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Authors: Albert Hofmann

Tags: #Ciencia, Ensayo, Filosofía

La historial del LSD (21 page)

BOOK: La historial del LSD
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Para finalizar quiero relatar un encuentro en el que el LSD sólo cumplió un papel indirecto. La señorita H. S., secretaria de dirección en un hospital, me pidió una entrevista personal por escrito. Vino a la hora del té. Explicó su visita con que había encontrado en un informe sobre una experiencia con LSD la descripción de un estado que había vivido siendo una joven, y que seguía intranquilizándola; pensaba que tal vez podría ayudarle a comprender aquella experiencia.

Había participado como aprendiza comercial en una excursión de la empresa. Pernoctaron en un hotel en la montaña. H. S. se despertó muy temprano y abandonó sola la casa para contemplar la salida del sol.

Cuando las montañas comenzaron a relumbrar en el mar de rayos, la atravesó una sensación de dicha desconocida, que aún duraba al encontrarse con los demás participantes de la excursión en la capilla para el servicio religioso matutino. Durante la misa todo se le apareció con un brillo supraterrenal, y la sensación de dicha creció tanto, que tuvo que llorar en alta voz. La llevaron al hotel y la trataron como a una enferma de los nervios.

Esta experiencia determinó en gran medida su vida posterior. La misma H. S. temía no ser del todo normal. Por una parte tenía miedo de lo que le habían explicado como depresión nerviosa y por otra añoraba una repetición de aquel estado. Internamente escindida, llevaba una vida inestable. Consciente o inconscientemente buscaba en sus frecuentes cambios de puesto de trabajo y en relaciones personales poco duraderas aquella feliz contemplación del mundo, que le había proporcionado tanta dicha una vez.

Pude calmar a mi visitante; lo que había vivido entonces no había sido un proceso psicopatológico ni una depresión nerviosa. Lo que muchas personas tratan de alcanzar mediante el LSD: la contemplación visionaria de una realidad más profunda, le había sido concedido espontáneamente como gracia. Le recomendé el libro de Aldous Huxley
La filosofía eterna
, en el que se recogen testimonios de una visión iluminada de todos los tiempos y culturas. Huxley escribe que no sólo los místicos y los santos, sino también muchas más personas de lo que habitualmente se supone, experimentan tales instantes de dicha, pero que la mayoría de ellas no reconoce su significación y los reprimen porque no caben en el mundo de la razón cotidiana, en vez de considerarlos como lo que son, momentos providenciales.

15
LSD: vivencias y realidad

Un hombre, en la vida,

¿qué más puede ganar

si se le revela

Dios-Naturaleza?

GOETHE

A menudo se me pregunta qué es lo que más me ha impresionado en mis experimentos con LSD, y si a través de estas experiencias he llegado a nuevos conocimientos.

Distintas realidades

Lo más importante fue para mí el reconocimiento, confirmado por todos mis experimentos con LSD, que lo que de común se denomina «realidad», incluida la realidad de la propia persona, de ningún modo es algo fijo, sino algo de múltiple significación, y que no existe una realidad, sino varias; cada una de ellas encierra una distinta conciencia del yo.

A esta conclusión también puede llegarse a través de consideraciones científicas. El problema de la realidad es y ha sido desde siempre una demanda capital de la filosofía. Pero es una diferencia fundamental la de si uno se enfrenta con este problema racionalmente, con el método de pensamiento de la filosofía, o si se impone emocionalmente a través de una experiencia existencial. El primer ensayo con LSD fue tan estremecedor y atemorizador, porque se disolvieron la realidad cotidiana y el yo que la experimentaba, que hasta ahora había tomado por los únicos verdaderos, y un yo extraño vivía una realidad extraña, distinta. También surgió la pregunta por ese yo superior, que, intocado por estas modificaciones exteriores e interiores, lograba registrar esta otra realidad.

La realidad es impensable sin un sujeto que la experimente, sin un yo. Es el producto del mundo exterior, del «emisor» y de un «receptor», de un yo en cuya mismidad más íntima se vuelven conscientes las irradiaciones del mundo exterior registradas por las antenas de los órganos sensoriales. Si falta uno de los polos no se concreta ninguna realidad, no resuena música de radio, la pantalla queda vacía.

Si se entiende la realidad como el producto del emisor y el receptor, se puede explicar el ingreso a otra realidad bajo el influjo del LSD diciendo que el cerebro, sede del receptor, es modificada bioquímicamente. Con ello el receptor es sintonizado en otra longitud de ondas que la que corresponde a la realidad cotidiana. Como a la infinita variedad y versatilidad de la creación corresponden infinitas longitudes de onda distintas, según la sintonía del receptor pueden ingresar infinitas realidades distintas —que incluyen el yo correspondiente— en la conciencia. Estas realidades o, mejor dicho, estos diversos estratos de
la
realidad no son mutuamente excluyentes; son complementarios y juntos forman una parte de la realidad universal, intemporal, trascendente en la que también está inscrito el núcleo inatacable de la conciencia del yo que registra las modificaciones del propio yo.

En la capacidad de sintonizar el receptor «yo» en otras longitudes de onda y así provocar modificaciones en la conciencia de realidad reside la verdadera significación del LSD y de los alucinógenos con él emparentados. Esta capacidad de hacer surgir nuevas imágenes de la realidad, esta potencia verdaderamente cosmogónica, vuelve también comprensible la adoración y el culto de las plantas alucinógenas como drogas sagradas.

¿En qué reside la diferencia esencial y característica entre la realidad cotidiana y las imágenes del mundo experimentables en la embriaguez de LSD? En el estado normal de la conciencia, en la realidad cotidiana, el yo y el mundo exterior están separados; uno se enfrenta al mundo exterior; éste se ha convertido en objeto. En la embriaguez de LSD desaparecen en mayor o menor medida, las fronteras entre el yo que experimenta y el mundo exterior, según la profundidad de la embriaguez. Tiene lugar un acoplamiento regenerativo entre el emisor y el receptor. Una parte del yo pasa al mundo exterior, a las cosas; éstas comienzan a vivir, adquieren un sentido distinto, más profundo. Ello puede sentirse como una transformación feliz, pero también como un cambio demoníaco, que conlleva una pérdida del yo familiar e infunde terror. En el caso feliz el nuevo yo se siente dichosamente unido a las cosas del mundo exterior y por tanto también al prójimo. Esta experiencia puede crecer hasta el sentimiento de que el yo y la creación constituyen una unidad. Este estado, que en condiciones favorables puede ser provocado por el LSD u otro alucinógeno del grupo de las drogas sagradas mejicanas, está emparentado con la iluminación religiosa espontánea, con la unión mística. En ambos estados, que muchas veces duran sólo un instante atemporal, se experimenta una realidad iluminada por un resplandor de la realidad trascendente. Pero que la iluminación mística y las experiencias visionarias inducidas por drogas no pueden ser igualadas sin más ni más, lo ha elaborado R. C. Zaehner con toda claridad en su libro
Mystik religiös und profan
(«Mística religiosa y profana»), Editorial Ernst Klett, Stuttgart, 1957.

En su trabajo
Provoziertes Leben
(«Vida provocada»), publicado en Limes, Wiesbaden, en 1949, Gottfried Benn habla de «la catástrofe esquizoide, la neurosis del destino occidental». Allí escribe:

En el sur de nuestro continente comenzó a formarse el concepto de la realidad. Lo formaron determinantemente el principio helénico-europeo de lo agonal, de la superación mediante el trabajo, la astucia, la perfidia, los dones, la violencia, en Grecia en la figura de la areté, en la Europa tardía en la figura del darwinismo y del superhombre. El yo sobresalía, aplastaba, luchaba, y para ello necesitaba recursos, materia, poder. Se enfrentaba a la materia de otro modo, se alejaba de ella en el plano de los sentimientos, pero se le acercaba en lo formal. La dividía, la probaba y escogía: arma, objeto de cambio, precio de rescate. La explicaba aislándola, la expresaba con fórmulas, arrancaba trozos de ella, la repartía. Era una concepción que pesaba como fatalidad sobre Occidente, una concepción contra la cual luchaba sin poder asirla, a la que ofreció holocaustos en hecatombes de sangre y suerte, y cuyas tensiones y rupturas no lograban acrisolar ya ninguna mirada natural ni conocimiento metódico alguno en la tranquilidad esencial de la unidad de las formas prelógicas del ser… Por el contrario, cada vez se manifestaba más claramente el carácter cataclismático de este concepto… Un Estado, un orden social, una moral pública, para los que la vida sea sólo vida aprovechable económicamente, y que no permite valer el mundo de la vida provocada, no puede enfrentarse a sus destrucciones. Una comunidad cuya higiene y cuyo cultivo de la raza se base como un ritual moderno en las vacías experiencias biológico-estadísticas, nunca puede sino defender el punto de vista exterior de las masas, por el cual puede hacer guerras interminables, pues para ella la realidad son las materias primas, pero su trasfondo metafísico le queda vedado.

Como Gottfried Benn lo ha formulado en estas oraciones, la historia espiritual europea ha sido determinada decisivamente por una conciencia de realidad que separa el yo del mundo. La experiencia del mundo como un objeto al que uno se enfrenta ha llevado al desarrollo de la moderna ciencia natural y de la técnica. Con su ayuda el hombre ha sojuzgado la tierra. Nosotros saqueamos la tierra, y a los maravillosos logros de la civilización técnica se le opone una destrucción catastrófica del medio ambiente. Este espíritu contradictorio ha avanzado hasta el interior de la materia, hasta el núcleo atómico y su escisión, y ha conquistado energías que amenazan la vida de todo el planeta.

Si el hombre no se hubiera separado de su medio ambiente, sino que lo hubiera experimentado como parte de la naturaleza viva y de la creación, este abuso del conocimiento y el saber habría sido imposible. Aunque hoy día se intente reparar los daños mediante medidas de protección del medio ambiente, todos estos esfuerzos no serán más que parches superficiales y sin esperanza, si no se produce una curación de —empleando palabras de Benn— la «neurosis de destino occidental». La curación significaría: vivencia existencial de una realidad más profunda que incluya al yo.

El medio ambiente muerto, creado por la mano del hombre, de nuestras metrópolis y zonas industriales dificulta esta vivencia. Aquí directamente se impone por la fuerza el contraste entre el yo y el mundo exterior. Sobrevienen sentimientos de alienación, soledad y amenaza. Ellos son los que modelan la conciencia cotidiana en la sociedad industrial de Occidente; prevalecen también en todos los sitios en los cuales se difunda la civilización técnica, y determinan en gran medida el arte y la literatura actuales.

El peligro de que se desarrolle una experiencia escindida de la realidad es menor en un medio natural. En el campo y en el bosque, y en el mundo animal que allí se guarece, ya en cada jardín, se hace visible una realidad que es infinitamente más real, antigua, profunda y maravillosa que todo lo creado por la mano del hombre, y que perdurará cuando el mundo muerto de las máquinas y el cemento armado haya desaparecido y se haya derrumbado y oxidado. En el germinar, crecer, florecer, tener frutos, morir y rebrotar de las plantas, en su ligazón con el sol, cuya luz son capaces de transformar bajo la forma de compuestos orgánicos en energía químicamente ligada, de la cual luego se forma todo lo que vive en nuestra tierra… en esta naturaleza de las plantas se revela la misma fuerza vital misteriosa, inagotable, eterna, que nos ha creado también a nosotros y luego nos vuelve a su seno, en el que estamos protegidos y unidos con todo lo viviente.

No se trata aquí de un sentimentalismo en torno a la naturaleza, de una «vuelta a la naturaleza» en el sentido de Rosseau. Esa corriente romántica, que buscaba los idilios en la naturaleza, también se explica, en realidad, a partir del sentimiento del hombre de haber estado separado de la naturaleza. Lo que hoy día hace falta es un revivir elemental de la unidad de todo lo viviente, una conciencia universal de la realidad, que cada vez surge menos espontáneamente, a medida que la flora y fauna originales tienen que ceder ante un mundo técnico muerto.

Misterios y mito

El concepto de la realidad como un mundo externo confrontado, enfrentado al hombre, comenzó a formarse, como dice Benn, en el sur de nuestro continente, en la antigüedad griega. Ya entonces los hombres conocían el dolor conectado con una conciencia de la realidad de esa índole, una conciencia escindida. El genio griego intentó la curación, completando la imagen apolínea del mundo que surge de esa escisión sujeto/objeto, rica en figuras, colores y sensaciones, pero también dolorosa, con el mundo dionisíaco de las experiencias, en el que esta escisión está suprimida en la embriaguez estática. Nietzsche escribe en
El nacimiento de la tragedia
:

Por la influencia de la bebida narcótica, de la que hablan todos los hombres y pueblos primitivos en sus himnos, o en el vigoroso acercarse de la primavera, que penetra sensualmente toda la naturaleza, se despiertan aquellas emociones dionisíacas, en cuya elevación lo subjetivo desaparece en el completo olvido de sí mismo… Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo vuelve a cerrarse la unión entre hombre y hombre; también la naturaleza enajenada, hostil o sojuzgada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre.

Con las celebraciones y fiestas en honor del dios Dionisio estaban estrechamente relacionados los misterios de Eleusis, que se celebraron durante casi dos mil años, desde aproximadamente el año 1500 a. C. hasta el siglo IV d. C. en cada otoño. Habían sido donados por la diosa agrícola Deméter como agradecimiento por el redescubrimiento de su hija Perséfone, a la que había robado Hades, el dios del averno. Otro regalo de agradecimiento fue la espiga de cereal, entregada por ambas diosas a Triptolemo, el primer sumo sacerdote de Eleusis. Le enseñaron el cultivo de los cereales, que luego difundió por toda la tierra. Pero Perséfone no podía quedarse siempre con su madre porque, en contra de la indicación de los dioses supremos, había aceptado comida de Hades. Como castigo debía pasar una parte del año en el averno. Durante ese tiempo, en la tierra imperaba el invierno, las plantas morían y se retiraban al reino de la tierra, para luego despertar a nueva vida en primavera, con el viaje de Perséfone a la superficie.

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