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Authors: Leopoldo Abadía

La hora de los sensatos (10 page)

BOOK: La hora de los sensatos
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27

U
NA DECLARACIÓN DE INTENCIONES

 

P
ienso que, antes de empezar mi lista, me va bien hacer otra lista, como una declaración de intenciones, para que se sepa por dónde voy. En primer lugar, para que lo sepa yo.

En primer lugar, querría que mi lista fuera
AMBICIOSA
, por lo de la exportación.

En segundo lugar, me gustaría que fuera
LIMPIA
, o sea, que la gente la estudiara a fondo y no pensase antes de leerla aquello de «¿qué andará buscando este?».

En tercer lugar, me gustaría que no fuera
SEXISTA
, palabra que no me gusta nada, pero que ahora es obligatorio usar. Con no sexista quiero decir, que sirviese para mujeres y para hombres.

En cuarto lugar, que
FACILITARA LA VIDA
a la gente, que bastantes amarguras tenemos encima como para añadir más.

En quinto lugar, que fuera
NATURAL
, es decir, que la gente dijera: «¡Ah, claro!, esto es lo de siempre. Lo que pasa es que se nos había olvidado un poco».

En sexto lugar, que sirviera
PARA SIEMPRE
. Yo sé que intentar que las cosas sirvan para siempre es una utopía, pero cuando digo «para siempre» quiero decir que no lo cambiemos aprovechando los cambios de legislatura. Que sea como una especie de C
ONSTITUCIÓN PARA LAS PERSONAS
, en la que todos nos pongamos de acuerdo.

Y en séptimo y último —por ahora— lugar, que sea
REALISTA
. Es decir, que cuando a un señor de Gallur, provincia de Zaragoza, por poner un ejemplo, no le guste lo que hayamos decidido y no quiera seguirlo, le respetaremos, porque sabemos que no a todo el mundo le puedes caer bien. En el caso del señor de Gallur, igual pensaremos que es un poco brutico, pero allá él. Se diferenciará de los demás en el numerador y también en el denominador.

 

Y
CON ESTA BASE
,
ME PONGO A HACER LA LISTA

 

Le envío por
e-mail
al Uvepé 4 lo que se me ha ocurrido. Le digo que son las bases sobre las que me voy a apoyar para hacer mi lista. Él me envía sus bases. Más o menos, coincidimos. Él es un poco menos ambicioso. Dice que ya firmaría si consiguiésemos que esto se lo creyera el 40 por 100 de nuestra población. Sí, seguramente es verdad. Pero me parece que hemos de ser ambiciosos, muy ambiciosos, porque para volar como gallinas, de salto en salto, no merece la pena tener alas. Que las águilas lo han entendido muy bien. Y, a su nivel, mis petirrojos, también.

Esto de la ambición no lo diremos, porque no es prudente ir de estupendo por la vida, y nos tenemos que dar cuenta de que, ante los seis mil millones de habitantes del planeta, lo que digan cuarenta y seis millones no pesa nada. Pero si consiguiéramos que, poco a poco, fuera pesando algo, estaríamos haciendo una cosa buena para la humanidad.

Quedamos de acuerdo en que vamos a intentar hacer las cosas bien y nos guardamos las ambiciones para nosotros, para que nadie diga, antes de tiempo, que estamos como unos auténticos cencerros.

 

L
A LISTA

 

El primer punto es tan importante que he estado por ponerlo en las bases. Pero lo pongo aquí. Es igual. Consiste en que quede muy claro que la educación de los hijos es la responsabilidad prioritaria de los padres. Esto trae consigo:

 

1. Que los padres tienen que mirarse al espejo, individualmente primero y los dos juntos después, y preguntarse: «¿Soy/somos un/os ser/es educado/s?».

2. Una vez que se hayan hecho esa pregunta y antes de contestar sí o no, han de cuestionarse otra cosa: «¿Qué quiere decir ser educado?».

 

Y aunque cada uno puede darse la contestación que quiera, igual les viene bien hacerse una serie de preguntas:

 

1. Antes de hacer las preguntas, hay que señalar que aquí no vale eso de «de 0 a 5, no eres educado; de 6 a 10, eres medianamente educado; de 11 a 15, eres bastante educado, pero te falta algo; de 16 a 20, eres educado». No: aquí hay que contestar que

a todas las preguntas. Es: o 20, o 0. No hay más o menos educados o más o menos impresentables. O
SÍ O NO
.

2. Hay que adaptar las preguntas a la situación real de cada uno, porque hay personas a las que, aunque sean educadas, no se las puede llevar a ciertos sitios, porque, por ejemplo, en esos sitios se habla en inglés y ellas no saben. Y serán unos bien educados mudos, y alguien pensará que son unos maleducados porque no contestan a las preguntas que se les hacen. También pueden pensar que son unos simpáticos sordos, porque no contestan y sonríen.

 

Con estas advertencias yo sugiero que, para lo que vamos a llamar Test de Buena o Mala Educación, la mujer y el marido se hagan preguntas como las siguientes:

 

1. ¿Como con la boca abierta, de modo que todos los que están conmigo puedan estar al tanto del avance en la masticación del chorizo o caviar que estoy engullendo?

2. ¿Cuando como y bebo, me limpio la boca con la manga de la camisa o del chaqué o utilizo la servilleta?

3. ¿Cuando mi marido/mi mujer me cuenta algo que ya me ha relatado sesenta veces, pongo cara de interés y de asombro, como si fuera una novedad y le digo: «Sigue, sigue», en vez de «corta el rollo, tío/a»?

4. Si estoy con un enfado monumental porque mi jefe/a me ha hecho una auténtica guarrada por salvar su puesto, ¿lo paga mi marido/mi mujer? ¿Lo pagan, de paso, mis hijos, que no saben de qué va el asunto, pero que son los que reciben la bofetada?

 

Fijaos que, en estas cuestiones, no pregunto: «¿Le pego a mi mujer?», porque pegar a tu mujer no es de mal educados. E
S DE SALVAJES
. Me parece que eso se llama ahora violencia de género, pero el nombre técnico es
SALVAJADA
.

Tampoco pregunto: «¿Le hago la vida imposible a mi marido a base de estar pinchándole todo el día y no dejarle nunca en paz?». Porque hacer eso no es de mala educación. Es de neuróticas, que amargan la vida a su marido, haciendo que de repente estalle y diga cuatro groserías, de modo que la mujer pueda llamar a un teléfono que dan por la tele y quejarse de la violencia doméstica.

Y no sigo, porque esto puede parecer un examen de conciencia de unos ejercicios espirituales. Pero es que sí, que hay que ver cómo anda nuestra conciencia antes de quejarnos de que el/la ministro/a ha hecho una tontería o ha puesto una asignatura de Educación para la Ciudadanía, que en algunos sitios es de Deseducación para los pobres niños que tienen la desgracia de sufrirla.

Lo fundamental es que quede muy claro que los padres nos tenemos que educar o reeducar, porque si no, nos van a salir unos mozos que, excepto relinchar, hacen de todo.

Y de esto no tiene la culpa el Gobierno. La tenemos los X millones de padres españoles, incluidos los inmigrantes, a los que quizá se nos ha olvidado que la labor de padres no acaba cuando echamos los hijos al mundo o bien cuando los fabricamos en un tubo de ensayo.

Esta es la primera idea: que todo lo que se haga para que los españoles seamos los más educados del mundo —ya me he contagiado de los faroles que se pegan nuestros gobernantes— empieza por que los padres se planteen que lo suyo no es solo traer dinero a casa para alimentar a su rebañito. Que la cosa es mucho más gorda y más difícil, porque el rebañito está formado por personas. Y que los primeros responsables somos nosotros. Y que un país puede salir adelante sin escuelas y, por supuesto, sin ministro/a de Educación, pero no puede salir adelante sin que los padres actúen como lo que son, o sea:
PADRES
.

Hay una segunda idea que es consecuencia directa de la primera: que los colegios tienen que complementar la formación que los chicos reciben en casa.

Y esto trae consigo un trabajo importante para el VP 4: la formación de profesores, que tienen que tener claro lo de que ellos
COMPLEMENTAN
. En rigor, no educan. Eso es «en rigor», pero en la realidad sí educan. Todos recordamos al padre jesuita XX o al señor o a la señora XX, que nos enseñaron muchas cosas, pero que, fundamentalmente, ayudaron a nuestros padres en nuestra educación con una vida coherente con lo que nos enseñaban. O sea, que si enseñaban matemáticas, ellos tenían la mente estructurada matemáticamente y si enseñaban religión, la vivían.

Por cierto, veo clarísimo que una persona que no sea católica o que, siéndolo en teoría, no viva como tal, no puede enseñar religión católica, porque le patinará el embrague. Y estoy seguro de que, aunque yo estudie mucho el budismo, si no vivo como un budista y no me lo creo, seré un mal profesor de budismo y se me notará a la legua que estoy hablando de memoria, y que no me lo creo. Ya sé que el budismo no es una religión, pero como ejemplo, vale. Y no creo —ni quiero— que ningún budista se moleste por el ejemplo.

No se trata de indoctrinar a los profesores: como soy de derechas, tengo que transmitir los valores de la derecha. Como soy de izquierdas, transmitiré los de la izquierda. No. Se trata de transmitir valores de buena educación, que sean coherentes con los que transmiten los educadores número uno, o sea, los padres.

Quiero tener un país en el que cuarenta millones de personas:

 

1. No se insulten.

2. Se escuchen.

3. Dejen que el otro acabe de hablar para intervenir.

4. No luzcan sus defectos, a veces vergonzosos, presumiendo de ellos y despreciando al que no los tiene, llamándole retrógrado y hombre de Neanderthal.

5. No digan hoy, blanco, mañana, negro y al otro, gris botella, que no sé si existe, poniendo cara de que no mienten, en vez de empezar sus discursos con: «Hoy voy a mentir más que ayer, pero menos que mañana».

6. Se responsabilicen de todo lo que hagan, en vez de echar la culpa al prójimo, sea el prójimo de este siglo, del pasado o del otro. Con esta táctica, cuantos más siglos pongo, más posibilidad hay de descubrir prójimos culpables y más disimulado quedo yo, que soy el único responsable de la situación.

7. Se enteren de que las cosas les irán bien si
ELLOS
trabajan como locos y no si el Estado les da un subsidio por ser jóvenes, por ser viejos, por ser de mediana edad, o parados, o no parados, etc.

8. Se den cuenta de la estupidez que representan las manifestaciones exigiendo
trabajo…¡ya!,
como si el
trabajo…¡ya!
fuera algo que alguien estuviera obligado a darles porque ellos no van a mover un dedo para conseguirlo.

 

Al llegar aquí, paro de escribir, porque me pongo en la piel del Uvepé 4 y pienso que se va a agobiar. En este punto no hago caso a mi amigo José Mari que, cuando alguien le decía: «Hombre, ponte en su lugar», contestaba: «En su lugar, ya está él».

Pero un poco de agobio no le vendrá mal al VP 4, porque eso será la señal de que ha entendido lo gordo que es el problema de educación que tenemos en España.

La nación no está ahora para responsabilidades, trabajo, etc. Exagero al hablar de «la nación». Lo que quiero decir es que unos cuantos millones de los que vivimos en nuestra España nos hemos acostumbrado a vivir del cuento. El cuento puede revestir diversas formas: un PER en alguna Comunidad Autónoma, un subsidio, un regalo de unos euros por ser un buen español, etc.

He dicho «nos hemos acostumbrado» en vez de «nos han acostumbrado», porque siempre, siempre, siempre, la responsabilidad es del pueblo. Mejor dicho: de cada individuo del pueblo, incluyendo a cada uno de los lectores de este libro. S
Í
,
YO
,
TAMBIÉN
. S
Í
,
USTED
,
TAMBIÉN
.

Y lo grave de este asunto es que todos los individuos nos juntemos y digamos: «El Gobierno ya lleva X días en que no me da nada. Habrá que manifestarse». Y hala, a desempolvar las pancartas y a salir por el paseo de Gracia, por la Castellana o por el antiguo paseo de la Independencia, de Zaragoza, que ahora se llama avenida y que es por donde me gustaría salir a mí, para saludar a los amigos.

 

O
TRO DESCONCIERTO

 

Nos reunimos el VP 4 y yo. Tiene una duda. Dice que, en el tema de la educación, estamos hablando de los cuarenta y seis millones de españoles y no de los chicos que hay que educar. Que los Planes de Educación —esos que cambian con tanta frecuencia y que hacen que los libros de un hermano no sirvan para el siguiente— suelen hablar de lo que tienen que aprender los chicos. Pero que a él le parece —no está seguro— que hemos cambiado el orden. Y que hemos puesto las cosas así: padres, profesores y chavales.

Dice que a él esto le gusta, porque es de sentido común, pero que no sabe si será demasiada revolución.

Le tranquilizo, porque las revoluciones se hacen así: replanteándose las cosas y viendo lo que los eruditos llaman «los signos de los tiempos».

 

L
OS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

 

Es que los tiempos han cambiado. Cuando yo tuve que ir al colegio, mis padres lo tuvieron fácil. Prácticamente, en cuanto a formación integral, todos los colegios eran iguales.

Aquí le digo al VP 4 que se dé cuenta que he dicho «formación integral».

Porque el fin último de la educación es formar personas, y formar personas es mucho más que sacar seres repeinados, que sepan inglés y que lleven un ordenador en la mano como las señoras llevan un bolso, y que se creen que son muy listos, y puede ser que sean buenos técnicamente, pero como personas dejan bastante que desear. Y así pasa lo que pasa. Y no me paro a describir lo que pasa, porque todos lo sabemos de sobra.

Y, aunque lo sabemos, a veces se nos olvida y creemos que, como el niño va hecho un sol, ya le hemos formado. Pues no. Porque puede darse el caso —y se da muy frecuentemente— de que hayamos fabricado un monstruito. Guapo y arreglado, pero egoísta, grosero, trepa, abusón, murmurador, zancadillero, cotilla, y no digo más cosas porque parecería lo que dice san Pablo cuando pone de vuelta y media a los cretenses, pero diciendo que lo ha dicho un poeta de aquella isla, que les debía conocer bien.

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