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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (76 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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Y sobre ellos, la cosa en que se había convertido el
tutsunucann
parecía agitar el aire incluso ante los ojos de la perpleja chima.

Athaclena permaneció allí sentada escuchando la canción de los gorilas, y por primera vez sintió que la comprendía.

Todo, todo jugaría su papel, ahora lo sabía. A los chimps no iba a gustarles mucho lo que iba a ocurrir, pero eso era su problema. Todo el mundo tenía los suyos.

—Llevadme con Robert —suspiró de nuevo.

Capítulo
73
UTHACALTHING

Estaba allí temblando, de espaldas al sol naciente, y sintiéndose tan seco como una vaina.

Nunca una metáfora le había parecido tan apropiada. Uthacalthing parpadeó, volviendo poco a poco al mundo, a la seca estepa desde donde se divisaban las Montañas de Mulun. De repente se sintió viejo, y los años se le hicieron más pesados de lo que nunca habían sido.

En lo profundo de su ser, en el nivel
nahakieri
, se notaba un entumecimiento. Después de todo aquello, no había forma de saber siquiera si Athaclena había sobrevivido a la experiencia de penetrar tanto en sí misma.

Debe de haber sentido una gran necesidad
, pensó. Por primera vez, su hija había intentado algo para lo que sus padres no habían podido prepararla. Algo que tampoco podía aprenderse en la escuela.

—Ha regresado usted —le dijo concisamente Kault. El
thenanio
, compañero de Uthacalthing desde hacía tantos meses, estaba apoyado en un sólido bastón y lo miraba desde unos metros de distancia. Se hallaban en medio de una sabana cubierta de hierbas de color marrón, y sus largas sombras se iban acortando gradualmente a medida que el sol se elevaba—. ¿Ha recibido algún tipo de mensaje? —preguntó. Tenía la misma curiosidad de todos los no psíquicos por las cosas que consideraban anormales.

—Pues… —Uthacalthing se humedeció los labios.

Pero ¿cómo podía explicarle que en realidad no había recibido nada en absoluto? No, lo que ocurría era que su hija había aceptado la oferta que él le había hecho, al dejar en sus manos tanto su hebra como el de su fallecida esposa. Athaclena había recurrido al deber que sus padres tenían para con ella, por haberla traído, sin preguntárselo, a un mundo extraño.

Nadie debería hacer una oferta sin saber exactamente lo que puede ocurrir si aquélla es aceptada.

En realidad, me ha dejado completamente seco.
Se sentía como si no le quedase nada. Y además, no había ninguna garantía de que ella hubiese sobrevivido a la experiencia o de que no se hubiera vuelto loca.

¿Debo, pues, tumbarme y morir?
Uthacalthing se estremeció.

No, me parece que aún no es el momento.

—He experimentado un cierto tipo de comunión —le dijo a Kault.

—¿Pueden los
gubru
detectar eso que usted ha hecho?

—Creo que no. Quizás —Uthacalthing no tenía fuerzas ni para formar un
palanq
, el equivalente a encogerse de hombros. Tenía los zarcillos caídos, como el pelo humano—. No lo sé.

El
thenanio
suspiró y sus ranuras respiratorias aletearon.

—Me gustaría que fuera honesto conmigo, querido colega. Me duele sentirme obligado a creer que me está ocultando cosas.

¡Tantas veces había intentado Uthacalthing que Kault pronunciara aquellas palabras! Y ahora, la verdad es que no le importaba demasiado.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó.

—Quiero decir —el
thenanio
resopló exasperado— que he empezado a sospechar que sabe usted más de lo que quiere admitir acerca de esa fascinante criatura de la que he encontrado huellas. Se lo advierto, Uthacalthing. Estoy construyendo un aparato que me ayudará a resolver este enigma. Sería mejor que me hablara con franqueza antes de que descubra la verdad por mí mismo.

—Comprendo su advertencia —asintió Uthacalthing—. De todas formas, ahora quizá sería mejor que continuásemos la marcha. Si los
gubru
han detectado lo ocurrido y vienen a investigar, es preferible que estemos lo más lejos posible de aquí antes de que lleguen.

Aún tenía obligaciones hacia Athaclena. No debía ser capturado antes de que ella pudiera utilizar lo que había tomado de él.

—Muy bien —dijo Kault—. Ya hablaremos de esto más tarde.

Sin ningún interés especial, más por costumbre que por otra cosa, Uthacalthing llevó a su compañero hacia las montañas, en una dirección elegida, también siguiendo la costumbre, gracias al débil centelleo azul que sólo sus ojos podían ver.

Capítulo
74
GAILET

La nueva sección de la Biblioteca Planetaria era una maravilla. Sus paredes pintadas de marrón claro brillaban en un lugar recientemente desbrozado en lo alto del Parque del Farallón, un kilómetro al sur de la embajada
tymbrimi
.

La arquitectura no armonizaba tan bien como la vieja sección con el estilo predominante en Puerto Helenia.

Sin embargo, resultaba bastante impresionante: un cubo sin ventanas cuyos tonos pastel contrastaban adecuadamente con las cretáceas y gredosas cumbres cercanas.

Cuando el vehículo aéreo se posó sobre la explanada de aterrizaje, Gailet bajó del aparato en medio de una nube de polvo seco. Siguió a su escolta
kwackoo
por un paseo pavimentado que llevaba a la entrada del imponente edificio. Hacía varias semanas que casi todo Puerto Helenia había salido a ver el enorme carguero, del tamaño de una nave de guerra
gubru
, que apareció perezosamente en el cielo para colocar la estructura en su sitio. Durante buena parte de la tarde, el sol había quedado eclipsado mientras los técnicos del Instituto de la Biblioteca afianzaban el santuario del conocimiento en el sitio que sería su nuevo hogar.

Gailet se preguntó si aquella Biblioteca beneficiaría en realidad a los ciudadanos de Puerto Helenia. Había pistas de aterrizaje en todos lados, pero no se había previsto ningún acceso para llegar a aquellos acantilados en bicicleta, vehículo de tierra o a pie desde la ciudad. Mientras cruzaba la puerta adornada con columnas, Gailet pensó que probablemente ella era el primer chimp que entraba en el edificio.

En el interior, el techo abovedado proyectaba una suave luz que parecía proceder de todas partes al mismo tiempo. Un gran cubo rojizo dominaba el centro del vestíbulo y Gailet comprendió en seguida que se trataba ciertamente de unas instalaciones muy costosas. El depósito de datos principal era varias veces mayor que el antiguo que se hallaba a unas millas de allí. Podía ser incluso mayor que la Biblioteca Central de la Tierra, en La Paz, donde ella había estudiado.

Pero aquella inmensidad estaba casi vacía comparada con el constante ajetreo a que ella estaba acostumbrada. Había
gubru
, desde luego, y también
kwackoo
, dentro de los departamentos de estudio diseminados en el amplio vestíbulo. Aquí y allí, los pajaroides se arracimaban en pequeños grupos. Gailet veía las sacudidas de sus picos y los pies en constante movimiento mientras discutían. Pero de las zonas privadas no provenía ningún ruido.

En las bandas y crestas y en el teñido de las plumas vio los colores distintivos de la Idoneidad, la Administración y el Ejército. Cada facción se mantenía en su zona. Cuando el ayudante de un Suzerano pasaba demasiado cerca de otro, a ambos se les erizaban las plumas.

En una esquina, sin embargo, un grupo de
gubru
de colores diferentes mostraban que entre las diversas facciones aún existía cierta comunicación. Había muchas inclinaciones de cabeza y atildamiento y gesticulación hacia las flotantes exhibiciones holográficas, todo ello aparentemente tan ritual como basado en la realidad y la razón. Cuando Gailet pasó ante ellos, algunos de los saltarines y charlatanes pájaros se volvieron a mirarla. Por los gestos de las garras y los picos, Gailet comprendió que sabían perfectamente quién era ella y lo que representaba.

No se demoró ni titubeó, aunque sentía las mejillas acaloradas.

—¿Puedo serle útil de alguna forma, señorita?

Al principio, Gailet creyó que lo que había en el estrado, justo bajo la espiral radiada de las Cinco Galaxias, era algún tipo de planta decorativa. Por eso, cuando se dirigió a ella, se sobresaltó ligeramente.

¡La «planta» hablaba un ánglico perfecto! Gailet observó el redondo y bulboso follaje, con unos bordes plateados que tintineaban ligeramente cuando se movía. El tronco de color marrón terminaba en unas espinosas radículas móviles que permitían a la criatura desplazarse de un modo lento y algo torpe.

Un kanten
, advirtió ella.
Claro, los Institutos han enviado a un bibliotecario.

Los vegesapientes
kanten
eran viejos amigos de la Tierra. Siempre había habido un
kanten
, como asesor, en el Concejo de Terragens desde los primeros días posteriores al Contacto, y habían ayudado a los lobeznos humanos a abrirse camino a través de la compleja y engañosa jungla de la política galáctica y a ganar su rango de tutores de un clan independiente. Gailet, sin embargo, contuvo su esperanza inicial. Recordó que todos los que entraban al servicio de los grandes Institutos Galácticos tenían que abandonar sus antiguas lealtades, incluso las de su propio clan, en favor de una misión más sagrada. Lo mejor que podía esperar, en todo caso, era imparcialidad.

—Hum, sí —dijo, pensando que tenía que hacerle una reverencia—. Quiero informarme sobre las Ceremonias de Elevación.

Las pequeñas campanitas, seguramente los aparatos sensoriales de aquel ser, tintinearon de una forma que sonaba casi divertida.

—Ése es un tema muy amplio, señorita.

Ella esperaba una respuesta semejante y tenía preparada una réplica. Sin embargo, le producía exasperación hablar con un ser inteligente que no tuviese rostro ni nada que se le pareciera remotamente.

—Entonces empezaré echándole un simple vistazo, si no le importa.

—Muy bien, señorita. La estación veintidós está estructurada de modo que pueda ser usada por humanos y neochimps. Por favor, diríjase a ella y póngase cómoda. Sólo tiene que seguir la línea azul.

Se volvió y vio que empezaba a formarse un brillante holograma. Él sendero azul parecía estar suspendido en el espacio; rodeaba el estrado y se dirigía al otro extremo de la sala.

—Gracias —dijo ella suavemente.

Mientras seguía el camino que la guiaba, creyó oír cascabeles a su espalda.

La estación veintidós era cómoda, familiar y amistosa. Estaba compuesta por un escritorio, una silla y una holoconsola estándar. Había incluso varios modelos conocidos de receptáculos de datos y punzones, cuidadosamente dispuestos sobre una rejilla. Se sentó agradecida ante el escritorio. Había temido tener que quedarse de pie y estirar el cuello para utilizar una estación de estudio pensada para los
gubru
.

Y aun así, se sentía inquieta. Gailet daba saltitos de nerviosismo mientras la pantalla se iluminaba con un ligero «pop». En el centro apareció un texto en ánglico.

POR FAVOR, SOLICITE LOS AJUSTES ORALMENTE. LA VISIÓN GENERAL REQUERIDA EMPEZARÁ CUANDO USTED LO INDIQUE.

—Visión general… —murmuró Gailet. Lo mejor sería empezar, pues, con el nivel más simple. No sólo le serviría para comprobar que no había olvidado ninguno de los aspectos fundamentales, sino que también le diría qué era lo que los galácticos consideraban básico—. Comience —dijo.

Las pantallas laterales se iluminaron mostrando imágenes de rostros; los rostros de otros seres de mundos lejanos, tanto en el tiempo como en el espacio.

Cuando la naturaleza da luz a una nueva raza presensitiva toda la Sociedad Galáctica se regocija porque la aventura de la Elevación está a punto de empezar…

A Gailet le resultó fácil zambullirse en aquel fluido de información y beber de la fuente de la sabiduría. Su receptáculo de datos personal se llenó de notas y referencias. Rápidamente perdió la noción del paso del tiempo.

Sobre el escritorio apareció comida sin que Gailet se diese cuenta de cómo había llegado hasta allí. También podía utilizar un recinto cercano para sus otras necesidades, cuando la llamada de la naturaleza se hacía demasiado insistente para ignorarla.

Durante ciertos períodos de la historia galáctica, las Ceremonias de Elevación fueron puramente rituales. Las especies tutoras se hacían responsables declarando que sus pupilos eran adecuados, y su palabra era simplemente aceptada. Ha habido otras épocas, sin embargo, en las que el papel del Instituto de Elevación ha sido más importante. Así fue, por ejemplo, durante la meritocracia sumubulum, en que el proceso completo estuvo en todos los casos bajo la supervisión del Instituto.

La presente era está a mitad de camino entre esos dos extremos; con la responsabilidad de los tutores pero con una intermediación que implica al Instituto. La participación de este último se ha incrementado al producirse una serie de fracasos en la Elevación, hace cuarenta o sesenta mil UAG
[5]
que tuvieron como consecuencia unos graves y vergonzosos holocaustos (Ref.: Gl’kahesh, Bururalli, Sstienn, MuhurnS). Hoy en día, el tutor de un pupilo no puede responsabilizarse por sí solo de la evolución de éste. Debe permitir una constante observación por parte del Consorte de Etapa y el Instituto de Elevación.

Las Ceremonias de Elevación son en la actualidad algo más que celebraciones rutinarias. Tienen dos objetivos principales. Primero, permiten que los representantes de la raza pupila sean examinados, bajo rigurosas y difíciles circunstancias, para que el Instituto compruebe si la raza está preparada para asumir los derechos y deberes correspondientes a la siguiente etapa. Además, la ceremonia permite a la raza pupila escoger un nuevo consorte para la etapa siguiente, con el fin de que lo controle y, si es necesario, intervenga en su favor.

Los criterios utilizados en los exámenes dependen del nivel de evolución que ha alcanzado la raza pupila.

Entre otros factores importantes destacan el tipo de fagocidad (carnívoro, herbívoro, autofágico o ergogénico),la modalidad de movimiento (bípedo o cuadrúpedo, anfibio, reptador o sésil), la técnica mental (asociativa, extrapolativa, intuitiva, holográfica o nulitativa)…

Despacio, Gailet fue abriéndose camino entre aquella visión general. Era una tarea ardua y laboriosa.

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