Aeoris guardó silencio. Luego su severa boca se torció en una sonrisa irónica y sin humor.
—Supongo que debo rendir homenaje a tu ingenio, Yandros —reconoció; alzó la cabeza, y barrió el Salón de Mármol con una mirada altanera que acabó posándose con cierto veneno en Tirand. El Sumo Iniciado desvió rápidamente la mirada, y Aeoris prosiguió—: Por una vez estoy de acuerdo contigo: nada más tenemos que decirnos. Nos despediremos, al menos por ahora. Pero habrá otras ocasiones y otros medios… ¡Y hay algunos mortales que harán bien en tener en cuenta el hecho de que sus dioses tienen buena memoria! —Su mirada se posó otra vez en Yandros—. Volveremos a encontrarnos pronto, Caos. ¡Esperaré ansiosamente ese día!
Hizo un brusco gesto a Ailind para que acudiera a su lado, y ambos se dirigieron a la Puerta del Caos y atravesaron el portal. La luz parpadeó más allá de la Puerta, como un lejano relámpago de verano; se escuchó un sonido dulce y tintineante, casi demasiado alto para que lo escucharan oídos humanos, que llenó el Salón de Mármol brevemente, y los dos señores del Orden desaparecieron.
Reinó el silencio. Yandros, Tarod y Cyllan permanecían juntos, observando la Puerta. Yandros sonreía, aunque la sonrisa era triste y conmovedora. Tarod apoyaba una mano en el hombro de Cyllan; sus ojos ardían como brasas. Y a cierta distancia, olvidado y abandonado y ya parte de un pasado que parecía perderse en las neblinosas imaginaciones de una pesadilla, yacía el cuerpo de Calvi Alacar, primero Alto Margrave y luego Emperador Designado, pero ahora nada más que un cuerpo sin vida, quieto y silencioso en medio de los restos de la estatua destrozada.
Karuth sintió que una mano cogía la suya y la apretaba, y, como en un sueño, giró la cabeza. Strann estaba junto a ella, y Tirand tras él. Tenían miradas de obsesos y los rostros muy pálidos. Parecían haber vivido cinco crueles vidas en el espacio de poco más de una hora, y, aunque el pensamiento era horriblemente incongruente, Karuth dio las gracias por no tener un espejo en el que ver su propio rostro.
De repente, Strann se llevó la mano libre a la boca en el momento en que la tensión, como una cuerda demasiado tensa, saltó. Miró a Karuth, una mirada que contenía todo lo que nunca sabría si sería capaz de expresar: su amor y su miedo, los horrores e inseguridades de los meses pasados… y, por encima de todo, una sensación de aturdido e incrédulo alivio.
—Oh, dioses… —Su susurro irreverente pareció llenar el Salón de Mármol—. Creo que necesito sentarme.
S
trann se asomó a la ventana al ver las primeras luces del amanecer que iluminaban el cielo y pensó:
Esta noche los supremos dioses estuvieron entre nosotros. Quizás algún día en el futuro lograré convencerme de que todo esto ocurrió tal y como lo recuerdo. O quizá nunca acabaré de creerlo
.
Lo sucedido tras la partida de Aeoris y Ailind lo había hecho volver a la realidad de manera tan brusca que, cuando lo recordaba, casi le daban ganas de reír, aunque la risa hubiera estado muy cerca de una crisis nerviosa. Todo había parecido tan normal… El estudio del Sumo Iniciado, cálidamente iluminado con lámparas y con el fuego todavía encendido… Tirand había puesto vino en una vasija de barro y, tras añadir especias, lo colocó en la chimenea para que se calentara, y los dioses bebieron la mezcla calentada con especias por el Sumo Iniciado como si fueran tan humanos como cualquier adepto del Círculo. Pero Strann sabía que Yandros había tenido algo que ver con ello. Había hecho algo a sus mentes, algo que hizo que los horrores que habían presenciado se desvanecieran como humo llevado por el viento y que los dejó en un estado de tranquila aceptación. La reacción podría llegar más tarde, pero al menos tendrían algún respiro, y Strann se sentía profundamente agradecido por eso.
Como dijo Yandros, no fue necesario despertar a los habitantes del Castillo. Lo que había que decir, podía ser dicho sin otros testigos, y lo ocurrido podría ser revelado en un momento más adecuado. Sólo quedaba por resolver un pequeño asunto… y Strann recordó con un intenso escalofrío la expresión de los ojos de color ámbar de Cyllan, cuando ésta se había vuelto hacia su señor supremo y, tranquila pero enfáticamente, le había pedido que dejara ese asunto en sus manos. Cyllan… Ahora no debía pensar en ella de manera tan irrespetuosa, se recordó Strann. Ya no era sencillamente una remota figura de la historia, celebrada tan sólo en una epopeya musical. Nuestra señora Cyllan; igual que nuestro señor Yandros y nuestro señor Tarod; una de ellos, y un dios —una diosa— del Caos de pleno derecho. Aquella noche había hecho el trabajo de una diosa. Él había oído el único grito devastador que resonó procedente de la torre sur, y para distraerse de lo que su imaginación intentaba evocar, se había concentrado en maravillarse ante el hecho de que aquel grito no despertara a los muertos, por no mencionar a todo el Castillo. No hubo piedad para Narid-na-Gost, no en las manos de Cyllan. ¿Se habría reunido el demonio con su hija en los Siete Infiernos?, se preguntaba Strann. ¿O, sencillamente, ambos habían dejado de existir? No conocía la respuesta y deseaba con fervor no saberlo nunca. Era asunto de los dioses, y ya había tenido bastante con sus asuntos.
Pero, terminado aquel disgusto, y con Cyllan de vuelta en el estudio iluminado por lámparas, se habían dicho muchas cosas. Un rubor frío y acalorado a la vez inundó a Strann al recordar cómo Karuth y él habían estado ante Yandros, y las palabras que el gran dios les había dirigido.
—Strann
Narrador de Historias
… —Hacía tanto tiempo que nadie usaba el viejo epíteto que, a pesar suyo, Strann encontró el valor para alzar la vista sorprendido. Los inhumanos ojos de Yandros se mostraban reposados, sus colores de arco iris apagados, y Strann tuvo la sensación de que el dios se reía de él, aunque no de manera cruel—. Eres un extraño campeón, pero has demostrado ser muy valioso. Te doy las gracias. Y no olvidaré ni tu valentía ni tu lealtad.
Strann enrojeció hasta las raíces de los cabellos y musitó un rechazo balbuceante. La mirada de Yandros se fijó en Karuth.
—Nunca cambiará —comentó, y un destello de humor negro apareció en las comisuras de sus labios—. Quizá tú consigas que reconozca unas cuantas verdades acerca de sí mismo, Karuth… aunque, si lo haces, ¡habrás conseguido más de lo que fuimos capaces Tarod y yo!
—Mi señor… —Karuth bajó la mirada, pero Strann pudo ver el placer que bañaba su rostro. Entonces Yandros alzó la mirada y se fijó en Tirand, que se encontraba al otro lado de la habitación, junto a la chimenea. El Sumo Iniciado tenía una expresión desolada. Apenas había pronunciado palabra desde su regreso del Salón de Mármol, y ahora, al sostener la mirada de Yandros, no pudo evitar acobardarse.
—Tirand… —La inesperada compasión que mostraba la voz del señor del Caos sorprendió a Strann y cogió totalmente desprevenido a Tirand—. No te mantengas apartado, Sumo Iniciado. Tenemos una deuda contigo; aunque sospecho que podrías estar incluso menos dispuesto que Strann a aceptar el elogio. —Su expresión de humor se tornó ligeramente malévola al añadir—: ¿Es una traición tan grande a tus principios el aceptar el agradecimiento del Caos?
El rostro de Tirand se puso escarlata y movió de manera espasmódica la mandíbula antes de conseguir proferir una respuesta.
—Señor Yandros, yo…, yo… —no pudo acabar.
—Tú actuaste siguiendo los dictados de tu conciencia. ¿Qué hay de malo en ello, Tirand? Para nosotros es sencillamente una suerte que tu conciencia demostrara ser más fuerte que la educación que tus predecesores te habían imbuido.
Si el estímulo fue deliberado o no, sólo Yandros lo sabría, pero Tirand alzó la cabeza repentinamente.
—Nunca he estado en contra de los principios del Equilibrio, mi señor Yandros.
—No, no lo has estado —corroboró Yandros, y luego se rió con suavidad—. Aunque imagino que hubo ocasiones en que te viste tentado…
Los recuerdos de pasadas entrevistas con Ailind en aquella misma habitación llenaron la mente del Sumo Iniciado.
—Yo… Sí, es cierto. Pero…
—Pero al final decidió escuchar a su mente y a su corazón —interrumpió Tarod, alzándose de la silla que había ocupado cerca de la puerta—. No lo atormentes más, Yandros. Todos han sufrido ya bastante. Esta noche —prosiguió, volviéndose hacia el Sumo Iniciado—, Yandros y yo perdimos a un hermano, Tirand; y, pase lo que pase, la cicatriz nunca cerrará del todo. Pero tú ayudaste a evitar que perdiéramos más que eso. —Miró a Cyllan, que había permanecido sentada y en silencio, junto a él, desde que había regresado de la torre sur—. He hecho unas cuantas comparaciones desfavorables en el pasado. Pero hay algo en él que me recuerda a Keridil.
Los ojos de color ámbar de Cyllan lanzaron un pequeño destello, casi feroz, pensó Strann.
—Hay diferencias, pero no son necesariamente en descrédito de Tirand.
Al escuchar aquella observación, el Sumo Iniciado había desviado rápidamente la vista, recordó Strann; y recordó también que de niño, Tirand había conocido a Keridil Toln, su ilustre antecesor y el artífice —aunque a su pesar— de los cambios que devolvieron el Caos al mundo. Strann tuvo la sospecha de que Cyllan le dedicaba un cumplido a Tirand que éste no se sentía capaz de aceptar totalmente.
—Bien —dijo Yandros—. ¿Y ahora qué, Sumo Iniciado?
Tirand le dirigió una mirada inquieta.
—¿Ahora, mi señor…?
—Sí. Creo que tienes que tomar algunas decisiones. —El señor del Caos no pudo evitar otro toque de malicia. Podía ser que Tirand se hubiera absuelto ante los ojos del Caos, pero Yandros no iba a permitirle que pensara que el pasado quedaba totalmente olvidado—. Acerca de las lealtades del Círculo en general, y de las tuyas en particular.
Tirand se pasó la lengua por los labios resecos, y alargó una mano hacia la copa de vino que no había tocado, pero lo pensó mejor.
—¿Queréis decir, mi señor, que —eligió cuidadosamente sus palabras—… que se ha terminado el Equilibrio?
Yandros pareció sorprenderse.
—¡Oh, no! —exclamó; cogió su copa, la hizo girar y soltó una breve risa—. Aprendí hace mucho tiempo que la vida sin una cierta cantidad de conflicto carece de sabor y de acicate, y no tengo la intención de desear una existencia tan aburrida a los mortales. Tienes toda la libertad que desees para decidir tu lealtad, Tirand, aunque creo que te resultará más difícil de lo que crees recuperar el favor de Aeoris. Como él mismo dice, tiene muy buena memoria.
Karuth alzó la cabeza rápidamente.
—¿No irá a hacer algo para perjudicar a Tirand?
—No, no. El juramento que lo obligué a proferir hace cien años, no interferir en los asuntos humanos a menos que fuera llamado, sigue en pie, lo mismo que para nosotros. —Sus ojos adquirieron un tono verde anacarado y brillaron con malicia—. Como siempre fue.
Tirand bajó la cabeza.
—Reconozco mi error, mi señor Yandros.
—Ya sé que lo reconoces. Y lo repararás cuando dirijas a tus adeptos en un ritual que deshaga el anatema pronunciado contra nosotros, y les devuelvas la libertad de elección. —Hizo un gesto negligente y añadió—: No es necesario, claro está. Pero me satisfará ver que se cumplen las formalidades.
Tirand asintió en señal de conformidad. El tono de voz de Yandros había sido normal, casi amable, pero el Sumo Iniciado supo captar la advertencia que contenía.
—Reconstruiremos la estatua —dijo Karuth, ansiosa por complacer al supremo señor—. Llamaremos a los mejores escultores del mundo para que rehagan la escultura… —Vaciló y su mirada se desvió insegura hacia su izquierda—. Eso si…, si nuestra dama Cyllan da su consentimiento.
Cyllan le devolvió la mirada, y una sonrisa le iluminó el rostro, como si aquella idea no se le hubiera ocurrido hasta aquel momento.
—Consiento satisfecha, Karuth —repuso con su voz ronca—. Y te doy las gracias por el cumplido.
Yandros bebió un sorbo de vino.
—Es una buena idea, Karuth, pero sospecho que tendréis asuntos más urgentes de los que ocuparos durante algún tiempo. La usurpadora causó grandes estragos en las provincias, y restaurar las tierras echadas a perder, y las vidas, para no mencionar la moral, debe ser, creo, vuestra principal preocupación. No será una tarea fácil —añadió mirando a Tirand—, y mucha gente acudirá al Sumo Iniciado en busca de inspiración y consejo.
Tirand hizo ademán de contestar, pero luego cambió de opinión y se quedó con la mirada fija en el suelo.
—¿Nos ayudaréis, mi señor Yandros? —preguntó Karuth.
—No, no lo haré —repuso el señor del Caos; vio la sorpresa y el disgusto en los ojos de Karuth, y prosiguió antes de que ella pudiera decir nada—. Sólo teníamos una preocupación, y sólo una, cuando vinimos a vuestro mundo, Karuth: derrotar y destruir a la usurpadora. Ahora que eso se ha conseguido, nuestra participación ha terminado. —Hizo una mueca y agregó—: Si os ayudáramos a restaurar lo que habéis perdido, Aeoris se consideraría justificado para participar. ¿Deseas eso?
—No —respondió Karuth, desviando la mirada—. Pero quizás otros sí. Y si, como decís, cada uno puede elegir su lealtad…
—¡Entonces, mi querida Karuth, os veríais atrapados por segunda vez entre dos poderes opuestos que estarían demasiado ocupados en sus propios conflictos para preocuparse por la suerte de los humanos! A pesar de las lealtades, ¡estoy seguro de que estarás de acuerdo en que ningún mortal en su sano juicio desearía que eso volviera a sucederle al mundo! —A Karuth se le ruborizaron las mejillas de vergüenza y también porque se sintió estúpida, y Yandros se apiadó de ella—. Vuestro mundo no debería ser el campo de batalla de los dioses, Karuth. Nosotros y los señores del Orden tenemos otras maneras mejores de perpetuar nuestra guerra eterna. Es mucho mejor para vosotros, y para nosotros, que se os deje solos para que resolváis vuestros problemas con vuestro ingenio y vuestras capacidades. —De pronto sonrió—. Aunque espero que nunca olvidéis que seguiremos vuestros esfuerzos con gran interés. Y si surgiera alguna vez otra Ygorla…
—¡Que los dioses lo impidan! —exclamó Strann sin poder contenerse. Tarod se rió y Yandros lanzó una penetrante mirada al bardo.
—Strann, posees el extraordinario talento de expresar un punto interesante en un momento inoportuno —dijo con sequedad—. Nosotros no impedimos nada. Ése es todo el sentido del Equilibrio, aunque empiezo a desesperar de que los mortales comprendan alguna vez verdaderamente la idea. Así que, como iba diciendo, si alguna vez otra Ygorla intenta hacerse con el poder en este dominio, espero que el Círculo considere su posición con un poco más de cuidado antes de decidir si es el Caos o el Orden el que está mejor preparado para tratar el asunto. ¿No estás de acuerdo, Tirand?