La isla de los hombres solos (33 page)

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Authors: José León Sánchez

Tags: #Histórico, Relato

BOOK: La isla de los hombres solos
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El carro sigue rápido como arrastrado por cien caballos. Cierro la ventana.

Afuera sigue la lluvia, regando la oscura tierra, fertilizando los campos y engalanando las praderas… Yo siento sueño, inclino mi cabeza a un lado.

Soñaba con esa carretera sembrada de flores por grandes trechos.

Miraba ahora con los ojos del alma lo que sentían esos hombres que nos cambiaron la vida en el presidio. Los buenos que ya cité y que cuando llegaban al penal se les ponían de repente los ojos tristes. Casi pudiera decir que ahora yo no era un reo. De verdad que ya no lo era, pues estaba en la final de un camino lleno de noche.

Conocí Grecia, Palmares, Ciudad Quesada; muy lindo todo, pero muy lindo.

En el muelle de San Carlos un bote de motor nos esperaba y navegamos horas y horas porque uno de los ríos más lindos que mis ojos vieron hasta llegar donde se une con el San Juan.

Ahí está la colonia penal de San Carlos.

Un pueblo recogido y al otro lado el caserío de los reclusos-colonos. Viven ahí con sus esposas e hijos y nadie les echa de más o de menos. Sus niños van a la misma escuela que los hijos de los libres. Solamente hay que estar ahí hasta el final de la condena.

Encontré viejos conocidos y principalmente a Enrique Sanabria con su esposa y sus hijos que tenía una casita donde criaba muchas gallinas y chanchos. Enrique ordeñaba y cuidaba las vacas de la colonia.

Es cierto que la idea de una colonia abierta como ésta es lo más dulce que los hombres libres pueden ofrecer a un reo para cambiar su vida de malo en bueno.

Algunos de los internos tenían rifles «u» para ir, hasta el corazón de las montañas, en busca del tigre, el danto grande como torete y de los lagartos que duermen en la orilla del río.

Me hospedé en la casa de Sanabria hasta que pudiera lograr un mejor destino con un rancho propio y por todo trabajo se me encargó cuidar el gallinero de la colonia.

Guardias no había por lado alguno pues ahí todo estaba en manos de la propia responsabilidad del recluso.

Solamente pensar que podía caminar hasta donde quisiera sin que una persona se lo impida o bogar río arriba o río abajo, me daba saber que de verdad era casi todo un hombre libre. Me di cuenta de mucha cosa curiosa, como eso de que ahí llueve tanto que hay cuatro cosechas de maíz al año y hasta los cerillos deben de ser guardados en cajas especiales y de lata para que la humedad no moleste.

Recordé San Lucas donde hasta las candelas se derriten por el calor.

Sanabria me llevó junto al río y nos sentamos bajo la sombra de unos plátanos.

Conversamos de viejos recuerdos, pues él había sufrido allá en la isla infernal tanto como yo.

Hasta mis oídos llegaba la risa de sus hijos que jugaban con un chanchito.

El río San Juan como una carretera de vidrio corría rumbo al mar.

Como prendida en el corazón de la lejanía se escuchaba el ruido de una lancha rumbo al castillo de Nicaragua.

Al frente la montaña que se ofrecía toda entera para que uno hiciera con ella cualquier cosa como si fuera una mujer.

La tarde estaba bonita aunque un viento fresco y húmedo anunciaba la tormenta.

Sanabria acudió al llamado de su esposa para que le jalara una carga de leña y quedé solo.

Una banda de olominas corría por entre la raíz de los lirios amarillos y rojos.

Una humedad me cerró los ojos y entonces me di cuenta que estaba llorando.

Era el principio del caminar como un hombre libre y lo peor había pasado.

En ese momento pensé sobre el primer día que ingresé al presidio de San Lucas.

Recordé la desesperación de María Reina cuando se lanzó al río para salvar a la niña.

Y en ese instante sentí como un frío que me corría por la espalda y creí escuchar con toda nitidez una voz de mujer que a gritos me llamaba desde el fondo del platanal.

Miré a todos lados asombrado, pero no sorprendí a nadie, nadie.

Intenté levantarme lentamente para regresar a casa de los Sanabria, cuando en ese momento escuché una voz cerca de mí que reconocí al instante a pesar que hacía treinta años no la escuchaba: era la voz dulcísima de María Reina que me decía:

—No temas, Jacinto, es el viento que va por entre la enramada de los árboles…

JOSÉ LEÓN SÁNCHEZ (Cucaracho del Río Cuarto, Costa Rica, 19 de abril de 1929) es un escritor costarricense. Frecuentemente considerado como uno de los autores más destacado e inusual en la literatura costarricense, Sánchez posee una manera única de combinar el humor con el realismo crudo y descarnado típico de la época en la que vivió.

En 1963, la noticia de que un reo había ganado el Primer Premio del cuento de los Juegos Florales, causó asombro en Costa Rica.

La historia de José León es como un cuento. Nació en un rancho de Cacaracho de Río Cuarto, como el último de una familia donde solamente había mujeres y abundaba el hambre. Su madre, al no poderlo mantener, lo regaló a los pocos días de nacido.

Le tocará vivir el ambiente del Hospicio de Huérfanos y luego en el Reformatorio de San Dimas, donde se convierte en un delincuente juvenil que lo llevará a los 20 años a verse metido en un delito por el que se le condena a 45 años de prisión.

Este es el mismo presidiario al que Costa Rica le rinde homenaje un día en el Teatro Nacional ante una silla vacía, que simboliza su nombre ausente en la lejana isla de San Lucas, por ganar el premio Juegos Florales 1963 con el cuento
El poeta, El niño y El río.

Dos años después ganaba un premio internacional de literatura con su obra
Cuando canta el caracol,
en el Festival de Artes y Letras de la República de Guatemala.

La Editorial Costa Rica ha publicado sus mejores cuentos bajo el título
La Cattleya Negra.

José León ha pasado sus últimos años de condena, gozando de libertad condicional. Trabaja en la Secretaría Municipal de Desamparados y tiene actividades intelectuales en la ciudad capital. Se le otorgó el Premio Nacional de Literatura
Aquileo J. Echeverría,
1967. Recibió Mención de Honor de los Juegos Florales Costarricences-Centroamericanos, 1969, con la novela
La Colina del Buey.
Es directivo de la Asociación de escritores y Artistas de Costa Rica, en los años 1967-1968. Es miembro de la Comunidad Latinoamericana de Escritores y del Instituto Cultural Costarricense-Israelí.

Joaquín Vargas Gené, ex Ministro de Justicia y Gracia, ha dicho:

«Nadie puede ignorar que aun dentro de las condiciones de José León, se puede cultivar el espíritu, seguir siendo hombre, sintiendo, creando y esperando».

Fabián Dobles, el gran escritor de Costa Rica, expresa:

«Un hombre atormentado y empeñoso, purgado de la sociedad a causa de un delito, da, sin proponérselo, una lección de realidad».

Notas

[1]
Treinta años de presidio fiero y una revolución llena de creadores nuevos y humanos faltaban para que otro Presidente de Costa Rica, don Francisco J. Orlich, llegara a declarar que «quien a un reo maltrata a sabiendas de que no se puede defender, a tal ni se le debe llamar hombre ni se le puede decir costarricense»

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