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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La isla de los perros (54 page)

BOOK: La isla de los perros
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Completar aquel conjunto requería mucha deliberación, y al final se decidió por un sencillo corpiño negro de tubo. Encima se puso una chaqueta metalizada, con los logotipos de la Kodak, la DuPont y Pennzoil, que había encontrado en la sección de la NASCAR de una tienda de remate de East Broad Street, entre un establecimiento que vendía pistolas económicas y una copistería.

Andy también prestaba mucha atención a su aspecto, pero no por razones de vanidad ni porque tuviese ganas de ligar. Nunca había estado en el Circuito Internacional de Richmond y no sabía bien qué solían vestir los borrachos aficionados a las carreras. Al fin decidió que, cuanto menos llamara la atención y más protegido fuera, mejor. Así pues, se puso unas gastadas botas camperas, unos vaqueros anchos que ocultaban el arma que llevaba en una pistolera oculta en el tobillo, una sudadera de los Redskins y una chaqueta de cuero. Aquella mañana no se había afeitado y con la barba de dos días, la peluca de la cola de caballo, las gafas oscuras de espejo y una pistola de nueve milímetros escondida en la rabadilla, en la parte trasera del pantalón, quedó satisfecho de su aspecto. Smoke no le reconocería. En realidad, nadie sería capaz de reconocerle.

Había empezado el proceso de salpicarse con una cerveza, cuando sonó el timbre de la puerta.

—¿Quién demonios…? —murmuró algo alarmado, porque no esperaba ninguna visita—. ¿Quién es? —gruñó ante la puerta cerrada.

—Soy yo —dijo una voz apagada de mujer.

Andy no la reconoció y pensó en la asesina en serie que había dejado las pruebas en las escaleras del porche.

—¿Quién es «yo»? —preguntó.

—Hammer.

—¡Vaya! —exclamó sorprendido al abrir la puerta—. Siento haber estado desagradable, pero no sabía que fueras tú. Bueno, al principio no lo sabía, casi no reconocí tu voz porque…

Mientras observaba a Hammer de arriba abajo, el cerebro de Andy parecía no recibir riego sanguíneo. Hammer vestía como una motera, toda ella en cuero negro, botas negras Dingo y una chaqueta Harley. Colgada en el hombro lucía una bolsa Harley, en cuyo interior a buen seguro llevaba un pequeño arsenal. Había endurecido su hermoso rostro con capas de maquillaje y llevaba el cabello despeinado.

—Ahórrate cualquier comentario —dijo al entrar en la casa—. No tenía ningunas ganas de parecer una puta barata motociclista, pero algo tenía que hacer. Me preocupa nuestra llegada en helicóptero, con estas pintas —comentó al ver el disfraz de Andy. Y no podremos tener agentes de paisano en la isla porque los únicos pilotos de que dispongo sois tú y Macovich, y los dos estáis ocupados; además los barcos no van por culpa de las malditas restricciones que ha ordenado el gobernador gracias a tu artículo del tesoro Tory. Por eso he decidido pasar a verte y preguntarte si no crees que deberíamos reconsiderar muestra actuación.

Lo siguió hasta el comedor y se sentaron en la improvisada oficina. Cuando Hammer vio el ordenador, la impresora, los archivadores y las pilas de material de consulta, tuvo la extraña sensación de que aquél era el cuartel general secreto del Agente Verdad, por más que supiera perfectamente quién era el Agente Verdad, dónde vivía y dónde trabajaba. Advirtió, para su sorpresa, que había empezado a sentirse vinculada con aquel escritor ficticio y que hasta había deseado llegar a conocerlo.

—Esto es ridículo —dijo.

—Lo sé —convino Andy—. Parezco un imbécil y siento apestar a cerveza y no haberme afeitado. Y, probablemente, tienes razón: nuestros disfraces no cuadran con un helicóptero de la Policía Estatal.

—Se me hace extraño estar sentada en el sitio donde escribes los artículos. Me da la sensación de que he pasado al otro lado del telón y he descubierto al mago de Oz o algo parecido. Y tengo que decir que una parte de mí está muy decepcionada, porque me parece que yo también he empezado a creer en el Agente Verdad. ¡Dios mío, había empezado a ser admiradora suya! —Sacudió la cabeza y suspiró—. Debo de estar volviéndome loca. En primer lugar, yo no soy admiradora de nadie, y me parece estúpido e irracional ser admirador de alguien o de algo. Un ser racional no encumbra a alguien al monte Olimpo, piensa que es un dios y cuelga carteles con su imagen en su cuarto.

»Cómo es posible que alguien adore, e incluso quiera acostarse con un perfecto desconocido? —prosiguió mientras Andy se miraba las manos, incómodo y herido porque a ella tal vez le gustaba más el Agente Verdad que él—. Supongo que eso significa que hay miles, quizá millones de perfectas desconocidas que leen al Agente Verdad, lo veneran y tienen fantasías sexuales con él —prosiguió Hammer—. Sé que a Windy le pasa, aunque en su caso está convencida de que el Agente Verdad tiene ochenta años y camina con bastón. Un buen apaño —anunció Hammer, dando una palmada a la mesa.

—¿Qué apaño? —preguntó Andy con una punzada de dolor y enfado—. No es ningún apaño, nunca lo ha sido. Qué importa si utilizo seudónimo para escribir o si no lo utilizo. Yo sigo siendo quien escribe los artículos. ¡Yo soy el Agente Verdad!

—El Agente Verdad no existe —replicó Hammer.

—Muy bien, déjame que te pregunte una cosa —dijo Andy, que intentaba recuperar la compostura—. Si nunca pensaste que el Agente Verdad era yo, ¿quién era entonces para ti el Agente Verdad? Tuviste fantasías con él, ¿eh?

—Esta discusión es estúpida y no lleva a ningún sitio —dijo Hammer—. Olvidémosla. Tenemos una importante operación por delante y debemos concentrarnos en ella, por el amor de Dios.

—Tienes toda la razón —dijo Andy con el tono de voz más pausado—. En realidad, no me importa si eres admiradora o no del Agente Verdad o de nadie, incluido yo, que tampoco soy admirador de nadie. Nunca lo he sido —añadió mientras el teléfono empezaba a sonar.

—¡Vaya! Tenemos un problema, Brazil —dijo un excitado Macovich al otro lado del hilo—. ¡El gobernador no quiere llevar el helicóptero a la carrera!

—Estás bromeando —dijo Andy—. ¿Por qué demonios no quiere? Habla con él. Dile que por razones de seguridad tiene que ir por aire.

—No me hará caso. Al parecer, de repente se le ha ocurrido preparar un establo móvil para el mini caballo que acaba de comprarse. Creo que esa hija suya, el as del billar, ha tenido algo que ver en ello. Jamás en mi vida había oído algo tan estúpido, pero el caso es que hay unos agentes llenando de paja el suelo de la limusina y —no hay manera de convencer al gobernador de que lo olvide. De modo que él y la primera familia irán en la limusina, y no quiere bajar del burro. Oh, cómo lo siento… No sé qué decir.

—Pero ¿y Smoke y los perros de la carretera? —protestó Andy—. ¿Qué harán cuando el helicóptero no se presente a recogerlos para llevarlos a la carrera? ¡Y tienen a Popeye!

—Lo único que sé es que teníamos que encontrarnos en el helipuerto y yo no estaré allí.

—¡Mierda! —exclamó Andy al tiempo que colgaba el teléfono.

Explicó lo que ocurría y le dolió ver la angustia que se reflejaba en el rostro de Hammer cuando ésta comprendió que tal vez no podrían rescatar a Popeye y que el plan que tenían acababa de venirse abajo. Smoke y los perros de la carretera seguirían en libertad a menos que lograra atraerlos a una trampa y, tal como estaban las cosas, no aparecerían por la carrera.

—Cuando vean que el helicóptero no llega, pensarán que ha ocurrido algo —dijo Hammer, abatida—. Creerán que hemos detenido a Cat y que tenemos a toda la Policía Estatal esperándoles en el circuito. ¡Todo por culpa de un maldito mini caballo!

Andy no dijo nada. Ambos sabían que había sido él quien convenció al gobernador a través de la página del Agente Verdad de que se agenciara un mini caballo.

—No sé qué decir —farfulló Andy.

—Es demasiado tarde para disculparse —replicó una cabizbaja Hammer—. Y de todas formas, no tienespor qué pedir disculpas, Andy. No es culpa tuya. Fui yo la que me dejé llevar por esa charada del Agente Verdad sin pensar en las consecuencias. Sólo espero que Popeye… —dijo con voz quebrada—, sólo espero que no sufra —farfulló al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas—. ¡Maldita sea!

—Espera un minuto —dijo Andy mientras se le ocurría una idea sencilla pero increíble—. ¡Donny Brett vuela en un cuatro treinta!

—Quién? —preguntó Hammer al tiempo que buscaba un pañuelo en su bolsa Harley y unas esposas chocaban contra la pistola.

—¡El número once! Este año ya ha ganado cuatro veces, entre ellas en Martinsville y en Bristol, y sé de su pájaro porque la Bell lo ha utilizado en muchos anuncios. Luce los colores de Brett y él siempre lo utiliza para ir a las carreras, por lo que lo más seguro es que en este mismo momento se encuentre en el helipuerto del circuito. ¡Sí! —Los pensamientos de Andy volaban tan deprisa que apenas se le entendía—. Familia de uno de los conductores. ¡Eso es! Y nos presentaremos con el helicóptero de Brett y nosotros mismos llevaremos a Smoke y los perros de la carretera.

—Pero, con lo tarde que es, ¿cómo vamos a ponernos en contacto con ese Brett o como se llame para que nos deje el helicóptero? —preguntó Hammer—. ¡Es imposible!

—Fácil —replicó Andy—. Nos adentraremos en el mundo de la fantasía y convertiremos la ficción en realidad.

—Ahora no es el momento de hablar como un escritor —le recriminó Hammer tras sonarse la nariz.

—Tú te sentarás delante, a mi lado, y fingiremos que eres mi novia. —Andy explicaba su plan a medida que se le ocurría.

—¿Y tú quién serás?

—Yo me haré pasar por el hermano de Donny Brett —respondió Andy. Tenemos que hacer creer a Smoke y a sus perros de la carretera que Macovich llegaba tarde a buscar a los presuntos mecánicos y que por eso pidió ayuda a Brett. Engañaremos a esos capullos y en el momento en que aterricemos, habrá agentes de paisano que los detendrán. Venga, vamos, tenemos que ir al circuito.

La única manera de llegar, en vista de los grandes embotellamientos de tráfico que colapsaban toda la Commonwealth cuando ciento cincuenta mil aficionados de las carreras iban al circuito, sería en un helicóptero de la Policía Estatal. Una vez allí, correrían en busca de Donny Brett, a quien los periodistas siempre habían descrito como un profundo patriota y padre de familia que coleccionaba placas de policías y pistolas. Brett también confiaba en la seguridad, y cuando Hammer y Andy se abrieron paso entre la multitud y aparecieron en el lujoso remolque de Brett que estaba aparcado dentro del circuito, unos tipos muy grandes cerraron la puerta y dieron a entender que no les importaba hacer daño a admiradores y curiosos demasiado entusiastas.

—Tenemos que hablar con el señor Brett —anunció Hammer.

—Está descansando. Márchense, por favor —dijo uno de los gorilas con cara de pocos amigos.

Hammer llevaba la cartera en el bolsillo trasero de sus pantalones de cuero sujeta con una cadena y sacó la placa. Dijo en voz baja:

—Somos de la Policía Estatal y estamos trabajando en una gran operación secreta. ¡Hay vidas en juego!

Andy hundió la mano en el bolsillo y también sacó la placa.

—No queremos molestar al señor Brett. Sabemos que necesita paz y tranquilidad antes de montar en el coche y esperamos que gane la carrera, pero tenemos que verle —explicó Andy.

—Pues claro que ganará —dijo el segundo gorila—. Le sienta muy mal perder y antes de la carrera siempre cierra los ojos y medita un rato, pero voy a explicarle lo que ocurre para que él mismo decida.

—Me toman el pelo, ¿verdad? —dijo Donny Brett unos momentos más tarde, cuando la motorista madura y su novio palurdo entraron en el remolque—. No dudo que sean policías, pero deben de creer que soy estúpido y que les dejaré que cojan mi helicóptero y se vayan. El helicóptero no lo presto a nadie. ¿Cómo me voy a ir después de la carrera?

—Podemos conseguirte el cuatro treinta de la policía —dijo Andy al apuesto y famoso corredor, de aspecto más bien soñoliento y despistado cuando no vestía sus colores—. Tan pronto como el gobernador y su comitiva se encuentren a salvo en la mansión, un agente de Protección de Personalidades llamado Macovich pasará a recogerte, te lo prometo.

Brett abrió una Pepsi y pensó en lo que Andy le proponía.

—¿Ah, sí? ¿Y qué aspecto tiene ese pájaro de la policía? ¿Qué colores lleva?

—Los de la Policía Estatal —respondió Hammer.

—0 sea que, si gano la carrera, parecerá que me marcho de aquí escoltado por la policía, ¿no? —A Brett le gustó la idea.

—Y si no la ganas, también —dijo Hammer.

—Pero ganarás —añadió Andy.

Brett se sentó ante la mesa y dejó escapar un largo suspiro. De repente aparecía pequeño e inseguro, todo lo contrario de la personalidad pública que exhibía como famoso piloto de carreras.

—La verdad es que no estoy muy seguro —confesó, agachando la cabeza avergonzado—. Todo el mundo dice que soy el favorito, lo cual todavía me crea más presión, y la verdad es que Labonte lleva la temporada con mucha más ventaja que yo. Le sacó puntos a Jarrett en la tercera carrera de Las Vegas, y desde entonces mantiene la ventaja. Mi problema es que me gustan los trofeos, ¿sabe? Muchísimo, y eso significa que no me baso en la solidez, como Labonte. Y si quiere que le diga la verdad, Richmond no es mi circuito favorito. La primavera pasada terminé el decimoctavo en la Pontiac Cuatrocientos. ¿Puede creerlo?

»Eso destrozó mi confianza en mí mismo, aunque el público no lo sepa. Creo que es una de las razones por las que tuve que comprarme ese gran helicóptero. Cuando voy y vengo en ese cacharro, la gente se vuelve loca y con eso aumenta mi confianza y mis admiradores quizá piensan que soy el mejor. Sin embargo, tal como van las cosas, no seré el mejor por mucho más tiempo.

Andy se sentó en una silla para escuchar con atención lo que Brett contaba y Hammer, cada vez más impaciente, consultó su reloj.

—Mira —le dijo Andy. Ahí afuera hay veinte o veinticinco coches y todos ellos, el número once incluido, tienen la posibilidad de ganar.

—Sí, en eso tiene razón —dijo Brett con aire muy desolado tras dar un sorbo al refresco. Todo el mundo puede ganar, la competición es muy cerrada y es por eso que cuando llegué el decimoctavo en este circuito perdí la confianza.

—En cualquier carrera —prosiguió Andy—, cualquier corredor puede hacer un gran adelantamiento y ganar, y pienso que serás tú quien haga hoy esa gran maniobra. Puedes hacerlo, Donny, eres un ganador como Rudd, Labonte, Skinner, Wallace y Earnhard. En las Quinientas de Daytona subiste al podio, y no olvides que todavía vas primero en la Raybestos Rookie de este año y que en la Winston de Charlotte también hiciste un primero.

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