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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La llave del abismo (24 page)

BOOK: La llave del abismo
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—¿Puedo hablar con mi hija?

—Ya lo estás haciendo. Ella te oye.

—Pero... ¿podéis quitarle... el velo de la boca?

—No —oyó que decía Ina, quizá después de que Olive la consultara con la mirada. A Daniel le parecía obvio que era ella la que mandaba.

—Qué lástima, no podemos —dijo Olive con sarcasmo—. Pero te oirá si le hablas.

Manteniendo la postura indicada, Daniel alzó la vista y miró a Yun. La niña no aparentaba estar herida, aunque Daniel no lo sabía con seguridad, ya que no podía hablar y no se movía salvo si el chico la tomaba de los hombros conduciéndola. Vestía un camisón blanco sucio desgarrado en los bordes y su rostro desaparecía bajo la venda y la mordaza.

—Yun, escúchame, pequeña... —comenzó Daniel.

Improvisó unas cuantas frases sencillas, aunque torpes. Le dolió pensar que Bijou lo hubiese hecho mucho mejor. Pese a todo, se obligó a hablar con calma: lo que menos deseaba era mostrar su miedo frente a ella.

—Claro —dijo Olive cuando Daniel dejó de hablar, haciendo un mohín con sus labios bermejos—. Papá te llevará a casa...

Daniel lo miró un instante, anegado de rabia y dolor. No creía que hubiese más enemigos que Ina y el chico, y sintió, no por primera vez, la tentación de arrojarse contra Olive. Pero se contuvo. Aunque sospechaba que podía derrotarle, Olive estaba armado y ponía mucho cuidado en mantener la distancia. Daniel sabía que jamás llegaría a alcanzarle antes de que disparara sobre Yun. Por otra parte, algo en su mirada de ojos grandes y absortos, como paralizados, le hacía pensar que Olive no necesitaba de excusas para matar a una niña.

—Coloca a Kean en las Posiciones de Entrada —dijo Ina desde algún lugar tras él.

Olive le dio nuevas instrucciones: de pie en el dintel de la puerta, debía estirar los brazos hasta tocar con la punta de los dedos en el marco al tiempo que separaba las piernas. «Estirarse vigorosamente —decía Ina en tono de recitar un texto aprendido—, para recuperar el dominio de los músculos, como dice el Séptimo Capítulo.» Luego tuvo que extender un brazo hasta el límite, dejarlo en reposo junto al cuerpo y repetir el gesto con el otro, para, acto seguido, acuclillarse y girar en diversas direcciones.

Olive daba las órdenes muy rápido, una sola vez; parecía divertido con el empeño que ponía Daniel por obedecerle, hasta el punto de que este no estaba seguro de si lo único que pretendía Olive era burlarse de él. Sin embargo, Ina se lo tomaba muy en serio, y a ratos lanzaba un gemido y murmuraba: «Así... Eso es... Así», como si estuviese experimentando algo sublime.

Aunque la atención de Daniel se centraba en el bienestar de Yun, los extraños gestos y actividades que le obligaban a realizar le producían cierto vago temor, y lo que había visto hacer a Ina poco antes acentuaba esa sensación.

La casa no solo estaba rodeada por la valla de madera sino por un muro interior de piedra que presentaba una abertura amplia en el mismo lado que la valla. Tras cruzar la valla con Daniel, Ina se había dirigido a aquel muro y había ejecutado una serie de extrañas posiciones. Daniel comprendió que Olive había estado esperando con Yun fuera del muro porque ni siquiera él se consideraba capaz de rebasar aquella última barrera.

Ahora sucedía algo similar: Ina, llevando calzas, realizaba una especie de danza subida al antepecho de una de las ventanas. Estas carecían de cristales y eran simples marcos de madera con la pintura raspada, por lo que Daniel seguía sin entender qué clase de obstáculos impedían a Ina penetrar de inmediato en el desvencijado recinto. A esto se unía que, en esa ocasión, él había sido obligado a adoptar posturas similares en el umbral de la puerta de la casa.

De repente oyó a Ina decir:

—La casa nos admite. Trae a Kean.

Se hallaba de pie en el antepecho, como si no se atreviera todavía a dar el paso decisivo hacia el interior. Se volvió hacia Daniel.

—Tengo un auricular —dijo, apartándose el cabello para mostrárselo— y estoy en comunicación constante con Olive. Si me desobedeces, aunque solo sea una vez, o si simplemente haces algo que no me gusta, daré orden a Olive de que dispare a tu hija... O quizá le diga que le haga otras cosas antes... ¿Está claro? —Daniel asintió—. Pues vamos.

Mientras subía a la ventana, cuyo marco aparecía roto en varios lugares, Daniel giró la cabeza y miró a Yun, que respiraba bajo su doble venda acompañada de Olive, prometiéndole en silencio que la rescataría. Luego observó la entrada de la valla. No pudo ver a Darby y sus compañeros, y le sorprendió que no hubiesen hecho intento alguno de seguirlos.

—No te preocupes por ellos —dijo Ina desde la habitación, como si le leyera los pensamientos—. No podrán pasar.

• •
7.3
• •

—Debimos decirle la verdad cuando pudimos hacerlo —comentó Darby.

—Entonces era tarde —objetó Rowen alzando la pierna para introducir la pistola en la funda del tobillo—. Y ahora es tarde para lamentarlo. Conozco bien tus crisis pesimistas, Héctor. Luego podremos reconocer las culpas de cada uno. Ahora debemos decidir si intervenimos o esperamos...

Se hallaban en el interior del vehículo estacionado al pie de las escalinatas. Rowen había propuesto recoger las armas y prepararse para un eventual enfrentamiento. Darby contemplaba fascinado y casi divertido el impulsivo carácter de su amigo: por muy mimado por la fortuna que estuviera, Meldon Rowen no era de los que aguardaban sentados dando órdenes.

—No podemos entrar, Meldon. —Darby sacudió la cabeza—. Además, ya lo han hecho pasar al interior. Son las doce y cuatro minutos. Daniel los conducirá hasta la revelación y todo habrá acabado.

—Era lo que esperábamos que sucediese. El plan era intervenir luego.

—Pero no esperábamos ser solo tres, es decir, dos: yo no cuento.

—Ellos también son dos, Héctor. —Rowen, que buscaba munición en uno de los compartimentos de la cabina, de pie frente a un espejo, se volvió para mirarlo y mostró la blanca dentadura en contraste con su moreno rostro—. Eh, ¿qué pasa? ¿Vas a abandonar ahora, que estamos tan cerca?

—No he dicho eso —aseguró Darby, vehemente—. Pero ya no me importan la revelación ni la maldita
Llave,
solo quiero salvar a Daniel Kean y a su hija.

—Es lo que quiero yo. Por eso propongo que entremos, pase lo que pase...

La voz de exótico acento de Anjali Sen pareció llenar toda la cabina.

—La cuestión, Meldon, es que no
podemos
entrar. El laboratorio de Kushiro es una fortaleza hermética basada en los conocimientos del Séptimo Capítulo.

—Esa chica ha logrado entrar...

—Esa chica es Ina White, y el chico un tal Olive Frey, los he reconocido. Son discípulos de Mitsuko. Solo ellos podían traspasar la valla y el muro interior de esa forma...

—Lo tenían todo muy planeado —comentó Darby.

—Un momento. —Rowen frunció el ceño. Sus ojos verdes relampagueaban—. Nosotros también hemos hecho planes. ¡Anja, tú te ocupaste de estudiar las cerraduras rituales del laboratorio! ¡Dijiste que era posible traspasarlas!

—He dicho que no
podemos
entrar —replicó Anjali Sen—. Me refería a los tres. No he dicho que
yo no pueda.

—El riesgo es muy grande si lo haces sin ayuda, Anja —dijo Darby.

—Voy a intentarlo, de todos modos. —Anjali dio media vuelta y abrió la compuerta de la cabina. Rowen parecía confundido.

—Espera... ¿De qué riesgos habláis? —Lanzó una mirada nerviosa al hombre biológico—. ¿Qué riesgos, Héctor? ¿Qué puede pasarle a ella?

Darby hizo un gesto vago, pero quizá Rowen vio la respuesta en su rostro, porque no aguardó a que hablara. Salió del vehículo con rapidez y Darby lo acompañó.

El paisaje que los rodeaba era abrumador. Desde la cima de la colina se podía vislumbrar casi toda la Zona Hundida, y sobre ellos, dando la falsa impresión de hallarse al alcance de la mano, la bóveda de cristal y el inmenso piélago de agua resplandeciente donde menudeaban siluetas confusas. Darby distinguió dos pulpos de gran tamaño como flotando en las nubes sobre el techo del laboratorio. Incluso sus bocas de pico resultaban nítidas en el interior de la masa de tentáculos.

En cierto modo, era imposible olvidar que se encontraban dentro de una vasta cámara presurizada. La atmósfera tenía la cualidad artificiosa de un salón climatizado. Ni un soplo de viento agitaba las ramas de los árboles de diseño que cubrían la ladera. Y hacía frío, probablemente debido a la baja temperatura del exterior. Darby, que se había quitado la chaqueta durante el viaje, tuvo que volver a ponérsela.

—¡Anja! —llamaba Rowen.

La doble pieza azul brillante que vestía Anjali Sen parecía flotar en la penumbra mientras subía la escalinata. Rowen llevaba una pieza ceñida y translúcida. Ambos resaltaban bajo los resplandores violetas del cielo con sus perfectas anatomías, como si se tratara de seres completamente felices y eternamente jóvenes. Solo Darby parecía lo que era: un viejo cansado.

Anjali Sen giró la cabeza cuando Rowen la alcanzó.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Rowen en tono exigente.

—Ya te lo he dicho: intentar entrar.

—¡No puedes hacerlo sola!

—¿Quién te ha hecho jefe del grupo, Meldon? ¡Estoy aquí igual que tú o que Héctor, porque me interesa encontrar la
Llave!
¡Y más vale que sepas algo: esto no es ninguna aventura maravillosa, por mucho que lo parezca! ¡No lo ha sido para ese empleado de tren y su familia, y ya es hora de que no lo sea tampoco para nosotros!

La expresión de Rowen era inescrutable. Darby sabía que la relación del empresario y la india iba más allá del placer mutuo. El «amor» entre ambos era perceptible.

—Supon que lo logras —dijo Rowen—. ¿Qué harás? Necesitarás armas, ayuda...

—No voy a poder entrar con ningún objeto encima, Meldon. —La creyente sonrió mientras se desabrochaba el lazo de sus finos pantalones azules—. Pero no estoy indefensa, ya lo sabes...

Darby pensó que Anjali no exageraba: Anjali era una de las creyentes más poderosas que había conocido. Sin embargo, su experiencia se limitaba al Duodécimo Capítulo, el Capítulo de la montaña y el hielo, de modo que el reino del aire y los susurros del Séptimo, con el cual Kushiro había construido aquella fortaleza, quedaba fuera de su alcance. Un solo error y quizá se produjese algo peor que su muerte. ¿Qué? Eso solo podían saberlo los creyentes.

—Cuando entre, intentaré rescatar a Kean y a su hija. —Anjali posó en Rowen sus grandes ojos negros—. Ina y Olive son jóvenes, puedo superarlos sola. —Besó fugazmente los labios de Rowen y se acercó a Darby, que cogió sus manos y las apretó con afecto—. Héctor —murmuró de forma que Rowen no la oyera—, si ocurriera algo... llévate a Meldon de aquí lo antes posible.

Darby asintió y le deseó suerte.

Anjali terminó de desvestirse y avanzó despacio hacia la valla. La abertura era amplia y parecía invitarla a entrar, pero la india sabía que se trataba de una falsa impresión. Si ponía un pie más allá de aquel sencillo borde de madera sin ejecutar las posturas debidas, podrían suceder cosas en las que prefería no pensar.

Se detuvo justo en el límite y se volvió para contemplar por última vez el atractivo rostro de Rowen, sombreado por las incontables criaturas marinas que se movían sobre él tras el cristal. Le hizo un guiño, como animándolo.

Quería darle a entender que se sentía segura, que pensaba que iba a lograrlo.

En realidad, estaba lejos de mostrarse tan optimista.

• •
7.4
• •

—El laboratorio se divide en ocho cámaras —dijo Ina—, como las ocho partes del Séptimo Capítulo, y está construido con sonidos. Los objetos que ves a tu alrededor son simples materiales para evitar el silencio, al igual que nuestros cuerpos. Ese jarrón, esas cortinas... No se trata de decoración sino de cajas de resonancia. Todo dentro de este laboratorio está colocado para la creación de sonidos. Si se te ocurriera la locura de andar solo por las habitaciones, te aconsejo que nunca entres en una en la que no oigas nada.
«Ex nihilo nihil»,
como dice el Séptimo... Significará que está bloqueada: si entras, tu mente quedará arrasada, porque solo mediante los sonidos o susurros podemos establecer contacto con lo infinito. Pero no me molestaré en explicarte lo que no podrías entender jamás. ¡Busca!

Ina lo azuzaba como un perro de aquí allá y se limitaba a observarlo. Daniel ignoraba qué debía hacer, pero a ella eso le parecía lo correcto. «Si supieras conscientemente adonde ir, no serías el
messenja»,
le había dicho.

—Eres una vasija, Kean —le explicó—. Llevas algo dentro que acabará apareciendo. Tú solo muévete y mira a tu alrededor.

Ya habían recorrido lo que ella denominaba la «tercera» cámara, que era el derruido cuarto por donde habían entrado. La sala en que se encontraban se conservaba en mejor estado, y poseía amplios cortinajes de colores, jarrones de bronce, mesas de madera y un curioso suelo lleno de arena fina y castaña. El techo era bajo y algunas paredes mostraban revestimiento de piedra. Olía a moho y a polvo. Ina le había ordenado quitarse las calzas, y de vez en cuando le hacía alzar los brazos sobre la cabeza. Daniel obedecía y fingía escuchar las complicadas explicaciones. Entretanto, intentaba decidir qué hacer.

—Me has engañado, ¿verdad? —le preguntó mientras deambulaba por la cámara produciendo al pisar con sus blancos pies un ruido como de arañazos sobre la arena—. Nunca fuiste alumna de Mitsuko. Trabajas para Moon...

—Moon y yo trabajamos juntos, cierto —concedió Ina—, pero él no es mi jefe. Y te equivocas: Olive y yo sí
éramos
discípulos de Mitsuko.

—Entonces, Darby y sus amigos...

—Ellos contrataron a ese tal Olsen al principio, lo que ocurre es que, sin que lo supieran, Olsen ya estaba sirviendo al Amo por su cuenta y fingió trabajar para ellos.

—¿Quién es ese Amo?

Tras un titubeo Ina espetó:

—Alguien más poderoso que tú y que yo, estúpido. Él fue quien ordenó secuestrar a tu familia. —Su voz se hizo amenazadora—. No dejes de caminar. Si te paras un solo instante te golpearé. Puedo hacerte mucho daño, te lo aseguro.

Pero Daniel intuía que disponía de cierto privilegio. Al fin y al cabo, Ina también dependía de él. Intentó ganar tiempo con preguntas.

—¿Por qué me ayudaste a escapar?

—Decidieron que debía aliarme contigo para que no te creyeras solo. Sospechaban que intentarías huir en algún momento, y planearon lo de los árboles en la carretera y el bosque para darte la oportunidad. Los hombres de Moon tenían la orden de no herirte. Tú pensabas que ese producto que te habías rociado te hacía invulnerable...

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