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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La República Romana (29 page)

BOOK: La República Romana
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Todo marchó bien para Octavio. No sólo había privado a Marco Antonio de toda oportunidad de ganar gloria militar, sino que además los dos cónsules murieron en la batalla, dejando a Octavio al mando del ejército. Volvió a Roma y, respaldado por sus tropas, no tuvo dificultades para persuadir al Senado a que ratificase su condición de hijo adoptivo de César y se hizo elegir cónsul.

Ahora que tuvo el dominio efectivo de Roma pudo finalmente actuar contra los conspiradores. Obligó al Senado a pronunciarse contra los conspiradores, y en septiembre marchó nuevamente a la Galia Cisalpina, pero esta vez para luchar contra Décimo Bruto. Realizó lo que Marco Antonio no había logrado. Los soldados de Bruto desertaron en grandes cantidades, por lo que el conspirador se vio obligado a huir. Pero fue capturado y ejecutado.

El segundo triunvirato

Entre tanto, Marco Bruto en Grecia y Casio en Asia Menor estaban reuniendo hombres y dinero (Casio fue particularmente brutal en la exacción de dinero a los impotentes provincianos) y estaban adquiriendo gran poder. Si Octavio y Antonio seguían luchando entre sí, ambos perderían.

Por ello, Lépido trabajó para unir al viejo amigo de César y a su heredero. Los tres se encontraron en Bononia, la moderna Bolonia, y convinieron en dividirse los dominios romanos. De este modo se creó el segundo triunvirato, el 27 de noviembre del 43 a. C., con Marco Antonio, Octavio y Lépido.

Al entrar en el acuerdo, Octavio abandonó al Senado, que ahora quedó nuevamente en la impotencia. Cicerón, en particular, que había arriesgado todo en apoyo de Octavio en sus ataques de elocuente orador contra Antonio, comprendió que su muerte era segura.

Antonio, como parte del precio para entrar en el triunvirato, exigió la ejecución de Cicerón, y Octavio aceptó. En verdad, los tres establecieron un sistema de proscripciones, como en tiempos de Sila, casi cuarenta años antes. Muchos individuos acomodados fueron ejecutados y sus propiedades confiscadas.

Cicerón trató de escapar abandonando Italia, pero vientos contrarios llevaron su barco de vuelta a la costa. Antes de que pudiera intentar nuevamente la huida, llegaron los soldados enviados para matarle. Se negó a que sus hombres ofreciesen resistencia, pues habría sido inútil. Enfrentó la muerte solo y con valentía.

Extrañamente, Marco Antonio también señaló para su ejecución al viejo enemigo de Cicerón, Verres (véase
Nuevos hombres
en el capítulo 8). Este aún vivía en un confortable exilio en Massilia. Codicioso hasta el fin, se negó a entregar algunos tesoros artísticos que el igualmente codicioso Marco Antonio deseaba. Verres pagó esto con su inútil vida.

Una vez formado el segundo triunvirato, asentado firmemente su poder en Italia y el partido senatorial acobardado por el terror, era tiempo de enfrentarse con Bruto y Casio. El ejército de los triunviros se dirigió a Italia en su búsqueda. (Octavio cayó enfermo en Dirraquio y tuvo que ser llevado en litera al lugar de la batalla.)

La batalla se libró en Filipos, en Macedonia Oriental, a unos quince kilómetros al norte del mar Egeo. (Filipos había sido desarrollada y fortificada por el rey Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, tres siglos antes, y había recibido ese nombre en su honor.)

Los conspiradores habrían hecho bien en esperar, pues Antonio y Octavio estaban mal abastecidos y podían haberse visto obligados a retirarse o haber sido derrotados por hambre. Esta fue la opinión de Casio, pero Bruto no pudo soportar la incertidumbre y quiso dirimir la cuestión rápidamente. En octubre del 42 a. C. se libró una batalla en la que Bruto tuvo considerable éxito contra las fuerzas de Octavio. Pero a Casio no le fue tan bien y se suicidó en una irracional desesperación por una batalla que no fue peor que un empate.

Bruto cayó en una depresión extrema al recibir la noticia, y algunas semanas más tarde forzó una segunda batalla, en la que fue derrotado por fuerzas superiores, y se suicidó a su vez.

Los triunviros ahora dominaban Roma y quizá pensaron que sería mejor para todos separarse. Lépido recibió el Oeste y Antonio el Este, mientras que Octavio permanecía en Roma.

En cierto modo, quizá haya parecido que Antonio obtenía la mejor parte. El Este, pese a su continuo saqueo por los gobernadores romanos y las exigencias de una larga serie de generales romanos, aún podía ser esquilmado un poco más, y Antonio pensó en el botín. A mediados del verano del 41 a. C. llegó a Tarso, situada sobre la costa meridional de Asia Menor, y abordó la cuestión de Egipto, que era aún la nación más rica del mundo mediterráneo.

Egipto parecía apto para el saqueo. Desde que César había puesto a Cleopatra y su hermano menor en la posesión conjunta del trono, Egipto estuvo en calma, sin guerras ni rebeliones
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. En 44 a. C., cuando su hermano menor cumplió catorce años y exigió una participación activa en los deberes reales, Cleopatra dirimió la cuestión muy sencillamente haciéndolo envenenar. Después de esto gobernó sola.

En los meses siguientes al asesinato, Cleopatra mantuvo una prudente neutralidad, a la espera de ver en qué terminaban las cosas. Pero Antonio pensó que había sido demasiado neutral y que, por no haber apoyado activamente a los triunviros, tendría que pagarlo caro. Por ello, ordenó a la reina de Egipto que acudiese a Tarso.

Cleopatra llegó en la barcaza real con la intención de persuadir a Marco Antonio de la corrección de su actitud, como siete años antes había persuadido a César de lo mismo. Cleopatra tenía entonces veintiocho años y, al parecer, estaba más hermosa que nunca.

Después de pasar algún tiempo juntos, Marco Antonio decidió que ciertamente ella no merecía que se le hiciera pagar tributo. En cambio, decidió devolverle la visita e ir con ella a Alejandría. Allí pasó momentos placenteros, descansando en la encantadora compañía de la reina y olvidando todos los problemas de la guerra y la política.

De vuelta en Italia, Octavio habría deseado poder hacer lo mismo. Pero la esposa de Antonio, Fulvia (que había sido antes esposa de Clodio y era una feroz arpía), estaba particularmente furiosa ante esa situación. Vio claramente que si Octavio permanecía en Roma, sería él quien finalmente gobernaría todos los dominios romanos. Tampoco aprobaba las descansadas vacaciones de que Antonio gozaba en Alejandría con Cleopatra.

Por ello, Fulvia persuadió a Lucio Antonio (hermano de Marco Antonio), que era cónsul ese año, a que reclutase un ejército y marchara contra Octavio. De este modo esperaba debilitar a Octavio y obligar a Antonio a actuar contra él, aunque sólo fuese para proteger a su esposa y a su hermano.

Octavio, con escasas dotes de soldado, confió su ejército a Marco Vipsanio Agripa, hombre de oscura familia que era de la edad de Octavio y había estudiado con él en Apolonia. Agripa empujó a los rebeldes a Perusa y los obligó a rendirse en 40 a. C.

Marco Antonio se movió en apoyo de su familia, pero todo terminó demasiado rápidamente, y cuando Fulvia huyó a Grecia y murió allí casi inmediatamente, realmente fue el fin.

Pero se pensó que era mejor renovar el triunvirato y resolver los problemas que habían surgido. Así, los triunviros se reunieron en el sur de Italia y efectuaron una nueva división de los dominios romanos. Marco Antonio conservó el Este, pero Octavio se quedó con Italia, Galia y España. Lépido, dejado de lado, tuvo que conformarse con África.

Para cimentar la unión se concertó un matrimonio. Así como la encantadora hija de César, Julia, se había casado con Pompeyo para tener a éste en la familia, ahora la encantadora hermana de Octavio, Octavia, fue entregada en matrimonio a Marco Antonio.

Por el momento todo parecía marchar bien. Octavio y Antonio siguieron sus caminos separados.

Pero, al menos para Octavio, continuaron los problemas. Había surgido un nuevo Pompeyo: Sexto Pompeyo, hijo menor del viejo general. Sexto había acompañado a su padre a Egipto después de la batalla de Farsalia y estaba en el barco desde el cual vio asesinar a su padre en la costa. También había estado en la batalla de Munda, después de la cual fue muerto su hermano, mientras que él se salvó ocultándose para aparecer sólo cuando César abandonó España.

Lentamente, Sexto fue ganando adeptos y, durante los desórdenes que siguieron al asesinato de César, reunió barcos y se hizo fuerte en el mar. Fue un pirata de mucho éxito. Se adueñó de Sicilia, lo cual lo situó en una posición fuerte, pues el suministro de alimentos de Roma dependía de los cereales sicilianos. Esto significaba que tenía un lazo puesto alrededor del cuello de Roma, lazo que podía apretar cuando se le antojase. Además, si se enviaban cargamentos de cereales, por ejemplo, de Egipto, los barcos de Sexto Pompeyo podían detenerlos.

El hambre y el descontento obligaron a los tribunos a llegar a algún género de acuerdo con Sexto. Se reunieron con él en Miseno, un promontorio situado al noroeste de la bahía de Nápoles, en el 39 a. C., y se acordó entregarle Sicilia, Cerdeña, Córcega y la parte meridional de Grecia. Eran concesiones importantes, sobre todo para Octavio, pero éste quería ganar tiempo.

En 36 a. C., Octavio reunió con dificultades una flota propia que puso bajo el mando de Agripa. Luego halló un pretexto para iniciar una guerra contra Sexto y envió a la flota de Agripa tras él. Agripa sufrió pérdidas por las tormentas y los combates, pero finalmente acorraló a Sexto cerca del estrecho que se extiende entre Italia y Sicilia. En la batalla que se entabló a continuación, Agripa obtuvo una completa victoria. Sexto huyó y logró llegar a Asia Menor, pero esto no le sirvió de mucho. Allí fue capturado por los soldados de Antonio en 35 a. C. y ejecutado.

Entretanto, Lépido, en cooperación con Octavio y para combatir a Sexto, había desembarcado tropas en Sicilia. Irritado por la parte insignificante que le había tocado en el triunvirato, pensó que podía conservar Sicilia para sí. Pero sus tropas desertaron para pasarse a Octavio, quien, por consiguiente, libró a Lépido de toda responsabilidad y lo envió a Roma a que llevase una vida tranquila.

En el 36 a. C., pues, Octavio tuvo firmemente en su poder a todo el Occidente. Fulvia había muerto. Sexto Pompeyo había muerto y Lépido se hallaba reducido a la impotencia. Sólo Marco Antonio podía disputarle el predominio, pero no parecía con deseos de disputar nada a nadie.

Antonio y Cleopatra

El casamiento de Marco Antonio con Octavia realmente no fue beneficioso, pues, al parecer, Antonio no se interesaba por ella. Tan pronto como le fue posible volvió a Alejandría con Cleopatra, situación que le placía mucho más.

Mientras estuvo lejos de Egipto surgieron considerables problemas con los partos, a causa de las acciones de un traidor romano, Quinto Labieno. Era hijo de un general que había prestado servicios bajo César en la Galia, pero luego se había pasado al bando de Pompeyo y fue muerto en la batalla de Munda. El joven Labieno era un intransigente opositor a César y se incorporó al ejército de Bruto y Casio. Aun después de la batalla de Filipos se negó a someterse y se refugió entre los partos.

Orodes, cuyos ejércitos habían derrotado a Craso, era aún rey de Partia. Se había mantenido al margen de las guerras civiles romanas, muy satisfecho de que Roma se destrozase internamente sin tener que correr ningún riesgo.

Pero Labieno lo persuadió a que aprovechase el sentimiento contrario a los tribunos que, afirmaba, prevalecía en Siria y Asia Menor. Orodes, pues, puso un ejército parto a su disposición y resultó que Labieno no había exagerado. En 40 a. C., los partos, con Labieno al frente, se desplazó al Oeste y en breve ocupó casi toda Siria y Asia Menor. Varias guarniciones romanas se unieron al renegado romano.

Estas derrotas romanas se produjeron en la parte del ámbito romano que correspondía a Marco Antonio, de modo que tuvo que contraatacar. A tal fin, Marco Antonio utilizó a Publio Ventidio Baso. Originariamente, Ventidio había sido un hombre pobre, que vivía del alquiler de mulas y carros. Había llegado a general bajo César, en la Galia. A diferencia del padre de Labieno, permaneció fiel a César en la guerra contra Pompeyo y luego se unió a Marco Antonio después del asesinato de César.

En 39 a. C., Ventidio se trasladó a Asia Menor, y el enemigo se retiró ante él. Libró una batalla en la parte oriental de la península, logró la victoria y obligó a los partos a abandonar sus conquistas.

Al año siguiente, los partos hicieron un nuevo intento, y Ventidio se enfrentó nuevamente con ellos en Siria, derrotándolos aún más rotundamente. Los historiadores antiguos fechaban esta batalla el 9 de junio del 38 a. C., decimoquinto aniversario de la derrota de Craso. Orodes murió el mismo año, como para señalar el ocaso del poder parto. Pero aunque los romanos quizá pensaron que habían vengado a Craso, sólo habían conservado su propio territorio. Partia no pudo anexarse tierras romanas, pero su propio territorio permaneció intacto y siguió estándolo.

En 37 a. C., Marco Antonio volvió al Este, pero no estaba totalmente satisfecho con las victorias de Ventidio. Quería para sí la gloria de ellas. Relevó a Ventidio y lo envió de vuelta a Roma a que disfrutase de un triunfo, y luego se preparó para atacar él mismo a Partia (después de pasar algún tiempo en Alejandría).

La campaña de Antonio, comenzada en 36 a. C., fue un fracaso. No derrotó a los partos. Por el contrario, se vio obligado a retirarse con grandes pérdidas cuando trató de invadir Partia. Todo lo que pudo conseguir fue una victoria al año siguiente sobre los armenios, que eran adversarios mucho más débiles. Volvió a Alejandría con su reputación militar muy disminuida, al tiempo que Octavio llegaba a la cúspide del poder en Occidente.

Octavio pensó que había llegado el momento de aplastar al único rival que le quedaba. Se hizo cada vez más popular en Roma, pues redujo el bandidaje en Italia, restableció la calma y la prosperidad, llevó a cabo programas de edificación en Roma y, en general, demostró ser un gobernante juicioso y prudente. En 38 a. C. se casó con Livia, sagaz matrona romana que lo aconsejó bien durante toda su vida, en favorable contraste con la reina extranjera de Antonio.

Al pueblo romano le pareció que Antonio había descuidado su posición como gobernante romano del Este y se contentaba con pasar su tiempo solazándose con Cleopatra. Llegaban a Roma informes que lo describían usando vestimentas griegas y dedicado solamente a complacer a la reina egipcia. Estaba dispuesto, se decía, a darle toda Roma a ella o todo lo de Roma que pudiera obtener.

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