—Lo haré. —Quería preguntarle si él a su vez le diría si había confirmado o no la verdad del mensaje de Strann, pero no consiguió reunir valor para hacerlo. En lugar de eso, hizo una reverencia formal y se despidió—: Buenas noches, mi señor. —Y se preparó para el aturdidor y vertiginoso regreso al patio.
Tarod seguía mirando por la ventana cuando ella salió al pie de la escalera y, tras un instante para recobrarse, se dirigió a toda prisa hacia las puertas principales, encogida para protegerse de la nevada. Luego, sin girarse, el señor del Caos dijo en voz baja y firme:
—¿Es cierto?
—Es cierto —contestó la voz de Yandros, que surgió de la penumbra a sus espaldas. La silueta del supremo señor del Caos cobró vida, envuelta en un aura plateada que latía débilmente—. Strann tenía razón. Ygorla ha roto el nexo de Narid-na-Gost con la gema del alma y lo ha dejado sin protección alguna. —Una sonrisa se dibujó en su fina boca, dándole un aspecto lobuno—. Un hecho que él todavía ignora.
Tarod sonrió a su vez.
—Debo admitir que me sorprende su astucia. Conseguir eso sin poner sobre aviso de su maldad a su padre, o para el caso sin alertarme a mí, es impresionante.
—Oh, desde luego. En otras circunstancias podría habernos hecho mucho honor —repuso Yandros, con una voz cargada de ira—. Pero ahora debemos preguntarnos cuál será su siguiente paso.
—¿Crees que tiene algo planeado?
Yandros se encogió de hombros.
—Nada de inmediato, quizás. Hasta ahora se ha contentado con esperar. Pero en su actual estado de ánimo dudo que pase mucho tiempo antes de que Narid-na-Gost compruebe su nexo con la gema. Cuando descubra lo que ha hecho Ygorla, creo que pensará que no tiene otra opción que forzar su mano. —Sus ojos cambiaron de color rápidamente hasta adquirir un inquietante rojo púrpura—. Entonces, tal vez veamos cómo ha cambiado su lealtad, como resultado de la perfidia de su hija.
—¿Deberíamos incitarlo a que hiciera esa… comprobación?
—No. Tengo motivos para no agitar las aguas a menos que me vea obligado. Perdóname, Tarod, pero también tengo una razón para no querer explicarme todavía. Deja que Narid-na-Gost llegue por sí solo a encararse con la perdición. Ocurrirá pronto, sin necesidad de que intervengamos. —Su dorado cabello se agitó al aumentar momentáneamente el brillo de su aura antes de que su imagen comenzara a desaparecer—. Sólo espero que, cuando eso ocurra, no sea antes de tiempo…
A Calvi no le apetecía asistir al concierto de aquella noche y se quedó en los aposentos que compartía permanentemente con Ygorla, atiborrándose con una bandeja de dulces y una gran jarra de vino. Aburrido, aunque sintiéndose demasiado lánguido para interesarse por nada, pasó la hora en que su amante estuvo ausente tumbado en la gran cama, entregado a pensamientos placenteros y volubles. En semejante estado, era inevitable que quedara adormecido, y, mientras dormía, soñó.
Sólo un adepto experto o alguien con poderes extrasensoriales innatos habría encontrado algo extraño en las leves perturbaciones que se produjeron en la calma de la habitación mientras Calvi dormía. Un ligero movimiento en los cortinajes de la cama, aunque no había corriente. Un inesperado siseo del fuego casi apagado, acompañado por una pequeña lluvia de chispas. El sonido apagado y apenas audible del vino salpicando en la jarra, como si una mano invisible la hubiera movido o agitado. Calvi musitó algo, al tiempo que abría y cerraba una mano. Luego se rió en sueños, una risa de júbilo, aunque no del todo agradable. Los sueños huyeron. Unos minutos después, se movió, abrió los ojos y parpadeó, medio aturdido, a la luz de las velas. Los cortinajes de la cama estaban inmóviles, el fuego tranquilo. Calvi bostezó y se sirvió otra copa de vino.
Acabado su trabajo por el momento, sin que su presencia hubiera sido descubierta, los elementales desaparecieron de la escena. Y, a solas en sus austeros aposentos del ala este, Ailind asintió en silencio, satisfecho…
C
on alivio, Karuth atravesó a toda prisa la puerta principal del Castillo, dejando atrás la nieve; se paró para sacudir los pies y quitarse del pelo los copos que ya se fundían, antes de dirigirse hacia la escalera principal y a su cuarto. Estaba en mitad de la escalera cuando se encontró con Shaill, que bajaba. Los ojos de la Matriarca brillaron intensamente al verla, y con rapidez se llevó a Karuth a un lado, al abrigo de las sombras de la balaustrada.
—Querida, cuánto me alegro de haberte encontrado. —Miró en ambas direcciones, asegurándose de que nadie pudiera oírlas—. Habrá una reunión más tarde, esta noche, cuando el resto del Castillo duerma. Seremos unos pocos, y me gustaría mucho que asistieras.
Sorprendida, Karuth dejó de lado sus preocupaciones acerca del mensaje de Strann y la reacción de Tarad.
—¿Una reunión?
—Sí. Tiene que ver con Calvi; de ahí el secreto. Evidentemente, no queremos que ni él ni la usurpadora se enteren. Nos reuniremos en la biblioteca, cuando salga la segunda luna. Creemos que es lugar más seguro que los aposentos de cualquiera de nosotros; la usurpadora nunca va por allí, y, si se enterara de algo, creo que es el último lugar donde nos buscaría. ¿Podemos contar con que vendrás?
Karuth sabía que varias reuniones como aquélla ya habían tenido lugar recientemente; reuniones pequeñas, clandestinas, para discutir los problemas del Círculo y buscar soluciones. Sin embargo, era la primera vez que se le pedía que participara, y el hecho de que se la invitara ahora, después de una omisión tan prolongada y evidente, despertó su curiosidad. Podía implicar, pensó, que la actitud del Círculo de adeptos acerca de la lealtad al Caos estuviera cambiando.
—Sí —contestó. Se preguntó quién más estaría presente, pero decidió no preguntárselo a Shaill, no fuera a pensar que recelaba. Pronto lo descubriría, de todos modos—. Sí, Shaill. Allí estaré.
La salida de la segunda luna era tarde aquella noche, pero Karuth no temía quedarse dormida y perder la cita. Desde la llegada de la usurpadora y su separación obligada de Strann, le costaba mucho dormir más de una o dos horas seguidas, y aquella noche no era ninguna excepción. Se quedó adormilada un par de veces mientras leía sentada junto al fuego, pero nunca más de unos minutos y, cuando por fin la segunda luna apareció por encima de la negra muralla del Castillo, estaba bien despierta y mentalmente dispuesta.
Los pasillos se hallaban vacíos y a oscuras, y sintió alivio al ver que las nubes de nieve se habían alejado hacia el sur, dejando un cielo despejado que le permitía abrirse camino por los pasillos silenciosos a la luz de la luna. Al llegar al patio, se aseguró con cuidado de que no hubiera nadie fuera antes de pasar corriendo por la senda pisoteada bajo la columnata, en dirección a la puerta de la biblioteca.
La escalera de caracol estaba débilmente iluminada desde abajo, y, cuando entró en la biblioteca, Karuth vio que sus compañeros de conspiración ya estaban allí y la esperaban. Eran cuatro: Shaill, la hermana Alyssi, que era una de sus superioras y confidente íntima, Sen Briaray Olvit… y Tirand. Karuth se sorprendió al ver a su hermano. Sabía lo contrario que había sido hasta el momento a emprender cualquier acción contra el embrujo de Calvi y le costaba creer que Shaill hubiera conseguido reclutarlo para su causa. Igualmente difícil le resultaba creer que hubiera consentido en que su hermana fuera invitada, porque, aunque recientemente habían mejorado sus relaciones y la vieja pelea mostraba signos de comenzar a curarse, Karuth dudaba todavía que Tirand estuviera dispuesto a confiar en ella. Entonces la mirada de preocupada sorpresa de su hermano le dijo que él, a su vez, no esperaba encontrarla allí aquella noche, y se dio cuenta de pronto que aquello era obra de la Matriarca. Shaül había montado aquel encuentro por algún motivo inescrutable, y Karuth se volvió hacia ella, con ojos acusadores. Shaül se limitó a sonreír enigmáticamente y dio unas palmaditas en la silla vacía que tenía a su lado.
—Querida, ven y siéntate —le indicó. Estaban todos sentados alrededor de una de las mesas de la biblioteca, con dos linternas dispuestas entre ellos—. Ya estamos todos, de manera que comencemos sin más dilación. Alyssi, si eres tan amable de cerrar la puerta… Puede que sea una precaución innecesaria, pero nunca se sabe. —Se frotó las manos por encima de una de las linternas, intentando calentarlas. Hacía mucho frío en la biblioteca, y Karuth se felicitó por haber tenido la precaución de llevar su abrigo más grueso.
—Veamos —la Matriarca asintió satisfecha a Alyssi cuando ésta volvió y ocupó su sitio—, ante todo quiero daros las gracias a todos por haber dejado vuestros cálidos lechos. Lamento haber convocado esta reunión a una hora tan intempestiva y en un lugar tan incómodo; pero, como estoy segura de que todos sabréis, es esencial que ciertas personas no sospechen nada extraño. —Hizo una pausa antes de continuar—: Y supongo que es mejor que sea sincera con vosotros y que añada que al decir «ciertas personas» no me refiero únicamente a la usurpadora y a Calvi.
Sen frunció el entrecejo.
—Me pierdo, Shaill. ¿Quieres decir que hay otras personas en el Castillo que han caído bajo la influencia de Ygorla?
—No, no estoy diciendo eso, Sen. Quiero decir, sencillamente, que no quiero que nuestro señor Ailind sepa de esta discusión.
Hubo un tenso silencio. Todos, excepto la Matriarca, miraron a Tirand, esperando que reaccionara. Pero Tirand no reaccionó. Se limitó a seguir sentado, con los codos apoyados en las rodillas, contemplándose con firmeza las manos entrelazadas.
Por fin Sen dijo en voz baja:
—¿Por qué, Shaill? ¿Por qué no quieres que se entere nuestro señor Ailind?
La Matriarca le devolvió la mirada.
—Porque a pesar mío he llegado a la conclusión de que, al menos en este asunto, sus intereses y los nuestros no coinciden. —Hizo un gesto en dirección al Sumo Iniciado—. He hablado con Tirand de esto y le he explicado los motivos de mi opinión. No está del todo de acuerdo conmigo, pero… Bueno, Tirand, quizá sería mejor que lo dijeras con tus palabras.
Tirand adivinó lo que pensaban los demás y decidió ahorrarles la incomodidad de tener que expresarlo en voz alta.
—Sé que todos conocéis mi lealtad a nuestro señor Ailind —dijo—, y por ello no me cabe duda de que os estáis preguntando si Shaill hace bien en hablar con tanta franqueza en mi presencia. Así que, antes de que prosiga, diré que le he dado mi promesa de que ni una palabra de lo que se diga aquí esta noche saldrá de esta habitación.
Viendo el intenso rubor en las mejillas de Sen y de Karuth y la manera en que Alyssi bajaba la vista, supo que su sospecha había sido acertada, y se permitió una irónica sonrisa.
—Éste no es el momento adecuado para discutir el bien y el mal de este asunto. Os diré lo que ya le he dicho a Shaill: que he suplicado tres veces a nuestro señor Ailind para que ayude a Calvi, y que cada vez se ha negado.
—¿Por qué? —preguntó Sen.
Hubo una pausa.
—No me dio razón alguna, pese a que se lo pregunté. En lugar de eso —Tirand se encogió de hombros y pareció necesitar hacer acopio de valor antes de terminar la frase—… se limitó a decir que no es propio que los mortales cuestionen las decisiones de los dioses. Y… yo ya no puedo seguir aparentando que me satisface ese estado de cosas.
Karuth giró la cabeza, de manera que su cabellera ocultara la expresión de su rostro. ¿Cuántas veces había escuchado, al igual sin duda que los demás, palabras parecidas salir de los labios de Ailind? Aquella actitud altiva había estado en el origen de sus primeros choques con el señor del Orden, y lo mismo empezaba a ocurrirles a un número cada vez mayor de adeptos, entre ellos Sen. Pero que Tirand reconociese abiertamente que él también comenzaba a albergar dudas era algo completamente distinto. Desde el inicio de todo aquel feo asunto había apoyado firmemente la causa del Orden y los métodos del Orden, hasta el punto de caer en la tozudez. ¿Había obrado Shaill un milagro de persuasión, o es que otra cosa había provocado aquel extraordinario, aunque todavía inseguro, cambio de ánimo?
Miró a su hermano de reojo, y de pronto encontró la respuesta. No era Shaill la causa, aunque tal vez había avivado un sentimiento que ya empezaba a nacer. La causa era Calvi. Tirand había sido siempre una persona de fuertes lealtades, y durante años no sólo había sentido un profundo cariño por Calvi sino también una cierta responsabilidad, más desde la horrible muerte de su hermano, Blis. Ahora Calvi estaba en peligro, y por primera vez Tirand se encontraba con su lealtad dividida. A un lado estaba Ailind, uno de los siete dioses a cuyo incuestionable servicio se había entregado; pero en el otro lado estaba la dura realidad de un amigo en apuros. Colocado en una situación en la que no podía seguir apoyando una causa sin renunciar a la otra, la conciencia de Tirand —y su carácter esencial— lo había obligado a tomar una decisión clara.
Tirand tomó de nuevo la palabra, y Karuth advirtió que no le resultaba fácil. Un cambio de opinión tan drástico no era algo que se reconociera así como así, y notó que en su interior se debatía todavía ante lo que debía parecerle una traición a su juramento al Orden.
—El hecho —explicó— es que no puedo aceptar la insistencia de nuestro señor Ailind de que deberíamos abandonar a Calvi a su suerte. Debemos intentar hacer algo; y, si los dioses no están dispuestos a ayudarnos, entonces debemos intentarlo solos. —Se echó hacia atrás, con una expresión como a la defensiva, pero que también mostraba un atisbo de alivio al haber dicho lo que pensaba. Su mirada se encontró con la de Karuth. Ella sonrió un tanto insegura, y él le devolvió la sonrisa aunque con cierta ironía.
Sen se aclaró la garganta.
—Comparto totalmente esa opinión —dijo—, y ello nos lleva al motivo de esta reunión. Sabemos demasiado bien a qué clase de criatura nos enfrentamos en cualquier trato que tengamos con la usurpadora. Sólo con nuestros poderes contra los de ella, ¿qué podemos hacer para liberar a Calvi de la trampa en que ella lo ha envuelto? —Miró a los demás uno por uno—. Sinceramente admito que no sé si es posible. De hecho no parece que Calvi sea su prisionero en contra de su voluntad; más bien todo lo contrario.
—Eso es cierto, Sen —apuntó Tirand—, pero olvidas algo. Calvi, el verdadero Calvi, es tan cómplice voluntario de Ygorla como tú o como cualquiera de los que estamos en esta sala. Está embrujado. Si se rompiera el sortilegio, la cosa sería muy diferente.