La historia de Zoe (38 page)

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Authors: John Scalzi

BOOK: La historia de Zoe
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Un grupo de amigos llegó en una carreta menonita tirada por caballos para llevarnos junto con nuestras cosas a la lanzadera del Cónclave. Iniciamos el breve viaje riéndonos, pero nos callamos a medida que nos fuimos acercando a la lanzadera. No era un silencio triste: era el silencio que se produce cuando ya le has dicho a otra persona todo lo que tienes que decirle.

Nuestros amigos cargaron lo que llevábamos con nosotros a la lanzadera: había un montón de cosas que dejábamos atrás, demasiado pesadas, que habíamos regalado. Uno a uno, todos mis amigos me abrazaron y se despidieron de mí. Luego marcharon, y entonces volvimos a quedarnos sólo Gretchen y yo.

—¿Quieres venir conmigo? —pregunté.

Gretchen se echó a reír.

—Alguien tiene que cuidar de Magdy —dijo—. Y de papá. Y de Roanoke.

—Siempre has sido la organizada de las dos.

—Y tú siempre has sido tú.

—Alguien tenía que serlo —dije—. Y cualquier otra persona habría metido la pata.

Gretchen me dio otro abrazo. Entonces se separó de mí.

—Nada de abrazos —dijo—. Estás en mi corazón. Lo que significa que no te has ido.

—Muy bien. Nada de adioses. Te quiero, Gretchen.

—Yo también te quiero —dijo Gretchen.

Y entonces se dio la vuelta y se marchó, y no miró atrás, aunque se detuvo a darle un abrazo a
Babar,
que la lamió a conciencia.

Y entonces
Babar
se me acercó, y lo conduje al compartimento de pasajeros de la lanzadera. Poco después, entraron todos: John, Jane, Savitri, Hickory y Dickory.

Mi familia.

A través de la ventanilla contemplé Roanoke, mi mundo, mi hogar. Nuestro hogar. Pero ya no era nuestro hogar. Lo contemplé y contemplé a su gente, a algunos que amaba y a otros que había perdido. Traté de absorberlo todo, de hacerlo parte de mí. De que fueran parte de mi historia. Mi relato. Para recordarlo, para poder contar la historia de mi estancia aquí, no sincera sino cierta; para que todo el que me preguntara pudiera sentir lo que sentí en aquel momento, en mi mundo.

Permanecí sentada, mirando y recordando en el presente.

Y cuando estuve segura de que lo tenía, besé la ventanilla y bajé la persiana.

Los motores de la lanzadera cobraron vida.

—¡Allá vamos! —dijo papá.

Sonreí y cerré los ojos, y desconté los segundos hasta el despegue.

Cinco. Cuatro. Tres. Dos.

Uno.

AGRADECIMIENTOS

Al final de mi libro
La colonia perdida,
mencioné que era probable que dejara aparcado el universo de
La vieja guardia
durante un tiempo y, en concreto, que iba a dar un descanso a los personajes de John Perry y Jane Sagan, para que fueran «felices para siempre jamás». Así que puede preguntarse razonablemente: ¿qué hace aquí ahora
La historia de Zoë?

Hay varios motivos, pero los dos principales tienen que ver con los lectores. El primero fue que recibí un montón de correos en estos términos: «Eh,
La colonia perdida
estuvo genial. Ahora escribe otra. Y que sea sobre Zoë. También quiero un poni.» Bueno, no podía hacer nada respecto al poni (lo siento), pero cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que me interesaba saber más sobre Zoë a mí también. Zoë había desempeñado un papel secundario pero crítico en
La colonia perdida y La Brigada Fantasma,
y le habían sucedido bastantes cosas en los libros para que pensara que había suficiente material para contar su historia y que fuera interesante. Ahora es cosa vuestra decir si me equivoqué o no, pero he de admitir que me siento bastante satisfecho.

El otro motivo relacionado con los lectores fueron dos críticas que recibió
La colonia perdida.
En ese libro, los hombres lobo, la especie indígena inteligente de Roanoke, desempeñó un papel en un momento crítico del argumento, y después de eso, desapareció del libro. Pensé que había explicado suficientemente su desaparición, pero varios lectores se sintieron insatisfechos con la explicación o se la perdieron por completo, y por eso recibí un montón de correos preguntando: «¿Qué pasó con los hombres lobo?» Esto me molestó, no porque los lectores se quejaran, sino porque obviamente yo no fui tan listo explicando su salida de la historia como me habría gustado.

Acompañando a esto, había varias críticas (totalmente justas) a
La colonia perdida
porque Zoë se iba al espacio y volvía con un «campo extractor», que era exactamente lo que los defensores de Roanoke necesitaban para derrotar a sus atacantes, algo que representaba una completa maniobra
deus ex machina
por parte de un escritor perezoso. Sí, bueno. Es el problema de saber más que tus lectores: como autor, yo sabía toda la historia, pero era imposible que cupiera toda en el libro sin lanzarme a escribir muchísimas más páginas. Así que hice un poco de juego de manos y esperé que no me pillaran. ¡Sorpresa! Al parecer tengo lectores listos.

Así que en estos dos casos de insatisfacción lectora,
La historia de Zoë
me permitió morder por segunda vez estas manzanas, y en el proceso me ayudó a que los acontecimientos que tienen lugar en el universo de
La vieja guardia
tuvieran más consistencia interna y fueran más comprensibles. ¿Qué he aprendido con ello? Sobre todo, a hacer caso al
feedback
de mis lectores, tanto al positivo («¡Escribe más!») como al negativo («¡Arregla eso!»). Gracias por ambos.

Como quería abordar las preguntas de los lectores, y como me pareció que sería divertido e interesante hacerlo, escribí
La historia de Zoë
de modo que tuviera lugar en paralelo a los hechos de
La colonia perdida,
contada desde un punto de vista completamente diferente. Naturalmente, no soy la primera persona a quien se le ocurre este astuto truco (y aquí me quito el sombrero ante mis inspiraciones particulares: Orson Scott Card con
La sombra de Ender y
Tom Stoppard con
Rosencrantz y Guildenstern han muerto),
pero estúpido de mí, creí que iba a
ser/dril.

De hecho, recuerdo haberle dicho a Patrick Nielsen Heyden, mi editor: «Ya conozco el argumento y los personajes; ¿cómo va a ser difícil?» Patrick no hizo lo que tendría que haber hecho, que es agarrarme por los hombros, sacudirme como a una maraca y decir: «Santo Dios, tío, ¿estás loco?» Porque hay un pequeño secreto: escribir una novela en paralelo que no sólo cuente perezosamente la historia de un libro anterior es
difícil.
Es lo más difícil que he hecho como escritor hasta el momento. Y, maldición, el trabajo de Patrick como editor es hacer que todo sea más fácil para mí. Así que tiene parte de responsabilidad de mis meses de completo blofraso (sí, blofraso, «bloqueo» + «fracaso» = blofraso. Búsquenlo). De modo que sí: le echo la culpa a Patrick. De
todo.
Ahora me siento mejor.

(Nota: el párrafo anterior es todo mentira; la paciencia, la comprensión y los consejos de Patrick durante este proceso de escritura fueron valiosísimos. Pero no se lo digan. Shhh. Es nuestro pequeño secreto.)

La otra cosa realmente difícil respecto a
La historia de Zoë
fue tener que escribir desde el punto de vista de una chica adolescente, cosa que personalmente nunca he sido, y que es una especie de criatura a la que no puede decirse que comprendiera cuando yo mismo era adolescente (esto no será ninguna novedad para mis compañeras de instituto).

Durante mucho tiempo, me desesperaba no poder dar con el tono adecuado para una adolescente, ni recibí consejos particularmente buenos por parte de mis amigos varones sobre este tema. «Pues entonces sal con chicas adolescentes» es, lo juro por Dios, lo que literalmente me dijo un amigo mío, que al parecer ignora las implicaciones sociales y legales de que un hombre de treinta y ocho años que no se parece nada a Brad Pitt ronde a chicas de bachillerato.

Así que hice algo más inteligente y que era menos probable que me procurara una orden de alejamiento: le mostré la obra en proceso a mujeres de confianza, todas las cuales, o eso me han dicho, fueron chicas adolescentes en algún momento de sus vidas. Estas mujeres (Karen Meisner, Regan Avery, Mary Robinette Kowal y, sobre todo, mi esposa, Kristine Blauser Scalzi) fueron fundamentales para ayudarme a encontrar una voz que funcionara para Zoë, e igualmente inflexibles cuando quedé demasiado atrapado en mi propia inteligencia proyectada en el personaje. Cuando Zoë funciona como persona, pueden achacarlo a la influencia de las mujeres que me ayudaron; cuando no lo hace, pueden echarme la culpa a mí.

Ya he mencionado a Patrick Nielsen Hayden como mi editor, pero hay otra gente en Tor Books que también ha trabajado en el libro y a quienes me gustaría expresar mi agradecimiento público. Entre ellos se incluyen John Harris, autor de la excelente portada original, Irene Gallo, la mejor directora artística del mundo, la ayudante de edición Nancy Wiesenfeld, a quien compadezco por tener que corregir mis muchos errores, y a mi publicista en Tor, Don Lin. Gracias también a mi agente, Ethan Ellenberg, y a Tom Doherty.

¡Amigos! Los tengo, ni siquiera tengo que pagarles, y me ayudaron a conservar la cabeza cuando pensaba que estaba a punto de venirme abajo. Gracias en particular a Anne KG Murphy, Bill Schafer, Yanni Kuznia y Justine Larbalestier, con quienes pasé más tiempo chateando del que probablemente debería, pero bueno. Devin Desami me llamó regularmente, cosa que también me ayudó a no subirme por las paredes. Gracias también a Scott Westerfield, Doselle Young, Kevin Stampfl, Shara Zoll, Daniel Mainz, Mykal Burns, Will Wheaton, Tobias Buckell, Jay Lake, Elizabeth Bear, Sarah Monette, Nick Sagan, Charlie Stross, Teresa Nielsen Hayden, Liz Gorinski, Karl Schroeder, Cory Doctorow, Joe Hill, mi hermana Heather Doan y montones de otros amigos cuyos nombres se me escapan en este momento porque siempre me quedo en blanco cuando hago listas.

También, gracias especiales a los lectores de mi blog Whatever, quienes tuvieron que soportar un montón de interrupciones este año mientras intentaba terminar este libro. Por fortuna, saben divertirse solos mientras yo aporreo el teclado como un mono. Y una amable despedida a los lectores de By the Way y Ficlets.

Ciertos nombres del libro están tomados prestados de gente que conozco, porque soy malísimo inventando nombres. Así que hay que dar las gracias a mis amigos Gretchen Schafer, Magdy Tawadrous, Joe Rybicki, Jeff Hentosz y Joe Loong, que tiene la distinción especial de haber sido asesinado ya en dos de mis libros. No te tengo manía, Joe.
Lo juro.

Un último motivo por el que quise hacer
La historia de Zoë
es porque tengo una hija, Athena, y quise que tuviera un personaje mío con el que pudiera identificarse. Mientras escribo esto, mi hija tiene nueve años, es algo más joven que Zoë en este libro, así que no es adecuado decir que el personaje está basado en ella. Sin embargo, muchas de las cualidades de Athena aparecen claramente en Zoë, incluyendo parte de su sentido del humor y de su conciencia de quién es en el mundo. Así que mi agradecimiento y mi amor para ella, por ser la inspiración de este libro, y de mi vida en general. Éste es su libro.

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