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Authors: Luis Spota

Tags: #Drama

La plaza (8 page)

BOOK: La plaza
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hombres,

mujeres,

llorosos, disminuidos, tímidos, en su mayoría humildes, que vagan de oficina a corredor, de corredor a barandilla, preguntando por su hijo, por su hermano, por su padre; no importa que estén muertos; desean llevarse la ruina, lo que de ellos quedó, lo que de ellos dejaron las balas, las esquirlas, las ciegas y feroces bayonetas a las que enfrentaron su carne asustada, y alguien dice:

—Casi todos fueron balaceados por la espalda.
—y yo asiento, porque me consta; ¿no una bala expansiva reventó en el centro del vientre de mi hija?; y en la atmósfera que huele a pies, a sobacos, a bocas sucias de tanto fumar y beber café para rechazar el sueño, se mantiene la pestilencia a cadaverina, a formol, a todo lo que huele el lugar donde se almacena la muerte en delegaciones policíacas como ésta, que hoy desbordan quienes indagan por los que no han vuelto y que deben estar allí, les han dicho, heridos, ya cadáveres o de buena suerte sólo presos, acusados de sedición, acopio ilegal de armas, conspiración contra la seguridad del Estado, resistencia a la autoridad, y todo lo que tú quieras,

y cuando me he olvidado de él,

reaparece el hombrecito del diente dorado y me pide doscientos pesos más para el Agente del Ministerio Público que le ha hecho el favor de pasar por alto ciertos detalles, y le doy el dinero y siento que me remolca a no sé dónde, y firmo no sé qué, y el hombre, que conoce bien su trabajo, tiene ya en la parte de atrás del edificio, en una calle que es sólo una claridad sin textura ante mis ojos, una carroza funeraria y dentro de ella un ataúd modesto y en éste algo, un cuerpo, guardado en el sudario lleno de remiendos, y me pregunta:

—¿Es su muerta?

y vuelvo a ver el rostro bello de Mina que duerme:

—Sí. y no inquiero a dónde vamos, ni me importa. El hombre me acomoda junto al chofer y la carroza parte y veo pasar a mi lado a la ciudad; una ciudad tranquila, que parece ya no recordar a los muertos de anoche; que se apresura a olvidarlos; y veo que después de un tiempo los edificios, los monumentos, las casas, ralean y concluyen en un extenso baldío; y oigo entonces que el gordito del diente de oro está diciéndome:

—Por todo, baratísimo, van a ser tres mil… ¿Okey?

y supongo que esos tres mil a los que alude son los pesos que pagarán los gastos del sepelio; y ese otro que está dentro de mí pero que no es yo en este momento, toma la cartera, saca el dinero, su último dinero, y lo entrega a las ávidas manos que lo reciben; después, la visión extrañísima de un cementerio muy triste, muy pobre, de humildad conmovedora;

y hay una fosa, en la que apenas cabe el féretro, y el borrón de un cura apresurado viene, dice algo, se marcha luego de recibir una dádiva del que me acompaña, y veo caer la tierra, y oigo caer la tierra, y veo caer mis lágrimas, y oigo caer mis lágrimas, no sobre mis manos, no sobre la tierra: las oigo caer dentro de la cinta que sigue corriendo, que se transvasa de un carrete a otro de la Telefunken para que el hombre que la escucha padezca sus recuerdos; para que sepa, si no estuvo allí, cómo fueron, cómo se oyeron las cosas.

… 27 de agosto. La Coalición de Maestros invita, por medio de anuncios publicados en los periódicos del día, a la Magna Manifestación Popular en Defensa de las Libertades Democráticas. Los cálculos de asistencia son superados. Hay quien afirma que trescientas mil personas dan cuerpo a la columna. (A la mano que el Presidente ofrece tendida como símbolo de amistad, le responde un cartel:
«Que le hagan la prueba de la parafina».)
Una vez más el destino final, si no lo impiden la policía o el Ejército, será el Zócalo. Ochenta y siete grupos desfilan. Las consignas generales han sido dadas: «Orden» y «Rechazar a los provocadores». Estudiantes de Medicina forman valla frente a la embajada de los Estados Unidos, para evitar la intromisión de provocadores.

LA VICTORIA SERÁ NUESTRA COMO SEA

EL EJERCITO ES PARA DEFENDER AL PUEBLO NO PARA AGREDIRLO

PUEBLO: ABRE YA LOS OJOS, ÚNETE

Grupos de pintores exhiben cuadros. Una descubierta de motocicletas tripuladas por estudiantes rompe la marcha. Se ha dado la orden de caminar, hoy, más de prisa. La manifestación sigue el carril norte del Paseo de la Reforma. Los muchachos invitan al pueblo a secundarios. Desde las ventanas de los edificios desciende sobre la muchedumbre una constante llovizna de pedacitos de papel. Nadie ataca el edificio de la embajada yanqui.

(El Partido Popular Socialista, PPS, ha preguntado el 6 de agosto: «Cuántos son y qué ligas tienen en nuestro país los agentes de la policía norteamericana, particularmente de la CIA del FBI?»)
.

Poco después de las cinco y media de esa tarde, la columna alcanza el Zócalo. Como la vez anterior, quienes la componen se sientan en el suelo.

AL HOMBRE NO SE LE DOMA, SE LE EDUCA

LIBERTAD A LA VERDAD; DIÁLOGO

El Zócalo, por segunda ocasión, deja de ser coto cerrado, dominio de Los Altos Poderes. Lo ocupa impetuoso el Poder Juvenil, el poder-del-pueblo; ese casi medio millón de muchachas y muchachos que integrarían, en su momento de mayor triunfo, la más abundante de las manifestaciones.

ANTE LA AGRESIÓN DE LA REACCIÓN LA RESISTENCIA POPULAR

DIÁ-LO-GO DIÁ-LO-GO DIÁ-LO-GO DIÁ-LO-GO DIÁ-LO-GO DIÁ-LO-GO

(Una voz:

—El Gobierno de la República está en la mejor disposición de recibir a los representantes de lo maestros y estudiantes de la Universidad y del Politécnico y de otros centros educativos vinculados al problema existente, para cambiar impresiones con ellos y conocer en forma directa las demandas que formulen y las sugerencias que hagan a fin de resolver en definitiva el conflicto que ha vivido nuestra capital en las últimas semanas y que ha afectado en realidad, en mayor o menor grado, a todos sus habitantes).

Se cometen varios errores. Pintar injurias en los muros del Palacio Nacional no es el más grave. Lo es, en cambio, que la crecidísima multitud, que se ha comportado hasta el momento correctamente, pierda los estribos, se maree a causa de su propia fuerza, y apruebe la proposición, absurda, que uno de los líderes del Movimiento Estudiantil formula, micrófono en mano: citar al Presidente de la República a un diálogo público, allí mismo, en la Plaza de la Constitución, el día primero de septiembre, fecha en que por Ley debe rendir su informe de Gobierno ante el Congreso.

A ése, añádese otro error: dejar «de guardia» en el Zócalo a unos cuatro mil muchachos, que instalarán un campamento en espera de que el Presidente comparezca. Durante el mitin, que termina en pleno desorden, se insiste en que se conceda la libertad a los presos políticos, ochenta y seis de los cuales fueron nombrados.

NADA CON LA FUERZA, TODO CON LA RAZÓN

MÉXI-CO-LIBER-TAD MÉXI-CO-LIBER-TAD

NO MÁS BAYONETAS

Muchos, sin duda, esperan que se produzca lo que todos desean; que en el balcón central, como en Las Grandes Ocasiones, aparezca, se materialice, la figura del Presidente de la República. Pero no ocurre esta noche; no ocurrirá ninguna otra. ¿Qué habría pasado si el Jefe del Gobierno se muestra? Muchos opinan que ese gesto le habría a él ganado simpatías y al Movimiento restado fuerza.

Concluye el mitin. Se canta, como de costumbre, el Himno Nacional y se improvisan, con papel de periódico antorchas. Comienza, para los que forman la Guardia Permanente, una noche alegre, noche de canciones, de juegos infantiles; noche en que se recobra, durante unas horas, la libertad de la niñez, o se conoce la primera de la adolescencia.

Doña Blanca está cubierta

de pilares de oro y plata;

romperemos un pilar

para ver a doña Blanca

Otros, a coro, repiten:

A la víbora víbora de la mar

por aquí pueden pasar

los de adelante corren mucho

los de atrás se quedarán…

Otros más, insisten:

NO QUEREMOS OLIMPIADA QUEREMOS REVOLUCIÓN

CHE GUEVARA CHE GUEVARA CHE GUEVARA CHE

Hacia la una de la mañana, un ruido que opaca los muchos que producen los estudiantes-centinelas, entra a borbotones en el Zócalo; un ruido, éste, más severo que el de las campanas de la Catedral que los curas dejaron poner a repique cuando la vanguardia de la manifestación penetraba en la plaza. Es un ruido formidable, atemorizador: el ruido que los hombres de la guerra producen si se les manda a imponer el orden.

Ampliada por el magnavoz, repetida por la inmensa caja de resonancias que es el Zócalo, una voz advierte:

—Están ustedes violando el Artículo Noveno Constitucional. Nadie está autorizado a acampar en el Zócalo. Si no lo desalojan antes de cinco minutos intervendrá la fuerza pública…

Mientras tanto, por las calles adyacentes al Zócalo, venían soldados del 43 y 44 Batallón cíe Infantería y del 19 de Paracaidistas, alrededor de 200 patrullas de la policía preventiva, 12 unidades blindadas y unos 10 motociclistas de la Dirección de Tránsito que abrían la marcha.

Al entrar los granaderos los estudiantes gritaron:

—Orden, orden —y después, sin inmutarse, se sentaron alrededor de la explanada y aplaudieron.

Los tres mil estudiantes fueron replegados por los soldados, policías y granaderos. Las unidades blindadas arrasaron el improvisado campamento. Dos carros de bomberos, una bomba y doscientas patrullas con luz intermitente y las sirenas ululando, rodearon toda la plaza.

Los estudiantes iniciaron rápidamente la retirada. Unos a pie; otros, en los camiones del Politécnico que habían estacionado en la explanada. Se dispuso que:


Las muchachas primero…

Anima la retirada el Himno Nacional. Armada de escudos y máscaras de plástico, la policía permanece en el Zócalo, en el centro del cual, marchito en la puma del asta-bandera, se mueve apenas el lienzo rojo y negro que los estudiantes izaron al empezar el mitin.

Cada uno de los que salen de la gran plaza tiene miedo, pero lo domina. La tropa no lo intimida:

—Eres pueblo soldado, no dispares…

Los gritos, la reiteración de los versos del Himno

Piensa, oh patria querida, que el cielo

la repetición de la exigencia:

—Libertad. Diálogo. Respuesta a los Seis Puntos. Diálogo. Respuesta. Libertad

a los Presos Políticos…

alertan a esa parte de la ciudad que no duerme, invadida de tanques y granaderos, de transportes y paracaidistas, insomne de gritos:

MÉXICO-LIBERTAD MÉXICO-LIBERTAD MÉXICO-LIBERTAD

estremecida de ecos:

MÉXICO-LIBERTAD MÉXICO-LIBERTAD MÉXICO-LIBERTAD

Así fueron las cosas, así estará recordándolas. Tal vez con remordimiento, quizá con satisfacción; pero la noche no terminó con la retirada de los estudiantes y el silencio de las sirenas policiales ni con el afanoso trabajar de los empleados del Municipio borrando de los muros del Palacio las infamias en ellos pintadas; las injurias no podrían borrarse ya; al fin habían sido dichas (quebrantando una antigua, supersticiosa regla de silencio) y ahora estaban en todos los oídos: más, mucho más adentro: en la memoria y, pronto, se instalarían en la crónica, en la novela, en los anales de la ciudad estremecida por el estruendo de los tanques, los coches-comando, los carros blindados que acosan, acucian, molestan, pero a distancia, diríase que comedidamente, la retirada de los tres mil, esa nocturna Anábasis a través de una metrópoli a la que han dejado a oscuras, porque, ya lo sabes, a oscuras es más fácil matar, avergüenza menos. Pero los estudiantes volverían. Apresuradamente, el Gobierno convocó a una asamblea popular para
desagraviar a la bandera de la Patria
que había sido reemplazada en el Zócalo, durante unas horas, por el símbolo universal de la huelga. La ceremonia, mal organizada, se lleva al cabo con dificultades. En desusado gesto de civismo, los burócratas que en ella participan admiten su condición de gente que acude bajo amenaza de cese. No se reprimen;

—Somos borregos; no vamos: nos llevan.
Beeee, beeee
—y al balar dejan constancia de que siguen siendo hombres, ciudadanos.

Referirá la voz de la prensa:

Cinco minutos antes de las dos de la tarde del 28 de agosto, 14 carros tanque acometieron contra la muchedumbre temeraria que, al esquivar a una de las máquinas que corrían a velocidad media, iba a ponerse en el trayecto de otras que los golpeaban; algunos quedaban en el suelo, al parecer atropellados, en tanto que venían grupos de compañeros a rescatarlos. Segundos después se abrieron las puertas de Palacio, de donde salieron varias columnas de soldados con bayoneta calada. Los soldados embestían cada vez con más decisión en la medida que recibían todo tipo de proyectiles —naranjas, bolas de papel, zapatazos, o insultos de todo calibre— por parte de los huidizos blancos. La enconada persecución hizo que se derribara un arbotante de la acera del Palacio Nacional con un carro blindado. Entonces intervino la infantería que poco a poco fue replegando a la gente por las calles que confluyen a la plaza. El griterío era ensordecedor Y los manifestantes lanzaban proyectiles a los soldados.


No dispares, soldado, tú también eres pueblo.

A las 14:07 los soldados hicieron la primera descarga de fusilería y ametralladoras ligeras. Se dijo que varios estudiantes resultaron heridos. Tres minutos más tarde los soldados hicieron otro tiroteo.


Tú también, soldado, eres pueblo.

Algunos estudiantes resultaron heridos. Ya para entonces la Plaza de la Constitución se encontraba desierta de manifestantes, resguardada por el Ejército y los granaderos. Por lo que toca a los muertos y los heridos se ignora el número exacto, debido a que se carece de información oficial directa. Los estudiantes de la Universidad llevaron a sus compañeros lesionados a la antigua Escuela de Medicina. Los del Politécnico hicieron lo mismo con sus condiscípulos, a quienes condujeron a la Escuela de Medicina de Santo Tomás. Las escaramuzas se repitieron hasta las 16 horas. Por la noche se provocaron nuevos encuentros entre estudiantes y granaderos.

El Secretario de la Defensa informa:

BOOK: La plaza
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