Read La isla de los perros Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La isla de los perros (25 page)

BOOK: La isla de los perros
2.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Como cuáles? —preguntó Hammer con interés.

—Por ejemplo, que cada vez que Trader le lleva galletas o dulces a Crimm, éste sufre poco después un ataque gastrointestinal que lo deja exhausto. Y permí… teme que añada que las golosinas siempre son de cho… colate o incluyen chocolate.

—¡No! ¿Crees que…?

—Estoy seguro de que sí, y tengo la intención de demostrarlo cuando el laboratorio acabe de analizar los bombones que supuestamente te mandó el gobernador y los restos de un pastel de chocolate fundido que Trader envió al asador de Ruth Chris.

—¿Los has llevado al laboratorio? —Hammer esta… ba asombrada.

—Por supuesto que sí. He oído rumores y, además, el gobernador nunca te devuelve las llamadas, así que es muy extraño que te envíe bombones, ya sabes tú a través de quién. Creo que ese hijo de puta de Trader lleva años bañando en laxante los dulces del gobernador. ¿Qué me… jor manera de confundir y manipular a una persona que tenerla doblada a retortijones y llena de vergüenza cada vez que hay que tomar una decisión importante, lo cual en el caso del gobernador es cada día?

—¡Eso es un delito! —exclamó Hammer con repug… nancia. Recordó que cuando la habían entrevistado para el puesto de superintendente, Trader le había ofrecido un tazón de plata con unos cacahuetes bañados en cho… colate y ella los había rechazado, ya que nunca comía dulces ni nada que engordase.

—Ah, pero hay más —dijo Andy en tono ominoso—. He estado investigando a fondo a Trader. Para empezar, el nombre de soltera de su madre es Bonny.

—No le veo la importancia.

—Enseguida la verás Andy —la miró a los ojos mientras el sol se ponía y los clientes del supermercado iban y venían de sus coches, ajenos a la importante con… versación que se mantenía allí—. Los Bonny eran origi… narios de la isla Tangier. La madre de Trader se casó con un pescador llamado Trader, y Major Trader nació en la isla el once de agosto de 1951. Asistió el parto una comadrona que, al parecer, pasó un mal rato porque el ni… ño venía de pie, o sea al revés, lo cual le va como anillo al dedo, ya que invierte la verdad y pone del revés todo lo moral y honrado.

—¿O sea que sugieres que lo de desarrollar el VASCAR en la isla Tangier fue una maniobra deliberada de Trader? —preguntó Hammer.

—Pues sí. Y una cosa es segura: Trader sabe de qué pie cojean los isleños, de acuerdo, y lo más probable es que aún conozca a alguien en la isla, pero hasta ahora no ha intervenido porque tiene, como mínimo, una buena razón para no hacerlo.

—¿Cuál?

—La familia Bonny desciende de los piratas —repli… có Andy—. Y me temo que tengo más malas noticias —añadió, para a continuación explicarle el incidente de la bolsa de basura y el sobre que habían dejado en el porche de su casa la noche anterior.

Hammer escuchó todo el relato sin interrumpir, lo cual ya era poco habitual en ella, pero se la veía sorpren… dida y preocupada.

—Según algunos soplos que ha recibido el Agente Verdad —prosiguió Andy—, Trish Trash utilizaba unas iniciales como seudónimo, A. V., no sé por qué, y en los últimos tiempos la gente le tomaba el pelo preguntán… dole si era el Agente Verdad, por lo de las iniciales, claro. A ella le hacía mucha gracia y a menudo comentaba que le habría gustado mucho ser el Agente Verdad porque ella siempre quiso ser periodista y había terminado de funcionaria del Estado, trabajando en una base de datos.

Andy calló, profundamente entristecido al pensar en aquella mujer que nunca había hecho realidad su sueño, que había deseado ser el Agente Verdad y ahora estaba muerta.

—Entonces, ¿crees que conoció al asesino y estuvo hablando con él? —inquirió Hammer—. ¿Y que tal vez le contó esa anécdota divertida de que la gente la confundía con el Agente Verdad y que ella quería ser el Agente Verdad, confiando después lo bastante en el desconocido para irse con él a algún sitio?

—Eso es justo lo que pienso. Pero tengo una duda sobre el sexo del asesino. Otros soplos indican que era muy improbable que esa mujer saliera con un hombre, y del todo imposible que se dejara acompañar por uno a casa, a no ser que fuera un compañero del trabajo. En la oficina tenía que fingir, porque temía represalias del intolerante de su jefe. Vestía con un estilo un tanto duro y los fines de semana frecuentaba bares, en busca de com… pañía de su mismo sexo. Al parecer, la noche de su muer… te llamó a una amiga y le dijo que iría al Tobacco Com… pany, que es un sitio muy agradable y no el tipo de garito donde se junta gente excéntrica. Así, supongo que la persona a la que conoció en ese local no era alguien que llamase la atención o cuyo aspecto inspirase desconfian… za. Eso, claro está, suponiendo que allí conociera a al… guien. De momento no sabemos dónde conoció al asesi… no. Por cierto, he enviado, bueno yo no, el Agente Verdad ha enviado toda esta información al detective Slipper, así que espero que esté trabajando en ello.

—Pero nada de esto explica por qué el asesino dejó pruebas en la puerta de tu casa, Andy —dijo Hammer con el rostro tenso de miedo—. ¡Me preocupa tu seguri… dad, por el amor de Dios! Es un psicópata pervertido y te está acechando.

—A decir verdad —replicó Andy, no estoy convencido de que el asesino sea un hombre o de que actua… ra solo. Permíteme que te recuerde que a Moses Custer también lo rajaron con un arma parecida a una cuchilla.

—Una pirata de la carretera que comete crímenes rituales homófobos y racistas? —preguntó Hammer, dudosa.

—Es un error pensar que las mujeres no son violen… tas ni capaces de cometer los mismos horrores que los hombres —dijo Andy, pensativo—. El fanatismo es el fa… natismo, y pienso que estaría bien que hiciera planes para ocuparme pronto de eso en la página del Agente Verdad.

Mientras se desarrollaba esta intensa conversación, a pocos kilómetros de distancia, al otro lado del río James, Cat urdía sus propios planes. El bandido había tomado prestado el todoterreno que en esos instantes estaba aparcado ante el hangar de la Policía Estatal, en… cajado con disimulo entre otros dos vehículos privados. Al cabo de varias horas la espera de Cat se vio por fin recompensada con la llegada de Macovich, que apareció en el cielo y posó el 430 con el que volvía de la isla Tan… gier, a la que había ido a por marisco.

Macovich debía admitir que aquellos isleños eran la gente más rara de la tierra. Aunque habían declarado la guerra a Virginia y ondeaban una bandera que exhibía un cangrejo, en el momento en que advirtieron que Ma… covich estaba en la isla con el único objetivo de comprar algo habían arriado la bandera del cangrejo para izar la de Virginia. Y luego doblaron el precio del marisco para la cena del gobernador.

Supongo que no sabe nada de ese dentista al que tienen aquí escondido. Macovich intentó averiguar algo sobre el secuestro mientras la cajera le devolvía el cambio en centavos.

—¿El dentista? Hace tiempo que no lo veo —res… pondió la mujer.

Macovich no la creyó y no pudo evitar fijarse en que llevaba las peores fundas dentales que jamás había visto.

—El les arregla los dientes, ¿verdad? —inquirió Macovich.

—Sí. —Mientras Macovich recogía los noventa y dos centavos, la isleña, llamada Mattie Dize, le dedicó una sonrisa blanca como la nieve.

—¡Vaya! —exclamó Macovich, sacudiendo la cabe… za—. Suerte que no es mi dentista. Ahora, escuche. Creo que sería mejor que ustedes se tranquilizaran y dejaran que el dentista volviese a casa con su familia. ¿Qué ganan con tenerlo oculto en algún lugar de la isla? El resto de Virginia no quiere problemas con los vecinos de la isla.

Mattie frunció el ceño y se lamió el labio inferior al tiempo que cerraba de un golpe la caja registradora.

—El gobernador tampoco quiere problemas con ustedes, se lo aseguro —prosiguió Macovich mientras los cangrejos y una trucha alborotaban dentro del cubo de plástico blanco—. Me refiero a que podría empezar a derribar puertas hasta que encontrase al dentista y luego encerrar a todos los vecinos en sus casas. Pero se… ré bueno y no lo haré. Además, debo regresar con el pescado vivo; a la primera dama no le gusta el pescado muerto.

Mientras cerraba el helicóptero en el hangar, Maco… vich pensó que como mínimo había tratado de interce… der. Entonces vio a un joven de aspecto duro que vestía como un mecánico de la NASCAR y hablaba por un te… léfono móvil.

—Está aquí —le decía Cat a Smoke.

—¿Quién? Será mejor que me cuentes algo importante, porque me has despertado en plena noche… —Ese madero, el negro. Acaba de llegar con el helicóptero.

—Mierda, ¿en serio? & mdsh; Smoke se había despejado del todo—. Pues ve a hablar con él ahora mismo para que te dé esa lección. ¿Por qué no ha ido Possum en tu lugar?

—Está en su habitación, preparando algo —respon… dió Cat.

Pues le voy a pegar una patada en el culo susu… rró Smoke, de nuevo soñoliento.

Como quien no quiere la cosa, Cat se acercó al heli… cóptero que Macovich estaba llenando de gasolina con una manguera conectada a un camión de la Exxon que llevaba escrito JET-A con grandes letras. Cat se abotonó su chaqueta de la NASCAR y se caló la gorra oficial so… bre los ojos, contento de haber asistido a todas las carre… ras celebradas en el circuito internacional de Richmond y de haberse hecho con todos los recuerdos de la NAS… CAR —ropa, mecheros, carteles, bolígrafos, jarras de cerveza y ambientadores para el coche—, mucho antes de que esos objetos fueran importantes para su trabajo.

Macovich contempló al hombre de la NASCAR que se le acercaba y se sintió excitado. ¡Daría cualquier cosa por formar parte de una plantilla de mecánicos de la fór… mula NASCAR! Aquel tipo tenía una pinta envidiable: fanfarrón, tosco y fuerte, pero lo bastante pequeño co… mo para caber en un coche de carreras. Fumaba un Winston, llevaba gafas oscuras y seguro que una rubia atractiva y sensual lo esperaba en casa.

—He venido por orden de mi piloto, cuyo nombre todavía no puedes saber —dijo Cat al tiempo que accio… naba un encendedor de colores de la Winston Cup, con la firma de Jeff Burton—. Empecemos.

—¿Empezar qué? Macovich miró el mechero con envidia y se preguntó si el piloto blanco con trenzas que había conocido la noche anterior sería Jeff Burton dis… frazado.

—Que empieces a enseñarme a volar. Cat toqueteó el mechero y se tomó su tiempo para encender el ci… garrillo que sostenía en la oreja.

Macovich miró a su alrededor para ver si alguien los observaba. Cat abrió la cremallera de uno de los bolsillos de la manga de su chaqueta y sacó un billete de cien dólares. Macovich miró el billete e intentó recordar cuándo fue la última vez que vio uno.

—Escucha una cosa —le dijo a Cat, deja que primero entregue el marisco. Nos veremos aquí dentro de un par de horas, cuando el sol empiece a ponerse.

—Espera un momento, joder —replicó Cat, alarmado—. ¡No quiero tomar lecciones de noche!

—¿Estás loco, tío? —le dijo Macovich con dureza—. ¿Crees que en un helicóptero tan grande como éste im… porta que sea de noche? ¡Pero si tiene los mejores instru… mentos, piloto automático, un radar para el tráfico más un radar para las tormentas y todo tipo de luces de aterrizaje! ¡Incluso hay un reproductor de DVD para que la primera dama vea películas mientras la llevo de un sitio a otro!

Cat entendió lo del DVD pero nada más. Empezaba a pensar que las cosas estaban yendo demasiado lejos, pero no quería que aquel maldito madero negro se diera cuenta de ello.

—¿Ah, sí? —replicó Cat—. Pues yo he visto heli… cópteros más grandes y mejores que éste. ¿En qué crees que se desplazan hasta el circuito los pilotos de la NAS… CAR?

—Pues supongo que en Jet Rangers y tal vez en al… gún 407 —respondió Macovich, que sabía cómo viajaban los pilotos pues a la primera familia le gustaban mucho esas carreras de coches que se pasaban toda la noche dando vueltas en la pista—. Ahora tengo que entregar este marisco antes de que se muera —añadió Maco… vich—. Después volveré y sólo te cobraré cien dólares por la primera lección. Será un precio especial de corte… sía, pero las lecciones siguientes te costarán más. Este aparato es muy caro.

—¿Cuál es su precio de venta al público? —pregun… tó Cat, ansioso.

—Unos seis millones —respondió Macovich mientras cerraba las puertas del helicóptero y el comparti… mento de las maletas.

A Possum no se le permitía tener un cerrojo en la puerta de su habitación, pero pensó que sería mejor que se pusiera uno; le preocupaba que Smoke se enfadara cuando descubriese que se había escabullido de las lec… ciones de vuelo. En la oscuridad de su rincón tragaba mantequilla de cacahuete y mermelada de uvas mientras, nervioso, hacía esbozos para la bandera pirata al tiempo que veía «Bonanza» y acariciaba a Popeye.

—Me gustaría poder hacer eso —le susurró a Popeye al ver que Hoss, junto al establo, doblaba herraduras con la mano.

El pequeño Joe intentaba convencer a Hoss de que peleara con el infame Bear Cat Sampson del circo Twee… dy, que acababa de llegar a la población. Lo único que Hoss tenía que hacer era inmovilizar en cinco minutos al invencible luchador circense, y Hoss y el pequeño Joe ganarían cien dólares. Possum pensó que esa cifra debía de ser un montón de dinero, años atrás; ahora, cien dólares apenas daban para un par de zapatillas deportivas decentes.

Possum garabateó una herradura doblada en su li… breta y luego intentó dibujar a Hoss levantando un carro lleno de pesados sacos. A continuación, en la tele, el pequeño Joe pegaba a Hoss con una tabla en el estómago y éste ni siquiera lo notaba. Ninguna de aquellas compo… siciones quedaba bien sobre papel, por lo que Possum intentó copiar el mapa de La Ponderosa ardiendo y pensó que, como mínimo, iba por buen camino.

La puerta se abrió y apareció Smoke, que lo miraba furioso. Possum entrecerró los ojos ante la luz que llenó de repente la habitación.

—¿Qué coño estás haciendo? —preguntó Smoke, enojado.

Parecía dispuesto a echar a Possum y a Popeye de la cama y hacerles daño.

—Nada.

—¿Por qué no has ido al hangar? ¡Cat me ha telefo… neado y tú, mientras tanto, aquí holgazaneando ante el televisor! ¡Eras tú y no Cat quien tenía que aprender a volar!

—Cat lo hará mucho mejor que yo —dijo Possum, mansamente—. Estabas dormido, Smoke, y no quería… mos molestarte con eso.

—¡Venga, levántate ya, vago! Nos vamos al Wal-Mart a comprar ropa de la NASCAR. De ahora en ade… lante, ésos serán nuestros colores, y que no te pesque yo llevando una camiseta de Michael Jordan. Vamos a ir a la carrera —prosiguió Smoke—. El sábado por la noche hay una aquí, la de la serie Winston.

BOOK: La isla de los perros
2.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Day Beyond the Dead (Book 1) by Dawn, Christina
All These Condemned by John D. MacDonald
Made in America by Jamie Deschain
The Wrangler by Jillian Hart
Packing Heat by Kele Moon
Chaos Unleashed by Drew Karpyshyn
Bonfire Beach by Lily Everett
A Woman Involved by John Gordon Davis
Christmas in Apple Ridge by Cindy Woodsmall