La Rosa de Asturias (85 page)

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Authors: Iny Lorentz

Tags: #Intriga, #Histórico, #Drama, #Romántico

BOOK: La Rosa de Asturias
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—Bien, vascones, ¿qué se merece un hombre así?

—¡El exilio o la muerte! —exclamó Danel, tomando partido por Maite no solo por temor a la ira de Okin, sino también por un sentido de justicia. El tío de Maite los había hecho creer que su sobrina había permanecido en Córdoba por su propia voluntad, con el fin de casarse con un hombre de confianza del emir y vivir como una señora respetada. Así que al descubrir que Okin la había entregado a Fadl, el tristemente célebre bereber, los habitantes de Askaiz sintieron una profunda indignación.

Okin notó que sus seguidores lo abandonaban y antes de que pudiera decir algo para defenderse, Maite lanzó otras acusaciones.

—¡No fue la primera vez que quisiste deshacerte de mí! Fuiste tú quien sugirió convertirme en rehén de los francos. Supongo que confiaste en que me matarían o al menos que me encerrarían en un convento porque mantuve prisionera a la prometida de un comandante, pero los francos no fueron tan crueles como tú esperabas. Me dejaron con vida y logré escapar de ellos junto con el joven Eneko y los demás rehenes.

Maite hizo una breve pausa para permitir que la gente asimilara sus palabras y luego prosiguió con voz trémula.

—¿Aún recuerdas aquel día, Okin, cuando trajeron a mi padre a la aldea como si fuera un oso que acababan de matar? ¿Todavía piensas en cómo lo traicionaste a él y a una docena de nuestros hombres más valientes a los astures? Cerraste un trato con el conde de la marca Rodrigo, te comprometiste a someter nuestra tribu a él si te convertía en su jefe, pero tampoco cumpliste con ese acuerdo, sino que te aliaste con Eneko de Iruñea porque este te prometió mayores riquezas y poder.

»¿Recuerdas que me entregaste a Rodrigo y le informaste innecesariamente de quién era yo? Ya entonces deseabas deshacerte de mí, pero he regresado, al igual que hice antaño. ¡En esta ocasión he vuelto para juzgarte, traidor! Entregaste al marido de tu hermana, a tu comandante, al que le habías jurado fidelidad, a sus enemigos, y quisiste condenarme a mí, tu sobrina, a la muerte o a una vida lejos de mi hogar. ¡Pero todas tus mentiras y artimañas han sido inútiles! ¡Ahora eso se acabó!

»Me haré cargo del gobierno de la tribu y, a su debido tiempo, se lo transmitiré a mi hijo. ¡Pero tú mereces la muerte! Dado que a través de mi madre compartimos la misma sangre, renuncio a hacerte ajusticiar. En vez de eso te destierro para siempre de las aldeas que pertenecen a Askaiz y de todas las comarcas gobernadas por nuestra tribu. Coge a tu familia y los bienes que puedas cargar a lomos de un caballo. ¡Y desaparece de mi vista para siempre!

»A vosotros os digo lo siguiente: he sometido la tribu al rey Carlos y os comandaré en su nombre. Si consideráis que es el camino equivocado, habéis de saber que Rodrigo de Asturias también ha cambiado de parecer y ha reconocido al rey Carlos como su soberano.

Las palabras de Maite cayeron como un rayo. Su gente conocía a Rodrigo, quien se enorgullecía de ser el último de los visigodos, y sabían cuán profundo había sido el rechazo que le inspiraban los francos, por lo que comprendieron que el rey Carlos no estaba dispuesto a conformarse con el fracaso de su expedición militar a España. En ese momento, el poder del franco se extendía de nuevo más allá de los Pirineos y su influencia era tan grande que el conde Rodrigo también había tomado partido por él.

Danel sentía un interés menor por los asuntos políticos que por el último reproche de Maite a su tío.

—¿Es verdad que es un traidor? —preguntó con voz trémula.

—Sí —dijo la joven—, es verdad. El conde Rodrigo lo confirmó mediante un juramento, tras lo cual me pagó una compensación por la muerte de mi padre y por todos cuantos cayeron junto a Íker.

La idea de compartir el oro de Rodrigo con los demás se le había ocurrido durante el viaje: necesitaba seguidores en la tribu, y mostrarse generosa era una buena idea.

Danel reflexionó sobre sus últimas palabras. Él también había formado parte de aquellos que salieron a robar ovejas con Íker, pero los astures lo dejaron con vida porque lo necesitaban para que distrajera a los guardias de Askaiz. Fue su hermano quien más adelante abandonó a Maite y se puso de parte de Okin, pero su única recompensa fue morir bajo una espada franca.

Danel se restregó los ojos, cerró los puños y se acercó a Okin.

—Durante todos esos años me pregunté por qué los astures me dejaron con vida, precisamente a mí, mientras Íker y los demás morían. ¡Ahora lo sé! Les revelaste que aquel día sería mi hermano quien montaría guardia. ¡Habría sido mejor que Asier me dejara morir y advirtiera a la aldea, por Jesucristo!

—No puedes cambiar lo ocurrido, Danel —dijo Maite, tratando de consolarlo.

—En efecto, tienes razón. ¡Pero puedo castigar al culpable! —contestó al tiempo que alzaba su lanza.

Su semblante reveló a Okin que su sobrina lo trataría con mayor misericordia que el joven guerrero y temió morir.

—¡Son calumnias! —gritó—. ¡Puedo explicaros lo que realmente sucedió!

—¡Estamos hartos de tus mentiras! —chilló una de las mujeres cuyo hijo había caído junto con Íker.

El círculo en torno a Okin empezó a cerrarse. Este vio la ira en la mirada de los demás y se dirigió a los hombres que formaban su guardia personal.

—¡Haced algo, por Dios!

En vez de contestar, el cabecilla de la guardia se dispuso a desenvainar la espada, aunque luego apartó la mano sacudiendo la cabeza. Entonces Okin comprendió que nadie alzaría ni un dedo para defenderlo.

—¡Gentuza traidora! —exclamó y, haciendo un ademán despectivo, les dio la espalda y contempló a Maite.

—Querías desterrarme, ¿no? ¿Aún insistes en ello?

—¡Estoy dispuesta a hacerlo! —replicó Maite, sin dejarse inmutar por las protestas de algunos miembros de la tribu. Los guerreros que la acompañaban los obligaron a retroceder con sus caballos y abrieron paso a Okin. De pronto, este vio a su sobrina a escasos pasos de él, notó su sonrisa de satisfacción y lo único que sintió fue odio. Si buscaba refugio en la aldea de una tribu extraña, allí solo sería un mendigo que habría de conformarse si el jefe le otorgaba un trozo de terreno donde plantar su cebada.

En cambio su sobrina recibiría todo aquello que él siempre había anhelado: poder, respeto y el derecho de presentarse incluso ante un rey como Carlos.

De pronto notó un zumbido en los oídos y temió que le estallara la cabeza. «¡No! —aulló una voz en su interior—. ¡No lo permitiré!» Se negaba a que la mocosa de Íker le quitara todo aquello por lo cual había luchado toda la vida. Advirtió que su brazo izquierdo ardía como lamido por las llamas y de pronto se le nubló la vista y las piernas dejaron de sostenerlo. ¿Es que encima el destino quería burlarse de él haciéndolo caer de rodillas, expuesto al desprecio de todos los vascones? No debía permitirlo, ¡había de impedir que la hija de Íker lo derrotara!

Haciendo un último esfuerzo se situó detrás de Maite y desenvainó la espada.

—¡Jamás gobernarás nuestra tribu! —aulló, dispuesto a arremeter.

Danel no había despegado la vista del tío de Maite y, antes de que Okin pudiera asestar el golpe, le clavó la lanza en el cuerpo, al tiempo que la espada de Konrad le cercenaba la cabeza.

El muerto cayó al suelo como un saco de cereal, pero su cabeza rodó un poco más allá y se detuvo a los pies de su mujer, que permaneció inmóvil como una estatua.

—No debería haber terminado así —dijo Maite en tono aparentemente indiferente, aunque la palidez de su rostro denotaba que sabía que había escapado de la muerte por los pelos. Lanzó una sonrisa de alivio a Konrad y Danel—. ¡Gracias! Un poco más y mi tío me mata.

—¿Es tu marido? —preguntó Danel, examinando a Konrad con curiosidad.

—Sí.

—¡Un guerrero valiente! Lo vi combatir en Roncesvalles —dijo Danel respetuosamente, revelando la disposición de someterse a semejante comandante.

Otros guerreros que habían participado en la batalla de Roncesvalles y habían visto que los sarracenos se lo llevaban como esclavo también manifestaron su respeto y se aproximaron tanto a él que los otros francos se pusieron nerviosos.

Konrad indicó a sus hombres que guardaran las armas y le tendió la suya a Just.

—Limpia la hoja de la sangre del traidor. Maite quiso dejarlo con vida debido a su parentesco, pero el hombre se buscó la muerte.

—Vivió como un perro —dijo Danel—, y como tal murió —añadió, pegándole un puntapié al cadáver de Okin.

Otros quisieron imitarlo, pero Maite alzó la mano.

—¡Alto! Era el hermano de mi madre. Enterradlo como corresponde. Mañana quiero invitar a los mayores de la tribu a mi casa para que mi marido y yo podamos hablar con ellos.

Al oír estas palabras, los aldeanos lanzaron suspiros de alivio: Maite acababa de demostrarles que en el futuro su opinión también contaba. Tres hombres cogieron el cadáver y lo arrastraron afuera. Un muchacho recogió la cabeza y los siguió, así como el sacerdote que había acompañado a Maite y a Konrad.

Al principio, Estinne, la mujer de Okin, se dispuso a seguir al grupo, pero luego se volvió y se detuvo ante Maite con el rostro crispado.

—¡Quiero ir a Nafarroa con mi hijo, a casa de mis parientes!

—¡Pues yo no os detendré! —contestó Maite. Aunque sentía cierta pena por su tía política e ignoraba si esta estaba al tanto de la traición de Okin, en todo caso la ambiciosa mujer no era inocente. Su tía no le había proporcionado el más mínimo afecto y siempre la consideró un estorbo o, en el mejor de los casos, un medio para que su propio hijo medrara.

Entonces los demás aldeanos también lo recordaron, se acercaron a Maite y le cogieron la mano o al menos el vestido para darle la bienvenida.

Una de las mujeres mayores, cuyo hijo había muerto junto con el padre de Maite, lloraba desconsoladamente.

—Por fin mi hijo podrá presentarse ante el juez celestial. Su muerte ha sido expiada.

Uno de los ancianos de la tribu le rodeó el hombro con el brazo.

—Ahora también se cumplirán las antiguas leyes. ¡La sangre de Íker conducirá nuestra tribu!

—Confío en que en menos de siete meses daré a luz a un hijo —dijo Maite con una sonrisa meditabunda.

—¿Qué has dicho? —exclamó Konrad.

—¡Parece que vas a ser padre!

Una sonrisa iluminó el rostro de Danel; luego le pegó un codazo a Konrad y comentó que la noticia merecía un trago de vino.

—¡Beberemos, si es que hay vino en venta!

En cuanto lo dijo, los demás se echaron a reír.

—En el sótano de Okin hay suficiente vino como para emborrachar a los habitantes de cinco aldeas. Deberíamos dar cuenta de él antes de que los hombres de Guizora y las otras aldeas acudan y quieran compartirlo —dijo uno de los hombres, soltando una carcajada de alivio: la sombra que había oprimido a la tribu desde la muerte de Íker por fin había desaparecido.

Entre tanto, Danel observó a los acompañantes de Konrad con mirada escrutadora.

—Si uno de tus hombres tiene ganas de quedarse aquí y casarse con una de nuestras muchachas, no nos opondremos. Muchos de los nuestros sucumbieron en la batalla de Roncesvalles.

—Se quedarán… y a juzgar por sus miradas, vuestras muchachas parecen agradarles.

Konrad se sentía muy satisfecho: a excepción de un instante de terror, todo había salido bien. Contempló a Maite quien, con lágrimas en los ojos, deslizaba la mirada por la aldea, y comprendió que se sentía dichosa por haber regresado a su hogar y poder dar a luz a su primer hijo allí.

—¿Eres feliz? —le preguntó.

Maite asintió y se secó las lágrimas.

—Soy feliz, y espero que tú también lo seas.

—¿Por qué no habría de serlo? ¡Estás a mi lado! Pero aún hemos de hablar del niño.

—Si es un varón, lo llamaremos Íker como mi padre; si es una niña quiero que lleve el nombre de mi madre.

Durante unos momentos, Konrad pareció tan estupefacto que quienes los rodeaban empezaron a soltar carcajadas sarcásticas.

—¡Así es nuestra Maite de Askaiz! ¡Tendrás que ir acostumbrándote!

—Creo que a estas alturas ya lo ha hecho —exclamó Maite en tono travieso.

Konrad dudó entre darle una paliza por la noche o cubrirla de besos, pero no fue la última vez que ella lo cogió por sorpresa, porque desmontó del caballo y lo besó delante de toda la aldea.

Glosario

Abásidas:
dinastía árabe de califas que derrota al clan de los omeyas y se apodera del gobierno de las tierras islámicas a excepción de España

Araba:
Comarca vascona, Álava en español

Aquitania:
Ducado del sudoeste de Francia

Asturias:
Reino cristiano del norte de España

Austrasia:
Parte occidental del reino franco bajo influencia germana

Banu Qasim:
Poderoso clan sarraceno del norte de España, de origen visigodo

Cenomania:
Nombre de la prefectura de Roland (marca bretona)

Dschehenna:
En árabe, «Infierno»

Denario:
Pequeña moneda de plata francesa; doce denarios equivalían a un solidus (chelín)

Dinar:
Moneda de oro árabe equivalente a diez dirhams; el parecido con el denario franco se debe a su modelo romano-occidental común

Dirham:
Moneda de plata árabe

Al-Ándalus:
Nombre árabe de España

Emir:
Título de gobernante árabe, equivalente a príncipe

Galicia:
Comarca española, antaño parte del reino de Asturias

Gascuña:
Comarca al norte de los Pirineos, la parte meridional, del ducado de Aquitania

Gascones:
Tribu emparentada con los vascones que colonizó la región meridional de Aquitania donde representaba la clase alta; más romanizada que los vascones

Giaur:
Palabra árabe que significa «infiel»

Gipuzkoa:
Comarca vascona

Ifrikija:
Nombre árabe de África

Irruñea:
También Irruña, nombre vascón de la ciudad de Pamplona

Cantabria:
Comarca española, antaño formaba parte del reino de Asturias

Maghreb:
Nombre árabe de África del norte

Nafarroa:
Comarca vascona; en español, Navarra

Neustria:
Parte occidental del reino franco, de influencia romana

Omeyas:
Dinastía árabe de califas, derrotada por los abásidas

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