La Mano Del Caos (14 page)

Read La Mano Del Caos Online

Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

BOOK: La Mano Del Caos
10.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

WOMBE,

DREVLIN REINO INFERIOR

El viaje a través de la Puerta de la Muerte transcurrió sin incidentes. Haplo sumió a Bane en un sueño mágico casi inmediatamente después de su partida del Nexo. Al patryn se le había ocurrido que el paso de la Puerta de la Muerte se había hecho tan sencillo que incluso un mago mensch con cierta habilidad podía intentarlo, y Bane era un mensch observador, inteligente... e hijo de un hechicero avezado. Por un instante, Haplo había tenido una visión de Bane revoloteando de un mundo a otro... No. Era mejor dormirlo.

No tuvieron ninguna dificultad en alcanzar Ariano, el mundo del aire. Imágenes de los otros mundos pasaron como centellas antes los ojos de Haplo, quien reconoció las islas flotantes de Ariano con facilidad. Pero, antes de concentrarse en ellas, dedicó unos instantes a contemplar los demás mundos que desfilaban ante sus ojos, con radiantes destellos tornasolados como pompas de jabón, antes de estallar y dar paso al siguiente. Todos ellos eran lugares que reconocía, excepto uno. Y éste era el más hermoso, el más intrigante.

Haplo contempló la visión todo el tiempo que pudo, que apenas fueron unos fugaces segundos. Hubiera querido preguntarle a Xar qué era, pero su señor se había marchado sin darle ocasión a consultarle nada.

¿Existía un quinto mundo?

Haplo rechazó la idea. En ningún escrito de los antiguos sartán aparecía la menor mención a algo semejante.

El antiguo mundo, entonces.

A Haplo le pareció mucho mas probable esto último. La imagen deslumbrante que captaba coincidía con las descripciones del mundo antiguo. Pero éste ya no existía, había sido destruido mediante la magia. Tal vez aquello no era más que una evocación vivida, mantenida como estaba para recordar a los sartán lo que un día había sido.

Pero, si así era, ¿por qué se le ofrecía como una opción? Haplo vio pasar una y otra vez ante sus ojos el carrusel de posibilidades. Siempre en el mismo orden: el extraño mundo de cielo azul y sol luminoso, luna, estrellas, océanos ilimitados y amplias panorámicas; después, el Laberinto, tenebroso y confuso; luego, el Nexo crepuscular y, por fin, los cuatro mundos elementales.

Si Haplo no hubiera llevado consigo a Bane, habría tenido la tentación de explorar aquel mundo, de seleccionar la imagen en su mente y ver qué sucedía. Volvió la vista al niño, que dormía apaciblemente con el brazo en torno al perro, tendidos ambos en un jergón que Haplo había arrastrado hasta el puente para no perder de vista al chiquillo.

El perro, percibiendo la mirada de su amo, abrió los ojos, parpadeó ociosamente, dio un gran bostezo y, viendo que no era inminente ninguna acción, exhaló un gañido de satisfacción y se apretujó contra el niño, casi derribándolo del catre. Bane murmuró algo en sueños, algo acerca de Xar, y de pronto cerró los dedos en torno al pelaje del animal como si fueran zarpas.

Con un gemido de dolor, el animal alzó la testuz y miró al muchacho con aire sorprendido, como si se preguntara qué había hecho para merecer aquel trato. Luego, sin saber muy bien qué hacer para desasirse, se volvió hacia Haplo en petición de auxilio.

El patryn, con una sonrisa, forzó al durmiente a abrir los dedos y soltar el pellejo del can; luego, acarició la cabeza de éste, disculpándose. El perro dirigió una mirada desconfiada a Bane, saltó del jergón y se enroscó a los pies de Haplo en la seguridad de la cubierta.

Haplo volvió a fijar su atención en las visiones, se concentró en la de Ariano y apartó las demás de su cabeza.

La primera vez que Haplo había viajado a Ariano casi había resultado la última. Poco preparado para las fuerzas mágicas de la Puerta de la Muerte y para las violentas fuerzas físicas existentes en el mundo del aire, se había visto obligado a estrellar la nave en lo que más tarde sabría que era un archipiélago de pequeñas islas flotantes conocido como los Peldaños de Terrel Fen.

En esta ocasión, estaba preparado para los terribles efectos de la feroz tormenta perpetua que rugía en el Reino Inferior. Los signos mágicos de protección que sólo habían brillado débilmente durante el tránsito de la Puerta de la Muerte, refulgieron con un azul vibrante cuando la primera ráfaga de viento zarandeó la embarcación. Los relámpagos eran casi continuos, deslumbrantes, cegadores. Los truenos retumbaban a su alrededor y el viento los sacudía. El granizo barrió el casco de madera, y la lluvia golpeó la claraboya formando una cortina maciza de agua que impedía la visión.

Haplo detuvo el avance de la nave y la dejó flotar en el aire. Gracias a la temporada que había pasado en Drevlin, la isla principal del Reino Inferior, sabía que aquellas tormentas eran fenómenos cíclicos. Sólo tenía que esperar a que aquélla terminara; a continuación, vendría un período de relativa calma hasta la siguiente. Durante esta calma, buscaría un lugar para posarse y establecer contacto con los enanos.

Pensó en la conveniencia de mantener dormido a Bane, pero decidió dejarlo despertar. Tal vez le resultara útil. Un rápido gesto de su mano borró la runa que había trazado sobre la frente del chiquillo.

Bane se incorporó hasta quedar sentado, pestañeó durante unos instantes, confuso, y por fin dirigió una mirada acusadora al patryn.

—¡Me has obligado a dormir!

Haplo no vio la necesidad de corroborar, comentar o disculpar su acción. Sin dejar de prestar atención a la claraboya bañada por la lluvia, lanzó una breve ojeada al muchacho.

—Revisa la popa; comprueba si hay alguna grieta o filtración en el casco.

Bane se sonrojó, enfurecido con el tono imperioso y despreocupado del patryn. Haplo observó la oleada carmesí que se extendió desde el blanco cuello hasta las mejillas. En los ojos azules apareció un destello de rebelión. Xar no había estropeado al chico, que ya llevaba más de un año al cuidado de su señor; no, Xar había hecho mucho por mejorar el carácter de Bane, pero el muchacho tenía la educación de un príncipe de la casa real y estaba acostumbrado a dar órdenes, no a recibirlas.

En especial, de Haplo.

—Si has hecho bien tu magia, no debería haber ninguna grieta —replicó en tono irritado.

—La he hecho como es debido, pero tú ya sabes cómo son las runas. Ya conoces lo delicado que es su equilibrio. La menor astilla podría iniciar una resquebrajadura que podría terminar por partir la nave entera. Es mejor asegurarse, detenerla ahora, antes de que se haga más amplia.

Se produjo un momento de silencio y Haplo creyó percibir la lucha interior del pequeño.

—¿Puedo llevar al perro? —preguntó Bane con voz hosca. —Claro —concedió Haplo con un gesto. El niño pareció alegrar el ánimo.

—¿Puedo darle una salchicha? El perro, al escuchar su palabra favorita, se incorporó de un brinco con la lengua fuera y agitando el rabo. —Sólo una —dijo Haplo—. No estoy seguro de cuánto va a durar la tormenta.

Quizá tengamos que alimentarnos con esas salchichas.

—Siempre puedes invocar más —dijo Bane alegremente—. Vamos, perro.

Los dos se alejaron del puente en dirección a la proa de la nave.

Haplo continuó con la vista fija en la lluvia que se deslizaba por el cristal de la claraboya y recordó el día en que había llevado al pequeño al Nexo...

—El pequeño se llama Bane, mi señor —informó Haplo—. Ya sé —añadió al momento, al ver el gesto ceñudo de Xar—, es raro que un niño humano lleve un nombre que en la lengua antigua significa veneno, o causa de aflicción, pero, una vez que conozcas la historia, verás que es muy indicado. Encontrarás un relato sobre él aquí, mi señor, en mi diario.

Xar pasó los dedos por la tapa del documento pero no lo abrió. Haplo permaneció de pie en respetuoso silencio, a la espera de que su señor hablase. La siguiente pregunta no le resultó del todo inesperada.

—Te pedí que me trajeras de ese mundo un discípulo, Haplo. Ariano es, según lo describes, un mundo en pleno caos: elfos, enanos y humanos combaten entre ellos, y los elfos, entre sí. Una grave escasez de agua, debido al fracaso de los sartán en su intento de alinear las islas flotantes y hacer actuar según lo previsto su máquina fabulosa. Cuando empiece mi conquista, necesitaré un lugarteniente, preferiblemente un mensch, que se instale en Ariano y se ocupe de dominar a sus pueblos en mi nombre mientras yo me dedico a otra cosa. ¿Y tú, ahora, me traes para esa tarea a... un niño de diez años?

El niño al que se refería estaba dormido en una alcoba de la parte de atrás de la mansión de Xar. Haplo había dejado al perro con él, para que avisara a su amo si el pequeño despertaba. El patryn no se intimidó ante la severa mirada de su señor. Xar no dudaba de su siervo; sencillamente, estaba desconcertado, perplejo...

Una sensación que Haplo podía comprender muy bien. Había estado preparado para la pregunta y tenía dispuesta la contestación.

—Bane no es un niño mensch normal, señor. Como verás en el diario...
{16}

—Ya leeré ese diario más tarde, a mi conveniencia. Ahora, estoy muy interesado en escuchar tu informe sobre el niño.

Haplo asintió sumiso y tomó asiento en la silla que Xar le ofreció con un gesto de la mano.

—El muchacho es hijo de dos humanos conocidos entre su pueblo como «misteriarcas», unos hechiceros muy poderosos (al menos para lo habitual entre los mensch). El padre se llama Sinistrad y la madre, Iridal. Estos misteriarcas, con su gran conocimiento de la magia, llegaron a considerar al resto de sus congéneres humanos como toscos patanes. Finalmente, abandonaron el caos de luchas del Reino Medio y viajaron hasta el Reino Superior, donde descubrieron una tierra de gran belleza que, por desgracia para ellos, resultó ser una trampa mortal.

»El Reino Superior había sido creado por la magia rúnica de los sartán, y los misteriarcas no sabían interpretar la magia sartán mejor de lo que un bebé entendería un tratado de metafísica. Las cosechas se agostaban en los campos, el agua era escasa y el aire enrarecido era difícil de respirar. Su gente empezó a morir. Los misteriarcas comprendieron que tendrían que abandonar aquel lugar y volver al Reino Medio pero, como la mayoría de los humanos, temían a sus congéneres. Les daba miedo reconocer su debilidad. Y, así, decidieron que, cuando volvieran, lo harían como conquistadores y no como suplicantes.

»Sinistrad, el padre del muchacho, elaboró un plan notable. El rey humano del Reino Medio, un tal Stephen, y su esposa, Ana, acababan de dar un heredero al trono. Aproximadamente por la misma época, la esposa de Sinistrad, Iridal, también había dado a luz un hijo. Sinistrad cambió a los recién nacidos, llevando a su hijo al Reino Medio y arrebatando al hijo de Stephen a las tierras del Reino Superior. Sinistrad se proponía con ello utilizar a Bane (como heredero al trono) para conseguir el control del Reino Medio.

»Por supuesto, en las tierras del rey Stephen todo el mundo se dio cuenta del cambio de los bebés, pero Sinistrad había tenido la astucia de envolver a su hijo en un hechizo que hacía que quien lo miraba se quedara prendado del pequeño. Cuando Bane cumplió un año, Sinistrad se presentó ante Stephen y le informó de su plan. El rey Stephen se vio impotente ante el misteriarca. En sus corazones, Stephen y Ana odiaban y temían al niño cambiado (de ahí que le pusieran ese nombre) pero el encantamiento que lo protegía era tan poderoso que les impedía hacer nada, personalmente, para librarse de él. Por último, llevados de la desesperación, contrataron a un asesino para que se llevara a Bane y le diera muerte.

»Pero, según resultaron las cosas —añadió con una sonrisa—, fue Bane quien casi asesina al asesino.

—¿De veras? —Xar parecía impresionado.

—Sí, y encontrarás los detalles ahí. —Haplo señaló el diario—. Bane llevaba un amuleto, regalo de Sinistrad, que trasmitía al muchacho las órdenes del mago y hacía llegar a éste todo cuanto el chiquillo escuchaba. De este modo, los misteriarcas espiaban a los humanos y conocían todos los movimientos del rey Stephen. Y no era que Bane necesitara muchas lecciones de intrigante. Por lo que he visto de ese pequeño, podría enseñarle un par de cosas a su propio padre.

»Bane es inteligente y perspicaz. Posee clarividencia y, aunque no está instruido, tiene grandes dotes para la magia, tratándose de un humano. Fue él quien dedujo cómo funciona la Tumpa-chumpa y cuál es su propósito. El diagrama que he incluido ahí es suyo, mi señor. Y es ambicioso. Cuando asimiló la idea de que su padre no se proponía en absoluto gobernar el Reino Medio junto a él, como equipo de padre e hijo, Bane decidió quitar de en medio a Sinistrad.

»La trama de Bane tuvo éxito, aunque no salió exactamente como él había proyectado. Por una ironía de la vida, la del muchacho fue salvada, precisamente, por el hombre a quien se había contratado para matarlo. Una lástima, por cierto — añadió Haplo, pensativo—. Hugh
la Mano
era un humano interesante, un combatiente experto y capaz. Me pareció exactamente lo que andabais buscando como discípulo, mi señor. Tenía pensado traerlo conmigo a tu presencia pero, por desgracia, murió combatiendo al hechicero. Una lástima, repito.

El Señor del Nexo sólo le estaba prestando atención a medias. Había abierto el diario, había descubierto el diagrama de la Tumpa-chumpa y estaba estudiándolo detenidamente.

—¿Esto lo ha hecho el niño? —inquirió. —Sí, señor.

—¿Estás seguro? —Yo los estaba espiando cuando Bane le mostró el dibujo a su padre. Sinistrad se quedó tan impresionado como tú ahora.

—Asombroso. Y dices que el niño es encantador, cautivador y atractivo. El encantamiento que le proporcionó su padre no puede ejercer efecto sobre nosotros, desde luego, ¿pero funciona todavía con los mensch?

Haplo se encogió de hombros.

—Alfred, el sartán, opinaba que el hechizo ya había sido levantado. Pero Hugh
la Mano
estaba bajo el influjo del muchacho, fuera por la magia o por mera compasión por un niño a quien nadie había querido nunca y que durante toda su vida no había sido más que un peón. Bane es listo y sabe utilizar su juventud y su encanto para manipular a los demás.

—¿Qué hay de la madre del chico? ¿Cómo has dicho que se llamaba, Iridal? —Podría traer problemas. Cuando nos marchamos, andaba en busca de su hijo en compañía del sartán, Alfred.

—Supongo que ella quiere al muchacho para sus propios planes.

—No; creo que lo quiere porque es su hijo, sin más. En realidad, ella nunca consintió en los proyectos de su esposo, pero Sinistrad ejercía algún tipo de poder terrible sobre ella, que le tenía un gran temor. Y, con la desaparición de Sinistrad, el valor de los demás misteriarcas se vino abajo. A mi marcha, había rumores de que se disponían a abandonar el Reino Superior y proyectaban establecerse entre los demás humanos.

Other books

Angels' Dance by Singh, Nalini
Damned and Desired by Kathy Kulig
Saving Us by Jennifer Foor
Klingsor's Last Summer by Hermann Hesse
The Prince of Risk by Christopher Reich
The Bond That Ties Us by Christine D'Abo