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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (21 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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Chimps vestidos con pantalón corto, sandalias y las inefables bandoleras de herramientas, se movían de acá para allá cumpliendo importantes misiones. Unos pocos miraban a Athaclena cuando ésta se aproximaba, pero no se detuvieron para hablarle. De hecho, ella oyó muy pocas palabras.

Caminando con cautela sobre el oscuro polvo, llegaron al centro del campamento. Allí, por fin, ella y su guía encontraron humanos. Estaban tumbados sobre los escalones del edificio principal: un masc y una fem. La cabeza del masc era por completo calva y en sus ojos había indicios de doblamiento epicántico.
[2]
Apenas parecía consciente.

El otro humano era una hembra alta y con el pelo muy oscuro. Tenía la piel muy negra, de un tono intenso y brillante que Athaclena nunca había visto con anterioridad. A lo mejor era uno de esos raros humanos pura sangre que aún conservaban las características de sus «razas antiguas». En contraste, el color de la piel de los chimps que estaban junto a ella era rosa pálido bajo su irregular cobertura de pelo marrón.

Con la ayuda de dos chimps de aspecto adulto, la mujer negra se las arregló para apoyarse sobre un codo cuando Athaclena se aproximó. Benjamín se adelantó para hacer las presentaciones.

—Doctora Kata, doctor Schultz, doctor M'Bzwelli, chimp Frederick, todos del clan Lobezno Terrestre: les presento a la respetable Athaclena, una
tymbrimi
elevada por los ab
-caltmour
, los ab-
brma
, los ab
-krallnith
y tutora de los
tytlal
.

Athaclena miró a Benjamín, sorprendida de que supiera los títulos honoríficos de su especie.

—Doctor Schultz —dijo Athaclena inclinando la cabeza ante el chimp de la izquierda. Ante la mujer se inclinó un poco más—. Doctora Taka. —Con una última inclinación de cabeza saludó al otro humano y al chimp—. Doctor M'Bzwelli y chimp Frederick. Por favor acepten mis condolencias por la crueldad que se ha cernido sobre sus instalaciones y su mundo.

Los chimps le hicieron una profunda reverencia y la mujer también lo intentó sin éxito debido a su debilidad.

—Agradecemos sus sentimientos —respondió la doctora con esfuerzo—. Nosotros, como terrestres, saldremos adelante, estoy segura de ello. Pero tengo que admitir que estoy un poco sorprendida de ver aparecer a la hija del embajador
tymbrimi
como caída del cielo.

Apuesto a que sí
, pensó Athaclena en ánglico, disfrutando por una vez del sabor del sarcasmo al estilo humano.
Mi presencia aquí es casi un desastre tan grande para sus planes como los gubru con su gas.

—Tengo un amigo que está herido —dijo Athaclena con voz segura—. Hace un rato que tres de sus neochimpancés fueron a buscarlo. ¿No han sabido nada de ellos?

—Sí, sí —asintió la mujer—. Nos han mandado una modulación por impulsos hace unos instantes. Robert Oneagle está consciente y en estado estacionario. Hemos mandado a otro grupo en búsqueda de un astronauta caído. Se reunirá con ellos de inmediato y van dotados de un completo equipo médico.

—Bien. Muy bien. —Athaclena sintió que su tensa preocupación se aflojaba en el rincón de la mente en que la había guardado—. Ahora pasaré a otros asuntos —su corona se extendió con la formación de
kuouwassooe
, el glifo de denuncia, aunque sabía que aquella gente apenas podría captar su significado, si es que llegaban a captar el glifo—.

»Primero, como miembro de una raza que ha sido aliada de la vuestra desde que los lobeznos irrumpisteis tan ruidosamente en las Cinco Galaxias, ofrezco mi ayuda durante esta emergencia. Haré todo lo que pueda como miembro de un clan tutor, pidiendo sólo a cambio que hagan todo lo posible para que pueda comunicarme con mi padre.

—De acuerdo —asintió la doctora Taka—. Y le damos las gracias.

—Segundo —Athaclena se adelantó un paso—: debo expresar mi consternación al descubrir la función de este centro. He visto que están implicados en actividades de Elevación prohibidas sobre… sobre especies en barbecho. Los cuatro directores se miraron entre sí. Athaclena había aprendido ya a leer las expresiones humanas lo bastante para advertir su triste resignación.

—Además —prosiguió—, he de resaltar que tienen ustedes el mal gusto de cometer este delito en el planeta Garth, una trágica víctima de los pasados abusos ecológicos…

—¡Un momento! —protestó el chimp Frederick—. ¿Cómo puede comparar lo que estamos haciendo con el holocausto de los
burur…?

—¡Cállate, Fred! —intervino el otro chimp, el doctor Schultz.

Frederick parpadeó. Advirtiendo que era demasiado tarde para corregir la frase interrumpida, murmuró:

—… los únicos planetas que les han permitido colonizar a los terrestres han sido siempre lugares destrozados por los ETs…

El otro humano, el doctor M'Bzwelli, empezó a toser. Frederick se calló y miró hacia otro lado.

—Nos ha puesto entre la espada y la pared, señorita —dijo el humano masc mirando a Athaclena—. ¿Podemos rogarle que nos permita explicarnos antes de presentar sus cargos? No somos… no somos representantes de nuestro gobierno, ¿comprende? Somos… delincuentes privados.

Athaclena sintió una especie de divertido alivio. Esas aburridas y viejas películas terrestres de la época previa al Contacto, en especial las de policías y ladrones tan apreciadas por los
tymbrimi
, siempre parecían girar en torno a viejos transgresores de la ley que intentaban «silenciar al testigo». Una parte de ella se preguntó cuan atávicas eran en realidad aquellas gentes.

—Muy bien, entonces —asintió Athaclena, suspirando hondo—. Podemos dejar de lado esta cuestión durante la emergencia presente. Por favor, díganme cómo está la situación aquí. ¿Qué intenta conseguir con ese gas el enemigo?

—Debilita a todo humano que lo respira —respondió la doctora Taka—. Hace una hora hubo un comunicado. El invasor anunció que los humanos afectados deberían recibir el antídoto en el transcurso de una semana o de lo contrario morirían. Y como es natural, ofrecen el antídoto sólo en las zonas urbanas.

—Un antídoto toma-rehenes —susurró Athaclena—. Quieren a todos los humanos del planeta como garantía.

—Exacto. Debemos ponernos en sus manos o morir al cabo de seis días.

La corona de Athaclena se encendió de ira. El gas como maniobra para tomar rehenes era un arma irresponsable aunque fuera legal usarla en algunos tipos de guerra limitados.

—¿Y qué les ocurrirá a vuestros pupilos? —Los neo-chimps existían desde hacía sólo pocos siglos y no se los podía dejar sin vigilancia en las selvas.

—La mayoría de chimps no parecen afectados por el gas —respondió la doctora Taka con una mueca, mostrando evidente preocupación—. Pero tienen muy pocos jefes naturales, como Benjamín o el doctor Schultz, aquí presentes.

—No hay por qué preocuparse, Susan. —Los ojos de simio del doctor Schultz se posaron en su amiga humana—. Como tú has dicho, saldremos adelante —y dirigiéndose a Athaclena añadió—: vamos a evacuar por fases a los humanos. Esta noche empezaremos con los ancianos y los niños. Y mientras, destruiremos este recinto para que no queden señales de lo que ha estado ocurriendo aquí. Viendo que Athaclena iba a hacerle una objeción, el chimp levantó la mano y dijo:

—Sí, señorita. Pero primero le proporcionaremos una cámara y unos ayudantes para que usted pueda recoger sus pruebas. Ni siquiera se nos ha pasado por la cabeza impedir que cumpla usted su deber.

Athaclena notó la amargura del chimp genetista, pero no sentía simpatía hacia él, sobre todo si imaginaba lo que diría su padre cuando se enterase de todo esto. Uthacalthing apreciaba a los terrestres. Esta irresponsable delincuencia iba a herirlo profundamente.

—No tiene ningún sentido ofrecer a los
gubru
una justificación a su agresión —añadió la doctora Taka—. El asunto de los gorilas puede ser presentado ante el Gran Concejo
tymbrimi
, si así lo desea. Nuestros aliados decidirán qué hacer a partir de ese punto: si formular acusaciones formales o dejar que sea nuestro propio gobierno quien nos castigue.

Athaclena lo encontró lógico.

—De acuerdo, entonces. Traedme las cámaras y yo registraré este lamentable suceso.

Capítulo
20
GALÁCTICOS

Al almirante de la flota, el Suzerano de Garra y Rayo, la discusión le parecía estúpida. Pero entre civiles las cosas eran siempre así. El clero y los burócratas siempre discutían. ¡Eran los guerreros quienes creían en la acción!

Y, sin embargo, el almirante tenía que admitir que era emocionante participar en su primer debate político auténtico como componente de la terna. Ésa era tradicionalmente la manera de alcanzar la verdad entre los
gubru
, mediante la tensión y el desacuerdo, la danza y la persuasión, hasta que por fin se lograba un nuevo consenso.

Y eventualmente…

El Suzerano de Garra y Rayo dejó de lado ese pensamiento. Era demasiado pronto para empezar a meditar en la Muda. Habría muchas más discusiones, muchos choques y maniobras para conseguir la percha más alta antes de que llegara ese día.

En cuanto al primer debate, el almirante estaba encantado de encontrarse en posición de árbitro entre sus dos pendencieros semejantes. Una buena manera de empezar.

Los terráqueos del cosmódromo habían emitido un reto formal muy bien redactado. El Suzerano de la Idoneidad insistía en que debían enviar soldados de Garra para vencer a los defensores en una lucha frente a frente. El suzerano de Costes y Prevención no estaba de acuerdo. Se pasaron algún tiempo dando vueltas uno alrededor de otro en la cubierta del buque insignia, mirándose entre sí y gritando sus argumentos.

¡Los gastos deben mantenerse bajos!

Lo bastante bajos para que no necesitemos,

¡no necesitemos oprimir otros frentes!

El Suzerano de Costes y Prevención insistía, pues, en que esta expedición era sólo uno de los muchos compromisos que debilitaban normalmente al clan de los
gooksyu-gubru
. De hecho, se trataba más bien de una batalla secundaria. Los asuntos en la espiral galáctica estaban muy tensos. En tales épocas, era tarea del Suzerano de Costes y Prevención proteger al clan para que no extendiera demasiado sus líneas de combate.

El Suzerano de la Idoneidad ahuecó sus plumas en señal de respuesta.

¿Qué importancia tendrán los gastos

en este asunto?

¿Qué significarán o establecerán si descendemos,

caemos como plomos,

perdiendo la indulgente mirada

de nuestros ancestros?

¡Debemos hacer lo correcto! ¡Zoooon!

Desde su percha de mando, el Suzerano de Garra y Rayo contemplaba la discusión para ver si estaban a punto de manifestarse formas de dominio. Era emocionante ver y oír las excelentes discusiones-danzas interpretadas por aquellos que habían sido elegidos para ser los compañeros del almirante. Los tres representaban el producto más refinado de la ingeniería de «huevo caliente», creada para que de ella surgiesen los mejores individuos de la raza.

Pronto se haría evidente que sus semejantes habían llegado a un punto muerto. Entonces la decisión estaría en manos del Suzerano de Garra y Rayo. Seria por supuesto, mucho más económico si la fuerza expedicionaria pudiese ignorar a los insolentes lobeznos de allí abajo hasta que el gas los obligase a entregarse como rehenes. O, con una simple orden, su reducto podría ser reducido a escoria. Pero el Suzerano de la Idoneidad se negaba a aceptar ninguna de esas opciones. Tales acciones serían catastróficas, afirmaba el sacerdote.

El burócrata estaba empeñado en que no se perdieran buenos soldados en algo que sería esencialmente un gesto. Estancados, los dos comandantes miraron al Suzerano cíe Garra y Rayo mientras danzaban en círculos y chillaban, ahuecando sus brillantes plumas blancas. Al final, el almirante encrespó también su plumaje y bajó a cubierta para reunirse con ellos.

Librar un combate en tierra sería costoso,

significaría gastos

Pero sería honorable,

admirable.

Hay un tercer factor que decide, que determina el voto final.

Es la preparación de que están necesitados

los soldados de Garra,

para enfrentarse con las tropas lobeznas.

Los ejércitos de tierra los atacarán,

brazo contra brazo, mano contra garra.

El asunto ya estaba decidido. Un coronel de los soldados de Garra los saludó y se marchó a toda prisa a transmitir el mensaje.

Era natural que, con aquella resolución, la posición de la percha de Idoneidad ascendiera un poco. La de Prevención descendería, pero la batalla por el poder sólo había comenzado.

Así había sucedido desde la época de sus lejanos ancestros, antes de que los
gooksyu
convirtieran a los
proto-gubru
en viajeros del espacio. De una forma sabia, sus tutores habían tomado los antiguos modelos, les habían dado forma y los habían expandido, transformándolos en un modo lógico de gobierno para gentes sapientes.

Sin embargo, aún perduraba una parte del viejo protocolo. El Suzerano de Garra y Rayo se estremeció al tiempo que desaparecía la tensión de la disputa. Y aunque los tres eran todavía neutros, el almirante sintió una emoción que era completa y profundamente sexual.

Capítulo
21
FIBEN Y ROBERT

Los dos equipos de rescate se reunieron a un kilómetro en el interior del alto desfiladero. Fue un encuentro lúgubre. Los tres que habían salido con Benjamín por la mañana estaban demasiado cansados para hacer algo más que asentir con la cabeza ante el deprimido grupo que regresaba del lugar de la colisión.

Pero los dos rescatados soltaron exclamaciones cuando se reconocieron.

—¡Robert! ¡Robert Oneagle! ¿Cuándo te dejaron salir de la escuela? ¿Sabe tu mamá dónde estás?

El chimp herido se apoyaba en la improvisada muleta y vestía los chamuscados restos de su traje espacial TAASF. Robert lo miró desde la camilla y le sonrió a través de las brumas de la anestesia.

—¡Fiben! ¿Eras tú eso que vi humeando en el cielo? Ya comprendo. ¿Qué has hecho? ¿Freír una patrullera que vale diez megacréditos?

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