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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

La Odisea (37 page)

BOOK: La Odisea
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337
Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Odiseo:

338
—Voy ahora mismo a contarle a Telémaco lo que dices, ¡perra!, para que aquí mismo te despedace.

340
Diciendo así espantó con sus palabras a las mujeres. Fuéronse éstas por la casa, y las piernas les flaqueaban del gran temor, pues figurábanse que había hablado seriamente. Y Odiseo se quedó junto a los encendidos tederos, cuidando de mantener la lumbre y dirigiendo la vista a los que allí estaban, mientras en su pecho revolvía otros pensamientos que no dejaron de llevarse al cabo.

346
Pero tampoco permitió Atenea aquella vez que los ilustres pretendientes se abstuvieran del todo de la dolorosa injuria, a fin de que el pesar atormentara aún más el corazón de Odiseo Laertíada. Y Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a hablar para hacer mofa de Odiseo, causándoles risa a sus compañeros:

351
—¡Oídme, pretendientes de la ilustre reina, para que os manifieste lo que en el pecho el ánimo me ordena deciros! No sin la voluntad de los dioses vino ese hombre a la casa de Odiseo. Paréceme como si el resplandor de las antorchas saliese de él y de su cabeza, en la cual ya no queda cabello alguno.

356
Dijo; y luego habló de esta manera a Odiseo, asolador de ciudades:

357
—¡Huésped! ¿Querrías servirme en un rincón de mis campos, si te tomase a jornal —y te lo diera muy cumplido— atando setos y plantando árboles grandes? Yo te facilitaría pan todo el año, y vestidos, y calzado para tus pies. Mas como ya eres ducho en malas obras, no querrás aplicarte al trabajo, sino tan sólo pedir limosna por la población a fin de poder llenar tu vientre insaciable.

365
Respondióle el ingenioso Odiseo:

366
—¡Eurímaco! Si nosotros hubiéramos de competir sobre el trabajo de la siega en la estación vernal, cuando los días son más largos, y yo tuviese una bien corvada hoz y tu otra tal para probarnos en la faena, y nos quedáramos en ayunas hasta el anochecer, y la hierba no faltara; o si conviniera guiar unos magníficos bueyes de luciente pelaje, grandes, hartos de hierba, parejos en la edad, de una carga, cuyo vigor no fuera menguado, para la labranza de un campo de cuatro jornales y de tan buen tempero que los terrones cediesen al arado: veríasme rompiendo un no interrumpido surco. Y de igual modo, si el Cronión suscitara hoy una guerra en cualquier parte y yo tuviese un escudo, dos lanzas y un casco de bronce que se adaptara a mis sienes, veríasme mezclado con los que mejor y más adelante lucharan, y ya no me increparías por mi vientre como ahora. Pero tú te portas con gran insolencia, tienes ánimo cruel y quizás presumas de grande y fuerte, porque estás entre pocos y no de los mejores. Si Odiseo tornara y volviera a su patria, estas puertas tan anchas te serían angostas cuando salieses huyendo por el zaguán.

387
Así habló. Irritóse Eurímaco todavía más en su corazón y encarándole la torva vista, le dijo estas aladas palabras:

389
—¡Ah, miserable! Pronto he de imponerte el castigo que mereces por la audacia con que hablas ante tantos varones y sin que tu ánimo se turbe: o el vino te trastornó el seso, o tienes este natural, y tal es la causa de que digas necedades. ¿Te desvanece acaso la victoria que conseguiste contra el vagabundo Iro?

394
En acabando de hablar, cogió un escabel; pero, como Odiseo, temiéndole, se sentara en las rodillas del duliquiense Anfínomo, acertó al copero en la mano derecha; el jarro de éste cayó a tierra con gran estrépito, y él fue a dar, gritando, de espaldas en el polvo. Los pretendientes movían alboroto en la obscura sala, y uno de ellos dijo al que tenía mas cerca:

401
—Ojalá acabara sus días el forastero, vagando por otros lugares antes que viniese; y así no hubiera originado este gran tumulto. Ahora disputamos por los mendigos; y ni en el banquete se hallará placer alguno porque prevalece lo peor.

405
Y el esforzado y divinal Telémaco les habló diciendo:

406
—¡Desgraciados! Os volvéis locos y vuestro ánimo ya no puede disimular los efectos de la comida y del vino: algún dios os excita sin duda. Mas, ya que comisteis bien, vaya cada cual a recogerse a su casa, cuando el ánimo se lo aconseje; que yo no pienso echar a nadie.

410
Esto les dijo; y todos se mordieron los labios, admirándose de que Telémaco les hablase con tanta audacia. Y Anfínomo, el preclaro hijo del rey Niso Aretíada, les arengó de esta manera:

414
—¡Amigos! Nadie se irrite, oponiendo contrarias razones al dicho justo de Telémaco; y no maltratéis al huésped, ni a ninguno de los esclavos que moran en la casa del divino Odiseo. Mas, ea, comience el escanciano a repartir las copas para que, en haciendo la libación, nos vayamos a recoger en nuestras casas y dejaremos que el huésped se quede en el palacio de Odiseo, al cuidado de Telémaco, ya que a la morada de éste enderezó el camino.

422
Así habló; y el discurso les plugo a todos. El héroe Mulio, heraldo duliquiense y criado de Anfínomo, mezcló la bebida en una cratera, y sirvióla a cuantos se hallaban presentes, llevándosela por su orden; y ellos después de ofrecer la libación a los bienaventurados dioses, bebieron el dulce vino. Mas después que hubieron libado y bebido cuanto desearon, cada cual se fue a acostar a su propia casa.

Canto XIX: La esclava Euriclea reconoce a Odiseo.

1
Quedóse en el palacio el divinal Odiseo y, junto con Atenea, pensaba en la matanza de los pretendientes cuando de súbito dijo a Telémaco estas aladas palabras:

4
—¡Telémaco! Es preciso llevar adentro todas las marciales armas y engañar a los pretendientes con blandos dichos cuando las echen de menos y te pregunten por ellas:

7
«Las he llevado lejos del humo, porque ya no parecen las que dejó Odiseo al partir para Troya; sino que están afeadas en la parte que alcanzó el ardor del fuego. Además, alguna deidad me sugirió en la mente esta otra razón más poderosa: no sea que, embriagándoos, trabéis una disputa, os hiráis los unos a los otros, y mancilléis el convite y el noviazgo; que ya el hierro por sí solo atrae al hombre.»

14
Así se expresó. Telémaco obedeció a su padre y, llamando a su nodriza Euriclea, hablóle de esta suerte:

16
—¡Ama! Ea, tenme encerradas las mujeres en sus habitaciones, mientras llevo a otro cuarto las magníficas armas de mi padre, pues en su ausencia nadie las cuida y el humo las enmohece. Hasta aquí he sido niño. Mas ahora quiero depositarlas donde no las alcance el ardor del fuego.

21
Respondióle su nodriza Euriclea:

22
—¡Oh, hijo! Ojalá hayas adquirido la necesaria prudencia para cuidarte de la casa y conservar tus heredades. Pero ¿quién será la que vaya contigo llevándote la luz, si no dejas venir las esclavas, que te habrían alumbrado?

26
Contestóle el prudente Telémaco:

27
—Ese huésped; pues no toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío, aunque haya llegado de lejas tierras.

29
Así dijo y ninguna palabra voló de los labios de Euriclea, que cerró las puertas de las cómodas habitaciones.

31
Odiseo y su ilustre hijo se apresuraron a llevar adentro los cascos, los abollonados escudos y las agudas lanzas; y precedíale Palas Atenea con lámpara de oro que daba luz hermosísima.

35
Y Telémaco dijo de repente a su padre:

36
—¡Oh, padre! Grande es el prodigio que contemplo con mis propios ojos: las paredes del palacio, los bonitos intercolumnios, las vigas de abeto y los pilares encumbrados aparecen a mi vista como si fueran ardiente fuego. Sin duda debe de estar aquí alguno de los dioses que poseen el anchuroso cielo.

41
Respondióle el ingenioso Odiseo:

42
—Calla, refrena tu pensamiento y no me interrogues pero de este modo suelen proceder, en efecto, los dioses que habitan el Olimpo. Ahora acuéstate, y yo me quedaré para provocar todavía a las esclavas y departir con tu madre la cual, lamentándose, me preguntará muchas cosas.

47
Así habló; y Telémaco se fue por el palacio, a la luz de las resplandecientes antorchas, y se recogió en el aposento donde solía dormir cuando el dulce sueño le vencía: allí se acostó para aguardar la divinal la Aurora.

51
Mas el divino Odiseo se quedó en la sala, y junto con Atenea pensaba en la matanza de los pretendientes.

53
Salió de su cuarto la discreta Penelopea, que parecía Artemis o la dorada Afrodita, y colocáronle junto al hogar el torneado sillón, con adornos de marfil y plata, en que se sentaba; el cual había sido fabricado antiguamente por el artífice Icmalio, que le puso un escabel para los pies, adherido al mismo y cubierto con una grande piel. Allí se sentó la discreta Penelopea. Llegaron de dentro de la casa las doncellas de níveos brazos, retiraron el abundante pan, las mesas, y las copas en que bebían los soberbios pretendientes, y, echando por tierra las brasas de los tederos, amontonaron en ellos gran cantidad de leña para que hubiese luz y calor.

65
Y Melanto reprendió a Odiseo por segunda vez.

66
—¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía, andando por la casa durante la noche y espiando a las mujeres? Vete afuera, oh mísero, y conténtate con lo que comiste, o muy pronto te echarán a tizonazos.

70
Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Odiseo:

71
—¡Desdichada! ¿Por qué me acometes de esta manera, con ánimo irritado? ¿Quizás porque voy sucio, cubro mi cuerpo con miserables vestiduras y pido limosna por la población? La necesidad me fuerza a ello, y así son los mendigos y los vagabundos. Pues en otra época también yo fui dichoso entre los hombres, habité una rica morada y en multitud de ocasiones di limosna al vagabundo, cualquiera que fuese y hallárase en la necesidad en que se hallase; entonces poseía innumerables siervos y otras muchas cosas con las cuales los hombres viven en regalo y gozan fama de opulentos. Mas Zeus Cronión me arruinó, porque así lo quiso.

81
No sea que también tu, oh mujer, vayas a perder toda la hermosura de que haces gala entre las esclavas; que tu señora, irritándose, se embravezca contigo; o que Odiseo llegue, pues aún hay esperanzas de que torne. Y si, por haber muerto, no volviese, ya su hijo Telémaco es tal, por la voluntad de Apolo, que ninguna de las mujeres del palacio le pasará inadvertida si fuere mala; pues ya tiene edad para entenderlo.

89
Así habló. Oyóle la discreta Penelopea y reprendió a la esclava diciéndole estas palabras:

91
—¡Atrevida! ¡Perra desvergonzada! No se me oculta en lo más mínimo la mala acción que está cometiendo y que pagarás con tu cabeza. Muy bien te constaba, por haberlo oído de mi boca, que he de preguntar al forastero en esta sala acerca de mi esposo; pues me hallo sumamente afligida.

96
Dijo; y acto continuo dirigió estas palabras a Eurínome, la despensera:

97
—¡Eurínome! Trae una silla y cúbrela con una pelleja, a fin de que se acomode el forastero, y hable y me escuche, que deseo interrogarle.

100
Así habló. Con gran diligencia trajo Eurínome una pulimentada silla, la cubrió con una pelleja, y en ella tomó asiento el paciente divinal Odiseo. Entonces rompió el silencio la discreta Penelopea, hablando de esta suerte:

104
—¡Forastero! Ante todas cosas quiero hacerte yo misma estas preguntas: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres?

106
Respondióle el ingenioso Odiseo:

107
—¡Oh, mujer! Ninguno de los mortales de la vasta tierra podría censurarte, pues tu gloria llega hasta el anchuroso cielo como la de un rey eximio y temeroso de los dioses, que impera sobre muchos y esforzados hombres, hace que triunfe la justicia, y al amparo de su buen gobierno la negra tierra produce trigo y cebada, los árboles se cargan de fruta, las ovejas paren hijuelos robustos, el mar da peces, y son dichosos los pueblos que le están sometidos. Mas ahora que nos hallamos en tu casa, hazme otras preguntas, y no te empeñes en averiguar mi linaje, ni mi patria: no sea que con la memoria acrecientes los pesares de mi corazón, pues he sido muy desgraciado. Y tampoco conviene que en casa ajena esté llorando y lamentándome porque es muy malo afligirse siempre y sin descanso: no fuera que alguna de las esclavas se enojara conmigo, o tú misma, y dijerais que derramo lágrimas porque el vino me perturbó el entendimiento.

123
Contestóle en seguida la discreta Penelopea:

124
—¡Forastero! Mil gracias —la belleza y la gala de mi cuerpo— destruyéronlas los inmortales cuando los argivos partieron para Ilión y se fue con ellos mi esposo Odiseo. Si éste, volviendo, cuidara de mi vida, mayor y más hermosa fuera mi gloria, pues estoy angustiada por tantos males como me envió algún dios. Cuantos próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y la selvosa Zacinto, y cuantos viven en la propia Ítaca, que se ve de lejos, me pretenden contra mi voluntad y arruinan la casa.

134
Por esto no me curo de los huéspedes, ni de los suplicantes, ni de los heraldos, que son ministros públicos; sino que, padeciendo soledad de Odiseo, se me consume el ánimo. Ellos me dan prisa a que me case, y yo tramo engaños. Primeramente sugirióme un dios que me pusiese a tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable, y entonces les hablé de este modo:

141
«Jóvenes pretendientes míos! Ya que ha muerto el divino Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo —no sea que se me pierdan inútilmente los hilos— a fin de que tenga sudario el héroe Laertes cuando le sorprenda la Parca fatal de la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar alguna de las aqueas del pueblo si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos bienes!»

148
Así les dije y su ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante pasábame el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como me alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido.

151
De esta suerte logré ocultar el engaño y que mis palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las estaciones, después de transcurrir los meses y de pasar muchos días, entonces por las perras de mis esclavas, que de nada se cuidan, vinieron a sorprenderme y me reprendieron con sus palabras. Así fue como, mal de mi grado, me vi en la necesidad de acabar la tela. Ahora ni me es posible evitar las bodas, ni hallo ningún otro consejo que me valga. Mis padres desean apresurar el casamiento y mi hijo siente gran pena al notar cómo son devorados nuestros bienes, porque es hombre apto para regir la casa y Zeus le da gloria. Mas, con todo eso, dime tu linaje y de dónde eres, que no serán tus progenitores la encina o el peñasco de la vieja fábula.

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