Read La llamada de los muertos Online
Authors: Laura Gallego García
Ni Nawin ni Conrado dijeron nada, pero lo animaron con la mirada para que siguiese hablando.
—He pensado -prosiguió Jonás- que Fenris y Salamandra son dos magos poderosos y tendrán la oportunidad de defenderse si se viesen en peligro. En cambio, Iris está completamente desvalida ahora. Si no la ayudamos nosotros, morirá.
»También he pensado que el peligro que corren Fenris y Salamandra es hipotético. Pero el trance de Iris es real. El mundo de los muertos está sorbiendo su esencia vital, y eso está pasando ahora, no es una predicción futura.
»Por tanto, he decidido que debemos abrir la Puerta y rescatar su espíritu antes de que sea demasiado tarde para ella.
Jonás había pronunciado estas palabras con esfuerzo, y sus dos amigos sabían muy bien por qué. Debía elegir entre la vida de Iris y la de Fenris y Salamandra, y no había sido sencillo.
Pero había tomado una decisión, y ambos sabían que debían apoyarlo.
—De acuerdo -asintió Conrado-. Subamos a ver ese espejo.
Salamandra sonreía mientras sentía su larga y roja cabellera ondeando tras ella y el mundo pasando a su lado a una velocidad de vértigo. Aunque no podía igualar a los mágicos corceles élficos de Nawin, su caballo era ahora mucho más rápido que antes, y a Salamandra le gustaba aquella sensación. Apenas prestaba atención a Hugo, cuyo caballo la seguía de cerca. Al mercenario no le estaba sentando muy bien la salvaje carrera, pero Salamandra había insistido en aplicar a los caballos un encantamiento de velocidad, porque el tiempo se acababa.
Aquel amanecer era el último antes de la llegada del Momento.
De pronto, algo frenó bruscamente a Salamandra. El caballo se detuvo como si lo hubiesen clavado en el suelo, y Salamandra fue lanzada hacia adelante...
Dio con sus huesos en el suelo, y al principio sintió que se desvanecía, pero se esforzó por no perder la consciencia. Abrió los ojos con precaución y trató de incorporarse lentamente. Estaba dolorida y sangraba. Con un soberano esfuerzo, levantó la cabeza y miró al frente.
Lo primero que vio fue una difusa forma negra. Parpadeó y miró mejor, y se quedó helada.
Era un joven vestido con una túnica negra.
—Tú... -murmuró Salamandra.
Conrado examinó el espejo, alto, ovalado, con un marco dorado en el cual había una serie de inscripciones en élfico.
—Volvemos a vernos -murmuró, con una sonrisa.
—¿Podrás abrirlo? -preguntó Jonás, inquieto.
—«Pregunta y te contestarán» -tradujo Conrado por toda respuesta, señalando la inscripción-. Este espejo servía para hacer consultas al Más Allá. En principio no fue concebido para servir de Puerta. Una vez lo empleamos para que Kai pudiese regresar a su mundo, pero él era un espíritu, no un ser vivo. Sin embargo, ahora que se acerca el Momento cualquiera podría cruzar...
Nawin se estremeció.
—Jonás, ¿estás seguro de que quieres hacerlo?
El mago miró a Nawin y después a Iris, a quien habían instalado en un lecho improvisado cerca del espejo, para que, en el caso de que Jonás tuviese éxito, su espíritu lograse hallar su cuerpo con facilidad cuando regresase a través de la Puerta. La muchacha seguía pálida como el marfil, completamente quieta; su pecho apenas se movía.
—Debo hacerlo -dijo Jonás solamente.
Conrado lo miró, pero no dijo nada. Se volvió hacia el espejo y se plantó ante él. El objeto le devolvió su imagen.
—Pronto veremos qué más puedes mostrar -murmuró el joven.
Lentamente, comenzó a pronunciar las palabras que abrirían la Puerta al mundo de los muertos.
Salamandra se había levantado de un salto y trataba de mantenerse en pie a duras penas. Miró a su alrededor por el rabillo del ojo, pero no vio ni rastro de Hugo. Seguramente lo había dejado atrás.
—Volvemos a vernos, mi encantadora dama -dijo el mago negro.
—Cierra la boca -replicó ella, de mal humor-. Sabíamos que tú tenías que estar detrás de todo esto, no podía ser otro. ¿Qué es lo que quieres, Morderek?
—¿Que qué es lo que quiero? -el mago negro sonrió; sus ojos verdes centellearon-. Lo mismo que tu Maestra, supongo: que se cumpla la profecía que tan amablemente ha predicho mi inminente gloria.
—Estás loco -replicó Salamandra-. ¿Cómo sabes que esa parte de la profecía se refiere a ti?
—¿Ya quién si no? Pero yo, igual que Dana, he llegado a la conclusión de que las cosas hemos de provocarlas para que sucedan. Al igual que ella ha partido en busca de un método que le permita recuperar el cuerpo humano de Kai, yo sé que debo poner algo de mi parte para que se cumpla una profecía que tan beneficiosa puede resultar para mi salud futura...
—Hablas demasiado -gruñó Salamandra-. Y, como de costumbre, no dices más que tonterías.
A Morderek se le borró la sonrisa.
—¿Eso crees? ¿Todavía no lo has entendido?
—¿Qué hay que entender?
—Que es preciso que mueras, Salamandra.
El mago negro alzó su pesado bastón y gritó unas palabras mágicas. Salamandra alzó inmediatamente una barrera mágica defensiva.
El rayo descendió desde lo alto del cielo directo hacia el cuerpo de la joven. Sin embargo rebotó en la barrera mágica y se deshizo sobre ella.
Salamandra se irguió. El ataque de Morderek había logrado encolerizarla.
—¿Cómo te atreves? -exclamó-. ¡No conoces el poder de la Bailarina del Fuego!
Clavó los pies en tierra, abrió los brazos y echó la cabeza hacia atrás, todo a la vez, e instantáneamente sintió que el poder del fuego respondía a su llamada. Pronto sus manos se inflamaron, y su roja cabellera se alborotó a su alrededor como una corona ardiente. Fijó en Morderek una mirada que echaba chispas.
—Bravo -dijo el mago negro-. Por fin parece que he encontrado un adversario de mi talla.
Dana se detuvo al pie de un enorme pico truncado.
—Este es el volcán de la Cordillera de la Niebla -anunció Shi-Mae.
—¿Y dices que tu mago negro vive en el interior del cráter? -dijo la Señora de la Torre-. Cuesta trabajo creerlo.
—El volcán lleva milenios inactivo -explicó Shi-Mae-. En su interior se ha desarrollado toda una selva llena de criaturas extrañas que han evolucionado de espaldas al mundo. Es un lugar de difícil acceso.
—Ya veo. Bueno, yo subiré a pesar de todo.
—Y yo contigo -susurró Shi-Mae-. Alégrate, Señora de la Torre. Pronto las palabras del Oráculo se verán cumplidas.
Conrado pronunciaba suavemente las palabras mágicas, acariciándolas, dándoles forma poco a poco, desde la garganta hasta los labios. Había entrecerrado los ojos y alzado las manos hacia el espejo, pidiéndole, en lenguaje arcano, que se abriera ante ellos y les mostrase sus secretos. Había hecho aquello mismo en otra ocasión, cinco años atrás; pero entonces no era más que un aprendiz de cuarto grado, y ahora era ya un mago consagrado.
Entonces se había limitado a repetir las palabras mágicas con fe y ardor.
Ahora sabía.
Sabía la importancia que tenía aquella Puerta, sabía la enormidad de lo que se ocultaba detrás, sabía que iba a desvelar algo que debía permanecer oculto a los vivos.
Y pese a ello, o quizá precisamente por ello, quería hacerlo.
Quería abrir la Puerta de nuevo.
Sonrió para sí mismo. Al principio no estaba seguro de estar haciendo lo adecuado, pero ahora sentía que no había otra manera. Debían salvar a Iris. Y si tenían que abrir la Puerta, era mejor hacerlo antes de que llegase el Momento. Así, tal vez estuvieran a tiempo de destruir el espejo una vez que el espíritu de Iris se encontrase a salvo.
Conrado suspiró casi imperceptiblemente. Era una lástima destruir aquel objeto mágico tan hermoso y tan especial... Pero debían hacerlo, por el bien de todos.
La Puerta se estaba abriendo.
Tras él, Nawin lo contemplaba en silencio, y Jonás aguardaba, dispuesto a emprender un peligroso viaje del cual tal vez no hubiese retorno, un arriesgado viaje al mundo de los muertos...
Salamandra gritó de nuevo y lanzó otra bola de fuego. Morderek la desvió con su bastón y ambos se detuvieron, jadeantes, y se miraron el uno al otro, con los ojos rebosantes de desafío, estudiándose con cautela.
El claro del bosque en el que se hallaban estaba calcinado, y las túnicas de ambos presentaban ya diversas quemaduras y desgarrones. Se habían atacado con todas sus fuerzas y, por el momento, ninguno de los dos aparecía claramente como vencedor.
—¿De dónde... has sacado... tanto poder? -jadeó Salamandra.
—Eso no te importa -replicó Morderek-. Vas a morir de todas formas, lo sepas o no.
Salamandra rugió y volvió a invocar al fuego. Este acudió a su llamada, fiel como siempre. Ningún otro mago podía conjurarlo y moldearlo con tanta facilidad como la Bailarina del Fuego. Hasta aquel mismo momento, con la fuerza del ígneo elemento de su parte, Salamandra había sido prácticamente invencible.
Morderek no pareció inmutarse. Miró al cielo un breve instante y murmuró.
—Vaya, parece que ya es la hora.
Volvió entonces la mirada a Salamandra.
—Lo siento, bella dama -dijo-. Ha sido muy interesante, pero ahora he de marcharme.
Salamandra no lo escuchaba. Estaba concentrando toda su magia en crear un enorme demonio de fuego que se alzaba rugiente sobre el claro.
Morderek no parecía impresionado.
—¡Ah, casi lo olvidaba! La profecía... -murmuró.
Salamandra lanzó el demonio contra el mago negro. Este aferró su bastón con las dos manos, lo enarboló balanceándolo hacia un lado y, cuando la criatura de fuego llego hasta él, la golpeó con todas sus fuerzas.
El demonio chocó con increíble violencia contra el bastón de Morderek y rebotó hacia Salamandra convertido en una masa ardiente.
Ella no tenía por qué temer aquel ígneo proyectil pero, por alguna razón, se sintió vulnerable y trató de levantar una barrera defensiva.
El fuego la golpeó de lleno y la envolvió. Salamandra chilló, sintiendo algo que no había sentido en años al contacto con las llamas.
Dolor.
Se estaba quemando.
—Hasta otra, mi dama -se despidió Morderek, guasón-. Bueno, en realidad, hasta nunca, dado que tú vas a morir y yo seré inmortal... Me encantaría quedarme a ver cómo te abrasas en tu propio fuego, pero tengo una cita con la Señora de la Torre.
Salamandra se dejó caer y se revolcó por el suelo, pero el fuego había prendido su túnica, y en aquel momento ella no parecía más que una simple muchacha humana, sin poderes, sin nada que le hiciese merecer el nombre de Bailarina del Fuego.
Con una sonrisa socarrona, Morderek desapareció del claro, dejando a la joven hechicera abandonada a su suerte, gritando de dolor entre las llamas.
La señora de la torre no había encontrado grandes dificultades en salvar con su magia la barrera del cráter del volcán. En su interior, como ya le había dicho el fantasma de Shi-Mae, había crecido una enorme y exuberante selva, un microcosmos de extraños animales y plantas que recordaban solo vagamente a aquellos que podían hallarse en el resto del mundo.
La Señora de la Torre tampoco tuvo problemas a la hora de encontrar el hogar del mago negro que había de proporcionarle el último ingrediente básico que necesitaba para su conjuro. Se trataba de una casa hecha de piedra y madera, con diferentes dependencias, como módulos interconectados, lo que le daba una cierta apariencia de red. En el centro se alzaba lo que parecía el edificio principal.
—Parece una vivienda muy grande para un mago solo -comentó Dana.
A su lado, Shi-Mae se removía, inquieta. El fantasma de la hechicera elfa intuía que la Puerta estaba siendo abierta, y no sabía cómo, quién, ni por qué. Temía que Dana se diese cuenta también, pero, por suerte para Shi-Mae, la Señora de la Torre estaba demasiado preocupada por el siguiente paso de su búsqueda.
Sondeó el lugar con su magia y solamente captó dos presencias humanas en la casa principal. El resto de módulos estaban ocupados por animales de diversas condiciones y tamaños.
Dana frunció el ceño. Una sospecha empezaba a cobrar cuerpo en su mente.
—¡Hay alguien en la entrada de la Torre!
La súbita exclamación de Nawin hizo que Conrado se desconcentrase. La Puerta no estaba abierta todavía, pero faltaba poco, y él necesitaba toda su magia para seguir alimentando el proceso.
—Es el Gran Duque -susurró Nawin, que se había asomado al ventanal, pálida como un muerto-. Y lo acompañan el Duque de la Casa de los Elfos de las Brumas y un Archimago de la Escuela del Bosque Dorado. Oh, no, es el fin...
Jonás miró a Nawin, después a Iris y después a Conrado, que seguía con los ojos cerrados y las manos alzadas frente al espejo.
—Bajaré a hablar con ellos -dijo finalmente.
Conrado bajó los brazos y la Puerta volvió a cerrarse.
—Lo intentaremos más tarde, entonces -murmuró.
Parecía aliviado; no era agradable para él saber que un amigo suyo pretendía cruzar la Puerta al mundo de los muertos, que él estaba a punto de abrir. Jonás, sin embargo, se había asomado al ventanal, y no lo captó.
—¿Cómo se habrán atrevido a seguirte hasta aquí? -murmuró Jonás.
La reina elfa miró a su amigo con preocupación.
—Voy a bajar yo. Debo hacerlo.
—Ni lo sueñes. Has pedido asilo en la Torre, y ahora estás bajo mi responsabilidad. No te preocupes; no voy a permitir que crucen esa puerta.
—¡Salamandra!
La Bailarina del Fuego apenas oyó la voz que gritaba su nombre. El dolor era tan intenso que incluso le impedía hablar.
De pronto sintió algo muy fresco recorriendo su cuerpo y aliviando sus heridas... ¿era agua? Sí, parecía agua... El preciado líquido cubrió su piel, apagando las llamas y calmando su dolor...
Salamandra se quedó tendida en el suelo, respirando entrecortadamente, sin poder moverse, consciente de que toda su piel presentaba horribles quemaduras, sin atreverse a mirar su melena carbonizada, sin querer pensar qué habría pasado con su rostro.
Y, entonces, la voz de él...
—Salamandra, levántate. No ha sido nada...
Ella trató de hablar y no pudo. Solo un gemido salió de su garganta.
—¿Te das cuenta de lo que le han hecho?
Y otra voz, también familiar:
—Han estado a punto de matarla. ¿Cómo lo habrán conseguido?
Salamandra abrió lentamente los ojos.