La muchacha sostenía la gran bolsa que servía como blanco y la apretaba contra ella, de manera que Fafhrd pudiera extraer las flechas y devolverlas por encima del hombro a su aljaba.
—Creo que no —contemporizó él. Lo cierto era que aquel día no había visto a Afreyt ni tampoco a Cif. Durante las últimas noches no
había
dormido en los aposentos de Afreyt, sino con sus hombres y los del Ratonero en el dormitorio que habían alquilado a Groniger, el jefe del tráfico marítimo en Puerto Salado y jefe, asimismo, del consejo municipal. El motivo de este arreglo era el de supervisar mejor a los maliciosos ladrones en ausencia del Ratonero... o por lo menos ésa era una explicación con la que él y Afreyt podían estar perfectamente de acuerdo—. ¿Qué aspecto tenía el fantasma?
—Parecía muy misterioso —le dijo Brisa, sus ojos azul claro muy abiertos por encima de la bolsa que le ocultaba la parte inferior del rostro—. Era como plateado y oscuro, y se desvaneció cuando Cif intentó aproximarse. La prima llamó a Groniger, que estaba cerca de allí, pero no pudieron encontrar nada. Le dijo a Afreyt que parecía una dama principesca o un enorme y delgado pez.
—¿Cómo es posible que algo parezca a la vez una mujer y un pez? —preguntó Fafhrd con una breve risa, y arrancó la última flecha.
—Bueno, existen las sirenas, ¿no es cierto? —replicó ella en tono triunfal mientras dejaba caer la bolsa.
—Sí —admitió Fafhrd—, aunque no creo que Groniger estuviera de acuerdo con nosotros. Oye —siguió diciendo, y su rostro perdió por un instante la expresión seria y preocupada—, coloca el blanco detrás de esa roca. He pensado en una manera de disparar alrededor de las esquinas.
—¡Ah, estupendo!
La muchacha hizo rodar la bolsa y la apoyó detrás de una de las rocas ursinas y grises. Entonces retrocedieron unas doscientas varas. Fafhrd se volvió. El aire estaba muy quieto. Una nube pequeña y lejana ocultaba el sol bajo, aunque por lo demás el cielo estaba muy azul y brillante. Rápidamente, sacó una flecha y la. tendió contra el corto pulgar de madera que había fijado al arco, cerca de su centro, justo por encima de la espiga. Dio un par de pasos arrastrando los pies mientras sus ojos cejijuntos medían la distancia entre él y la roca. Entonces se inclinó súbitamente atrás y disparó la flecha hacia arriba. La flecha subió y subió, y luego descendió veloz... muy cerca de la parte trasera de la roca, al parecer.
—Eso no es alrededor de una esquina —protestó Brisa—. Cualquiera puede hacer eso. Quería decir de costado.
—No es eso lo que has dicho —replicó él—. Las esquinas pueden estar arriba, abajo o de lado a derecha o izquierda. ¿Cuál es la diferencia?
—En las esquinas de arriba puedes lanzar cosas alrededor.
—¡Sí, claro que puedes! —convino él, y presa de una súbita avidez de ejercicio que le dejó respirando entrecortadamente, lanzó el resto de las flechas tras la primera.
Todas las flechas parecieron aterrizar cerca de la parte trasera de la roca erecta, todas excepto la última, cuyo choque contra la roca oyeron débilmente... pero cuando se acercaron lo suficiente para ver el resultado, descubrieron que todas las flechas, excepto la última, habían fallado. Las varillas emplumadas se erguían verticales, sus puntas hundidas en la tierra blanda, en una hilera curiosamente regular que no habían alcanzado la bolsa del blanco, todas menos la última, que había atravesado en ángulo un borde de la bolsa y colgaba allí, enmarañada por sus tres barbas de pluma de ganso.
—¿Lo ves? Has fallado —dijo Brisa—. Todas menos la última han rebotado en la roca.
—Sí. Bueno, creo que ya he practicado bastante por hoy.
Y mientras la muchacha arrancaba las flechas y separaba con cuidado la que se había enmarañado en la bolsa, Fafhrd extrajo la espiga del arco de su cavidad en la madera, utilizando el dorso de su cuchillo como palanca, luego distendió el arco y se lo colgó horizontalmente de la espalda por la cuerda floja alrededor del pecho. A continuación fijó un gancho de hierro forjado en la muñeca de madera, acuñándolo con
fuerza
por el sistema de empujar el extremo del gancho contra la piedra. Dio un respingo al hacer esto último, pues el muñón aún estaba tierno y la última docena de lanzamientos lo habían dejado dolorido.
Mientras se encaminaban a las casas de Puerto Salado, bajas y en su mayor parte de tejado rojo, con el sol poniente a sus espaldas, Fafhrd examinaba los grises menhires. En un momento determinado, le preguntó a Brisa:
—¿Qué sabes de los antiguos dioses que tenía la isla... antes de que los hombres de la Escarcha se volviesen ateos?
—Según tía Afreyt, eran una pandilla bastante salvaje y desenfrenada... más o menos como los hombres del capitán Ratonero antes de que se hicieran soldados, o tus bárbaros guerreros antes de que los domaras. —Y la niña añadió con creciente entusiasmo—: Desde luego, no creían en ninguna Flecha Dorada de la Verdad ni Regla Dorada de la Prudencia ni Cepita Dorada de la Hospitalidad Mesurada... Creo que todos ellos eran grandes embusteros, prostitutas, asesinos y piratas.
Fafhrd hizo un gesto de asentimiento.
—Tal vez el fantasma de Cif era uno de ellos —sugirió.
Una mujer alta y esbelta que había salido de una casa de tono violeta se encaminó hacia ellos. Cuando Afreyt estuvo cerca, se dirigió a Brisa:
—Así que estabas con él. Tu madre estaba inquieta. —Miró a Fafhrd—. ¿Qué tal ha ido la práctica de arco?
—El capitán Fafhrd ha dado en el blanco casi todas las veces —respondió Brisa por él—. ¡Incluso lo consiguió disparando alrededor de las esquinas! Y yo no le he ayudado lo más mínimo a fijar su arco ni nacía.
Afreyt asintió. Fafhrd se encogió de hombros.
—Le he hablado a Fafhrd acerca del fantasma de Cif —siguió diciendo Brisa—. Cree que podría tratarse de una de las antiguas diosas de Escarcha... Rin, la que corre por la luna, una de ésas. O la reina bruja Skeldir.
Afreyt enarcó sus finas cejas rubias.
—Anda, vete ahora, tu madre quiere verte.
—¿Puedo guardarte el blanco? —preguntó la niña a Fafhrd.
El asintió, levantó el codo izquierdo y la gran bola cayó al suelo. Brisa se marchó, haciéndola rodar delante de ella. La bolsa que servía de blanco era de un rojo ahumado, pintada con un
tinte obtenido de la raíz de las bayas de nieve, y los últimos rayos del sol poniente, detrás de ellos, daban a la bola una tonalidad amenazante. Tanto Afreyt como Fafhrd pensaron que Brisa se llevaba al sol rodando.
Cuando la niña desapareció, él se volvió hacia Afreyt y le preguntó:
—¿Qué es esa tontería de que Cif ha visto a un fantasma?
—Te estás volviendo escéptico como un isleño —replicó ella sin sonreír—. ¿Puede llamarse tontería a algo que saca fuera de quicio a un consejero y le priva de la mitad de sus fuerzas?
—¿El fantasma hizo tal cosa? —inquirió él mientras empezaban a caminar lentamente hacia la ciudad.
Ella asintió.
—Cuando Gwaan pasó por el lado de Cif y se adentró en la oscura tesorería, le agarraron y golpearon, dejándole sin sentido durante una hora... y desde entonces está en cama. —Sus labios alargados se curvaron—, O bien tropezó en la densa oscuridad y se golpeó la cabeza contra la pared... También existe esa posibilidad, puesto que no recuerda en absoluto lo ocurrido.
—Dame más detalles —le pidió Fafhrd.
—La sesión del consejo se había prolongado hasta bien entrada la noche, pues acababa de levantarse la jibosa luna menguante —le contó la mujer—. Cif y yo habíamos asistido como tesorera y escribana. Zwaaken y Gwaan llamaron a Cif para hacer un inventarío de los iconos de las virtudes, pues desde la pérdida del Cubo Dorado del Juego Limpio (aunque por una buena causa) están preocupados por los tesoros. Así pues, Cif abrió la puerta de la sala y entonces titubeó en el umbral. Luego me dijo que la luz de la luna, que entraba a través de la ventanita con barrotes, seguía dejando la mayor parte de la cámara en la oscuridad, y que algo extraño en la disposición de las cosas que veía le pareció una advertencia. Además, se notaba un leve y desagradable olor a marisma...
—¿Adonde da la ventana? —le preguntó Fafhrd.
—Al mar. Gwaan pasó por su lado con impaciencia y la mayor descortesía, y entonces... Cif jura que apareció un leve humo azulado, como un relámpago mortecino, y en aquel ligerísimo resplandor le pareció ver que una silenciosa y delgada figura de niebla plateada abrazaba ávidamente a Gwaan. A Cif le dio la impresión de que era un fantasma débil que intentaba extraer energía del vivo. Gwaan lanzó un grito ahogado y cayó al suelo. Cuando trajeron antorchas, a petición de Cif, la cámara
estaba por lo demás vacía, pero la Flecha de Oro de la Verdad había caído de su estante y yacía al pie de la ventana, mientras que los demás iconos habían sido movidos ligeramente de sus lugares, como si los hubieran manoseado ligeramente, y en el suelo había unas manchas estrechas, como huellas de pies, de hediondo, viscoso y negro suelo de fondo marino.
—¿Y eso fue todo? —preguntó Fafhrd al ver que la pausa de la mujer se alargaba. Al oír mencionar a la delgada figura de niebla plateada había pensado en alguien o algo que había visto últimamente, pero entonces una negra cortina pareció caer sobre su mente y eliminar ese recuerdo.
Afreyt asintió.
—Creo que eso es todo lo importante. Gwaan volvió en sí al cabo de una hora, pero no recordaba nada, y le llevaron a la cama, donde todavía sigue. Cif y Groniger han puesto una guardia especial para que esta noche vigile el oro de la isla.
De repente Fafhrd se sintió hastiado de todo el asunto referente al fantasma. Su mente no quería moverse en aquella dirección.
—Esos consejeros vuestros no se preocupan más que del oro —le dijo a Afreyt—. ¡Son unos avaros!
—Eso es cierto —convino ella, lo cual molestó a Fafhrd por alguna razón—. Siguen criticando a Cif por haberle dado el Cubo al Ratonero, junto con otros bienes que tenía a su cargo, y aún consideran la posibilidad de encausarla y confiscarle su granja... y quizás la mía. ¡Ah, los muy ingratos! Y Groniger es uno de los peores... siempre me está importunando para que pague el alquiler semanal del dormitorio de los hombres, cuando apenas han pasado dos días de la fecha convenida para el pago.
Afreyt asintió.
—También se queja de que la semana pasada tus guerreros causaron disturbios en la taberna del Naufragio.
—Así que se queja, ¿eh? —comentó Fafhrd, calmándose.
—¿Cómo se portan los hombres del Ratonero? —preguntó ella.
—Pshawri los mantiene a raya bastante bien, aunque mi supervisión sigue siendo necesaria mientras el Gris esté ausente.
—El
Halcón Marino
habrá regresado antes de las tormentas, estoy segura de ello —dijo la mujer serenamente.
—Sí —confirmó Fafhrd.
Estaban ya ante la casa de Afreyt y ésta, tras dirigir a su acompañante una sonrisa de despedida, desapareció en el interior. No le invitó a cenar, lo cual era un tanto enojoso, aunque él habría rechazado la invitación. Y aunque la mujer le había mirado una o dos veces el muñón, no le había preguntado cómo le iba. La mujer mostraba tacto al no mencionarlo, pero al mismo tiempo resultaba un poco irritante.
Sin embargo, su irritación fue momentánea, pues la mención de la taberna había dado a su mente una nueva dirección que la ocupaba por completo mientras caminaba algo más rápidamente. Durante los últimos días se había sentido desvinculado de casi todo lo que le rodeaba, cansado de sus problemas con el
brazo
mutilado y lleno de una perversa añoranza de Lankhmar con sus magos y sus delincuentes, sus humos (tan diferentes de aquel vivificante aire marino del norte) y sus perezosas grandezas. Dos noches antes había entrado en el Naufragio, la principal taberna de Puerto Salado desde que se incendiara El Arenque Salado, y descubrió cierto consuelo observando las cosas que sucedían allí mientras consumía a sorbos una o dos jarras de cerveza negra.
Aunque sus parroquianos la llamaban El Naufragio y la Ruina, cosa de la que se enteró Fafhrd cuando salía, lo cierto es que parecía un lugar apacible y tranquilo. Desde luego no había alborotos, y mucho menos protagonizados por sus guerreros (se recordó que eso había sucedido la semana anterior... si era cierto que tal cosa había acontecido), y era un placer observar a los servidores de lentos movimientos y escuchar las historias que contaban pescadores y marineros, las dos prostitutas que hablaban en voz baja (lo cual era en sí cosa singular) y una serie de tipos excéntricos y enigmáticos, tales como un hombre gordo, callado y, al parecer, abatido, un enjuto barbigris que echaba pimienta a su cerveza y una mujer muy delgada y silenciosa, vestida de gris claro con tonos plateados, que estaba sentada sola en una mesa del fondo y tenía el rostro más sereno (y no poco atractivo) imaginable. Al principio la tomó por otra prostituta, pero nadie se había acercado a su mesa, nadie salvo él mismo, parecía haber reparado en aquella mujer, la cual, por lo que él podía recordar, ni siquiera estaba bebiendo.
La noche anterior regresó y se encontró más o menos con el mismo público. Logró el mismo agradable alivio de su propio aburrimiento, y aquella noche deseó visitar el lugar de nuevo, tras haber ido al puerto y escudriñado al sur y al este en busca del
Halcón Marino.
En aquel momento Rill dobló la esquina siguiente y le saludó alegremente, agitando una mano cuya, palma estaba cruzada por una cicatriz rojiza, recuerdo de una herida que creó un vínculo entre él y Fafhrd. La morena prostituta convertida en pescadora vestía limpia y sobriamente, señal cíe que en aquellos momentos no se dedicaba a ninguno de sus dos oficios.
Se pusieron a charlar, contentos de haberse encontrado. Ella le habló de la captura de bacalao efectuada aquel día y le preguntó por el Ratonero y cuándo se esperaba su regreso, por sus hombres y los de Fafhrd y por el estado del muñón de Fafhrd (ella era la única persona que podía hablar de eso), sobre su salud en general y cómo dormía.
—Si padeces insomnio, la madre Grum tiene unas hierbas muy útiles... —le dijo—, y yo también podría serte de ayuda.
Al decir esto último, soltó una risita, le dirigió una inquisitiva mirada de soslayo y le tiró del gancho con el dedo índice cruzado por la cicatriz y permanentemente doblado por la misma quemadura profunda que había dejado una línea roja a lo largo de su palma. Fafhrd le sonrió agradecido, meneando la cabeza.