La pesadilla del lobo (35 page)

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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
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La de Adne era multicolor: paredes violetas, negras y rojas y un cobertor de terciopelo arrugado arrojado en la cama. Adne se acercó a una radio, la conectó y el estallido sonoro hizo que las paredes de colores brillantes se volvieran borrosas.

—¿Te gustan las Raveonettes? —preguntó y aumentó el volumen.

Asentí; mi pulso latía al mismo ritmo que las voces etéreas que flotaban a mi alrededor.

—Lo siento. —Adne se tumbó en la cama—. Nadie debe escuchar nuestra conversación. De todos modos, siempre pongo la música a todo volumen.

—No hay problema.

Estaba demasiado nerviosa para sentarme; me quedé al lado de la cama, jugueteando con los flecos del cobertor.

—Así que Connor te lo dijo.

Ella negó con la cabeza y se inclinó para coger algo oculto debajo de las almohadas.

—Me lo dijo mi padre. —Sostenía un sobre en la mano y extrajo una carta—. Connor se limitó a proporcionarme la información.

—¿Monroe te escribió una carta? —Clavé la mirada en las páginas plegadas. Había varias. ¿Cuánto le había dicho? ¿Qué secretos del pasado había vertido en esas páginas?

Adne rio, y se secó las lágrimas.

—Connor dijo que mi padre sabía que yo nunca permitiría que me arrinconara para soltarme un discursito sentimental. Me acostumbré a evitarlo desde que mamá… —Dirigió la mirada a la mesilla; allí reposaba una foto enmarcada de una mujer de cabellos cobrizos y ojos ambarinos. Sus brazos rodeaban a una chica muy delgada y risueña: una Adne mucho más joven.

Adne hojeó las páginas.

—Al parecer, fue ella quien los presentó. Me refiero a Corrine, la mamá de Ren. Cuando murió, mi padre tocó fondo. Fue mi madre la que le ayudó a superarlo. Después nací yo.

La observé sin saber qué decir. Ella se tendió de espaldas y apretó la carta contra su pecho.

—Yo soy el motivo por el que no trató de recuperar a Ren —dijo, sin despegar la vista del cielorraso—. No quería arriesgarse a dejarnos solas a mamá y a mí. Consideró que le había hecho bastante daño a Corrine, pero nunca lo superó. Quería recuperar a Ren. Está todo aquí, en la carta.

—Estoy convencida de ello —dije—. Pero no lo culpo por querer protegerte. Ren no sabía nada de esto. Todavía no sabe la verdad. Cree que Emile es su padre.

—Lo sé —dijo ella—. Por eso hemos de ir a buscarlo.

—No sé si quiere que vayamos a buscarlo —repuse, y recordé cómo me había arrojado al otro lado de la habitación—. Puede que quiera quedarse. Como los demás.

—¿De verdad lo crees? —preguntó.

No respondí; no podía. En realidad no lo sabía. Quería creer que Ren podía salvarse, pero había visto cómo los Guardas quebraban a los Vigilantes. Mi propio hermano casi nos causó la muerte porque había sido manipulado por nuestros antiguos amos. ¿Acaso Ren sería capaz de aceptar que lo que le habían dicho acerca de su pasado era mentira?

Sentí un retortijón en el estómago.

—Hemos de intentarlo —dijo Adne.

—¿Cómo? —pregunté, tomando aire—. A duras penas logramos salir de allí.

Ella se dio la vuelta, se incorporó y dejó colgar las piernas por encima del borde de la cama.

—Ahora lo lograremos, precisamente por eso. No nos estarán esperando… y sólo tratamos de encontrar a Ren.

—Pero cómo…

—Lo localizaremos. Abriré una puerta interior, como la última vez. Lo cogeremos y regresaremos. Y se habrá acabado —dijo apresuradamente y con mirada brillante.

—Localizarlo… ¿cómo?

Adne carraspeó y bajó la vista.

—Pues… he notado ese anillo que llevas.

—¿Mi anillo? —Me llevé las manos al pecho y oculté el anillo con una mano.

—Estabas comprometida con él, ¿verdad? —preguntó, sin alzar la vista—. ¿Te lo dio él?

—Sí, pero… —Estaba a punto de explicarle que los anillos no formaban parte de una unión entre Vigilantes. Que Ren me lo había dado porque él… Por que él ¿qué? ¿Intentaba decirme que me amaba, que quería que nuestra unión significara algo más que cumplir órdenes? Era como si la idea me arrojara contra un muro y me dejara sin aliento. No pude seguir pensando.

Adne no lo notó.

—En ese caso, nos servirá para encontrarlo.

Hice caso omiso de los latidos acelerados de mi corazón y procuré prestar atención a sus palabras.

—¿Dices que el anillo nos permitirá encontrarlo?

—Si él te lo dio, estará conectado con él. Y puedo aprovecharlo para ubicarlo con exactitud.

—¿Cómo?

—El anillo albergará un hilo —dijo y me lanzó una breve sonrisa—. Seguiremos el hilo a través de Vail hasta que nos conduzca a Ren. Y allí abriré la puerta.

—¿Y eso funciona?

—Es como encontramos a Shay.

—Oh. —Las palmas de las manos me sudaban.

—Sé que supone un riesgo enorme, Cala —dijo ella—. Pero a juzgar por lo que he visto (y si he de ser sincera, porque cada vez que alguien menciona a Ren, Shay se flipa) sé que Ren te importa y que no quieres dejarlo allí.

—Claro que no. —Mi voz era un susurro áspero.

Adne se puso en pie y enredó los dedos en sus largos cabellos color caoba.

—Es mi hermano, pero no lo conozco. No se trata de mí, se trata de mi padre —dijo y me alcanzó la última página de la carta.

Sólo ponía una única palabra en el papel color marfil.

«Sálvalo».

Me ardían los ojos. Miré a Adne, el papel se agitaba entre mis dedos.

—Tengo que hacerlo, Cala. ¿Me ayudarás?

Ahora me temblaban los brazos y los hombros, sin embargo, asentí.

Ella soltó un suspiro prolongado y se relajó.

—Gracias a Dios.

—¿Quién más participará? —pregunté, tendiéndole la página. No podía seguir mirándola, esa palabra solitaria me perforaba el corazón.

—Nadie más. —Frunció el entrecejo—. Solo tú y yo.

—¿Crees que lo lograremos? —Llevábamos las de perder, incluso si nos ayudaban.

—Nadie dejará que nos salgamos con la nuestra —dijo Adne—. Si se lo mencionamos a alguien, nos vigilarán durante las veinticuatro horas del día.

—A lo mejor algunos miembros de mi manada…

—No —dijo Adne—. Disponemos de muy poco tiempo. Hemos de ponernos en marcha ahora mismo; no tenemos tiempo para reclutar a otros.

—¿Qué quieres decir? —Se me erizó el vello de la nuca.

—Que hemos de hacerlo hoy —insistió— Bueno, en Vail será de noche.

—¡Eso es una locura! —no pude dejar de gritar.

—Allí en Vail será el caos y es probable que los Guardas aún estén ocupados en Denver. —Su tono helado y tranquilo hizo que la mirara boquiabierta—. Podremos entrar y salir sin ser vistas, quizá con mayor facilidad que en cualquier otro momento.

Quise replicarle, pero callé. Vale, tenía cierta lógica. Una lógica demencial, pero lógica al fin.

—¿No podemos llevarnos a Connor, al menos? —pregunté. Estaría más tranquila si nos acompañara otro guerrero, y Connor ya sabía lo de Ren; además, parecía apoyar a Adne en prácticamente todas las circunstancias.

—Ni hablar —replicó y se estremeció—. Es el último al que puedo pedirle ayuda.

—¿Qué diablos pasa con ustedes dos? —El miedo me impulsó a soltarle esa pregunta.

—¿Qué quieres decir? —exclamó, retrocediendo.

—¡Cuando no os estáis peleando tengo la sensación de que estáis ligando en secreto o algo por el estilo!

Ella se ruborizó y después se puso pálida y acabó por darme la espalda.

—Entre Connor y yo no hay nada.

—Pues él no se comporta como si eso fuera verdad —insistí.

Adne se volvió y su mirada era dura.

—Acabas de entrar en escena, Cala. Para comprender de qué va todo esto, primero has de conocernos a Connor y a mí.

—¿Qué te parece si me explicas lo que ocurrió en el primer acto?

Ella se encogió de hombros; luego se acercó al estéreo y examinó sus CD.

—Cuando mi madre murió, yo tenía once años.

Me enderecé abruptamente, sin saber qué contestar. La había provocado, y ahora estábamos hablando de madres muertas.

—Connor se unió al equipo de Haldis justo después de su muerte —prosiguió.

Me acerqué a ella.

—Lo siento, Adne. No tienes por qué darme explicaciones.

Ella me ignoró, toqueteando el estéreo y pasando de una pista del CD a la siguiente.

—Connor sólo tenía dieciséis años. NO es una edad inusual para cumplir con una primera misión como Ariete, pero era el único cuya edad se aproximaba a la mía. Me acompañó durante lo peor. Nunca me dejó tranquila; no dejaba de tomarme el pelo. Cuando perdí a mi madre también atravesé un período de gran torpeza; era todo piernas y brazos y no sabía usarlos. Connor me las hizo pasar canutas, pero yo lo necesitaba. Impidió que pensara en mi madre, no me dejó en paz ni un segundo.

Adne hizo una mueca.

—Y en aquel entonces, un segundo de tranquilidad hubiera acabado conmigo.

Su rostro expresaba sentimientos diversos. Luego cerró los ojos y sonrió.

—De noche solía entrar a hurtadillas en mi habitación y contarme historias ridículas sobre la Academia. Errante hasta que me dormía. Mantenía las sombras a raya, porque quedarme a solas de noche hubiera sido intolerable. Era mi mejor amigo, hasta que empecé mi entrenamiento aquí.

—¿Tuviste que regresar a Denver para cumplir con tu misión?

—No. —No me miró—. Pero quería hacerlo. En la Academia me entrenaron para que fuera una Tejedora. Denver es el único lugar donde quería estar. El equipo de Haldis siempre ha sido mi familia. Formo parte de ellos.

Adne agachó la cabeza y su pelo oscuro le cubrió el rostro.

Un momento después soltó una carcajada, volvía a ser la misma.

—Lo primero que dijo Connor cuando lo vi, tras permanecer en el puesto de avanzada unos meses, fue: «Veo que ahora tienes pechos. Enhorabuena. Espero que sepas usarlos.»

—¿Intentas decirme que ésa es su manera de ser sólo amigos?

Adne arqueó las cejas.

—¿Acaso crees que su comentario suponía un intento de ligar?

—Supongo que no —dije. Tenía razón, más o menos, pero el modo en que Connor trataba de ligar con otras chicas no era el mismo.

—Pues eso. En el caso de Connor, esas palabras sólo forman parte de su
modus operandi
—dijo, sonriendo, pero en tono un tanto nervioso—. Aunque es verdad que Silas empeoró las cosas.

—¿Por qué?

—Porque perdí una apuesta con él y tuve que besar a Connor. —Adne se ruborizó—. Le proporcionó más munición a Connor para atacarme. —Enderezó los hombros como disponiéndose a aceptar un reto.

Su actitud agresiva me hizo sonreír.

—¿Por qué quería Silas que besaras a Connor?

—Porque Silas es un brillante intelectual, pero no es muy creativo. Detesta a Connor y por eso creyó que no existía nada peor que besarlo. Así que me obligó a mí a hacerlo.

—Comprendo —dije, contemplándola—. ¿Y lo besaste?

—Sí.

—¿Y? —No vi su expresión porque me dio la espalda y buscó una pista en el CD de las Raveonettes. Guardó silencio mientras empezaban a cantar y se meció al son de la música.

—Y nada —dijo, tendiéndome la palma de la mano—. Connor no vendrá con nosotras. ¿Me darás ese anillo?

Rechiné los dientes pero me quité el anillo y se lo di. Sin el peso del anillo, era como si mi mano se hubiera quedado desnuda. Apreté los dedos y procuré pasar por alto el vacío interior.

Adne cogió un estilete del cinturón y apoyó la punta afilada en el anillo de oro blanco. Cerró los ojos e inspiró profundamente. Permanecí inmóvil, sin atreverme a respirar. Era como si en torno a ella el aire se volviera más denso y resplandeciera, como si alguien le hubiese arrojado un puñado de oro en polvo.

Entonces empezó a separar el estilete del anillo con mucha lentitud y de la punta surgía una línea delgada, un diminuto hilo dorado.

Abrió los ojos y sonrió lentamente.

—Ahí está.

Solté el aliento.

—Todo está bien, Cala —dijo, mirándome—. Sé lo que hago. Un hilo de localización teje una ventana; no podemos atravesarla, pero podemos ver lo que hay al otro lado. Ahora lograremos encontrar a Ren.

Asentí, pero me temblaban las piernas.

—¿Y si no está solo?

—De eso se trata —dijo, y me devolvió el anillo—. El hilo nos llevará hasta él y disponemos del tiempo suficiente para decidir si se encuentra en un lugar en que podemos acercarnos a él o si hemos de esperar. ¿Vale?

—Vale. —Que no insistiera en que ambas éramos capaces de enfrentarnos a una manada de Vigilantes al completo supuso un alivio.

Adne empezó a trazar círculos lentos con el brazo. El hilo dorado se volvió más largo y formó una delgada espiral.

—¿Quieres observar?

Me acerqué y miré por encima del hombro de Adne. La espiral brillaba y se estiraba formando un cono delgado. A lo lejos, noté que la otra punta del hilo se movía y se alargaba. Empecé a ver figuras borrosas en la espiral. Era como si voláramos a una velocidad increíble, demasiado rápidamente como para distinguir detalles. Clavé la vista en la espiral, bizqueando y tratando de reconocer algo que me resultara familiar. La espiral palpitaba y lanzaba destellos. Creí distinguir un árbol y después una ladera alta y rocosa. El contorno de edificios. De repente la espiral se agitó, la luz dorada se volvió más clara y nos ofreció un panorama de una ladera cubierta de pinos, interrumpida por una franja desprovista de árboles.

—¿Reconoces algo? —preguntó Adne.

Asentí, aunque era como si me hubiese vuelto de piedra.

—Él está ahí —añadió, escudriñando la espiral—. Pero no sé si está solo. Dado que en Vail están en medio de la noche, todos deben de estar durmiendo.

—Está solo —murmuré.

—¿Estás segura? —Me miró, frunciendo el entrecejo—. En ese caso, debería abrir una puerta ahora mismo.

No podía despegar la mirada de la ventana creada por el hilo de Adne que nos conducía a este lugar. A Ren.

—Estoy segura.

Adne cerró la puerta y se volvió hacia a mí.

—¿Qué es este lugar?

En ausencia del resplandor del portal, la luna en cuarto menguante apenas iluminaba el claro. Unas estructuras a medio construir formaban un semicírculo alrededor de un empedrado callejón sin salida en cuyo centro había una fuente seca. Los cimientos se habían convertido en agujeros oscuros de los que vigas de madera de diferentes alturas se elevaban al cielo. El legado de la manada Haldis: esqueletos de casas, carcasas de vidas que podrían haber sido.

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