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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (42 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
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—Muy bien.

Garion se concentró en su propia imagen y se transformó.

—¡Qué extraordinario! —exclamó la loba, azorada.

Belgarath levantó la vista alarmado.

—¿Por qué has dicho eso? —le preguntó.

—¿Acaso no estás de acuerdo?

—Yo estoy acostumbrado. ¿Por qué has elegido esas palabras en particular?

—Porque fueron las primeras que vinieron a mí. Yo no soy jefe de jauría y no tengo necesidad de elegir mis palabras para proteger mi dignidad.

Garion abrió el saco y colocó trozos de queso y carne en el suelo, frente a la loba. Ella comenzó a comer con avidez. Luego el joven se arrodilló junto al cachorro y lo alimentó con cuidado de mantener los dedos fuera del alcance de sus afilados dientes.

—Poco a poco —advirtió Polgara—. De lo contrario le sentará mal.

Cuando la loba acabó de comer todo lo que necesitaba, cojeó hasta el manantial que surgía entre dos rocas y bebió. Garion llevó al cachorrillo hasta la orilla para que él también pudiera beber.

—No eres como los demás humanos —observó la loba.

—No —asintió él—. No del todo.

—¿Tienes compañera? —preguntó ella.

—Sí.

—¿Es una loba o una hembra humana?

—Es una hembra de esta especie —dijo señalando su propio cuerpo.

—¡Ah! ¿Y sale a cazar contigo?

—Nuestras hembras no salen a cazar.

—¡Entonces deben de ser muy inútiles! —exclamó la loba con un deje de desprecio.

—No del todo.

—Se acercan Durnik y los demás —anunció Polgara. Luego se dirigió a la loba—. Vienen los demás miembros de nuestra jauría, pequeña hermana —le dijo— Son los humanos de quienes te hablé. No les temas, porque son como éste —señaló a Garion con el hocico—. Nuestro jefe y yo también cambiaremos de forma. La presencia de los lobos asusta a las bestias que llevamos con nosotros y ellas deben beber de tu agua. ¿Ahora te molestaría alejarte con este humano que te alimentó para que puedan beber nuestros animales?

—Haré lo que tú digas —respondió la loba.

Garion alzó en brazos al cachorrillo y condujo a la loba lejos del manantial. El pequeño levantó el hocico, lamió la cara de Garion y se quedó dormido.

Durnik y Toth montaron las tiendas cerca del manantial, mientras Eriond y Seda daban de beber a los caballos. Luego los llevaron al bosque y los amarraron.

Poco después, Garion condujo a la cansada loba hacia el fuego.

—Es hora de que conozcas a los demás miembros de la jauría —le dijo—, pues ahora también serán tus compañeros.

—Esto no es natural —dijo ella con nerviosismo mientras caminaba cojeando a su lado.

—No te harán daño —le aseguró y luego se volvió hacia los demás—. Por favor, quedaos muy quietos —les dijo—. Querrá oleros a todos para poder reconoceros más tarde. No intentéis tocarla y hablad en voz baja. Está muy nerviosa.

Condujo a la loba hacia el otro lado del fuego para que pudiera oler a sus compañeros.

—¿Cómo se llama? —preguntó Ce'Nedra mientras la loba olfateaba su pequeña mano.

—Los lobos no necesitan nombres.

—Tenemos que llamarla de algún modo, Garion. ¿Puedo coger al cachorrillo?

—Su madre aún no te lo permitiría. Debes esperar a que se acostumbre a nosotros.

—Ésta es tu compañera —dijo la loba—. Puedo oler tu aroma en ella.

—Sí —asintió Garion.

—Es muy pequeña. Ahora comprendo por qué no puede cazar. ¿Ya es adulta?

—Sí.

—¿Y ha tenido su primera camada?

—Así es.

—¿Cuántos cachorros?

—Uno.

—¿Uno solo? —dijo la loba con desdén—. Yo he tenido seis. Deberías haber elegido una hembra más grande. Estoy segura de que era la más pequeña de su camada.

—¿Qué dice? —preguntó Ce'Nedra.

—Es imposible traducirlo —mintió Garion.

Cuando la loba se tranquilizó un poco, Polgara hirvió varias hierbas en un pequeño perol, las mezcló con una pasta de jabón y azúcar y aplicó el ungüento resultante en la pata herida del animal. Luego la vendó con un trozo de tela limpia.

—Intenta no morderte ni lamerte esto, pequeña hermana —le dijo—. No sabe bien y debe permanecer en su sitio para curar tu herida.

—Te estoy muy agradecida —respondió la loba. Luego contempló las llamas danzarinas de la hoguera—. Ésa cosa es agradable, ¿verdad? —observó.

—Nosotros la encontramos agradable —respondió Polgara.

—Vosotros, los humanos, sois muy hábiles con vuestras patas.

—Resultan útiles —asintió Polgara.

Luego cogió al cachorrillo dormido de brazos de Garion y lo colocó junto a su madre.

—Ahora dormiré —decidió la loba.

Apoyó el hocico sobre su pequeño en actitud protectora y cerró los ojos.

Durnik hizo una señal a Garion y lo condujo a un sitio apartado.

—Creo que he descubierto un modo de traerla con nosotros sin asustar a los caballos —dijo—. Puedo construirle una especie de trineo. Le pondré una cuerda lo bastante larga para que ellos no la huelan y la cubriré a ella y el cachorro con una vieja manta de caballo. Es probable que al principio se muestren algo recelosos, pero con el tiempo se acostumbrarán. —El herrero miró con expresión grave a su amigo—. ¿Por qué haces esto, Garion?

—No podía dejarlos aquí, librados a su suerte. Habrían muerto en menos de una semana.

—Eres un buen hombre —dijo Durnik con sencillez, apoyando la mano en el hombro de Garion—. Además de valiente eres bondadoso.

—Soy sendario —respondió Garion encogiéndose de hombros—, y todos somos así.

—Pero tú no eres un verdadero sendario, ¿sabes?

—Fui educado como tal y eso es lo que cuenta, ¿no crees?

El trineo que Durnik construyó a la mañana siguiente para la loba y su cachorro tenía grandes patines y era bajo, de modo que no corría el riesgo de volcarse.

—Tal vez sería mejor que tuviera ruedas —admitió él—, pero llevaría demasiado tiempo fabricar unas.

—Saquearé el próximo pueblo que encontremos —dijo Seda—. Quizá pueda encontrar algún carro viejo.

Cabalgaron despacio hasta comprobar que el trineo se deslizaba con facilidad sobre la tierra húmeda del camino y luego retomaron su paso habitual.

Seda consultaba un mapa mientras cabalgaba.

—Hay un pueblo bastante grande un poco más arriba —le dijo a Belgarath—. Nos vendría bien disponer de información actualizada, ¿no os parece?

—¿Por qué tienes que entrar en todos los pueblos que pasamos? —le preguntó Belgarath.

—Soy un hombre de ciudad —respondió el hombrecillo con naturalidad—, si no piso adoquines de vez en cuando me pongo nervioso. Además, necesitamos provisiones. La loba de Garion come muchísimo. ¿Por qué no cabalgáis bordeando el pueblo en un amplio círculo? Nosotros os alcanzaremos del otro lado.

—¿Nosotros? —preguntó Garion.

—Tú vienes conmigo, ¿verdad?

—Supongo que sí —suspiró Garion—. Si te dejo ir solo te meterás en problemas.

—¿Problemas? —preguntó Seda con aire inocente—. ¿Yo?

—Os acompañaré —dijo Zakath acariciándose la barbilla cerdosa—. Ya no me parezco demasiado a la imagen de las monedas. —Se volvió hacia Belgarath—. ¿Cómo puedes soportar esto? —preguntó mientras se rascaba la cara con fuerza—. La comezón me está volviendo loco.

—Te acostumbrarás —respondió Belgarath—. Si no me picara la cara, tendría la sensación de que me falta algo.

El pueblo era un centro comercial fortificado. Se alzaba sobre una colina y estaba rodeado por una gruesa muralla con una atalaya en cada esquina. La persistente capa de nubes que cubría Darshiva daba al pueblo un aspecto gris y deprimente. La puerta no estaba vigilada y Garion, Seda y Zakath penetraron en una calle aparentemente desierta.

—Si no encontramos a nadie —dijo Seda—, podremos saquear algunas tiendas para obtener la comida que necesitamos.

—¿Nunca pagas por nada, Kheldar? —preguntó Zakath con cierta acritud.

—Si no es imprescindible no. Ningún mercader honrado desaprovecha una buena oportunidad de robar.

—Este hombrecillo es muy corrupto, ¿lo sabías? —le dijo Zakath a Garion.

—Lo hemos notado en varias ocasiones.

Al girar por una esquina, avistaron a un grupo de hombres vestidos con túnicas de lona que cargaban un carro bajo la supervisión de un individuo gordo y sudoroso.

Seda detuvo su caballo.

—¿Dónde está todo el mundo, amigo? —le preguntó al gordinflón.

—Se han ido. Han huido a Gandahar o a Dalasia.

—¿Por qué?

—¿Dónde has estado, hombre? Urvon vendrá pronto.

—¿De veras? No lo sabía.

—Todo el mundo en Darshiva lo sabe.

—Zandramas lo detendrá —dijo Seda con confianza.

—Zandramas no está aquí. ¡Ten cuidado con esa caja! —le gritó el gordo a uno de sus hombres—. Contiene objetos frágiles.

—¿Adonde ha ido Zandramas? —preguntó Seda mientras se aproximaba.

—¿Quién sabe? ¿Ya quién le importa? Desde que ella tomó el mando en Darshiva, no ha hecho otra cosa que causar problemas —respondió el gordo secándose la cara sudorosa con un pañuelo sucio.

—No permitas que los grolims te oigan hablar así.

—¡Grolims! —gruñó el gordo—. Ellos siempre son los primeros en huir. El ejército de Urvon usa a los grolims darshivanos como leña para el fuego.

—¿Por qué iba a retirarse Zandramas cuando están invadiendo su país?

—¿Quién sabe? —El gordinflón miró alrededor con recelo y luego habló en voz baja—. Entre tú y yo, amigo, creo que está loca. En Hemil celebró una especie de ceremonia. Puso una corona en la cabeza de un archiduque de Melcena y ahora dice que es el emperador de Mallorea. Apuesto a que después de que lo pille Zakath el archiduque medirá una cabeza menos de estatura.

—Yo podría doblar esa apuesta —asintió Zakath en voz baja.

—Luego Zandramas dio un discurso en el templo de Hemil —continuó el gordinflón— y dijo que se acercaba el día señalado. —Rió con desprecio—. Los grolims vienen diciendo lo mismo desde que tengo uso de razón. Sin embargo, todos parecen referirse a un día distinto. El caso es que Zandramas llegó aquí hace unos días y nos dijo que se dirigía al lugar donde se elegiría al nuevo dios de Angarak. Luego alzó una mano y añadió: «Y esta señal demuestra que venceré». Al principio me impresionó, pues tenía luces parpadeantes debajo de la piel, y durante un tiempo pensé que era un fenómeno significativo, pero mi amigo el boticario, que tiene una tienda al lado de la mía, me dijo que es una hechicera y que puede conseguir que la gente vea lo que ella quiere. Supongo que eso lo explica todo.

—¿Dijo algo más? —le preguntó Seda con interés.

—Sólo que el nuevo dios aparecerá antes de que acabe el verano.

—Esperemos que tenga razón —dijo Seda—. Eso pondría fin a todo este caos.

—Lo dudo —dijo el gordinflón, disgustado—, creo que los problemas se prolongarán durante mucho tiempo.

—¿Zandramas estaba sola? —preguntó Garion.

—No. Llevaba consigo a su falso emperador y a un grolim de ojos blancos del templo de Hemil, un tipo que la sigue como si fuera un mono amaestrado.

—¿Alguien más?

—Sólo un niño pequeño. No sé dónde lo habrá recogido. Poco antes de marcharse, nos dijo que se aproximaba el ejército de Urvon y ordenó a la población que saliera a cortarle el paso. Luego se marchó hacia allá —añadió señalando hacia el oeste—. Entonces cada uno recogió todo lo que pudo y huyó. No somos tan estúpidos como para enfrentarnos a un ejército, vengan de donde vengan las órdenes.

—¿Por qué te has quedado atrás? —preguntó Seda con curiosidad.

—Ésta es mi tienda —respondió el gordinflón con voz quejumbrosa—. He trabajado toda mi vida para sacarla adelante, así que no pensaba salir corriendo y dejar que la gente la arrasara. Ahora que todos se han ido, podré marcharme con todo lo que consiga salvar. No perderé demasiado, pues la mayoría de las mercancías que dejo se echarán a perder muy pronto.

—¡Oh! —dijo Seda y su nariz afilada comenzó a crisparse en una expresión de curiosidad—. ¿Qué tipo de mercancías vendes, amigo?

—Artículos diversos. —El gordinflón miró a sus trabajadores con aire crítico—. ¡Apilad mejor esas cajas! —gritó—. ¡Aún tienen que caber muchas cosas en el carro!

—¿A qué te refieres con artículos diversos? —lo apremió Seda.

—Objetos para el hogar, herramientas, telas, alimentos y cosas por el estilo.

—Bien —dijo Seda mientras su nariz se crispaba de forma más notable—, entonces quizá podamos hacer negocios. Mis amigos y yo tenemos que hacer un viaje muy largo y necesitamos provisiones. Tú has mencionado alimentos. ¿Qué tipo de alimentos?

El mercader hizo una mueca de concentración.

—Pan, queso, mantequilla, frutos secos, jamón e incluso una pieza de carne fresca. Sin embargo, te advierto que estas cosas te costarán muy caro. La comida escasea en Darshiva.

—Oh, no creo que me cuesten tanto —dijo Seda con delicadeza—, a menos que pienses quedarte aquí a recibir a Urvon. —El mercader lo miró consternado—. Ya ves, amigo mío —continuó Seda—, tendrás que irte pronto. Ese carro no podrá cargar todo lo que tienes en la tienda, y si sigues agregándole peso, la yunta no podrá moverse. Mis amigos y yo tenemos caballos rápidos y podemos quedarnos a esperar un poco más. En cuanto te vayas, podremos saquear tu tienda.

—Eso sería un robo —dijo el mercader con la cara súbitamente pálida.

—Bueno, sí —admitió él con suavidad—, algunos lo llaman así. —Hizo una pausa para permitir que el mercader comprendiera la gravedad de la situación. La cara del gordinflón cobró una expresión de angustia. Entonces Seda suspiró—. Por desgracia, siempre he tenido una conciencia muy sensible y no puedo soportar que se estafe a un hombre honrado..., a no ser que sea absolutamente necesario. —Desprendió una bolsa del cinturón, la abrió y espió en el interior—. Parece que tengo ocho o diez medias coronas de plata —dijo—. ¿Qué tal si te doy cinco por todo lo que podamos cargar mis amigos y yo?

—¡Eso es inconcebible! —exclamó el mercader.

Seda cerró la bolsa con un gesto de pesar y volvió a atarla a su cinturón.

—Entonces supongo que tendremos que esperar. ¿Crees que tardarás mucho?

—¡Me estás robando! —gimió el mercader.

—No exactamente. Tal como yo lo veo, esto es un mercado. Te ofrezco cinco medias coronas de plata por la mercancía, y tú puedes elegir aceptarlas o no. Esperaremos tu decisión al otro lado de la calle.

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