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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La República Romana (6 page)

BOOK: La República Romana
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Después de la victoria, los galos marcharon directamente hacia Roma y, más afortunados que Porsena, la ocuparon. Fue la primera ocupación extranjera de la historia de Roma, y durante años no volvería a haber otra. Por ello, los posteriores historiadores romanos dieron mucha importancia a este desastre único y llenaron el período de leyendas.

Todos los que pudieron huyeron de Roma ante las noticias del avance de los galos, mientras aquellos capaces de combatir se parapetaron en el Monte Capitolino para ofrecer la resistencia final. Los senadores, según los relatos, se sentaron en los portales de sus mansiones para enfrentarse bravamente con los galos. (Esto parece un desatino y probablemente jamás ocurrió, pero es un buen cuento.)

Los galos invasores saquearon e incendiaron la ciudad, pero se detuvieron asombrados ante los senadores sentados inmóviles en sus asientos de marfil. Finalmente, un galo ingenuo extendió la mano para tocar la barba de uno de los senadores y ver si era un hombre o una estatua. En muchas culturas, la barba es el signo de la virilidad y se considera un insulto que un extraño la toque. Cuando los dedos del galo se cerraron en la barba del senador, éste rápidamente levantó su bastón y lo golpeó. El galo, pasado el primer momento de sorpresa, mató al senador, a lo cual siguió una matanza general.

Los galos, luego, pusieron sitio al Capitolio, y a este respecto se cuenta una famosa historia. Una noche, los galos, que habían descubierto un camino relativamente fácil para trepar por la colina, ascendieron silenciosamente mientras los romanos dormían. Habían casi llegado a la meta, cuando los gansos (que eran tenidos en el templo porque desempeñaban un papel en los ritos religiosos) se inquietaron por los débiles ruidos de los hombres que trepaban y comenzaron a graznar y correr de un lado a otro.

Un romano, Marco Manlio, que había sido cónsul dos veces, se despertó. Cogió sus armas y se lanzó sobre el primero de los galos que acababa de llegar a la cima, a la par que despertó a los otros pidiendo ayuda. Los romanos lograron rechazar a los galos y la ciudad se salvó de la derrota total. En honor de esta hazaña, Manlio recibió el sobrenombre de Capitolino.

Los galos, cansados del asedio, que duraba ya siete meses, y estaban padeciendo por el hambre y las enfermedades, convinieron en llegar a una paz de compromiso; esto es, ofrecían abandonar Roma si los romanos les pagaban mil libras de oro. Se llevaron balanzas y se empezó a pesar el oro. El general romano que vigilaba la operación observó que un objeto de oro, cuyo peso conocía, parecía pesar menos en los platillos. Los galos estaban usando pesos falsos para obtener más de mil libras.

El general protestó, y Brenno, el jefe galo, respondió fríamente —según se cuenta—: « ¡Ay de los vencidos! », y arrojó su espada sobre el platillo encima de los pesos, para dar a entender que los romanos tendrían que entregar una cantidad de oro equivalente al peso de su espada, además de mantener los pesos reconocidamente falsos.

Los historiadores romanos no podían dejar las cosas allí, por lo que añadieron que los romanos, indignados, tomaron las armas y rechazaron a los galos y que éstos fueron completamente derrotados por un ejército conducido por Camilo, quien retornó del exilio justo a tiempo para decir: «Roma compra su libertad con hierro, no con oro».

Pero, según todas las probabilidades, esto último es un lisonjero cuento inventado por los historiadores romanos posteriores. Lo más verosímil es que los romanos hayan sido totalmente derrotados, fueron sometidos a tributo y lo pagaron.

No obstante, la ciudad subsistió, y Camilo, si bien no derrotó realmente a los galos, rindió un gran servicio. Con la ciudad en ruinas, los romanos discutieron si no era mejor trasladarse a Veyes y comenzar allí de nuevo, en lugar de permanecer en una ciudad que los sucesos recientes parecían haber convertido en un sitio de mal agüero.

Camilo se opuso a esto con todas sus energías, y su opinión prevaleció. Los romanos permanecieron en Roma y Camilo fue saludado como «el nuevo Rómulo» y segundo fundador de Roma.

La invasión gala tuvo una serie de consecuencias. En primer término, aparentemente destruyó los registros romanos, por lo que no tenemos anales seguros de los primeros tres siglos y medio de la historia romana. Sólo quedan los cuentos legendarios, más o menos deformados, y algunos claramente inventados en tiempos posteriores, que hasta ahora hemos relatado en este libro. Sólo después del 390 a. C. cesa la leyenda y puede comenzar una historia razonablemente fiel.

En segundo lugar, como después de la invasión de Porsena de un siglo antes, sobrevino una época de trastornos económicos en Roma. Los pobres sufrieron horriblemente y los deudores fueron nuevamente esclavizados.

Manlio Capitolino, el patricio salvador del Capitolio, vio que un soldado que había servido valientemente bajo sus órdenes era reducido a la esclavitud por deudas. Movido por la piedad, inmediatamente pagó con su dinero la deuda del soldado. Luego empezó a vender sus propiedades y anunció que mientras él tuviese el dinero necesario nadie sufriría esa crueldad.

A los patricios les disgustó esta actitud, pues esa bondad y generosidad los dejaba en un mal papel por contraste y, lo que era peor, hacía surgir ideas inquietantes en la mente del pobre. Afirmaron que Manlio estaba tratando de ganar popularidad para proclamarse rey. Manlio fue apresado y juzgado, pero hasta para los patricios fue imposible condenarlo a la vista del Capitolio que él había salvado.

El juicio fue trasladado lejos de la vista del Capitolio. Los patricios, entonces, lograron condenarle y el pobre Manlio fue ejecutado en 384 a. C.

Pero nuevamente se produjo una prolongada agitación entre los plebeyos, que buscaban el alivio de su situación, y a la larga no pudo ser ignorada. Camilo, aunque era un patricio, comprendió que era menester pacificar a los plebeyos. Usó en este sentido su enorme influencia, y como resultado de ello en el 367 a. C. se aprobaron las leyes Licinio-Sextianas. (Así llamadas por Cayo Licinio y Lucio Sextio, que fueron cónsules ese año.)

Esas leyes facilitaron las cosas a los deudores una vez más y limitaron la cantidad de tierra que podía tener un hombre. Al impedir que los individuos acumularan finca tras finca, eliminaron uno de los factores que impulsaban a los terratenientes a ser implacables con los pequeños agricultores cuyas tierras deseaban anexarse. Además, el consulado se hizo accesible a los plebeyos y se impuso la costumbre, después de un tiempo, de elegir al menos un cónsul en una familia plebeya. Después de esto, la distinción entre patricios y plebeyos se esfumó completamente.

En lo sucesivo, a lo largo de toda la historia romana se tuvo la sensación de que el Senado gobernaba en asociación con el pueblo común. Las leyes y los decretos de Roma fueron promulgados bajo el nombre de S. P. Q. R., iniciales tan conocidas para el historiador de Roma como U. S. A. para los norteamericanos. «S. P. Q. R.» son las iniciales de «Senatus PopulusQue Romanus («el Senado y el Pueblo de Roma»).

Finalmente, la invasión gala dio como resultado, en cierto sentido, un nuevo ordenamiento en Italia Central. Los etruscos estaban abatidos, y el vacío de poder que esto originó podía ser llenado por cualquier ciudad que desplegase la iniciativa adecuada.

Roma había sido un centro de resistencia contra los galos y, aunque había sufrido mucho, luchó respetablemente. Posteriormente, la rápida recuperación de la ciudad le hizo ganar considerable prestigio.

Bajo la capaz conducción de Camilo, Roma recobró rápidamente todo el terreno perdido. Mantuvo Veyes y derrotó a los volscos del sur del Lacio en 389 a. C. Hasta los galos fueron derrotados, cuando intentaron llevar a cabo una nueva invasión en 367 a. C.

Camilo murió en 365 a. C., pero los romanos siguieron fortaleciéndose. En 354 a. C. las ciudades latinas fueron obligadas a incorporarse a la Liga Latina, que ya no fue una alianza en igualdad de condiciones, sino que estuvo claramente dominada por Roma. Al mismo tiempo, la parte meridional de Etruria, hasta 70 kilómetros al norte de la ciudad, reconoció la dominación romana.

Roma gobernó sobre más de 7.500 kilómetros cuadrados de Italia Central sólo una generación después de haber sido aparentemente aplastada por los galos. Por el 350 a. C. se había convertido en una de las cuatro grandes potencias de la Península Italiana; las otras tres eran los galos en el Norte, los samnitas en el Centro y los griegos en el Sur.

3. La conquista de Italia
El Lacio y más allá de él

Hagamos una pausa para examinar el cambio en la situación del mundo en los cuatro siglos transcurridos desde la fundación de Roma.

En el Este hacía tiempo que el Imperio Asirio había muerto, vencido y olvidado. En su lugar había surgido un reino aún más vasto, más poderoso y mejor gobernado: el Imperio Persa. En el 350 a. C., aunque el apogeo de Persia había pasado, aún gobernaba sobre grandes partes del Asia Occidental, desde el mar Egeo hasta la India, y además dominaba a Egipto.

Los griegos habían pasado por un período de gran esplendor durante el primer siglo de la República Romana. Mientras Roma se liberaba lentamente de la dominación etrusca, la ciudad griega de Atenas llegaba a una cima de la cultura que fue única en la historia del mundo.

Desgraciadamente, las ciudades griegas estaban en una lucha constante unas contra otras, y por la época en que los galos penetraban en Italia Central, Atenas fue derrotada en la guerra por su principal rival, Esparta, a tal punto que nunca logró recuperarse completamente. Poco después, Esparta también fue derrotada por la ciudad griega de Tebas. En 350 a. C., las querellas entre las ciudades griegas las había reducido a todas a un eterno tira y afloja en el que todas perdían y ninguna ganaba.

En Sicilia, al sur de Italia, hubo un chispazo de grandeza griega, pues mientras Roma se recuperaba de la conquista gala, la ciudad de Siracusa era dominada por un vigoroso gobernante, Dionisio. Casi toda Sicilia cayó bajo su dominación, y sólo el extremo occidental siguió siendo cartaginés. Además, su poder se extendió sobre buena parte de las regiones griegas de Italia Meridional. Pero en 350 a. C. hacía diecisiete años que Dionisio había muerto, y bajo sus débiles sucesores Siracusa decayó rápidamente.

Pero una pequeña tierra situada al norte de Grecia alcanzó una inesperada grandeza. Era Macedonia, cuyos habitantes hablaban un dialecto griego, pero eran considerados, en el mejor de los casos, como semibárbaros por los cultos griegos del Sur.

Hasta 359 a. C., Macedonia no había sido más que un remanso sin ninguna importancia en la historia, pero ese año llegó al poder un hombre extraordinario: Filipo II. Casi inmediatamente aplastó a las tribus bárbaras de las fronteras de Macedonia. Estas habían ocasionado continuos trastornos a los predecesores de Filipo en el trono y habían impedido que Macedonia desempeñase un papel importante en los asuntos mundiales. Ahora Filipo tuvo las manos libres.

Además, selló una alianza con el Epiro, país situado al oeste de Macedonia sobre la costa marina, separado del talón de la bota italiana por un estrecho brazo de mar de unos 80 kilómetros. Filipo se casó con una princesa de la familia real epirota y luego colocó a su cuñado Alejandro I en el trono de Epiro.

Filipo formó un grande y eficiente ejército, cuyo núcleo era una bien entrenada falange. Esta consistía en soldados de infantería dispuestos en filas muy apretadas. Las filas traseras tenían largas lanzas que reposaban sobre los hombros de los que formaban las filas delanteras, de modo que la falange se asemejaba a un puercoespín erizado. La falange, entrenada para maniobrar con precisión, ya avanzase al paso, ya cambiase de posición a la derecha o la izquierda, podía sencillamente destrozar en su camino a ejércitos menos organizados como si fuera un ariete. (En verdad, la palabra «falange» proviene de un término griego que designa a un leño usado como ariete.)

Filipo hizo que la falange fuese apoyada por la caballería y un sistema de suministros eficientemente organizado. Por el 350 a. C., Filipo estaba haciendo sentir su poder en Grecia, y las ciudades griegas empezaron a intentar (vanamente) detenerlo.

Nada de esto afectó a los romanos. Todos estos sucesos, hasta el surgimiento de gobernantes fuertes en Sicilia y Macedonia, ocurrían demasiado lejos para que les preocupase en 350 a. C. Para Roma, sólo dos potencias representaban un peligro: las tribus galas del Norte y las tribus samnitas del Este y el Sur. Roma aprovechó todas las oportunidades que se le presentaron para debilitarlas y volverlas inocuas.

La primera oportunidad se le presentó a Roma por una especie de guerra civil entre los samnitas. Las tribus samnitas de Campania estaban en conflicto con las del mismo Samnio, y los campanienses solicitaron ayuda a Roma. (En los siglos siguientes, Roma siempre estuvo dispuesta a escuchar los pedidos de ayuda, siempre cumplió sus promesas y siempre se quedó con el botín. Al parecer, quienes usaron la peligrosa arma de la ayuda romana nunca aprendieron cuan fatal era su ayuda. Puede excusarse a los samnitas de Campania por ser los primeros.)

En 343 a. C., los romanos hicieron una alianza con la ciudad de Capua y declararon la guerra a los samnitas. Así empezó la Primera Guerra Samnita, que puede ser considerada como el primer paso de Roma hacia la dominación mundial. No fue una guerra particularmente notable, pero, después de dos años de combates no muy intensos, los samnitas fueron expulsados de Campania y se impuso la influencia romana sobre la región. En 341 antes de Cristo se convino la paz por ambas partes sin una tajante victoria de ninguna de ellas.

Probablemente Roma pensó que era prudente hacer la paz con los samnitas sin haber obtenido una victoria realmente aplastante, a fin de precaverse frente a problemas más cercanos. Mientras los ejércitos romanos luchaban en Campania, se suponía que sus aliados latinos mantendrían a raya a los samnitas del mismo Samnio. Pero los latinos en modo alguno deseaban hacer esto. Muchos de ellos pensaban que Roma era un amo opresivo, y ciertamente el momento parecía propicio para una revuelta, ya que los ejércitos romanos estaban ocupados en otra parte. En 340 a. C. comenzó la Guerra Latina.

Desgraciadamente para los latinos, escogieron mal el momento. Por la época en que se había iniciado la revuelta, Roma se había percatado de lo que se preparaba; había hecho la paz con los samnitas y enviado sus ejércitos hacia el Norte nuevamente. En dos batallas campales, los romanos derrotaron completamente a los aliados latinos. En una de ellas, el cónsul romano Publio Decio Mus se hizo matar deliberadamente, pensando que mediante este sacrificio a los dioses inferiores podía asegurar la victoria para su ejército. (Este sacrificio tal vez fuese realmente útil, pues los soldados, pensando que ahora los dioses estaban de su lado, quizá luchasen con redoblado fervor, mientras que el enemigo, por el contrario, acaso se sintiese desalentado.)

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