La prueba (8 page)

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Authors: Agota Kristof

Tags: #Drama, #Belico

BOOK: La prueba
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El niño está sentado en el banco de rincón de la cocina. Lucas dice:

—Son las cinco de la mañana. ¿Por qué te levantas tan temprano?

El niño pregunta:

—¿Dónde está Yasmine?

—Se ha ido a la gran ciudad. Aquí se aburría.

Los ojos negros del niño se abren mucho.

—¿Se ha ido? ¿Sin mí?

Lucas se vuelve, enciende el fuego en la cocina. El niño pregunta:

—¿Volverá?

—No, no lo creo.

Lucas echa leche de cabra en una olla y la pone a calentar.

El niño pregunta:

—Pero, ¿por qué no me ha llevado con ella? Me había prometido que me llevaría con ella.

—Ha pensado que estarías mejor aquí conmigo y yo también lo creo.

El niño dice:

—No estoy mejor aquí contigo. Estaría mejor en cualquier sitio con ella.

—Una ciudad grande no es un sitio divertido para un niño. No hay huertos ni animales.

—Pero está mi madre.

El niño mira por la ventana. Cuando se vuelve su pequeño rostro está deformado por el dolor.

—Ella no me quiere porque soy un inválido. Por eso me ha dejado aquí.

—Eso no es verdad, Mathias. Ella te ama con todo su corazón. Lo sabes bien.

—Entonces volverá a buscarme.

El niño rechaza su taza y su plato y sale de la cocina. Lucas va a regar el huerto. El sol sale ya.

El perro duerme debajo de un árbol y el niño se acerca con un bastón en la mano. Lucas mira al niño. El niño levanta el bastón y golpea al perro. El perro huye, gimiendo. El niño mira a Lucas.

—Ya no me gustan los animales. Ni tampoco me gustan los huertos.

Con el bastón, el niño golpea las lechugas, los tomates, los calabacines, las judías, las flores. Lucas le mira sin decir nada.

El niño vuelve a la casa y se acuesta en la cama de Yasmine. Lucas se une a él y se sienta en el borde del lecho.

—¿Tan desgraciado eres al quedarte conmigo? ¿Por qué?

Los ojos del niño quedan fijos en el techo.

—Porque te odio.

—¿Me odias?

—Sí, te odio desde siempre.

—No lo sabía. ¿Puedes decirme por qué?

—Porque eres mayor y eres muy guapo, y porque yo creía que Yasmine te quería. Pero si ella se va, es que tampoco te quería a ti. Espero que seas tan desgraciado como yo.

Lucas se coge la cabeza entre las manos. El niño pregunta:

—¿Estás llorando?

—No, no estoy llorando.

—Pero estás triste a causa de Yasmine.

—No, a causa de Yasmine no. Estoy triste por ti, por tu pena.

—¿Es verdad eso? ¿Por mi culpa? Eso está bien.

Sonríe.

—Sin embargo yo no soy más que un pequeño inválido y Yasmine en cambio es muy guapa.

Después de un silencio el niño pregunta:

—¿Y tu madre dónde está?

—Está muerta.

—¿Era demasiado vieja, y por eso está muerta?

—No. Murió por culpa de la guerra. La mató un obús, a ella y al bebé que tenía que era mi hermanita.

—¿Y ahora dónde están?

—Los muertos no están en ninguna parte y están en todas.

El niño dice:

—Están en el desván. Las he visto. La cosa grande de huesos y la pequeña de huesos.

Lucas pregunta en voz baja:

—¿Has subido al desván? ¿Cómo te las has arreglado?

—He trepado. Es fácil. Ya te enseñaré cómo.

Lucas se calla. El niño dice:

—No tengas miedo, no se lo diré a nadie. No quiero que nos las quiten. Me gustan mucho.

—¿Te gustan?

—Sí. Sobre todo el bebé. Es más feo y más pequeño que yo. Y no crecerá nunca. Yo no sabía que era una niña. No se puede saber cuando estás hecho solamente de huesofs y eres una cosa de ésas.

—Esas cosas se llaman esqueletos.

—Sí. Esqueletos. Los he visto en el libro grande que está encima de todo en tu biblioteca.

Lucas y el niño están en el jardín. De la puerta del desván cae una cuerda hasta la altura exacta del brazo levantado de Lucas. Éste le dice al niño:

—Enséñame cómo subes.

El niño arrastra el banco del jardín que está situado un poco más lejos bajo la ventana de la habitación de Lucas. Se sube al banco, salta, atrapa la cuerda, para el balanceo apoyando los pies contra la pared y con la ayuda de brazos y piernas sube hasta la puerta del desván. Lucas le sigue. Se sientan en el jergón y miran los esqueletos colgados de una viga.

El niño pregunta:

—¿Y el esqueleto de tu hermano no lo has guardado?

—¿Quién te ha dicho que tenía un hermano?

—Nadie. Te he oído hablar con él. Tú le hablas, no está en ninguna parte pero está en todas partes, y por lo tanto debe de estar muerto también.

Lucas dice:

—No, no está muerto. Se fue a otro país. Ya volverá.

—Como Yasmine. Ella también volverá.

—Sí, es lo mismo para mi hermano y para tu madre.

El niño dice:

—Es la única diferencia entre los muertos y los que se van, ¿verdad? Los que no están muertos, vuelven.

Lucas dice:

—Pero, ¿cómo saber si no han muerto durante su ausencia?

—No se puede saber.

El niño se calla un momento y luego pregunta:

—¿Qué notaste cuando se fue tu hermano?

—No sabía cómo continuar viviendo sin él.

—¿Y ahora ya lo sabes?

—Sí. Desde que llegaste tú, ya lo sé.

El niño abre el baúl:

—Estos cuadernos grandes que hay dentro del baúl, ¿qué son?

Lucas cierra el baúl.

—No es nada. ¡Dios mío! Por suerte todavía no sabes leer.

El niño ríe.

—Te equivocas. Cuando está impreso sí que sé leer. Mira.

Abre el baúl y saca la vieja Biblia de la abuela. Lee algunas palabras y frases enteras.

Lucas pregunta:

—¿Dónde has aprendido a leer?

—En los libros, naturalmente. Los míos y los tuyos.

—¿Con Yasmine?

—No, solo. A Yasmine no le gusta leer. Ella ha dicho que yo no iré jamás al colegio. Pero sí que iré pronto, ¿verdad, Lucas?

Lucas dice:

—Podré enseñarte todo lo que te haga falta saber.

El niño dice:

—La escuela es obligatoria desde la edad de seis años.

—Para ti no. Podemos obtener una dispensa.

—Por culpa de mi invalidez, ¿verdad? Yo no quiero ninguna dispensa. Quiero ir a la escuela como los demás niños.

—Si quieres ir, irás. Pero, ¿por qué quieres ir?

—Porque sé que en la escuela seré el más fuerte y el más inteligente.

Lucas se ríe.

—Y el más vanidoso también, desde luego. Yo siempre he odiado la escuela. Fingí que estaba sordo para que no me obligasen a ir.

—¿Eso hiciste?

—Sí. Escucha, Mathias. Puedes subir aquí cuando quieras. Puedes entrar también en mi habitación, aunque yo no esté. Puedes leer la Biblia, el diccionario, la enciclopedia entera si quieres. Pero los cuadernos no los vas a leer nunca, hijo del diablo.

Y añade:

—Mi abuela nos llamaba así: «hijos del diablo».

—¿Quiénes eran esos hijos? ¿Tú y quién más? ¿Tú y tu hermano?

—Sí. Mi hermano y yo.

Bajan de nuevo al desván, van a la cocina. Lucas prepara la cena. El niño pregunta:

—¿Y quién lavará los platos, y limpiará y hará la colada?

—Nosotros dos. Juntos. Tú y yo.

Comen. Lucas se asoma por la ventana y vomita. Se vuelve con la cara sudorosa, pierde el conocimiento y cae en el suelo de la cocina.

El niño grita:

—¡No hagas eso! ¡Lucas, no hagas eso!

Lucas abre los ojos:

—No grites, Mathias. Ayúdame a levantarme.

El niño le tira del brazo y Lucas se agarra a la mesa. Trastabillando sale de la cocina y se sienta en el banco del jardín. El niño, de pie ante él, le contempla.

—¿Qué te pasa, Lucas? ¡Has estado muerto un momento!

—No, no, sólo he tenido un desmayo a causa del calor.

El niño pregunta:

—No importa que ella se haya ido, ¿verdad? No es tan grave, ¿a que no? No te vas a morir por eso.

Lucas no responde. El niño se sienta a sus pies, le abraza las piernas, pone su cabeza, de pelo negro y rizado, sobre las rodillas de Lucas:

—A lo mejor más adelante yo soy tu hijo.

Cuando el niño se duerme, Lucas vuelve al desván. Coge los cuadernos que están en el baúl, los envuelve en una tela de saco y se va a la ciudad.

Llama a casa de Peter.

—Me gustaría mucho que me guardases esto, Peter.

Pone el paquete encima de la mesa del salón.

Peter pregunta:

—¿Qué es?

Lucas aparta la tela.

—Unos cuadernos escolares.

Peter asiente con la cabeza.

—Es lo que me había dicho Victor. Tú escribes. Compras muchísimo papel y lápices. Desde hace años, lápices, hojas cuadriculadas, y cuadernos escolares grandes. ¿Escribes un libro?

—No, un libro no. Sólo tomo notas.

Peter sopesa los cuadernos.

—¡Notas! Media docena de cuadernos bien gordos...

—Con los años se van acumulando. Sin embargo, elimino muchas cosas. Sólo conservo lo que es absolutamente necesario.

Peter pregunta:

—¿Por qué quieres esconderlos? ¿Por la policía?

—¿La policía? ¡Vaya idea! No, es por el niño. Empieza a saber leer y lo registra todo. No quiero que lea estos cuadernos.

Peter sonríe.

—Y la madre del niño no debe leerlos tampoco, ¿verdad?

—Yasmine ya no está en mi casa. Se ha ido. Soñaba siempre con la gran ciudad. Le he dado dinero.

—¿Y te ha dejado a su hijo?

—Sí, yo quería quedarme con el niño.

Peter enciende un cigarrillo, mira a Lucas sin decir nada.

Lucas pregunta:

—¿Me puedes guardar esos cuadernos en tu casa, sí o no?

—Claro, claro que puedo.

Peter vuelve a envolver los cuadernos y se los lleva a su habitación. Cuando vuelve dice:

—Los he escondido debajo de mi cama. Les encontraré un escondite mejor mañana.

—Gracias, Peter.

Peter se ríe.

—No me des las gracias. Tus cuadernos me interesan.

—¿Tienes la intención de leerlos?

—Pues claro. Si no querías que los leyese, no tenías más que llevarlos a casa de Clara.

Lucas se levanta.

—¡No, eso no! Clara lee todo lo que se puede leer. Pero podría confiárselos a Victor.

—En ese caso, yo los leería en casa de Victor. Él no me puede negar nada. Además, se va a ir muy pronto. Quiere volver a su ciudad natal, con su hermana. Tiene la intención de vender su casa y la librería.

Lucas dice:

—Devuélveme los cuadernos. Voy a enterrarlos en algún lugar del bosque.

—Sí, entiérralos. O mejor aún: quémalos. Es la única solución para que no los pueda leer nadie.

—Debo conservarlos. Por Claus. Esos cuadernos están destinados a Claus. Sólo a él.

Peter pone la radio. Busca mucho rato antes de encontrar una música suave.

—Siéntate otra vez, Lucas, y dime quién es Claus.

—Mi hermano.

—No sabía que tuvieras un hermano. No me habías hablado nunca de él. Nadie me ha hablado de él, ni siquiera Victor, que te conoce desde la infancia.

Lucas dice:

—Mi hermano vive al otro lado de la frontera desde hace muchos años.

—¿Y cómo atravesó la frontera? Se dice que es infranqueable.

—La atravesó, eso es todo.

Después de un silencio, Peter pregunta:

—¿Y mantienes correspondencia con él?

—¿Qué entiendes por correspondencia?

—Pues lo que entiende todo el mundo por correspondencia. ¿Te escribe? ¿Le escribes tú?

—Le escribo todos los días en los cuadernos. Y ciertamente, él debe de hacer lo mismo.

—¿Pero no recibes nunca cartas de él?

—No puede enviarme cartas desde donde está.

—Llegan muchísimas cartas desde el otro lado de la frontera. ¿Tu hermano no ha escrito nunca desde su marcha? ¿No te ha enviado su dirección?

Lucas menea la cabeza y se levanta de nuevo.

—Piensas que ha muerto, ¿verdad? Pero Claus no ha muerto. Está vivo y volverá.

—Sí, Lucas. Tu hermano volverá. En cuanto a los cuadernos, habría podido prometerte que no los leería, pero no me habrías creído.

—Tienes razón, yo no te habría creído. Sabía que no podrías evitar leerlos. Lo sabía antes de venir aquí. Léelos, pues. Prefiero que seas tú antes que Clara o cualquier otro.

Peter dice:

—Una cosa más que no entiendo: tus relaciones con Clara. Ella es mucho mayor que tú.

—No importa la edad. Soy su amante. ¿Es todo lo que querías saber?

—No, no es todo. Eso ya lo sabía. Pero, ¿la quieres?

Lucas abre la puerta.

—No sé lo que significa esa palabra. Nadie lo sabe. Yo no me haría ese tipo de preguntas, Peter.

—Sin embargo, a lo largo de tu vida te harán muchas veces ese tipo de preguntas. Y quizá te veas obligado a responder.

—¿Y tú, Peter? Tú también tendrás que responder alguna vez a determinadas preguntas. Yo he asistido algunas veces a tus reuniones políticas. Haces discursos, la sala te aplaude. ¿Crees sinceramente en lo que dices?

—Estoy obligado a creer.

—Pero, en lo más profundo de ti mismo, ¿qué piensas?

—No pienso. No puedo permitirme ese lujo. Llevo el miedo en mi interior desde la infancia.

Clara está de pie ante la ventana y mira el jardín sumergido en la noche. No se vuelve cuando Lucas entra en la habitación. Dice:

—El verano es espantoso. En verano la muerte está mucho más cercana. Todo se seca, se sofoca, se inmoviliza. Hace ya cuatro años que «ellos» mataron a Thomas. En el mes de agosto, muy temprano por la mañana, al amanecer. «Ellos» le ahorcaron. Lo más inquietante es que «ellos» vuelven cada verano. Al amanecer, cuando tú vuelves a tu casa, voy a la ventana y los veo. «Ellos» vuelven, y sin embargo, no se puede matar varias veces a la misma persona.

Lucas besa a Clara en la nuca.

—¿Qué te pasa, Clara? ¿Qué tienes hoy?

—Hoy he recibido una carta. Una carta oficial. Está ahí, encima de mi escritorio, puedes leerla. En ella me anuncian la rehabilitación de Thomas, su inocencia. Yo jamás dudé de su inocencia. «Ellos» me escriben: "Su marido era inocente, le matamos por error. Matamos a muchas personas inocentes por error, pero ahora todo vuelve al orden, pedimos perdón y prometemos que no se producirán nunca más errores semejantes". «Ellos» asesinan y «ellos» rehabilitan. «Ellos» piden perdón, ¡pero Thomas está muerto! ¿Pueden acaso resucitarlo? ¿Pueden borrar la noche en que mi cabello se volvió blanco, en que me volví loca?

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