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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La llave del abismo (53 page)

BOOK: La llave del abismo
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Daniel dio varios pasos, como intentando ordenar sus ideas.

—¿Qué pruebas tienes? —preguntó.

—En realidad, ninguna. —Darby pareció muy feliz de no tenerlas—. Son sospechas y deducciones, tan solo. He revisado, muy por encima, miles... quizá millones de apuntes, anotaciones, entradas de diarios... Supongo que los historiadores sacarán mucho más partido a todo esto que yo. Pero he llegado a una conclusión: el inconcebible paso del tiempo... los millones de años transcurridos... nos han hecho invertir el proceso de causa y efecto. Pensamos que la creencia es real porque consigue hacer cosas, pero es justo lo contrario: debido a que pensamos que es real, nos
imaginamos
que consigue hacer cosas. —Dio un golpecito a las tapas del libro—. Creímos en estos Catorce Capítulos hasta el punto de transformar el mundo que nos rodea en ellos. La realidad entera, como arcilla fresca, se ajustó a nuestro molde... ¿Me pides pruebas? Están aquí. —Señaló la pantalla del
scriptorium—
. Según las anotaciones más antiguas, el mundo de antaño no era como el nuestro. Incluso
después
de la caída del Color tampoco lo fue... No existía un Dios maligno que soñara bajo las aguas, ni extraños híbridos que fueran sus hijos; nadie podía poseer a otra persona mentalmente, ni resucitar un cuerpo de sus cenizas, ni... pobre Maya... ni había ninguna Ciudad Sin Nombre bajo tierra, llena de cadáveres vivos.
Antes,
los seres humanos no compartían nuestro miedo.

—Pero Maya consiguió
encontrar
esa Ciudad... Y tú mismo viste a Anjali volar sobre el acantilado... —Daniel señaló un rincón del suelo hacia el que no quería mirar—. ¡Y ahí están todavía las cenizas en que se ha disuelto Yilane! ¿Y Kushiro? ¿Acaso no nos ha guiado hasta aquí debido a sus premoniciones?

—¡El molde! —exclamó Darby excitado, como si Daniel lo hubiese desafiado a una discusión intelectual—. ¡Ya te lo dije: la realidad es arcilla para la mente humana! Cuando Maya me recordó que los creyentes hacen cosas imposibles, no supe qué responderle... ¡Ahora lo sé! A partir de esos catorce textos creamos un nuevo molde, y el perro dócil de la realidad se ha adaptado a él, ¡pero no por eso el molde deja de ser tan
falso
como los textos! Si lográramos
creer
en otra cosa... si el mundo supiera que esto... ¡Esto! —Enarboló el libro sagrado y lo agitó frente a Daniel—. Si el mundo supiera que esto es falso, ¡quizá en el futuro podríamos cambiar ese molde y vivir sin miedo, sin creencias fanáticas y carentes de sentido, originadas por simples errores de lectura! —Sus ojos brillaban de excitación—. La
Llave del Abismo,
Daniel... ¿Recuerdas la leyenda? Se decía que, al hallarla, llegaría el fin de los tiempos, mataríamos a Dios y nuestro miedo se extinguiría... ¡Quizá sea cierto!

A Daniel le escocían los ojos y se le había formado un nudo en la garganta. Por un fugaz instante fue como si algo destellara en su propia oscuridad. Ver a Héctor Darby tan entusiasmado le transmitía una sensación de vigor, de nuevos horizontes, pese a que la explicación que el hombre biológico le ofrecía se le antojara terrible.

¿Quizá por eso seguía sintiendo aquella inquietud?

Mientras sostenía el libro, Darby tendió los brazos, casi suplicante.

—Podemos modificar ese molde, Daniel... Quizá no lo veamos ni tú ni yo, y desde luego ya es demasiado tarde para personas como mi padre, a quienes la creencia enloqueció... Pero con el paso de los años, cuando la humanidad conozca la falsedad intrínseca de este libro... ¡la realidad cambiará!

El abrazo surgió tan repentina y espontáneamente que Daniel fue consciente de que rodeaba el cuerpo del hombre biológico sin apenas recordar en qué instante se había acercado, cuándo había cedido y extendido sus propios brazos dejándose arrastrar por el torbellino de emociones que poseían a Darby. Olió el olor pungente de Darby, carnal, biológico, y lo sintió jadear en su pulcro hombro desnudo.

—¡Daniel —gemía Darby—, la vida me ha arrebatado a Brent y a Meldon! ¡Cuánto daría por que estuvieran aquí, con nosotros, ahora mismo, y supieran lo que sabemos!

Daniel quería compartir su entusiasmo, pero algo vago aunque insoslayable seguía punzándole por dentro. De pronto miró a Darby como si no recordara qué hacía abrazándolo. Entonces se apartó de él.

—Ese molde... —dijo lentamente, sintiendo escalofríos—. Sea falso o verdadero... Ese
molde
ha cambiado la realidad, según dices...

Darby, que no había percibido la inquietud de Daniel, negó con la cabeza, entusiasmado.

—La realidad se ha adaptado a él, pero no ha cambiado intrínsecamente...

—Pero al adaptarse —lo interrumpió Daniel—, ha
cambiado.
Los creyentes pueden cambiarla. Pueden volar, controlar a otros... Como dice Maya, la Biblia funciona.

—Vemos lo que
creemos
que vamos a ver, Daniel —admitió Darby—. Si todo el mundo cree lo mismo, nuestros sentidos se deforman... O quizá...

—¿Qué?

Darby se cubrió la boca con la mano. Parecía reflexionar sobre algo nuevo.

—Quizá el meteorito ayudó a ese cambio de alguna manera —dijo—. Estaba compuesto de «materia extraña»... Nuestros antepasados creían que solo afectaría a la superficie, pero ¿y el «Color»? ¿Qué ocurre con esa fosforescencia que todavía persiste en algunos lugares bajo el mar? ¿Y si el agua que consumieron durante tantas generaciones, extraída de ese mar y pese a los filtros, provocó... no sé... un
nexo,
un vínculo entre nuestro inconsciente y la realidad externa? Eso ayudaría a que la realidad se plegase a nuestro molde... Pero esto es pura especulación... ¿Qué te ocurre?

A Daniel le costaba respirar. Sentía los pulmones como si tuviese el pecho envuelto con gruesas cuerdas que le impidieran expandirlo. Apenas acertó a coger nueva munición y colocarla en su cinturón de cartuchos explosivos. Dejó que la cadena de proyectiles en forma de perlas colgase de su cintura.

—Héctor... —musitó mientras se aseguraba una y otra vez de que la pistola de Svenkov estaba cargada—. Maya está encadenada cinco niveles más abajo. Le he quitado el transmisor, pero podrás encontrarla en cuanto llegues. Llámala y te oirá.

—¿Sigues pensando que han invadido su mente?

—De alguna manera, sí. Pero solo para hacer que sospechara de nosotros. La Verdad no es ella, ni tú, ni yo. Está aquí, ha venido con nosotros tal como dijo Yilane, pero no es ninguno de nosotros.

—¿Quién, entonces? Daniel, tu cara me da miedo...

Daniel no respondió: se sentía incapaz de expresar en palabras el horror que imaginaba. Decidió concentrarse en aspectos prácticos. Iba a necesitar otra arma, más manejable. Buscó a su alrededor y encontró la funda y el cinturón pectoral del arma de Darby. Introdujo la correa por la cabeza y la ató al pecho.

—Regresa con Maya, Héctor. Dile que estoy en la nave...

—¿En la nave? ¿Vas a subir a la nave?

Daniel dejó de mirarlo y elevó la vista. La indiferencia que su semblante había intentado construir se desplomó de repente en una mueca de terror y rabia.

—Está en la nave —murmuró—. Ha estado todo el tiempo allí.

—¿Por qué?

—Intenta hacer algo. Ha querido distraer nuestra atención provocando que sospechemos unos de otros mientras hace lo que le han ordenado... Regresa con Maya, por favor. En cuanto te vea, dejará de sospechar de ti, como he hecho yo. Pero, ante todo,
no subáis
a la nave. Si no he regresado cuando volváis, cierra la escotilla de acceso...

Corrió hacia la rampa, pero la voz imperiosa de Darby lo detuvo.

—¡Daniel, por favor, dime lo que crees saber y quizá pueda ayudarte!

Sintiendo que cada segundo era vital, Daniel renunció a explicarse, dio media vuelta y echó a correr por la rampa.

• •
14.5
• •

Maya Müller, en cuclillas junto a las tuberías a las que estaba encadenada, intentaba reflexionar.

Era consciente de que, al regresar a la
Llave
con el cadáver de Anjali Sen a cuestas, había empezado a pensar, cada vez con más fuerza, que Daniel Kean era la Verdad. Su convicción había llegado a ser tan poderosa que solo con gran voluntad había logrado desviar las primeras balas que le había disparado. Incluso recordaba un momento en que había estado decidida a matarlo, sin más concesiones. ¿Cómo era posible?

Cuando Daniel le habló, lo comprendió todo: la Verdad se lo había hecho creer. Se encontraba en algún sitio, con ellos, y había depositado en su mente esa idea.

Pero ¿cuándo y de qué forma había invadido sus pensamientos?

Al principio había creído que se trataba de Darby, y así se lo había dicho a Daniel. Ahora ya no estaba tan segura. Lo peor era que, de nuevo, no advertía ningún fallo en su convicción, pero eso era justo lo que le hacía pensar que era errónea.

Había sido implantada en su cerebro, como la culpabilidad de Daniel.

Intentó serenarse, recuperar los recuerdos objetivos. Lo relacionaba todo con la visita que Daniel y ella habían realizado a la nave. Había un gran espacio en blanco en su mente a partir del cual las sensaciones de esa visita se disolvían.

Los camarotes. Cuando nos separamos.

Era capaz de rememorar paso a paso todo lo que había hecho en la nave, hasta ese punto.

Entré en mi camarote... y algo ocurrió.

Recordaba solo la pared blanca y la silla verde de la habitación...

De pronto se detuvo. Una oleada de escalofríos recorrió su espalda.

Una silla verde, una pared blanca.

¿Cómo era posible que recordase
colores
? ¿Qué estaba sucediéndole?

Comprendió, entonces, otra cosa. Sabía que el Último Capítulo admitía la posibilidad de que un brujo pudiese hipnotizar a otros solo con la mirada, sin necesidad de palabras. Pero, para conseguirlo, era preciso que ambos, hipnotizador y víctima, fuesen capaces de mirar.

De ver.

Sus párpados temblaron. Por primera vez desde que se había quedado ciega, deseó alzarlos. No lo hizo.

Se sentía confusa, atemorizada, y al mismo tiempo llena de energía, dispuesta a resolver esos enigmas. Decidió liberarse.

En otras circunstancias hubiese esperado a que Daniel y Darby regresaran, pero en aquel momento estaba percibiendo algo más, con una intensidad que superaba cualquier otra sensación. Presentía que su ayuda sería imprescindible.

No perdió el tiempo. El truco con que Daniel había intentado contenerla era burdo para ella: solo su voluntad la había mantenido encadenada. En un gesto de bailarina, se encorvó, introdujo la cabeza entre los brazos, dio la vuelta y se libró de la correa. Abrir el cierre de la cadena fue aún más fácil. Carecía de armas, pero no tenía tiempo para buscar una. Porque, de súbito, aquella nueva sensación se había hecho alarmante.

Intuía que Daniel se encontraba en un grave peligro.

• •
14.6
• •

Al llegar a la sala de máquinas Daniel percibió que ya no estaba en la
Llave
debido al silencio puro que lo rodeaba. Atrás quedaban los chirridos de monstruo viejo del gigantesco habitat submarino. En la modernizada nave en reposo la paz era absoluta.

Aquella atmósfera de catacumba le resultó inquietante. Se detuvo, jadeando, con el corazón batiéndole en el pecho. Hasta donde podía ver, la sala de máquinas se hallaba vacía y, en apariencia, normal.

Aferró la escalerilla y siguió subiendo sin enfundar la pistola.

En el cargador había incrustado un cartucho con varios proyectiles de reserva. La cadena de perlas explosivas con el resto de la munición repiqueteaba alrededor de su cintura y muslos.

No podía controlar el temblor. Lo que más pánico le daba no era enfrentarse, por fin, a aquel asesino, sino ignorar
qué apariencia tendría.
La angustia de las posibilidades que imaginaba le provocaba casi una fiebre de terror puro.

Apenas tardó en comprobar que no había nadie en la sala médica. En el almacén solo encontró el horrible cuerpo de rostro mutilado de la Rubia. Había empezado a descomponerse y únicamente el metal de su cabello parecía como nuevo. Cerró la puerta. No esperaba hallarlo allí tampoco.

Está en los camarotes.

Lo había sabido desde que había entrado en el suyo en busca de sábanas y percibido, casi de manera inconsciente, aquel detalle fugaz. El objeto que no debía estar allí, y que él en realidad no había visto
del todo
porque no esperaba hallarlo en ese lugar, como cuando se pasea la mirada por una habitación repleta de cosas y se capta algo que no encaja en el conjunto, sin llegar a saberse qué es exactamente.

Pero ahora sí lo sabía.

De hecho, se hallaba tan seguro que se reprochó su inmensa cobardía, su deseo de retrasar el encuentro buscando en sitios tan improbables como la sala médica.

Está en tu camarote.

Ve a por él de una vez.

Subió otro nivel. La rotonda de los camarotes estaba a oscuras. Había varias puertas abiertas que daban a otras tantas habitaciones: recordó que eran las de Maya, Darby, Yilane y Anjali. La suya y la de Rowen estaban cerradas.

Dio una vuelta en silencio deteniéndose para mirar el oscuro interior de los camarotes cuyas puertas se hallaban abiertas.

Nada.

Decidió abrir primero la puerta del camarote de Rowen. Apuntó, se asomó: todo oscuro, silencioso, vacío.

Quedaba una puerta más. La de su camarote. Escuchó desde fuera y no oyó nada. La abrió. La habitación había cambiado. Había luz en los paneles de cristal; la cama, al nivel del suelo, carecía de sábana; algunos asientos habían sido desplazados y, arrodillada sobre el diván de escabeles adosado a la pared de cristal, de espaldas a la puerta, se encontraba Bijou. Cuando Daniel entró, ella volvió la cabeza y lo miró un instante.

Estaba desnuda y parecía algo aturdida. Parpadeaba mucho, descolgaba la boca como bostezando y su expresión distaba de ser la de la joven inteligente y enérgica que Daniel Kean había conocido en el Gran Tren y «amado» durante aquellos cinco maravillosos años. El cabello, sucio, desgreñado casi, le caía en dos gruesas melenas, y una de ellas le cubría enteramente un pecho. Todos esos detalles, y algunos otros, la diferenciaban de la Bijou de siempre, pero había otros mil que la hacían idéntica.

—Hola, Daniel, pasa y ponte cómodo —dijo Bijou—. Estoy terminando esto... Enseguida charlamos.

Daniel entró y cerró la puerta, pero no se movió de allí. Había imaginado aquel encuentro de muchas maneras, salvo esa. No creía estar «hipnotizado» ni dormido sino simplemente desconcertado. Para probárselo a sí mismo, alzó la pistola de dos cañones, pero se dio cuenta de que su objetivo le daba la espalda con soberana tranquilidad como si aquella amenaza no le importara lo más mínimo. O, más bien, como si no se hubiese dado cuenta de la amenaza. Claro está, eso también se correspondía con la Bijou de verdad, ya que ¿cómo iba ella a imaginar siquiera que Daniel le dispararía alguna vez, mucho menos por la espalda?

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