La Maldición del Maestro (11 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: La Maldición del Maestro
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—¡Está bien! —dijo. —Dime qué quieres.

Salamandra sonrió.

—En primer lugar, quiero el colgante de Dana.

El candelabro se retiró un poco del rostro de Nawin, y Salamandra supo que había dado en el clavo. Nawin respiró hondo y se sacó el colgante de debajo de la túnica. Se lo tendió a Salamandra de mala gana.

—En segundo lugar —prosiguió ella, cogiéndolo, —exijo de ti la promesa de que no vas a decirle nada de esto a Shi-Mae.

—¡Pero...! —empezó Nawin.

—Pero ¿qué?

—¡No puedo hacer eso!

—¿Ah, no?

—Dile que, como se vaya de la lengua, no volverá a dormir mientras esté en la Torre

—dijo una voz al oído de Salamandra.

Ella saltó como movida por un resorte. Se giró lentamente y casi dejó caer el colgante del susto.

Junto a ella había un muchacho rubio, de unos dieciséis años, que sostenía entre sus manos el candelabro que tanto asustaba a Nawin.

—Tú eres Salamandra, yo soy Kai —dijo él. —Hechas ya las presentaciones, ¿seguimos con lo que nos traíamos entre manos?

Salamandra retrocedió, intimidada, retorciendo nerviosamente el colgante entre sus manos.

—No sueltes eso —le advirtió Kai, o dejarás de verme. Y necesito con urgencia que alguien me escuche.

—¿Qué pasa? —preguntó Jonás, preocupado.

Salamandra no contestó. Seguía mirando fijamente a Kai, sin poder hablar.

—Oye —dijo Kai, con impaciencia. —No te voy a morder. Solo intentaba llamar un poco vuestra atención, eso es todo... y asustar un poco a esa elfa estúpida.

Salamandra sonrió débilmente. Jonás se colocó a su lado, dispuesto a protegerla de lo que hiciera falta.

—Es por el colgante, ¿verdad? —se atrevió a decir ella.

—Dana realizó sobre ese colgante lo que ella llama un conjuro de vinculación —explicó Kai. —Solo Dana puede verme y oírme; como yo no podría permanecer mucho tiempo junto a ella, hechizó el colgante para que fuese un puente entre los dos, para que yo pudiese acudir a ella cuando me necesitase, a través de este objeto. Pero lo dejó en el despacho después de realizar el conjuro, porque no debía tocarlo hasta que pasasen unas cuantas horas...

—Entonces, ¿por qué yo puedo verte y Nawin no?

—Porque tú fuiste la primera en cogerlo después del conjuro, y ahora el amuleto te ha tomado por el otro extremo del puente.

Salamandra se estremeció.

—Entiendo —dijo. —¿Tú sabes qué ha pasado, dónde está ella?

—Salamandra —intervino Jonás, muy serio. —¿Con quién hablas?

Kai miró a Jonás, pensativo, pero no dijo nada.

—Se llama Kai —explicó Salamandra. —Es amigo de Dana. Es... invisible.

—Bueno, pero tú... ¿tú lo ves?

—Sí; dice que es por el colgante...

Jonás alargó la mano y aferró la joya. Miró frente a sí, pero no vio nada. La soltó, decepcionado, y lanzó a Salamandra una mirada suspicaz.

Ella, en cambio, seguía viendo a Kai en la habitación. El muchacho los observaba, como dándole vueltas a una idea.

—Salamandra, tú me estás tomando el pelo —dijo Jonás.

Kai hizo un gesto de fastidio.

—Explícale lo que yo te he contado acerca del colgante, y dile que no tenemos todo el día.

Salamandra transmitió a Jonás el mensaje de Kai. El chico movió la cabeza, confuso.

—No entiendo nada —dijo. —Esto es...

Kai dejó el candelabro sobre la mesa y se volvió hacia Salamandra, impaciente. Ella retrocedió un poco, pero él fue más rápido. La acorraló contra la pared y acercó su rostro al de la chica, para mirarla a los ojos.

—No hay tiempo —dijo lentamente. —Dana está en peligro, y os necesito para salvarla.

Los ojos de él eran de color verde, intensos, chispeantes. Movida por un presentimiento, Salamandra alzó la mano y trató de tocarlo.

No pudo. Sus dedos solo hallaron aire, aunque la aprendiza veía perfectamente a Kai justo frente a ella, tan cerca que podría hasta sentir su respiración... si él respirase.

—¿Quién eres? —susurró, fascinada.

Kai inspiró profundamente y cerró los ojos, como si le doliese recordarlo. Después volvió a mirarla.

—Confía en mí —dijo. —Por favor, confía en mí. Salamandra no respondió. No podía dejar de mirarlo. —Tú la quieres, ¿verdad? —preguntó.

Kai apartó la mirada y se separó de ella. Su gesto fue bastante elocuente, y Salamandra percibió, por un instante, todo el dolor que había detrás de aquella historia.

El chico volvió a mirarla a los ojos, apremiante.

—Ayúdame —suplicó. —Ayúdame, por favor. Necesito encontrarla.

Salamandra no lo pensó. Con sus ojos fijos en los de Kai, prometió:

—Te ayudaré, Kai. Te lo juro.

Él pareció relajarse un tanto.

—¿Qué he de hacer? —quiso saber ella.

Kai no respondió enseguida. Su mirada fue hacia la ventana del cuarto de Nawin; al otro lado, los lobos aullaban en la noche desde las montañas del valle.

Salamandra comprendió.

—Eras tú, ¿verdad? El del cuchillo en la cocina. Me estabas diciendo que hemos de luchar... y escapar... de la Torre añadió, recordando el cuchillo saliendo por la ventana.

Kai sonrió levemente.

—No sé usar esas plumas tan extrañas que empleáis los magos para escribir —dijo.

—Si supiera, os habría dejado un mensaje escrito hace tiempo.

Salamandra asintió. Parecía lógico. Eran plumas expresamente diseñadas para escribir en arcano, el lenguaje de la magia; también a ella le había costado mucho aprender a usarlas.

—Tú cerraste la puerta cuando aquel lobo saltó sobre Fenris la otra noche —prosiguió Salamandra. —Tú cerraste el cajón del despacho de Dana...

Kai asintió.

—También he intentado ponerme en contacto con Fenris, pero Shi-Mae siempre estaba con un ojo puesto en él. Y, ahora, Fenris está inconsciente y no puede ayudarnos.

Jonás, cansado de aquella situación, cogió a Salamandra del brazo.

—Escucha, yo... —empezó, pero ella estaba pendiente de los movimientos de Kai, que se había puesto rígido de pronto.

—Viene alguien —dijo, y, antes de que hubiese acabado de hablar, la alta figura de Shi-Mae se había materializado en la habitación.

Salamandra miró a Kai, y él le hizo un gesto de despedida con la mano.

—No te vayas —susurró ella, pero el chico movió la cabeza hacia Shi-Mae... y desapareció.

Salamandra se sintió de pronto muy sola, vacía y asustada, y se arrimó a Jonás, sin acordarse de que él le había pedido que no jugara con sus sentimientos; el chico tampoco parecía recordarlo, porque la abrazó, sin importarle que Shi-Mae estuviese frente a ellos, mirándolos con reprobación. Salamandra se sintió un poco mejor.

—Bueno —suspiró la hechicera, con cansancio. —Estoy esperando una explicación.

Salamandra recobró algo de su aplomo. Aprovechando que estaba abrazada a Jonás, ocultó el colgante entre los pliegues de su túnica, utilizando el cuerpo de su amigo como barrera para que Shi-Mae no la viera. Después lanzó una mirada de advertencia a Nawin, que seguía en su rincón, sin hablar.

—Hemos oído gritos y por eso hemos venido a ver qué pasaba —empezó Jonás, sin mentir.

No fue capaz de decir nada más. Miró a Salamandra, que se esforzaba en buscar una mentira creíble.

De pronto, se oyó la voz, clara y fría, de Nawin

—Se me ha descontrolado un genio del aire que había invocado. Jonás me ha ayudado a enviarlo a su plano otra vez.

Shi-Mae se volvió hacia Nawin y alzó las cejas, desconcertada; pero su alumna sostuvo su mirada sin pestañear.

—Bueno —dijo la Archimaga. —Me sorprende que hayas conjurado a un genio del aire, Nawin. Eres una aprendiza de primer grado, al fin y al cabo. Pero todavía me sorprende aún más que este muchacho te haya ayudado a controlarlo —añadió con ironía.

Jonás tragó saliva. Cualquier aprendiz de tercer grado como él sabía que un genio del aire descontrolado era muy difícil de devolver a su plano.

—Él es un buen mago —intervino Salamandra, algo irritada, —no un inútil, como piensas tú. Lo único que pasa es que no tiene prisa. Quizá eso te sorprende en un humano, a ti, que eres una elfa y te tomas las cosas con calma. Pero no todos los humanos somos iguales.

Shi-Mae la miró, asombrada ante semejante osadía.

—¿Cómo te atreves?

—¿Cómo te atreves tú a juzgarnos sin conocernos? —replicó ella.

Se separó de Jonás y se irguió frente a la Archimaga.

—Expúlsame, si quieres —la desafió. —Pero no la tomes con Jonás. Él no ha hecho nada malo, es un buen chico. Yo soy la rebelde. Castígame a mí.

Shi-Mae la miró fijamente, como decidiendo qué hacer con ella. Finalmente, suspiró.

—No sé qué os pasa en esta escuela. Nunca me había topado con algo semejante.

—No pasa nada, Shi-Mae —intervino Nawin de nuevo. —Ha sido un error mío. No debería meterme a invocar elementales sin haber superado el examen básico. Ellos me han ayudado, Shi-Mae. De verdad.

Por suerte para los aprendices, la Archimaga estaba cansada y tenía pocas ganas de discutir.

—Ya hablaremos mañana —les advirtió; miró a Nawin. —Recoge todo esto y vete a dormir. Es muy tarde.

Antes de que se dieran cuenta, había desaparecido de la habitación.

Hubo un breve silencio. Entonces Salamandra dijo, de mala gana:

—Gracias.

—No me las des —replicó la elfa rápidamente. —Te lo había prometido, ¿no? Y he de reconocer que me has librado de esa criatura... —la miró con suspicacia. —¿La has invocado tú?

—¡No! Es un amigo de Dana, y está haciendo lo imposible por encontrarla. Necesita nuestra ayuda.

Nawin se levantó, pensativa. —Me resulta difícil creerte.

—No me sorprende —replicó Salamandra con ironía. —¿Qué parte de la historia es la que no te crees?

—Creo —intervino Jonás, —que el problema radica en que tanto Nawin como Shi-Mae piensan que Dana es una mala persona.

—Pues no entiendo por qué.

—Bueno... —Jonás parecía incómodo. —Admítelo, Salamandra. A nadie lo maldicen sin una buena razón.

—¡Exacto! —dijo Nawin; hizo un pase mágico y todas las cosas de la habitación empezaron a volver solas a su lugar. —¿No conocéis la primera regla de una escuela de hechicería?

—No —admitió Salamandra a regañadientes, envidiando la facilidad con que la elfa estaba ordenando su cuarto sin apenas esfuerzo; miró a Jonás y vio que él sí ponía cara de saber de qué estaba hablando su compañera.

—La primera regla de una escuela de hechicería es —recitó Nawin —que ningún aprendiz, bajo ningún concepto, debe jamás rebelarse contra su Maestro...

—... porque, si lo hace, su maldición lo perseguirá para siempre —concluyó Jonás en voz baja. Salamandra los miró, incrédula. —¿Queréis decir...?

—Así es como Dana se hizo con el control de la Torre del Valle de los Lobos —dijo Nawin, muy seria—. Usurpando el poder del anterior Maestro. Por eso ahora ella está maldita.

Salamandra movió la cabeza, horrorizada.

—¡No te creo!

Jonás la miró, algo preocupado.

—Tranquila, Salamandra. Averiguaremos qué fue lo que pasó. Kai te lo contará.

—Kai se ha ido —suspiró ella—, y no sé si volverá.

—Podríais preguntarle a la única persona de la Torre que estuvo allí para verlo —sugirió Nawin fríamente. —Si estuviera consciente para contestar a vuestras preguntas, claro.

Salamandra cruzó una mirada con Jonás.

—Mala suerte —dijo el chico. —Será mejor que nos vayamos a dormir, Salamandra.

Ella asintió de mala gana.

Cuando los dos chicos hubieron abandonado el cuarto de Nawin, Shi-Mae volvió a materializarse allí.

Nawin seguía sentada sobre la cama, y no se movió. Shi-Mae avanzó hacia ella.

—¿Por qué lo has hecho, princesa? —preguntó. —¿Por qué me has mentido?

Nawin se volvió lentamente hacia la Archimaga.

—Tú dijiste que no confiaban en mí. Pues bien, tengo… que ganarme su confianza, ¿no?

Shi-Mae esbozó una sonrisa.

IX. BUSCANDO A DANA

Salamandra no quiso levantarse aquella mañana con el amanecer. Se quedó en la cama hasta muy tarde, despierta, pensando. A media mañana sonaron golpes en su puerta.

—Salamandra... —era la voz de Jonás. —Salamandra, abre. Sé que estás despierta.

Salamandra apartó las mantas de mala gana y se levantó de la cama para abrir la puerta.

Jonás estaba fuera, muy serio y tieso. Se había asegurado de que su túnica azul estaba perfectamente lavada y planchada, y él mismo parecía recién bañado, aunque estaba pálido y ojeroso, y daba la impresión de no haber dormido mucho. Pero había un brillo de decisión en su mirada, y su actitud era bastante resuelta.

—Hola —dijo al verla; sonrió. —Tampoco tú has dormido bien, ¿eh?

—No —murmuró ella. —Vas a hacer ahora el examen,¿verdad? ¿cómo estás?

Jonás no respondió enseguida. Cuando habló, lo hizo lenta y suavemente.

—Gracias por lo de anoche, Salamandra.

—¿Por qué? —a Salamandra le costaba trabajo recordar todos los detalles de lo que había sucedido la noche anterior.

—Por lo que le dijiste de mí a Shi-Mae. Fuiste muy valiente.

Salamandra se frotó el pie izquierdo descalzo contra la pierna derecha, sin saber muy bien qué decir.

—Gracias por creer que soy un buen mago —añadió él. —Gracias por creer en mí.

—Yo... No tienes que darme las gracias por eso, Jonás. Es verdad, eres un buen mago.

Él alzó la cabeza, sonriendo.

—Voy a hacer el examen —repitió. —Y cuando vuelva me verás con la túnica violeta.

Ella sonrió.

—Estoy segura, Jonás.

El chico se volvió para marcharse.

—Volveré dentro de un rato.

—Buena suerte —le deseó ella. —Te estaré esperando.

Jonás se fue pasillo abajo, y Salamandra se le quedó mirando, pensativa.

—Es un buen momento para buscar a Dana —dijo una voz en su oído.

Salamandra se sobresaltó, y se giró como si le hubieran pinchado. Junto a ella estaba Kai.

La chica se había olvidado casi por completo de él. Para asegurarse de que no era una ilusión, aferró con fuerza el colgante de Dana, que se había puesto al cuello la noche anterior. Pero Kai seguía allí, mirándola.

—¿Como has dicho?

—Que es un buen momento para buscar a Dana —repitió él —Shi-Mae estará examinando a Jonás. No se entrometerá.

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