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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (42 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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Una vez sentados los monarcas, el resto de los asistentes volvió a ocupar sus asientos. Dolmant saludó a cada uno de los patriarcas e incluso hizo referencia de paso al ausente rey de Lamorkand, quien, estando acampado Otha dentro de su frontera, tenía otras preocupaciones más acuciantes. Después el patriarca de Demos centró su disertación en la necesidad de trazar un breve resumen de los últimos acontecimientos, resumen que parecía estar dirigido a la gente que había pasado las recientes semanas en la luna. Los testigos de Emban refirieron la destrucción de la ciudad exterior y las atrocidades cometidas por los mercenarios de Martel. Todo el mundo conocía, por supuesto, tales horrores, pero su descripción en vivido detalle contribuyó a crear un ánimo de indignación y una sed de venganza que Emban había considerado pertinentes para impulsar a la jerarquía en la dirección de la militancia y excitar en ellos la urgencia de tomar acciones expeditivas. Probablemente el dato más importante que revelaron aquella media docena de testimonios fue el nombre del hombre que había capitaneado el ejército atacante. El nombre de Martel figuraba prominentemente en el relato de tres de los declarantes, y, antes de llamar al coronel Delada, Dolmant expuso una breve historia del renegado pandion, presentándolo como un mercenario pero omitiendo cualquier referencia a su conexión con el primado de Cimmura. Luego solicitó el testimonio del comandante de la guardia personal del archiprelado, aprovechando para señalar la legendaria neutralidad de aquel hombre totalmente dedicado a su trabajo.

Delada demostró poseer una prodigiosa memoria. Encubrió el origen de su conocimiento del lugar donde iba a celebrarse el encuentro, atribuyéndolo a las «excelentes actividades de inteligencia militar de los caballeros de la Iglesia», describió el sótano y el olvidado acueducto que había supuesto una peligrosa vía de acceso a la propia basílica y a continuación repitió de un modo casi literal la conversación sostenida por Martel y Annias. El hecho de que la refiriera en un tono completamente impasible confirió un gran peso a su testimonio. A pesar de sus sentimientos personales al respecto, Delada se ciñó estrictamente a su código de neutralidad. Mientras hablaba, se oían frecuentes gritos de estupor emitidos por los miembros de la jerarquía y los espectadores.

El patriarca Makova, cubierto de palidez el rostro marcado por la viruela y con la voz entrecortada, se levantó para interrogar al coronel.

—¿Cabe la posibilidad de que las voces que oísteis en la oscuridad del sótano no fueran, de hecho, las de los dos hombres que supuestamente conversaban..., que aquello fuera alguna laboriosa artimaña destinada a desacreditar al primado de Cimmura?

—No, Su Ilustrísima —respondió con firmeza Delada—. Es del todo imposible. Uno de ellos era sin lugar a dudas el primado Annias, el cual se dirigía al otro llamándolo Martel.

—¿Quién os acompañó a ese sótano, coronel?—preguntó sudoroso, cambiando de táctica, Makova.

—Sir Sparhawk de la orden pandion, Su Ilustrísima.

—¡Acabáramos!—exclamó con tono triunfal Makova, sonriendo afectadamente a los otros miembros de la jerarquía—. Así se comprende. Sir Sparhawk profesa desde hace mucho una enemistad personal por el primado Annias. Es evidente que ha manipulado a este testigo.

Delada se puso en pie, rojo de ira.

—¿Estáis llamándome embustero? —inquirió, llevándose la mano a la empuñadura de la espada.

Makova se encogió, con ojos súbitamente desorbitados.

—Sir Sparhawk no me reveló absolutamente nada de antemano, patriarca Makova —aseveró Delada con las mandíbulas comprimidas—. Ni siquiera me dijo quienes eran los hombres que estaban en ese sótano. Yo identifiqué a Annias por mí mismo y a Martel a partir de las palabras de Annias. Y añadiré algo más: Sparhawk es el paladín de la reina de Elenia. Si yo ocupara ese cargo, la cabeza del primado de Cimmura estaría a estas alturas decorando un poste delante de la basílica.

—¿Como os atrevéis?—se indignó Makova.

—El hombre que tan fervientemente anheláis ver ocupando el trono del archiprelado envenenó a la reina de Sparhawk y ahora huye hacia Zemoch para implorar a Otha que lo proteja de las iras de Sparhawk. Será mejor que encontréis otro por quien votar, Su Ilustrísima, porque, incluso si la jerarquía cometiera el error de elegir a Annias de Cimmura, éste no viviría lo suficiente para asumir la dignidad de archiprelado, ya que si Sparhawk no lo mata... ¡lo haré yo! —Delada tenía los ojos encendidos y la espada a medio desenfundar.

Makova se arredró, apabullado.

—Coronel, ¿querríais descansar un momento para sosegaros?—sugirió Dolmant.

—Estoy sosegado, Su Ilustrísima —replicó Delada, envainando la espada—. No estoy ni la mitad de furioso ahora de lo que lo estaba hace unas cuantas horas. Yo no he puesto jamás en entredicho el honor del patriarca de Coombe.

—Tiene mal carácter, ¿eh? —susurró Tynian a Ulath.

—Los pelirrojos son así a veces —respondió sabiamente Ulath.

—¿Queríais formularle más preguntas al coronel, Makova? —preguntó Emban con expresión de inocencia.

Makova regresó con paso airado a su asiento, negándose a contestar.

—Sensata decisión —murmuró Emban con el justo volumen de voz para que lo oyeran todos. Una nerviosa carcajada recorrió la jerarquía.

No era tanto el descubrimiento de que Annias había promovido el ataque a la ciudad lo que escandalizaba y producía un sentimiento de agravio en la jerarquía, pues todos pertenecían al alto clero y comprendían muy bien los excesos a que podía conducir la ambición. A pesar de que los métodos de Annias eran extremos y totalmente reprobables, la jerarquía podía entender sus motivos y tal vez incluso admirar en secreto a un hombre que estaba dispuesto a llegar tan lejos para cumplir sus propósitos. La alianza con Otha era, no obstante, lo que sobrepasaba todos los límites. Muchos de los patriarcas que habían vendido de buen grado sus votos a Annias sonreían incómodos al tiempo que comenzaban a darse cuenta del verdadero alcance de la depravación del hombre con el que se habían aliado.

Por último, Dolmant llamó a Krager y no se molestó en ocultar para nada su carácter y escasa fiabilidad.

Krager, algo más aseado, con cadenas en las muñecas y los tobillos como convenía a su condición de prisionero, demostró ser un brillante testigo. No se esforzó para nada en excusar su actitud, sino que, por el contrario, demostró una franqueza casi brutal al hablar de sus múltiples defectos, llegando incluso a poner en evidencia los detalles del pacto que protegía su cabeza. La jerarquía no pasó por alto el hecho de que tenía motivos sobrados para atenerse estrictamente a la verdad. Los rostros palidecieron. Muchos patriarcas se pusieron a rezar de manera audible. Sonaron gritos de indignación y horror mientras Krager descubría, sin inmutarse y con toda minuciosidad, la monstruosa conspiración que tan cerca había estado de culminar con éxito. El testigo omitió, sin embargo, hacer la más mínima referencia al Bhelliom, ateniéndose a la decisión que habían tomado al trazar las líneas de su declaración.

—Podría haber salido bien —concluyó Krager con tono pesaroso—. Sólo con que hubiéramos dispuesto de un día más antes de la llegada ¡e los ejércitos de los reinos occidentales a Chyrellos, el primado de Cimmura ahora estaría sentado en ese mismo trono. Su primer acto habría sido ordenar la disgregación de las órdenes militares, y el segundo, ordenar a los monarcas elenios el regreso a sus propios reinos y la desmovilización de sus fuerzas militares. Después Otha habría avanzado sin hallar resistencia y, durante generaciones, todos nos habríamos postrado ante Azash. Era un plan muy bueno. —Krager suspiró—. Y me habría convertido en uno de los hombres más ricos del mundo. —Volvió a suspirar—. Ah, qué se le va hacer —finalizó.

El patriarca Emban, que había permanecido arrellanado en su asiento, juzgando atentamente el estado de ánimo de la jerarquía, se puso en pie.

—¿Tenemos alguna pregunta que plantear a este testigo? —preguntó, mirando intencionadamente a Makova.

Makova no le respondió, ni lo miró siquiera.

—Tal vez, hermanos míos —continuó Emban—, éste sea el momento oportuno para levantar la sesión e ir a comer. —Esbozó una amplia sonrisa y posó las manos sobre su voluminosa panza—. Viniendo de mí tal propuesta, no creo que ésta haya sorprendido a nadie, ¿no es cierto? —les preguntó.

Las risas que suscitó su comentario sirvieron, al parecer, para relajar la tensión.

—Esta mañana nos ha deparado muchas cosas sobre las que reflexionar, hermanos míos —prosiguió con seriedad el obeso eclesiástico—, y, por desgracia, contamos con poco tiempo para ello. Estando Otha acampado en Lamorkand Oriental, tenemos poco tiempo para dedicarlo a la reflexión prolongada.

Dolmant aplazó la sesión para una hora más tarde.

A petición de Ehlana, Sparhawk y Mirtai se reunieron con ella en una pequeña habitación de la basílica para tomar una comida fría. La joven reina parecía un poco distraída y, en lugar de comer, garabateaba a toda prisa en un papel.

—Ehlana —la conminó Mirtai—, comed. Os vais a quedar en los huesos si no coméis.

—Por favor, Mirtai —alegó la reina—, estoy intentando redactar un discurso. Debo hablar ante la jerarquía esta tarde.

—No tenéis que decir gran cosa —la tranquilizó Sparhawk—. Limitaos a hacerles saber lo honrada que os sentís por poder presenciar sus deliberaciones, exponed algunos detalles poco halagadores sobre Annias e invocad la bendición de Dios en los debates.

—Ésta es la primera vez que una reina se dirige a ellos, Sparhawk —señaló cáusticamente la joven.

—Han existido reinas antes que vos.

—Sí, pero ninguna de ellas ocupó un trono durante una elección. Lo he consultado. Ésta será una primicia histórica, y no quiero quedar en ridículo.

—Tampoco querréis desmayaros —terció Mirtai, volviendo a acercarle perentoriamente el plato a la reina.

Mirtai, concluyó Sparhawk, era una auténtica tirana.

Sonó un golpecito en la puerta y Talen entró, con una sonrisa maliciosa.

—Sólo he venido a anunciaros que el rey Soros no pronunciará su discurso a la jerarquía esta tarde —comunicó a Sparhawk después de dedicar una reverencia a Ehlana—, de modo que no tenéis que preocuparos por la posibilidad de ser denunciado como un canalla.

—¿Oh?

—Su Majestad debe de haber cogido frío y ello le ha afectado a la garganta, porque no puede hablar más que en susurros.

—Qué extraño. —Ehlana frunció el entrecejo—. No ha hecho realmente frío estos días. No quiero desearle mal al rey de Kelosia, pero ¿no es éste un afortunado incidente?

—La suerte no ha tenido nada que ver con esto, Su Majestad. —Talen esbozó una mueca—. Sephrenia casi se ha dislocado la mandíbula y a punto ha estado de quedar con los dedos entrelazados de lo que le ha costado invocar el hechizo. Excusadme. Debo ir a decírselo a Dolmant y Emban y después tendré que prevenir a Wargun para que no le dé un porrazo en la cabeza a Soros para mantenerlo callado.

Cuando hubieron acabado de comer, Sparhawk acompañó a las dos damas a la sala de audiencia.

—Sparhawk —dijo Ehlana justo antes de entrar—, ¿apreciáis a Dolmant, el patriarca de Demos?

—Mucho —respondió el caballero—. Es uno de mis más viejos amigos... y eso no se debe únicamente a que haya sido un pandion.

—A mí también me gusta —reconoció ella, sonriendo, como si acabara de dejar algo bien asentado.

Dolmant reanudó la sesión y después fue pidiendo a cada uno de los monarcas que dirigieran su alocución a la asamblea de patriarcas. Como Sparhawk había previsto, los reyes fueron levantándose por turno, dieron las gracias a la jerarquía por el permiso de estar presentes, hicieron algunas referencias a Annias, Otha y Azash, y luego invocaron la bendición de Dios sobre las deliberaciones.

—Y ahora, hermanos y amigos —anunció Dolmant—, hoy tenemos el placer de asistir a una rara ocasión. Por primera vez en la historia, una reina nos dirigirá la palabra. —Esbozó una sonrisa—. Por nada del mundo querría ofender a los poderosos reyes de Eosia Occidental, pero debo admitir con todo el candor que Ehlana, soberana de Elenia, es mucho más hermosa que ellos, y creo que quizá sea para nosotros una sorpresa descubrir que es tan sabia como bella.

La reina de Elenia se ruborizó encantadoramente. Durante el resto de su vida, Sparhawk nunca logró descubrir cómo podía enrojecer a voluntad. Ella trató incluso de explicárselo unas cuantas veces, pero aquello era algo que se hallaba fuera de los límites de su comprensión.

Ehlana se levantó y permaneció de pie con la cabeza gacha un momento, como si estuviera confundida por el halagador cumplido.

—Os doy las gracias, Su Ilustrísima—dijo con voz clara y sonora al alzar la cabeza y mostrar una resuelta expresión en el rostro del cual había desaparecido, por cierto, toda traza de sonrojo.

A Sparhawk le dio de repente un sospechoso vuelco el corazón.

—Agarraos bien, caballeros —advirtió a sus amigos—. Conozco esa mirada. Me parece que nos depara unas cuantas sorpresas.

—También debo expresar mi gratitud a la jerarquía por permitirme estar presente —inició su disertación Ehlana—, y sumaré mis oraciones a las de los otros soberanos, pidiendo a Dios que tenga a bien conceder a estos nobles eclesiásticos la sabiduría necesaria en sus deliberaciones. Puesto que soy la primera mujer que ha dirigido nunca un discurso a la jerarquía en tales circunstancias, ¿puedo solicitar la indulgencia de los patriarcas reunidos y poder añadir unas cuantas observaciones? Si mis palabras parecen frívolas, estoy convencida de que los cultos patriarcas sabrán perdonarme. Yo sólo soy una mujer, joven aún, y todos sabemos que las jóvenes a veces se dejan ganar por el entusiasmo y hacen un triste papel. —Hizo una pausa—. ¿Entusiasmada, he dicho? —continuó, con la voz tan prístina como una trompeta de plata—. ¡No, caballeros, digamos más bien que estoy furiosa! Ese monstruo, esa calculadora y despiadada bestia, ese..., ese Annias asesinó a mi amado padre. ¡Abatió al más sabio y piadoso monarca de toda Eosia!

—¿Aldreas? —susurró Kalten con incredulidad.

—¡Y después —prosiguió con la misma resonante voz—, no contento con desgarrarme el corazón, ese voraz salvaje pretendió acabar con mi vida también! Nuestra Iglesia está mancillada ahora, caballeros, manchada porque ese villano profesó las sagradas órdenes. Vendría aquí, suplicante, a rogar, a exigir justicia, pero pienso hacer cumplir mi propia justicia en el cuerpo del hombre que asesinó a mi padre. Yo solo soy una frágil mujer, pero tengo un paladín, caballeros, un hombre que a mis órdenes buscará y encontrará a ese monstruoso Annias aunque fuera a esconderse en los mismos abismos del infierno. Annias comparecerá ante mí. Lo juro delante de todos vosotros, y las generaciones aún por nacer temblarán ante el recuerdo del destino que ahora le aguarda. Nuestra Santa Madre Iglesia no debe preocuparse por dispensar justicia a ese malnacido. La Iglesia es amable, compasiva, pero yo, caballeros, no lo soy.

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