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Authors: Morton Rhue

La ola (11 page)

BOOK: La ola
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Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un repentino griterío que provenía del patio. Corrió a la ventana y vio que dos chicos se estaban peleando, rodeados por otros muchos que les miraban y gritaban. Laurie se quedó pasmada. ¡Uno de los que se peleaban era Brian Ammon! Después de darse varios puñetazos, rodaron los dos por el suelo. ¿Qué estaba pasando?

Un profesor apareció corriendo para separar a los contendientes. Agarró a cada uno del brazo y se los llevó para adentro, sin duda al despacho del director.

—¡Fuerza mediante disciplina! ¡Fuerza mediante comunidad! ¡Fuerza mediante acción! —gritaba Brian mientras se lo llevaban.

—¡Vete a paseo! —respondió el otro chico.

—¿Has visto?

Laurie se asustó al oír otra voz tan cerca, se dio la vuelta y vio que David estaba allí.

—Espero que Owens deje que Brian acuda al encuentro de La Ola después de esto —comentó David.

—¿Se estaban peleando por La Ola? —preguntó Laurie.

—Es más que eso —explicó David, encogiéndose de hombros—. El que se peleaba con Brian es uno de los pequeños, Deutsch, y lleva un año intentando quitarle el puesto a Brian. Esto llevaba varias semanas cociéndose. Espero que haya recibido lo que se merece.

—Pero Brian estaba gritando las consignas de La Ola.

—Claro. La Ola le encanta. A todos nos gusta.

—¿También al chico con el que se peleaba?

—¡Qué va! Deutsch es un imbécil, Laurie. Si fuera de La Ola, no trataría de quitarle el puesto a Brian. Este tío no es más que un estorbo para el equipo. Si yo fuera Schiller, lo echaba.

—¿Porque no pertenece a La Ola?

—Claro. Si realmente quisiera lo mejor para el equipo, entraría en La Ola en vez de fastidiar a Brian. Es un individualista, Laurie. Es un egoísta que no ayuda a nadie —explicó David, mirando el reloj que había en el pasillo—. Vamos, tenemos que ir al encuentro. Va a empezar dentro de un momento.

Pero Laurie ya había tomado una decisión.

—No voy a ir.

—¿Cómo? —preguntó David asombrado—. ¿Por qué no?

—Pues porque no quiero.

—Laurie, este encuentro es importantísimo. Todos los nuevos miembros de La Ola van a estar allí.

—David, creo que tú y todos los demás os estáis tomando demasiado en serio esto de La Ola.

David movió la cabeza.

—No. Eres tú la que no se lo toma suficientemente en serio. Mira, Laurie, tú siempre has sido una persona importante. Los otros chicos te han admirado siempre. Tienes que asistir al encuentro.

Laurie trató de explicárselo.

—Precisamente por eso no voy a ir. Déjales que piensen lo que quieran de La Ola. Son personas independientes. No necesitan que yo les ayude.

—No te entiendo.

—David, ¿acaso nos estamos volviendo todos locos? Ahora La Ola se ha convertido en lo más importante.

—Pues claro. Porque La Ola tiene sentido, Laurie. Funciona. Todos somos del mismo equipo. Por fin, todo el mundo es igual.

—¡Genial! —dijo Laurie con sarcasmo—. ¿Y qué? ¿Ahora todos vamos a marcar un touchdown?

David se apartó un poco y se quedó mirándola. No se había esperado un comentario así. No de Laurie.

Pero ella creyó que David empezaba a dudar de La Ola.

—¿No lo ves? Eres demasiado idealista, David. Tienes tantas ganas de crear una sociedad de La Ola utópica, en la que todos somos iguales y todos los equipos de fútbol americano son buenísimos, que no lo ves. Es imposible, David. Siempre habrá unos cuantos que no quieran unirse. Y tienen derecho a no hacerlo.

David la miró de reojo.

—¿Sabes lo que te pasa? Estás en contra del movimiento porque ya no eres especial. Porque ya no eres la mejor ni la más popular de la clase.

—¡Eso no es verdad y tú lo sabes! —contestó Laurie.

—¡Yo creo que sí es verdad! —insistió David—. Ahora ya sabes lo que sentíamos los demás cuando siempre acertabas todas las preguntas. Siempre eras la mejor. ¿Cómo te sientes ahora que ya no lo eres?

—¡David, te estás portando como un idiota! —gritó Laurie.

—Muy bien. Pues si soy tan idiota, búscate a otro más listo.

David dio media vuelta y se marchó al gimnasio.

Laurie se quedó mirándole como un pasmarote. Es de locos, pensó. La situación se estaba descontrolando.

Por lo que Laurie podía oír, el encuentro de La Ola estaba siendo un gran éxito. Había decidido pasar la hora en la sala de publicaciones que estaba al fondo del pasillo. Era el único sitio en el que creía estar a salvo de las miradas curiosas de los chicos, que se preguntarían por qué no estaba en el encuentro. Laurie no quería reconocer que se estaba escondiendo, pero ésa era la verdad. Las cosas se habían desmadrado hasta ese punto. Te tenías que esconder si no formabas parte del movimiento.

Laurie sacó un bolígrafo y empezó a morderlo, nerviosa. Tenía que hacer algo.
El cotilleo
tenía que hacer algo.

Pocos minutos después, se olvidó de todo al ver que giraba el picaporte de la puerta. Laurie contuvo la respiración. ¿Vendrían a buscarla?

La puerta se abrió y Alex entró saltando al son de la música de sus auriculares.

Laurie se recostó en la silla y suspiró aliviada.

Al ver a Laurie, Alex se quitó los auriculares.

—¿Por qué no estás con las tropas?

Laurie movió la cabeza.

—Va, Alex, que tampoco es para
tanto.

—¿Que no es para tanto? —preguntó Alex sonriendo—. Pronto tendrán que cambiar el nombre de este instituto por el de Fuerte Gordon.

—No tiene gracia, Alex.

Alex se encogió de hombros e hizo una mueca.

—Laurie, debes saber que todo se puede ridiculizar.

—Pues si crees que son tropas, ¿no te da miedo que te recluten a ti también?

—¿A quién? ¿A mí? —preguntó Alex, dibujando en el aire varios movimientos de karate con los brazos—. Que se meta alguien conmigo, que lo hago picadillo con mi kung fu.

La puerta de la redacción volvió a abrirse y entró Carl, sigilosamente. Al ver allí a Laurie y a Alex, sonrió.

—Parece que he ido a parar a la buhardilla de Ana Frank.

—El último de los insobornables —dijo Alex.

—Pues es cierto. Vengo del encuentro.

—¿Y te han dejado salir? —preguntó Alex.

—Tenía que ir al lavabo —contestó Carl.

—Vaya, hombre. Pues te has equivocado.

—Y he venido aquí después del lavabo —explicó Carl sonriendo—. A cualquier sitio menos a ese encuentro.

—Bienvenido al club —intervino Laurie.

—Quizá nosotros también deberíamos ponemos un nombre —dijo Alex—. Si ellos son La Ola, nosotros podríamos ser La Onda.

—¿Qué te parece? —preguntó Carl.

—¿Que nos llamemos La Onda? —dijo Laurie.

—No, La Ola.

—Creo que ya es hora de que saquemos ese número de
El cotilleo.

—Perdonad que me entrometa con mi opinión, que ya sé que no siempre es seria —intervino Alex—. Pero creo que deberíamos sacarlo enseguida, antes de que el resto de la redacción sea arrastrada por la Omnipotente Ola.

—Avisad a todos los demás —ordenó Laurie—. El domingo, a las dos, celebraremos una reunión urgente en mi casa. Y aseguraos de que sólo acudan los que no son de La Ola.

Aquella noche, Laurie se quedó sola en su cuarto. Había estado demasiado preocupada con La Ola toda la tarde para poder pensar en David. Además, ya se habían peleado otras veces. Pero, a principios de semana, David había quedado en ir a buscarla esa noche, y eran ya las diez y media. Estaba claro que no vendría, pero Laurie no acababa de creérselo. Habían salido juntos desde el segundo año del instituto y ahora, de repente, algo tan trivial como La Ola les había separado. Lo malo era que La Ola no era trivial. Ya no.

La señora Saunders había entrado en su habitación varias veces para preguntarle si quería hablar con ella, pero Laurie había dicho que no. Su madre se preocupaba por todo y el problema era que esta vez sí que había motivos para preocuparse. Laurie estaba en su escritorio, tratando de escribir algo sobre La Ola para
El cotilleo
, pero la página seguía en blanco y sólo se veían algunas manchitas de una o dos lágrimas que había dejado caer.

Oyó unos golpecitos en la puerta y se limpió enseguida los ojos con la mano. No iba a servir de nada; si su madre entraba, vería que había estado llorando.

—No tengo ganas de hablar, mamá.

Pero la puerta había empezado a abrirse.

—No soy tu madre, cariño —dijo una voz desde la puerta.

—¿Papá?

Laurie se sorprendió al ver a su padre. No es que no estuviera unida a él pero, a diferencia de su madre, no solía meterse en sus problemas. A menos que fuera algo relacionado con el golf.

—¿Puedo entrar? —preguntó su padre.

Laurie sonrió.

—Bueno, teniendo en cuenta que ya estás casi dentro...

—Siento entrar de esta manera, cielo, pero tu madre y yo estamos preocupados.

—¿Te ha dicho que David y yo hemos cortado?

—Sí, sí que me lo ha dicho —contestó el señor Saunders—. Y lo siento, cariño, créeme que lo siento. Me parecía un buen chico.

—Y lo era —dijo Laurie.

Hasta que llegó La Ola, pensó Laurie.

—Pero, bueno... Me preocupa otra cosa, Laurie. Algo que he oído comentar esta tarde en el campo de golf.

Los viernes, el señor Saunders siempre salía antes de la oficina para poder jugar nueve hoyos en la liga vespertina antes de que se pusiera el sol.

—¿Y qué es, papá?

—Hoy, cuando se han acabado las clases, han pegado a un chico. Bueno, esto me lo han contado, así que no estoy muy seguro de cómo ha pasado exactamente. Pero parece que hoy había no sé qué encuentro en el instituto y que el chico no ha querido hacerse de La Ola o la ha criticado.

Laurie se había quedado sin habla.

—Los padres del chico son vecinos de uno de mis compañeros de golf. Acaban de mudarse este mismo año. Así que el chico tiene que ser nuevo en el instituto.

—Pues parece el candidato perfecto para entrar en La Ola —apuntó Laurie.

—Es posible —contestó su padre—. Pero es que el chico es judío, Laurie. ¿Podría tener esto algo que ver?

Laurie se quedó pasmada.

—Papá, no creerás... No puede ser que tenga algo que ver. Bueno, a mí La Ola no me gusta, pero tampoco es así. Te lo juro, papá.

—¿Estás segura? —preguntó el señor Saunders.

—Bueno... Conozco a todos los que han estado en La Ola desde el principio. Yo presencié su creación. La idea era demostrar por qué ocurrió lo que pasó en la Alemania nazi. Pero no era que nosotros nos convirtiéramos en pequeños nazis. Es que, es que...

—Da la impresión de que las cosas se han descontrolado —dijo su padre—. ¿Es posible?

Laurie asintió. Estaba demasiado sorprendida para poder hablar.

—Algunos padres decían de ir el lunes al instituto para hablar con el director —continuó el señor Saunders—. Para aseguramos de que todo vaya bien, ¿comprendes?

—Nosotros vamos a publicar un número especial de
El cotilleo
Vamos a hablar de todo lo que está ocurriendo.

Su padre estuvo un momento callado.

—Me parece una buena idea, cariño. Pero ten cuidado, ¿eh?

—Lo tendré, papá. Te lo prometo.

13

Desde hacía tres años, cuando llegaba la temporada de fútbol americano, sentarse con Amy para ver los partidos del sábado por la tarde se había convertido en una costumbre para Laurie. David, naturalmente, jugaba con el equipo, y aunque Amy no tuviera un novio formal, casi todos los chicos con los que salía eran jugadores de fútbol americano. Aquel sábado por la tarde, Laurie estaba impaciente por ver a Amy; tenía que contarle lo que le habían dicho. Laurie estaba sorprendida de que Amy hubiera seguido con La Ola, pero estaba segura de que en cuanto se enterase de que habían pegado a un chico recobraría el juicio. Además, necesitaba hablar con ella de David urgentemente. Seguía sin comprender cómo algo tan tonto como La Ola les había hecho reñir. A lo mejor Amy sabía algo de lo que Laurie no se había enterado. Quizá incluso pudiera hablar con David y ayudarla.

Laurie llegó cuando iba a empezar el partido. Era, con diferencia, el partido con más público del año y le costó encontrar la cabellera rubia y rizada de Amy en las gradas atestadas de gente. Estaba muy arriba, casi en la última fila. Fue corriendo hacia uno de los laterales y, cuando iba a empezar a subir, una voz la detuvo.

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