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Authors: Morton Rhue

La ola (10 page)

BOOK: La ola
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—Espero que sea un revuelo positivo —contestó Ross.

Owens se frotó la barbilla.

—Por lo que he oído, lo es. ¿Has oído tú algo distinto?

Ben sabía que tenía que tranquilizarle.

—No, no he oído nada —respondió enseguida.

—Bueno, pues soy todo oídos, Ben —dijo Owens, asintiendo.

Ben respiró hondo y empezó a hablar.

—Todo empezó hace unos cuantos días, en la clase de historia del último curso. Estábamos viendo una película sobre los nazis y...

Cuando terminó de explicar lo que era La Ola, Ben vio que el director parecía menos contento que antes, pero tampoco tan disgustado como se había temido. Owens se sacó la pipa de la boca y la sacudió en un cenicero.

—Tengo que decirte que me parece todo bastante raro. ¿Y estás seguro de que los alumnos no se están retrasando con la materia?

—No, al contrario. Van más avanzados —contestó Ben.

—Pero hay alumnos que no son de tu clase y que ahora también están metidos en el movimiento —observó el director.

—Sí, pero no se ha recibido ninguna queja —dijo Ben—. La verdad es que Christy dice que ella ha notado una mejoría en su clase.

Ben sabía que estaba exagerando un poco las cosas, pero pensó que tenía que hacerlo, porque Owens estaba dando demasiada importancia a La Ola.

—A pesar de todo, Ben, tanta consigna y saludo me inquietan —comentó el director.

—Pues no debería —contestó Ben—. Sólo forma parte del juego. Y Norm Schiller también...

Owens no le dejó continuar.

—Sí, sí; ya lo sé. Estuvo aquí ayer, entusiasmado con este asunto. Dice que, literalmente, ha transformado a su equipo. Hablaba de una manera, Ben... Cualquiera habría pensado que acababa de fichar a seis futuros ganadores de la Copa Heisman. Sinceramente, me conformaría con que ganasen al Clarkstown el sábado —explicó Owens, haciendo una pausa en aquel momento—. Pero no es esto lo que me preocupa, Ben. Lo que me preocupa son los alumnos. En mi opinión, esto de La Ola parece demasiado abierto. Ya sé que hasta ahora no has quebrantado ninguna regla, pero hay unos límites.

—Lo tengo muy en cuenta —insistió Ben—. Piensa que este experimento llegará hasta donde yo lo deje llegar. La idea básica de La Ola es que un grupo esté dispuesto a seguir a su líder. Y mientras yo esté metido en esto, te aseguro que no puede írseme de las manos.

Owens volvió a llenar su pipa de tabaco, la encendió y, por un momento, desapareció detrás de una nube de humo, mientras pensaba en las palabras de Ben.

—Muy bien. Para serte sincero, es algo tan distinto de lo que se ha hecho en el instituto hasta ahora que no sé muy bien qué pensar. Pero estate atento, Ben. Pon los cinco sentidos en esto. No olvides que este experimento, si así es como quieres llamarlo, implica a chicos jóvenes, impresionables. Algunas veces nos olvidamos de que son adolescentes y de que todavía no han desarrollado el, cómo lo diría... el buen juicio que esperamos que lleguen a tener algún día. A veces, si no se les vigila, las cosas pueden llegar demasiado lejos. ¿Lo entiendes?

—Perfectamente.

—¿Me prometes que no voy a tener por aquí un desfile de padres quejándose de que estamos adoctrinando a sus hijos?

—Te lo prometo.

—Bueno, no puedo decirte que me entusiasme, pero hasta ahora nunca me has dado motivos para cuestionar tu trabajo.

—Y tampoco voy a dártelos ahora —afirmó Ben.

11

Al día siguiente, cuando Laurie Saunders fue a la sala de publicaciones, encontró un sobre blanco en el suelo. Alguien debía de haberlo metido por debajo de la puerta aquella misma mañana o el día anterior, a última hora. Laurie cogió el sobre y cerró la puerta. En su interior, había una carta escrita a mano y una nota. Laurie leyó la nota.

Queridos redactores de
El cotilleo
:

He escrito esta historia para
El cotilleo
. No os molestéis en buscar mi nombre porque no lo encontraréis. No quiero que mis amigos ni los otros chicos sepan que la he escrito yo.

Frunciendo el ceño, Laurie empezó a leer la historia. En la parte superior de la página, el autor anónimo había escrito un título.

Bienvenido a La Ola o...

Soy un alumno de primer año del Instituto Gordon. Hace tres o cuatro días, mis amigos y yo nos enteramos de que todos los mayores forman parte de esto que llaman La Ola. Sentimos curiosidad. Ya sabéis que los pequeños siempre queremos imitar a los mayores.

Unos cuantos fuimos a la clase del señor Ross para ver lo que era. A algunos de mis amigos les gustó lo que oímos, pero otros no estábamos seguros. A mí me pareció una tontería.

Cuando terminó la clase, empezamos a salir. Pero uno de los mayores nos paró en el pasillo. No lo conocía, pero nos dijo que estaba en la clase del señor Ross y nos preguntó si queríamos entrar en La Ola. Dos de mis amigos dijeron que sí, dos dijeron que no lo sabían y yo dije que no me interesaba.

Entonces este chico empezó a contarnos que La Ola era genial. Nos explicó que cuantos más chicos participaran en ella, mejor seria. Nos dijo que casi todos los mayores ya se habían hecho de La Ola y también muchos de los más jóvenes.

Mis dos amigos que al principio habían dicho que no estaban seguros, cambiaron enseguida de idea y dijeron que querían entrar. Entonces, me preguntó: «¿Y tú no vas a hacer lo que hagan tus amigos?».

Le dije que ellos seguían siendo mis amigos aunque no me hiciera de La Ola, pero no paró de preguntarme por qué no quería pertenecer al movimiento. Lo único que le dije fue que no me apetecía.

Entonces se puso furioso. Me contó que pronto los que fueran de La Ola dejarían de ser amigos de los que no formaran parte de ella. Incluso me dijo que me quedaría sin amigos si no me apuntaba al movimiento. Creo que estaba intentando meterme miedo.

Pero le salió el tiro por la culata. Uno de mis amigos le explicó que no entendía por qué se tenía que pertenecer a La Ola si uno no quería.

El resto de mis amigos pensaron lo mismo y nos fuimos.

Hoy me he enterado de que tres de mis amigos ya se han hecho de La Ola porque algunos alumnos de último año habían hablado con ellos. Me he encontrado en el pasillo al chico de la clase del señor Ross y me ha preguntado si ya formaba parte del movimiento.

Le he dicho que no pensaba hacerlo. Me ha contestado que si no me unía pronto a ellos, sería demasiado tarde.

Lo que yo quiero saber es: ¿Demasiado tarde para qué!

Laurie dobló la hoja de papel y volvió a meterla en el sobre. Sus ideas sobre La Ola estaban empezando a aclararse.

Cuando Ben salió del despacho de Owens, vio que varios alumnos estaban colocando una gran pancarta de La Ola en el pasillo. Era el día del encuentro de motivación, el encuentro de La Ola, pensó Ross. Ahora, en los pasillos, había más alumnos y tenía que estar haciendo el saludo sin parar. Si aquello duraba mucho más, acabaría por dolerle el brazo.

Algo más allá, encontró a Brad y a Eric, que estaban junto a una mesa repartiendo folletos mimeografiados.

—¡Fuerza mediante disciplina! ¡Fuerza mediante comunidad! ¡Fuerza mediante acción! —gritaban.

—¡Todo lo que queréis saber sobre La Ola! —anunciaba Brad a los que pasaban—. Coged un folleto.

—Y no os olvidéis del encuentro de La Ola de esta tarde —recordaba Eric—. Trabajad todos juntos y conseguid vuestros fines.

Ben sonrió con cautela. La indomable energía de aquellos chicos le agotaba. El instituto estaba lleno de carteles de La Ola. Todos los miembros de La Ola parecían estar realizando alguna actividad: reclutar nuevos miembros, repartir información, preparar el gimnasio para el encuentro de la tarde... Ben estaba casi abrumado.

Continuó andando por el pasillo, pero tuvo una extraña sensación y se detuvo. Le parecía que le seguían. Se dio la vuelta y a unos pocos pasos de distancia vio a Robert, sonriente. Ben le devolvió la sonrisa y siguió su camino, pero unos segundos después volvió a detenerse. Robert seguía detrás de él.

—Robert, ¿qué estás haciendo? —preguntó el señor Ross.

—Señor Ross, soy su guardaespaldas —contestó el chico.

—¿Mi qué?

Robert vaciló un momento.

—Quiero ser su guardaespaldas. Usted es nuestro líder, señor Ross. No puedo permitir que le pase nada.

—¿Y qué es lo que me va a pasar? —preguntó Ben, sorprendido con la idea.

Pero Robert ignoró la pregunta.

—Sé que necesita un guardaespaldas —insistió—. Podría ser yo, señor Ross. Por primera vez en mi vida siento que... Bueno, ya nadie me gasta bromas. Tengo la impresión de formar parte de algo especial.

Ben asintió.

—¿Puedo ser su guardaespaldas? —preguntó Robert—. Sé que necesita uno. Podría ser yo, señor Ross.

Ben le miró. Aquel chico retraído e inseguro ahora era un miembro de La Ola, serio y preocupado por su líder. Pero, ¿un guardaespaldas? Ben no sabía qué decir. ¿No estaban llevando todo aquello demasiado lejos? Era evidente que los alumnos, inconscientemente, estaban imponiéndole un papel cada vez más importante, el de líder supremo de La Ola. En los últimos días, había oído varias veces a los miembros de La Ola hablar sobre «órdenes» que él había dado: órdenes de colocar carteles en los pasillos, órdenes de organizar el movimiento de La Ola entre los cursos inferiores, incluso la orden de convertir el encuentro de motivación de siempre en un encuentro de La Ola.

Pero lo sorprendente era que él nunca había dado semejantes órdenes. Los chicos se las habían imaginado y daban por hecho que habían partido de él. Era como si La Ola hubiera cobrado vida propia y tanto los alumnos como él estuvieran dejándose llevar por su corriente, literalmente. Ben Ross miró a Robert Billings. De alguna forma, sabía que si permitía que Robert fuera su guardaespaldas, admitía que se había convertido en alguien que necesitaba protección. ¿Pero no era eso lo que exigía el experimento?

—De acuerdo, Robert —dijo—. Puedes ser mi guardaespaldas.

A Robert se le iluminó la cara con una sonrisa. Ben le hizo un guiño y siguió andando por el pasillo. Tal vez tener un guardaespaldas fuera conveniente. Para el experimento, era esencial que pudiese mantener la imagen de líder de La Ola. Y tener guardaespaldas no hacía más que reforzarla.

12

El encuentro de La Ola iba a ser en el gimnasio, pero Laurie Saunders estaba de pie, delante de su taquilla, sin acabar de saber si quería ir o no. No podía expresar con palabras qué era lo que no le gustaba de La Ola, pero cada vez le tenía más aversión. Había algo que no cuadraba. La carta anónima de la mañana era un síntoma más. No sólo era que un alumno había tratado de obligar a otro menor a formar parte de La Ola. Era algo más; el chico no había querido firmar la carta, tenía miedo de hacerlo. Laurie llevaba días intentando negarlo, pero la sensación persistía. La Ola daba miedo. Todo era perfecto si eras un miembro incondicional, pero si no...

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