y a los nadraks?

—Estamos ante una emergencia, Barak, y es algo que concierne a todo el mundo.

Los dos hombres la miraron con expresión estúpida, hasta que ella palmeó las manos con un gesto impaciente.

—De prisa, caballeros. No tenemos tiempo que perder.

Urgit, gran rey de Cthol Murgos, estaba sentado sobre su llamativo trono del palacio Drojim de Rak Urga. Estaba vestido con su conjunto favorito de chaqueta y calzas púrpura, y, con una pierna apoyada indolentemente sobre el brazo del trono, jugueteaba con su corona mientras oía la monótona voz de Agachak, el demacrado jerarca de Rak Urga.

—Eso tendrá que esperar, Agachak —dijo por fin—. Me caso el mes que viene.

—Se trata de una orden de la Iglesia, Urgit.

—Espléndido. Envía mis saludos a la Iglesia.

—Ya no crees en nada, ¿verdad, mi rey? —preguntó Agachak algo sorprendido.

—No demasiado. ¿Crees que este mundo enfermo en que vivimos estará preparado para el ateísmo? —Por primera vez en su vida, Urgit vio una sombra de duda en la cara del jerarca—. El ateísmo es una posición cómoda —dijo—, un sitio llano, gris y vacío donde el hombre se ocupa de su propio destino y deja descansar a los dioses. Yo no los creé a ellos y ellos no me crearon a mí; de modo que estamos en paz. Sin embargo, no les deseo nada malo.

—Esto es impropio de ti, Urgit —señaló Agachak.

—No, en realidad no. Sólo estoy cansado de jugar al payaso. —Extendió la pierna y ensartó la corona en el pie como si fuera un aro. Luego volvió a lanzarla al aire con un movimiento de la pierna—. No lo entiendes, ¿verdad, Agachak? —dijo mientras atajaba la corona.

—Esto no es un ruego, Urgit —afirmó el jerarca de Rak Urga irguiendo los hombros—. No te lo estoy pidiendo.

—Tanto mejor, porque no pienso ir.

—Te ordeno que vayas.

—No lo creo.

—¿Sabes con quién estás hablando?

—Por supuesto, viejo amigo. Eres el mismo viejo y pesado grolim que me ha aburrido hasta la saciedad desde que heredé el trono de aquel tipo que solía comer sobre las alfombras de Rak Goska. Escúchame con atención, Agachak. Emplearé palabras breves y frases simples para no confundirte. No pienso ir a Mallorea, pues allí no tengo nada que hacer ni nada que ver. De ningún modo estoy dispuesto a acercarme a Kal Zakath, que ha regresado a Mal Zeth. Y eso no es todo: en Mallorea también hay demonios. ¿Alguna vez has visto un demonio, Agachak?

—Una o dos —respondió con malhumor el jerarca.

—¿Y aun así piensas ir a Mallorea? Agachak, estás tan loco como Taur Urgas.

—Puedo convertirte en rey de todo Angarak.

—Pero yo no quiero ser rey de todo Angarak. Ni siquiera quiero ser rey de Cthol Murgos. Lo único que quiero es que me dejen solo para prepararme para el horror que está a punto de caer sobre mí.

—¿Te refieres a tu matrimonio? —preguntó Agachak con expresión irónica—. Si vienes conmigo a Mallorea, podrás librarte de ese compromiso.

—¿Acaso hablo demasiado rápido para ti, Agachak? Una esposa ya es suficiente desgracia, pero los demonios son algo mucho peor. ¿Nadie te ha contado lo que esas criaturas le hicieron a Chabat? —dijo Urgit estremeciéndose.

—Yo puedo protegerte.

—¿Tú, Agachak? —inquirió Urgit con una risita desdeñosa—. Tú ni siquiera eres capaz de protegerte a ti mismo. La propia Polgara necesitó ayuda de un dios para enfrentarse a esos monstruos. ¿Piensas resucitar a Torak para que te eche una mano? O tal vez recurras a Aldur, que fue quien ayudó a Polgara. Aunque no creo que le gustes. Ni siquiera me gustas a mí, que te conozco desde que nací.

—Estás yendo demasiado lejos, Urgit.

—No, no lo suficiente, Agachak. Durante siglos, o incluso eones, los grolims habéis gozado de un enorme poder en Cthol Murgos, pero eso era cuando Ctuchik estaba vivo y ahora ha muerto. Ya te has enterado, ¿verdad, viejo amigo?. Intentó enfrentarse a Belgarath y el anciano hechicero lo enterró bajo el suelo. Es probable que yo sea el único murgo que ha conocido a Belgarath y vivió para contarlo. Incluso mantenemos una buena relación. ¿Te gustaría conocerlo? Si quieres, podría presentártelo. —El temor de Agachak ante aquella sugerencia fue casi palpable—. Eso está mejor —añadió Urgit con suavidad—. Me alegro de que comprendas la situación. Estoy seguro de que podrías alzar la mano y hacer algún pase mágico, pero he aprendido a reconocer ese tipo de trucos, pues observé a Belgarion con atención cuando cruzamos Cthaka el invierno pasado. En cuanto hagas el menor movimiento, un montón de flechas te atravesarán la espalda. Los arqueros están apostados con las flechas preparadas. Te aconsejo que lo pienses, Agachak... mientras te marchas.

—Ésto no es digno de ti, Urgit —dijo Agachak, pálido de furia.

—Lo sé, ¿no es maravilloso? Ahora puedes retirarte, Agachak. —El jerarca giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la puerta—. Oh, a propósito, viejo amigo —añadió Urgit—. Me he enterado de que ha muerto nuestro querido hermano Gethel del reino de Thull... tal vez a causa de algo que comió. Los thulls comen casi todo lo que nada, vuela, se arrastra o se cría en la carne podrida. Es una pena, pues Gethel era una de las pocas personas en la tierra a quien yo era capaz de amedrentar. Bueno, la cuestión es que el imbécil de su hijo Nathel ha heredado el trono. Yo no lo conozco, pero aunque tenga un cerebro de mosquito es un auténtico rey angarak. ¿Por qué no le preguntas si quiere ir contigo a Mallorea? Es probable que te lleve un tiempo hacerle entender dónde está Mallorea, pues cree vivir en un mundo llano, pero tengo mucha confianza en tu poder de persuasión, Agachak. —Urgit hizo un gesto cortante con la mano al jerarca—. Ahora márchate —ordenó—. Regresa a tu templo a destripar grolims. Tal vez puedas volver a encender los fuegos de tu santuario. Al menos, con eso conseguirás calmar tus nervios.

Agachak se retiró indignado y dio un portazo al salir.

Urgit se dobló sobre el brazo del trono, desternillándose de risa.

—¿No crees que has ido demasiado lejos, hijo mío? —dijo Tamazin desde el rincón en sombras donde había estado oyendo la conversación.

—Quizá, madre —asintió él—, ¿pero no te pareció divertido?

Ella se dirigió cojeando hacia la luz y le sonrió con ternura.

—Sí, Urgit —asintió—, pero intenta no excederte. Agachak puede convertirse en un enemigo peligroso.

—Tengo muchísimos enemigos, madre —apuntó Urgit mientras se rascaba inconscientemente la nariz larga y puntiaguda—. Casi todo el mundo me odia, pero he aprendido a aceptarlo. De todos modos, no está en sus manos reelegirme para el próximo gobierno.

Oskatat, el senescal de expresión adusta, surgió del mismo rincón en sombras.

—¿Qué vamos a hacer contigo, Urgit? —preguntó con sarcasmo—. ¿Y qué es lo que dices que te ha enseñado Belgarion?

—Me enseñó a ser un buen rey, Oskatat. Es probable que no dure mucho, pero te juro por los dioses que, en cuanto esté aquí, voy a comportarme como un verdadero rey. De todos modos van a matarme, así que será mejor que me divierta mientras pueda.

Su madre suspiró y alzó los brazos en un gesto de impotencia.

—No hay forma de razonar con él, Oskatat —dijo.

—Supongo que no, señora Tamazin —asintió el hombre de cabello cano.

—La princesa Prala quiere hablar contigo —le dijo Tamazin a su hijo.

—Estoy a su inmediata disposición —declaró Urgit—, y no sólo inmediata, sino perpetua, si no comprendo mal los términos del contrato matrimonial.

BOOK: La hechicera de Darshiva
6.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Tempted by a Rogue Prince by Felicity Heaton
The Clown Service by Adams, Guy
Operation ‘Fox-Hunt’ by Siddhartha Thorat
Oscura by Guillermo del Toro, Chuck Hogan
Rocket Town by Bob Logan