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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (19 page)

BOOK: La música del mundo
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—amigo mío, dijo Jaime, dejando el salero sobre la mesa… lo que yo estoy buscando no son exactamente libros… quiero decir que cualquier cosa puede ser un libro… este molinillo puede ser un libro, por ejemplo… o (añadió, abriendo uno de los armarios y señalando al interior misterioso) ese frasco lleno de raíces de ginseng…

—oh, bien, dijo Block… si lo planteas así… recuerdo ese momento del
Essay on Man
en que Pope reflexiona, ¿por qué será que el hombre no tiene ojos microscópicos? ya conoces la respuesta

—«la respuesta es clara y simple: porque no es una mosca»

—ah, dijo Block, pero tú lo has leído traducido, eso de «clara y simple» me huele a traducción

—pero ¿qué importancia tiene el
Essay on Man
ahora? dijo Jaime cerrando el armario con un suspiro y mirando a su alrededor desalentado

—el punto al que quiero llegar, dijo Block, es: saber y no saber, ése es el estado de naturaleza —esto es Pascal; y Pope: demos gracias por no saber más, por no ver más; las limitaciones de nuestros sentidos, de nuestra inteligencia y de nuestra percepción se corresponden, en cierto modo, con el plan cósmico; nosotros, añade, sabemos y percibimos todo lo que es posible saber y percibir
en nuestro estado

—Block, no te conozco, dijo Jaime abriendo otro de los armarios, todo lleno de frascos de azúcar, harina, arroz y leche en polvo… ¿nuestro estado?

—el estado de naturaleza, dijo Block… lo que intento decir, añadió, es que deberíamos marcharnos de aquí inmediatamente

—yo diría, más bien, que nuestro estado depende absolutamente de la estrella del efecto de los efectos, dijo Jaime cerrando el armario… el efecto de los efectos es el único astro, el único planeta que tiene poder sobre nuestras vidas… siempre lo más misterioso es el sentido, añadió, quiero decir, el significado, esa necesidad que tenemos de que las cosas signifiquen, como si las cosas fueran palabras…

—entonces, debo entender que para ti las palabras significan

—lo que significa, son palabras, dijo Jaime… nuestra fe en las posibilidades del lenguaje depende absolutamente de nuestra lamentable dependencia de los significados; Mencía, sin embargo, tiene ideas curiosas al respecto: es algo que ella llama «el lenguaje cabezal»…

—oh

—sí, es bastante curioso, dijo Jaime; para ella, «quiero comer una naranja» expresa algo que sucede en la realidad, y hace referencia a un ser vivo, «yo», pero no significa nada… «naranja» para ella no significa nada; la palabra es una especie de signo convencional con el cual nosotros designamos una cierta forma viviente que existe en el planeta…

—exacto, dijo Block,
ése
es el significado…

—no, no para Mencía, dijo Jaime… existe la palabra «naranja», que es un signo, y existe la convención que la vincula con la fruta real, que es un referente ajeno al lenguaje, pero no existe el significado… el significado, según Mencía, es un invento posterior…

—hay algo erróneo en ese razonamiento

la cocina tenía dos puertas, una que daba a un pasillo lleno de cuartos de almacenamiento a ambos lados y al fondo del cual arrancaba una escalera ascendente, y otra que se abría al vestíbulo principal… Jaime propuso que salieran al vestíbulo y subieran por la escalera principal para «explorar» los pisos superiores… a Block, por supuesto, la idea le pareció una completa locura, pero no tuvo más remedio que seguir a Jaime…

no había nadie a la vista en el amplio vestíbulo, adornado con lámparas y cuadros destinados a aparentar respetabilidad; en el centro había una mesa redonda con un jarrón de flores, gladiolos blancos y rosados… Jaime y Block cruzaron el vestíbulo en dirección a las escaleras, y cuando estaban a punto de iniciar el ascenso oyeron unas voces que salían de uno de los cuartos laterales… se abrió una puerta y apareció una mujer joven, muy alta, vestida con una blusa roja bajo la que saltaban sus pechos sueltos, una falda de ante teñida de verde, largas botas negras; tenía el pelo recogido en la nuca con una mariposa de encaje azul, largas piernas ondulantes… estaba hablando con alguien que Jaime y Block, escondidos debajo de la escalera, nunca alcanzaron a ver…

—ya sabe dónde está todo, dijo la voz, le quedan unos veinte minutos para arreglarlo todo y para prepararse usted…

—¿y cuando termine? preguntó ella; hablaba con acento inglés

—pasa usted de nuevo por aquí, dijo la voz… buena suerte, Fiona

—se llama Fiona, dijo Jaime en un murmullo

la puerta se cerró y Fiona echó a andar en dirección a las escaleras; sus botas negras pasaron a la altura de los ojos de Jaime y Block, y los dos comprobaron la prodigiosa longitud de sus muslos rubios, el brillo de su larga cabellera pajiza; sus ojos estaban pintados de verde hoja, los labios, ligeramente hinchados por la forma de la dentadura, de rosa pálido; cuando subía por las escaleras, sus caderas se balanceaban como un péndulo-ofidio, provocando líneas ascendentes y al mismo tiempo llamando a las potencias de la fertilidad masculina…

—vamos a ver adonde se dirige esa osamenta, dijo Jaime… ella nos llevará a los libros…

—ella nos llevará a los libros, repitió Block, siguiéndole escaleras arriba

—cualquier dirección es posible, dijo Jaime a modo de explicación, mientras subían tímidamente, escalón tras escalón; por suerte, todos los suelos y escaleras estaban cubiertos con alfombras y pieles de animales, y era fácil caminar sin hacer ruido…

Jaime y Block estaban en el descansillo intermedio entre los dos tramos de escaleras que conducían al primer piso cuando, de pronto, vieron aparecer a Fiona saliendo del primer piso, tan sólo un tramo de escaleras por encima de ellos, y cruzar frente a ellos… estaba cerrando con un movimiento compulsivo la cerradura de su bolso; un objeto trazó un arco plateado en el aire y aterrizó en silencio sobre la alfombra… helados, contemplaron la súbita aparición, las caderas atravesando el espacio; estaban tan inmóviles que ella no se dio cuenta de su presencia, y la vieron pasar frente a ellos, por encima, escaleras arriba rumbo al segundo piso… cuando dejaron de oír el sonido afelpado de sus pasos, subieron el tramo de escaleras que les separaba del primer piso y se arrodillaron para ver qué era lo que había caído… estaba allí sonriendo, sobre los dibujos de cola de pavo real de la alfombra; era un Mickey Mouse llavero; apretando la oreja izquierda la boca se abría y soltaba o apresaba una nueva llave… Jaime probó un par de veces y luego se lo guardó en el bolsillo…

—vamos a echar una ojeada a este piso, murmuró

entraron en un salón con las cortinas corridas (como todas las de la casa, al parecer), dominado por una gran mesa rectangular rodeada de sillas con respaldos de terciopelo negro y con vitrinas acristaladas en las paredes, llenas de libros y de reptiles disecados: pequeños cocodrilos, lagartos, una tortuga tropical y un dragón de Comodo (pieza maestra de la colección) cuya larga cola de piel de tanque había sido cosida torpemente por dos o tres sitios… los ojos eran bolas de ámbar que brillaban con furia en la penumbra…

—esto parece un salón de reuniones, dijo Jaime… pero ¿para qué demonios quieren hacer reuniones?

el examen de los libros que había al otro lado de los cristales les dejó bastante indiferentes: una Biblia, las obras completas de Platón y diversos anuarios, guías de Londres y manuales de taxidermia muy anticuados… abriendo una de las vitrinas, Block extrajo un pesado y polvoriento volumen de ornitología, lleno de planchas de acero, grabados y grabados coloreados (sobre la página) con acuarela; pasó las páginas intentando que no crujieran; hacia el final del libro había unas láminas curiosas, donde se describía el hábitat de los flamencos rosa europeos y las garzas grises, representados en medio de vistosos bosques estivales… los perros perseguían a las garzas entre charcos separados por cañas verdes, azuladas o doradas; a partir de allí comenzaban unas extrañas láminas donde las aves (distintas aves, incluyendo el pato mandarín, el pelícano y el mirlo azul —además de toda una irisada gama de colibríes tropicales y de gallináceas no comestibles de Nueva Inglaterra) lloraban con brillantes lágrimas, reían escandalosamente, fumaban en pipa o fruncían el ceño… dobles o triples láminas satinadas y protegidas con papel cebolla representaban consejos de administración de garzas, aviones llenos de gansos y ocas (con gafas de sol, gorros playeros o folletos turísticos) y obesas gallinas con sujetadores verdes o morados jugueteando con ambiguas mazorcas de maíz… las últimas estampas mostraban el proceso por el cual el dibujo naturalista de un ánade o un pelícano se transformaba en el dibujo realista de una mujer desnuda jugando con un aro o acariciando los rizos de una niña; cabezas de aves se transformaban con sorprendente facilidad en muchachas rubias de ojos saltones y hombros nerviosos, y perversas matronas de inequívoca expresión sensual se veían reducidas página tras página a palomas o tucanes de pecho hinchado y vivos colores… algo asustado, Block devolvió el libro a su sitio…

al fondo de la sala se abría una puerta que daba a una salita tapizada de seda, donde varias damas tomaban el té; era difícil entender las voces, ya que todas hablaban al mismo tiempo… la puerta no se abría directamente a la salita donde las damas conversaban, sino a una pequeña antecámara, bastante oscura, en la que pudieron colarse fácilmente y desde la que podían escuchar la conversación y contemplar la escena con toda comodidad… en un principio, oían y veían sólo a dos mujeres: una dama anciana, vestida con una elegancia sorprendente para su edad, y una mujer de mediana edad, sentada en una de las butacas, que tenía un fuerte acento inglés y a la que la otra llamaba respetuosamente «Mrs. Stonewell»… en esos momentos, alguien entraba en la habitación por alguna puerta interior y las dos damas se volvían para recibirle…

—ah, aquí está Matienka con los libros, dijo la vieja dama… llevaba un vestido de seda, a ratos morado y a ratos color plata o incluso rosa claro, como el de una muchacha; su voz parecía oscilar entre parecidas posibilidades…

—siento haberme retrasado, dijo el chico… sus manos eran femeninas, con las uñas muy largas y obsesivamente limpias… a través de la puerta entreabierta, Jaime y Block sólo podían ver la interminable colección de cuadros y pliegues de su traje color café

—no te disculpes, muchacho, dijo la inglesa… las disculpas no cuentan, sólo los hechos…

—vamos a ver, dijo la dama…
Hortense en el lago de las dalias
, vamos a abrirlo al azar… hmm… sí, aquí: «una uña, una única uña pintada de rojo, el mismo rojo que embellecía sus labios y sus pezones, acariciaba como una suave navajita la cresta rosada…» ¡Dios nos guarde! perdóneme, Mrs. Stonewell, pero me resisto a traducirlo

—oh, sí, yo he comprendido, dijo Mrs. Stonewell… Matienka, tú eres un chico muy malo

—no le culpe a él, Mrs. Stonewell… él es simplemente un mensajero

—el verdadero culpable es lord Rasputín, dijo una cavernosa voz de hombre… sus últimas direcciones son francamente erráticas

—¿Lord Rasputín…? usted se refiere, sin duda a…

—¡no! chilló la vieja dama… ¡nada de nombres! debemos mantener las reglas, incluso aunque nos parezcan un poco… ¿cómo había dicho usted?

—¿has visto últimamente a lord Rasputín? preguntó la dama inglesa

—nunca lo he visto, dijo Matienka, carraspeando para darse importancia… normalmente no suelo pasar más allá del umbral

—y así debe ser, pontificó la vieja dama… veamos:
El lobo saciado
,
el escarabajo insaciable
, ¿a ustedes qué les parece el título?…
Cremona y el valle del Fiésole
, oh Dios mío, esto sí que es una sorpresa…

—¿un libro de viajes? preguntó el hombre que acababa de entrar en el campo visual de Jaime y Block y se había sentado pesadamente en uno de los butacones, cerca de la mesita donde Matienka había colocado los libros…

—no, no… rió la vieja dama… es una gran novela romántica… creo recordar que
Cremona
… es el volumen tercero… vamos a ver: aquí está:
Apulia, doradas abejas
es el cuarto, y aquí está el quinto,
Tiento, ojos del Garda
… es una gran historia de amor desarrollada en tiempos de romance y caballería

—¿el Renacimiento, quizá?

—oh, sin duda no, dijo Mrs. Stonewell con su curioso estilo

—¡nada de eso! rió la dama, con esa soltura típica de las personas de mundo: los tiempos de mi abuela… los tiempos, quiero decir, cuando ella sufría esos espantosos corsés de la época y esas piezas ¿saben ustedes a qué me refiero?… que recogen y empujan… ya saben…

todos reían; la vieja dama no perdía el humor

—vamos a ver… el principio de
Trento
… «Isabel estaba exhausta, al mirarse al espejo ahogó un grito de espanto. La brutal paliza de la víspera la había dejado llena de cardenales y heridas. Tenía el labio inferior partido, y al pasarse el dedo por la encía encontró dos o tres huecos inesperados…» vaya, suspiró la vieja dama consternada… no lo recordaba así en absoluto

—la memoria nos juega malas pasadas, dijo el hombre… a no ser que…

—¡yo no he hecho nada! dijo Matienka asustado… se lo aseguro… me quemaría la mano, si pasara libros al otro lado

—no te asustes, muchacho, dijo la vieja dama…

¿recuerda usted esto, Mrs. Stonewell?
Bienvenido Apolo

—oh, por supuesto, rió la inglesa… mis hermanas y yo aprendimos casi todo en ese libro… recuerdo frases enteras, párrafos incluso…

—pura pornografía, supongo, dijo el hombre con tono insinuante

—oh, señor Cosmeta, qué cosas tiene usted

—no, no… decía la inglesa, que no podía dejar de reír… Bienvenido Apolo es un libro de niños… Apolo es un cachorrito de pastor alemán, propiedad de cinco hermanos que se pasan el día paseando por el bosque, recogiendo moras y cosas así…

—ah, ya, pero ¿qué es lo que usted aprendía, si me permite…?

—oh, señor Cosmeta, señor Cosmeta… le reconvino Mrs. Stonewell

—usted tenía hermanos mayores, ¿no? le dijo la vieja dama

—claro, Cosmeta… ustedes también se retiraban a veces al cobertizo con aire misterioso, ¿no?

—confieso que me confunden ustedes, dijo Cosmeta… las damas reían de nuevo

—ya no me cabe duda, dijo Jaime susurrando… es una reunión de imbéciles

—quizá ensayan una obra de teatro, dijo Block

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