—Lo intentaré —prometió.
El piloto del B-52 volvió a hablar:
—Comprobación de los sistemas de vuelo concluida. Vamos a proceder al lanzamiento. Caballeros, prepárense en cinco, cuatro…
Schofield miró hacia delante y respiró profundamente.
—Tres…
Rufus agarró con firmeza la palanca de mando.
—Dos…
Desde su avión, Knight observó a Schofield y Rufus en la otra ala.
—Uno…
Los dos X-15 cayeron de las alas del bombardero, balanceándose brevemente antes de que…
—Activando propulsores… ¡Ahora! —dijo Rufus.
Pulsó los controles de los propulsores.
De la cola cónica del X-15 salió una llamarada de treinta metros de largo.
Schofield fue golpeado contra su asiento por una fuerza que ni siquiera había imaginado que pudiera existir.
Su X-15 salió disparado y llenó el cielo de explosiones sónicas que rasgaron, literalmente, su tejido. El continuo rugido de sus motores pudo oírse a lo largo del mar Mediterráneo.
Y así, los dos X-15 pusieron rumbo al sudeste, hacia el canal de Suez y el mar Rojo y hacia una base decrépita en Yemen desde la que en poco tiempo sería lanzado un misil Camaleón, un misil que haría pedazos el orden mundial existente.
Interponiéndose en su camino: la mayor flota aérea jamás reunida por el hombre.
Tras solo veinte minutos de vuelo, Rufus la vio.
—Oh, Dios mío… —murmuró.
Flotaban en el cielo anaranjado de la tarde cual enjambre de insectos: el escuadrón de cazas africanos.
Conformaban una imagen increíble: un muro de diminutos puntos extendidos por toda la costa egipcia, salvaguardando el espacio aéreo sobre el canal de Suez.
Ciento cincuenta aviones de guerra.
Todo tipo de aviones conformaban la flota aérea.
Aviones antiguos, aviones nuevos, aviones rojos, aviones azules… cualquier avión que pudiera transportar un misil; una variopinta colección de otrora espectaculares cazas adquiridos a naciones del primer mundo una vez su vida útil allí había expirado.
El Sukhoi Su-17, construido en 1966 y tiempo ha descartado por los rusos.
El MiG-25 Foxbat, sustituido en los años ochenta por versiones más modernas, pero que aún podía plantarle cara a los mejores aviones estadounidenses.
El Mirage V/50, una de las mayores y principales exportaciones militares francesas, que vendían al mejor postor: Libia, Zaire, Iraq.
Incluso también había L-59 Albatros checos, uno de los aviones favoritos entre las naciones africanas.
En cuanto a su tecnología, todos esos cazas habían perdido terreno con respecto a aviones más modernos como el F-22 Raptor o el F-15E. Pero, cuando iban provistos de misiles aire-aire como los Sidewinder, Phoenix, o los R-60T y R-27 rusos, misiles que podían adquirirse con relativa facilidad en los bazares armamentísticos de Rumania y Ucrania, esa vieja fuerza aérea podía equipararse con la mejor. Los cazas podían resultar caros y difíciles de conseguir, pero los misiles de buena calidad podían comprarse por docenas.
Y, por si fuera poco
, pensó Schofield,
cuentan con ventaja numérica
.
El F-22 mejor equipado del mundo no podría contener eternamente una fuerza de ese tamaño. En última instancia, su número superaría a la mejor tecnología.
—¿Qué opina, Rufus?
—Esta criatura no fue creada para combatir, capitán —dijo Rufus—. Fue creada para alcanzar grandes velocidades. Así que eso es lo que vamos a hacer con ella. Vamos a volar bajo y rápido y vamos a conseguir lo que ningún piloto ha hecho antes: vamos a dejar atrás todos los misiles que esos cabrones nos lancen.
—Misiles persiguiéndonos. Genial —exclamó Schofield.
—Si le sirve de algo, capitán, disponemos de un arma de un cañón en nuestro morro. Pero me parece que es meramente decorativa.
Justo entonces oyeron una voz por sus auriculares:
—X-15 estadounidenses, aquí el capitán Harold Marshall del USS Nimitz. Los Piratas están de camino. Los interceptarán tan pronto como se acerquen a la fuerza enemiga. Hemos enviado cinco Prowler de avanzada a intervalos de ochocientos metros para que les proporcionen protección electrónica. Va a ser complicado, caballeros, pero con suerte podremos abrir un agujero lo suficientemente grande para que puedan pasar. —Se produjo una pausa—. Oh y, capitán Schofield, he sido informado de la situación. Buena suerte. Estamos todos con usted.
—Gracias, capitán. De acuerdo, Rufus. Vamos allá.
Velocidad.
Una velocidad pura, no adulterada, de siete mil kilómetros por hora supone dos mil metros por segundo.
Los dos X-15 siguieron surcando el cielo hacia el enjambre de aviones enemigos.
Cuando llegaron a treinta kilómetros de los aviones africanos, una falange de misiles fue lanzada contra ellos, cuarenta en total.
Pero, tan pronto como el primer misil fue lanzado, el avión que lo había disparado (un MiG-25 Foxbat ruso) estalló en una bola de llamas anaranjadas.
Seis aviones africanos más estallaron, alcanzados por misiles AIM-120 AMRAAM aire-aire, mientras veinte de los misiles lanzados por la flota africana explotaban en el aire sin causar daño alguno, impactando en las bengalas de distracción lanzadas por…
… Cazas F-14 estadounidenses con calaveras dibujadas en sus aletas de cola.
Los famosos «Piratas» del Nimitz. Cerca de una docena de F-14 Tomcat, flanqueados por F/A-18 Hornet.
Y, de repente, una gigantesca batalla aérea nunca antes vista en las guerras modernas comenzó.
Los dos X-15 viraron bruscamente conforme atravesaban las filas de los aviones africanos, esquivando explosiones en el aire, bombarderos en picado, ráfagas de balas trazadoras y estelas de humo de veloces misiles.
Todo tipo de aviones maniobraban en aquel cielo en penumbra: Mirage, MiG, Tomcat y Hornet, virando, lanzando bombas, estallando en pedazos.
En un momento dado, el X-15 de Schofield descendió y ascendió rápidamente para esquivar un caza africano, aunque ese cambio en su trayectoria provocó que se colocara en la trayectoria de otro Mirage africano. Y, justo cuando los dos aviones estaban a punto de chocar morro con morro, el avión africano estalló, alcanzado en su parte inferior por un AMRAAM, y el X-15 de Schofield atravesó sus llameantes restos. Láminas de metal ardiendo se golpearon contra los costados del X-15 y la mano mutilada del piloto muerto del avión enemigo dejó un reguero de sangre en la cabina ante la atónita mirada de Rufus.
Y, aun así, los misiles africanos no llegaron a impactar en los aviones cohete de la NASA.
Conforme se fueron acercando, los misiles comenzaron a virar bruscamente alrededor de los X-15 como si los aviones de la NASA estuvieran protegidos por algún tipo de burbuja invisible. Y lo cierto es que así era: gracias al sistema de protección electrónico AN/ALQ-99F de los cinco EA-6B Prowler de la Armada, que estaban volando en paralelo a los X-15, a dieciséis kilómetros de distancia.
Los Prowler sabían que jamás podrían alcanzar a los hiperveloces X-15, así que se habían colocado sabiamente en paralelo a la trayectoria de vuelo de Schofield pero espaciados entre ellos; es decir, cada Prowler protegía los aviones cohete con sus emisores interferentes intencionados hasta que los X-15 pasaban junto al siguiente Prowler, como corredores de relevos pasándose el testigo.
—X-15 estadounidenses, aquí líder de los Prowler —dijo una voz por el auricular de Schofield—. Podemos cubrirlos hasta el canal, pero no somos lo suficientemente veloces para seguirlos. A partir de allí estarán solos.
—Ya han hecho más que suficiente.
—¡Dios! ¡Mire! —gritó Rufus.
Ante ellos, justo delante de la protección electrónica de largo alcance de los Prowler, los aviones africanos probaron con una nueva estrategia.
Se precipitaron cual kamikazes a los X-15.
Movimientos suicidas.
Las contramedidas electrónicas podían perturbar los sistemas de orientación de los misiles pero, por muy buenos que fueran, no podían evitar que un hombre precipitara por voluntad propia su avión contra otro.
Media docena de cazas descendieron hacia los X-15, disparándoles ráfagas de balas trazadoras en su descenso.
Los dos X-15 se separaron.
Rufus viró a la derecha e hizo descender el avión mientras que el otro X-15 giró a la izquierda, esquivando un bombardero en picado por escasos treinta centímetros, pero no pudo evitar que una bala trazadora de uno de los kamikazes penetrara en la cabina por un lateral y saliera por el otro: una trayectoria que implicó a su vez un breve viaje a través de la cabeza del piloto de Knight.
Sangre y sesos salpicaron el interior del X-15.
El avión comenzó a perder el control y se precipitó en dirección este, lejos de la batalla.
Knight corrió al asiento delantero, donde le desabrochó rápidamente el cinturón al piloto muerto y arrastró el cuerpo a la parte trasera. A continuación tomó los mandos, intentando desesperadamente enderezar el avión antes de que se precipitara al mar Mediterráneo.
El mar se acercaba a gran velocidad.
Bum.
Por su parte, Schofield y Rufus habían maniobrado el avión para que volara bajo, cerca del mar, tan bajo que en esos momentos apenas estaban a seis metros de las olas, levantando un géiser de agua tras ellos al mismo tiempo que misiles entrecruzados impactaban en las aguas a su alrededor.
—¡Veo el canal! —gritó Rufus por encima del estruendo.
Estaba a unos treinta kilómetros de ellos, la desembocadura del canal de Suez, una maravilla de la ingeniería moderna: dos enormes pilares de hormigón que flanqueaban la ruta marítima que daba acceso al mar Rojo.
Y, sobre este, más aviones de la flota aérea africana.
—¡Rufus! ¡Gire a la izquierda! —gritó Schofield mientras escudriñaba el exterior a través de la cabina.
Rufus viró y los colocó de costado en el mismo instante en que dos L-59 checos los pasaban a ambos lados y se precipitaban al agua.
Y, entonces, de repente, alcanzaron los límites del canal…
… Y perdieron la protección electrónica de los Prowler.
El X-15 de Schofield recorrió a velocidad vertiginosa el largo del canal de Suez, volando bajo, esquivando barcos anclados, convirtiendo el canal flanqueado por paredes de hormigón en poco más que una trinchera llena de obstáculos, pero logrando mantenerse por debajo del cuerpo principal de la flota aérea.
Habían traspasado la barrera.
Pero entonces, en el interior del canal, tras ellos, comenzaron a perseguirlos dos misiles Phoenix de fabricación estadounidense que de alguna manera habían logrado encontrar su camino desde las alas de un caza africano.
El X-15 siguió avanzando pegado a la superficie del agua.
Los dos misiles Phoenix lo seguían de cerca.
Dos cazas suicidas descendieron en picado hacia el X-15 desde ambos flancos, a modo de tijera, pero Rufus viró el avión cohete y los dos cazas fallaron por centímetros, estallando en la ribera del canal, levantando géiseres gemelos de arena y fuego.
Y entonces los dos misiles se colocaron junto a la cola del X-15 y Schofield vio algo increíble: pudo leer las letras que tenían en un lateral: «XAIM-54A —Sistemas de misiles Hughes».
—¡Rufus…! —gritó.
—¡Lo sé! —respondió.
—¡Por favor, haga algo!
—¡Estaba a punto de hacerlo!
Y de repente Rufus viró el avión sobre su costado derecho, por encima de la ribera del canal, formando un amplio círculo de vuelta al Mediterráneo.
Los dos misiles lo siguieron y giraron en idénticos semicírculos, sin verse afectados por las increíbles fuerzas G.
Dado que el grueso de la flota africana se había situado en la costa egipcia, solo seis cazas africanos seguían allí.
Esos aviones vieron que el X-15 giraba en un amplio círculo de regreso hacia ellos y pensaron que ese era su día de suerte.
Estaban equivocados.
El X-15 (girando, girando…) salió disparado como una bala atraviesa una fila de árboles, cruzando entre los dos MiG africanos con apenas tres metros de separación en cada lado…
… Pero dejando a los MiG en la trayectoria de los dos misiles Phoenix.
¡Bum! ¡Bum!
Los MiG estallaron y el X-15 continuó trazando su círculo hasta regresar otra vez al interior del canal, de nuevo rumbo al sudeste.