La princesa rana (11 page)

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Authors: E. D. Baker

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: La princesa rana
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—No me extraña —murmuró Eadric—. ¿Cómo se iba a llamar si no?

—Probablemente ya se habrá marchado —opinó
Sarnoso
—. No era muy sociable, así que no creo que se haya quedado para conversar. Pero déjame que te lo diga, Emma: ¡estoy muy orgulloso de ti! Estaba seguro de que lo conseguirías desde el instante en que me dijiste que sabías leer.

—Entonces, ¿por qué no me dejaste leer el conjuro enseguida? ¿Y si no lo hubiera hecho a tiempo?

—No sabía a ciencia cierta qué conjuros contenía el libro, aunque sí tenía la idea de que eran muy sencillos y que algunos servían para distintas cosas. Pero ni yo mismo los había leído jamás; tú eres la primera criatura que conozco que sabe leer.

—Oye, ¿y las arañas están todavía en la jaula? —pregunté recordando a las prisioneras más minúsculas de Vannabe.

—Fueron las primeras en salir —repuso
Sarnoso
—. Las vi escurrirse por una grieta en el suelo.

—Eh, ¿qué es eso? —Eadric señaló la chimenea poniendo los ojos más saltones que de costumbre.

Convencida de que exageraba la nota, me di la vuelta para mirar lo que indicaba. Pero confieso que si las ranas sudaran, me habría quedado empapada de un sudor helado: el barril de «Desechos» estaba igual que antes, aunque algo se meneaba en el interior. Sin embargo, la tapa del barril con la etiqueta «Sin deshacer» había saltado por los aires y, retorciéndose en el borde, tres tentáculos babosos exploraban los alrededores. Solté un chillido cuando un cuarto tentáculo se alzó en vilo y se pegó a la pared con un chapoteo pegajoso.

—¡Jo! —exclamó el murciélago aleteando con nerviosismo—. Me parece que Vannabe va a tener que deshacer pronto esa basura...

—¿Por qué en el otro barril pone «Desechos»? —pregunté, y tragué saliva.

—Porque esa basura ya no podía zafarse de ahí. ¡Pero se ve que ésta sí!

—¡Y eso la convertirá en una basura «Sin deshacer»!

—¡Uf! —exclamó
Sarnoso.

—Otro motivo para pirarnos de inmediato. ¡Mira! —gritó Eadric haciendo una mueca de repugnancia cuando vio que un tentáculo suelto se escurría hasta el suelo y avanzaba hacia la mesa, dejando a su paso un rastro de baba.

—¡Huyamos!

—Eadric tiene razón,
Sarnoso.
¡Hasta la vista!

—¡Un momento, Emma! —me llamó el murciélago—. Llévate esto.

Revoloteó hasta la repisa junto a la jaula; se aferró con un ala al botellín de aliento de dragón y lo arrastró hasta nosotros.

—Si la bruja se queda sin esta botella, ya no tendrá motivos para cazar ranas parlantes.

—¿Y si nos persigue para recuperarla?

—No sabrá que nos la hemos llevado nosotros si no nos ve. Y no nos verá si nos largamos ahora mismo —dijo Eadric, cogiendo el botellín con ambas manos, y lo arrastró hasta el borde de la repisa.

Le dije adiós con la mano a
Sarnoso,
y Eadric y yo saltamos al suelo y brincamos a toda prisa hasta el umbral.

—¡Espera!

Entré de nuevo en la habitación y miré hacia la repisa: el murciélago seguía allí, cabizbajo y con las alas desmadejadas. Parecía tan entristecido que me entraron ganas de llorar.

—¿No vienes,
Sarnoso
?

—No, creo que me quedaré aquí. He pasado casi toda mi vida en la cabaña y no tengo adonde ir.

—Ven con nosotros —sugerí.

Una chispa de alegría le iluminó el rostro un momento, pero luego meneó la cabeza y se enfurruñó.

—No podrá ser —dijo—. Nací para ser el murciélago de una bruja. ¡Siempre lo he sido y siempre lo seré!

—¡Pero volverá a atarte!

—No podrá hacerlo en esta cabaña, después del conjuro que has recitado, ni podrá cerrar ni atar nada mientras no encuentre otro conjuro que lo anule. Ahora daos prisa y salid de aquí; la oigo venir.

De un brinco me asomé al umbral pero, aunque divisaba hasta el extremo más lejano del claro del bosque, no percibí ni rastro de la bruja.

—Yo no la veo. ¿Cómo puedes oírla tú?

—¿Estás poniendo en duda el oído de un murciélago? —dijo Eadric—. Si dice que la bruja ya viene es porque viene. ¡Vamos! Este botellín pesa bastante.

Yo no me resignaba a irme e insistí:


¡Sarnoso!
Vannabe ni siquiera es una bruja de verdad. Si quieres ser el murciélago de una bruja, ve a vivir con mi tía. La llaman la Bruja Verde y es mucho más amable que Vannabe. Ven con nosotros y te la presentaré. ¡Estoy segura de que os llevaréis de maravilla!

—No sé, no sé, Emma... ¿Qué opinará ella? Tal vez tenga otro murciélago.

—¡No, qué va! Sólo tiene una culebrita verde que hace lo que le da la gana todo el día.

—Por favor,
Sarnoso,
ven con nosotros —suplicó Eadric—. Emma no saldrá de aquí si no vienes.

—¡Vale, voy! ¡Pero adelantaos vosotros! ¡Tengo que recoger algo!

—¡Ya lo has oído! —dijo Eadric—. ¡Vámonos!

Cruzó el umbral y saltó al prado, todavía abrazando el botellín. Fui brincando tras él, volviéndome de vez en cuando para ver si el murciélago nos seguía. No nos detuvimos a tomar aliento hasta llegar al pastizal.

—¿Lo ves? —murmuré—. ¿Ves a
Sarnoso?

—No, ni rastro... ¡Pero mira! ¡Ahí viene la bruja!

—Eadric,
¡Sarnoso
aún está dentro! Si la bruja lo atrapa...

En el borde del claro, Vannabe ya había avistado la puerta abierta. Dio un grito de ira, se remangó las faldas y echó a correr hacia la cabaña. Aunque no podía vernos, Eadric y yo nos agazapamos entre la hierba, mientras el corazón nos daba tumbos a causa del terror.

La bruja dejó caer su saco al suelo y entró como una flecha. Un alarido estremeció el aire. Al cabo de un instante,
Sarnoso
salió volando a toda velocidad y la bruja lo persiguió maldiciendo y dándole escobazos para derribarlo. Él aleteó aún más rápido y voló muy, muy alto, y ella, dándose por vencida, arrojó enfurecida la escoba.

—¡Pues lárgate, murciélago estúpido! ¡De cualquier modo no sirves para nada! —gritó, desfigurada por la ira. Apretó los puños y miró hacia el claro de hito en hito como si éste pudiera responderle—. ¿Quién ha hecho esto? ¿Quién ha soltado a los animales y arruinado mi conjuro?

—Creo que todavía no ha echado en falta el aliento de dragón —susurré.

Vannabe entró de nuevo corriendo en la cabaña y, de nuevo, un aullido escalofriante hizo temblar los marcos de las ventanas.

—Creo que se acaba de dar cuenta —comentó Eadric.

Entonces advertí un movimiento en el cielo, en el que no había ni una nube:
Sarnoso
volaba en zigzag buscándonos.

—¡Aquí,
Sarnoso
! —dije en un susurro.

El murciélago giró en redondo y se dirigió hacia donde estábamos.

—¿Podemos irnos ahora? —preguntó Eadric—. No creo que yo pase inadvertido cargando este trasto.

—Disculpa —dije—. Sí, ya podemos irnos.

Sarnoso
revoloteó por encima de nuestras cabezas y se adentró en el bosque. Lo seguimos tan rápido como pudimos, pero el botellín de aliento de dragón nos obligaba a ir despacio. No era fácil brincar llevándolo a cuestas.

—¿Puedes explicarme otra vez por qué tengo que cargar con este estorbo? —preguntó Eadric—. Si es para que la bruja no lo use, igual nos da tirarlo aquí.

—Considéralo desde otro punto de vista —repliqué—. Resulta que este botellín es el único que no se ha abierto, así que debe de tener dentro algo bastante potente. Por lo tanto, será mejor que no lo encuentre nadie, y tal vez algún día nos preste algún servicio.

—Hablas igual que mi madre; nunca tiraba nada a la basura. Pero si seguimos acumulando cosas tendremos que construir una carreta para cargarlas. Ya te digo, ojalá sirva de algo este aliento de dragón. Por cierto, ¿qué es esta historia que le contaste a
Sarnoso
de que vamos a ver a tu tía Grassina?

—Tenemos que ir de todas todas —repuse—. No pienso seguir haciendo tonterías y vamos a ir directamente de aquí a la torre del castillo. Y si todavía no está, buscaremos un sitio seguro y esperaremos su regreso. Ahora ya sabemos que la bruja que te encantó está muerta, de modo que sólo podemos consultarle a mi tía. Es la única capaz de ayudarnos.

—Creo que no comprendes lo peligroso que resultará el viaje. El castillo queda lejos y, aunque llegáramos, los guardias no nos dejarían entrar. Si de milagro logramos burlarlos, nos cazarán los perros, o los criados nos aplastarán de un pisotón. ¿Estás segura de que quieres ir?

—Podrías confiar un poco más en mí, ¿no? ¿Acaso no te saqué de la jaula?

—¡Pero lo hiciste sin querer!

—Eso es lo de menos —me defendí—. No correré más peligro yendo al castillo que quedándome aquí.

—Querrás decir que no lo correremos los dos.

—No tienes que venir conmigo. Ya me has dicho que no te apetece hablar con mi tía. Es una bruja lanzaconjuros, ¿lo has olvidado?

—Iré si vas tú —dijo Eadric suspirando—. Creo que es una mala idea, pero no puedo dejarte ir sola. Haré lo que pueda para protegerte; no olvides que me interesa tu bienestar. Si esa Grassina es tu tía, no puede ser tan mala persona... Y quiero estar presente en caso de que vuelva a convertirte en princesa.

—¿Para que te convierta a ti otra vez en príncipe?

—Si es posible... —replicó Eadric mirándome de reojo—. Además, a lo mejor me das otro beso por el camino.

Once

C
omo Vannabe nos había llevado a la cabaña metidos en su saco mohoso, no sabía que ya no estábamos en el pantano sino en un bosque, cosa que descubrí al contemplar los imponentes árboles alrededor del claro. En cuanto dejamos atrás los primeros troncos nos dimos cuenta de que no sabíamos hacia dónde ir. Los árboles ocultaban el sol y el bosque era oscuro y lúgubre. Pasamos bajo una vieja encina, brincando por entre las raíces retorcidas, y nos adentramos en una alfombra de hojas podridas a lo largo de los años.

—Este lugar me da repelús —comenté echando una mirada hacia atrás.

—A mí me gusta la oscuridad, pues así me siento más seguro —opinó
Sarnoso,
que se había colgado de una rama, acurrucado contra el tronco de un árbol—. Tengo la impresión de que nací no muy lejos de aquí, pero no recuerdo muy bien dónde.

—Oye,
Sarnoso
—le dije—, no tengo ni idea de cómo llegar al castillo. ¿Te importaría sobrevolar los árboles a ver si lo distingues? Nos iría muy bien.

—Pues si realmente es necesario... Supongo que lo divisaré, pero hace muchísimo sol allá arriba...

—Por favor, inténtalo si no te importa. Es el único castillo con banderas verdes en las torres. Lo reconocerás fácilmente.

—Bien, ya regreso.

Desplegó las alas y revoloteó entre las ramas dando tumbos.

—Está un poco nervioso, ¿no? —preguntó Eadric.

—Sí, pero no tiene la culpa porque es la primera vez que sale de la cabaña desde que era pequeño. Estará asustado y todo le debe de parecer nuevo.

—No vuela muy bien.

—Dale tiempo. Ten presente que llevaba casi toda la vida amarrado a la viga, de modo que no ha podido practicar mucho que digamos.

—Voy a poner esto en el suelo. —Eadric dejó el botellín en tierra y flexionó los hombros para desentumecer los músculos—. Pesa más de lo que crees. Claro que, si me das otro beso, tendré nuevas energías y seguro que podré cargarlo otro rato.

—No lo entiendo, ¿por qué sigues pidiéndome un beso?

—Supongo que ya es por hábito.

—Vale. Pues yo tengo el hábito de decirte que no.

—Me rechazas una vez más, ¿eh? —dijo Eadric con su sonrisita peculiar—. Bueno... también me acostumbraré.

Al oír cómo una ardilla recorría la rama de un árbol remeciendo las hojas, alzamos la vista; yo me sentí diminuta, igual que un enanito en medio de la inmensidad del bosque. Los árboles eran muy viejos, de troncos tan gruesos que no habría podido rodearlos con los brazos, aunque hubiera recuperado mi forma humana; ramas rotas tapizaban el suelo y algunos claros, que permitían la entrada del sol, denotaban que allí se habían derrumbado los árboles más viejos, pero era donde proliferaban los arbolitos jóvenes buscando con avidez su retazo de luz. Ante nosotros el bosque parecía extenderse hasta el infinito y tuvimos la sensación de que no nos costaría nada perdernos en ese lugar.

—¿Sabes?, creo que tu amigo, el murciélago, nos será de gran ayuda. Si sube a mirar de vez en cuando, encontraremos el rumbo correcto.

—Aunque no fuera capaz de ayudarnos, no podría abandonarlo. Ningún animal merecía quedarse encerrado en ese antro.

—Me alegra oírte decir eso —musitó una voz.

Me volví mientras me recorría un escalofrío. Las hojas susurraron al paso de la serpiente más grande que había visto en mi existencia: tenía el cuerpo gris y blanco, surcado por cuatro rayas negras, y los ojos le resaltaban mucho porque los rodeaba un círculo, igualmente negro. Me quedé paralizada cuando me miró a los ojos.

—¿Te ocurre algo? ¿Es que no me reconoces?

—¿Eres...
Mandíbula
? —pregunté atragantándome con las palabras.

—A tu servicio —musitó la serpiente enroscando el cuerpo—. Os he oído mencionar adonde vais. Sin duda preferiréis que os acompañe.

—¿Por qué íbamos a preferirlo? —preguntó Eadric con voz temblorosa.

La serpiente lo miró de arriba abajo como quien estudia su próxima comida.

—Porque conozco la vida del bosque, donde han habitado las brujas durante siglos y los restos de sus hechizos han transformado incluso los árboles. Las criaturas mágicas os tomarán por animales, de modo que no hace falta tenerles miedo. Sin embargo, vuestras indiscreciones no tardarán en atraer a los depredadores y no sobreviviréis por vuestra cuenta. Sin mi protección, vuestro viaje está condenado de antemano.

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