El capitán Wiskich, con su tripulación, se retiró a la posada para planear nuevas estrategias, pero en vez de ello bebieron grandes cantidades de vino y organizaron tal alboroto que fueron echados del lugar por la policía de la ciudad y llevados detenidos a una antigua fortaleza a medio camino colina arriba, donde fueron condenados a tres días de confinamiento.
Cuando el capitán Wiskich y su tripulación fueron detenidos, Cugel meditó larga y cuidadosamente, luego fue a conferenciar de nuevo con Varmous.
—Tal vez recordarás que hoy mismo he venido a pedirte un puesto en tu caravana —dijo, ahora con la familiaridad de los colegas en un negocio.
—Las condiciones no han cambiado —dijo secamente Varmous—. Todos los puestos están ocupados.
—Supongamos —dijo Cugel— que incluyeras en tu caravana otro gran y lujoso carruaje, capaz de llevar cómodamente a doce personas más…, ¿podrías encontrar bastantes clientes para llenar esas nuevas plazas?
—¡Sin duda! Los que no han encontrado sitio tienen que esperar a la siguiente caravana, con lo que se perderán el Festival. Pero partimos esta misma mañana, y no habrá tiempo de conseguir las provisiones necesarias.
—Eso también puede solucionarse, si conseguimos llegar a un acuerdo.
—¿Qué sugieres?
—Yo proporciono el carruaje y las provisiones. Tú consigue otros doce viajeros y cóbrales precio especial. Yo no pagaré nada. Luego partiremos los beneficios.
Varmous frunció los labios.
—No veo nada malo en ello. ¿Dónde está tu carruaje?
—Ven; vamos a buscarlo ahora mismo.
Sin demasiado entusiasmo, Varmous siguió a Cugel a lo largo del muelle, donde finalmente todo estaba tranquilo. Cugel subió al
Avventura
y ató su cuerda a una anula en la proa, y arrojó el otro extremo a Varmous. Dio una fuerte patada al casco con sus botas embadurnadas con cera de ossip, e inmediatamente el barco se volvió repulsivo a la gravedad. Cugel desembarcó, soltó las amarras, y el barco derivó hacia arriba en el aire, ante la alucinada sorpresa de Varmous.
—¡Alárgate, cuerda, alárgate! —exclamó Cugel, y el
Avventura
ascendió hacia la oscuridad.
Varmous y Cugel llevaron el barco a lo largo de la orilla y un poco fuera de la ciudad, donde lo ocultaron tras los cipreses del cementerio; luego los dos hombres regresaron a la posada.
Cugel dio a Varmous una palmada en el hombro.
—Esta noche hemos hecho un buen trabajo, para nuestro mutuo beneficio.
—No sé nada de magia —murmuró Varmous—. Esas cosas extrañas me ponen nervioso.
Cugel desechó sus aprensiones con un gesto de la mano.
—Ahora un vaso de vino final para sellar nuestro trato, luego una buena noche de sueño, y mañana, ¡en marcha!
Durante la quietud de antes del amanecer, Varmous terminó los preparativos de marcha de su caravana, ordenando carromatos y carruajes de pasajeros, conduciendo a los pasajeros a sus lugares reservados, aplacando quejas con suaves comentarios y una franca mirada. Parecía estar en todas partes a la vez: una imponente figura con botas negras, blusa campesina y pantalones bombachos, con sus rubios rizos confinados bajo un sombrero plano de ala ancha.
Ocasionalmente, traía a uno de sus pasajeros a Cugel y le decía:
—¡Otra persona para «primera» clase!
Uno a uno, esos pasajeros fueron acumulándose hasta ser seis, incluidas dos mujeres, Ermaulde y Nissifer, ambas de mediana edad, o al menos eso parecían, puesto que Nissifer se envolvía de pies a cabeza con una túnica de satén color castaño orín y llevaba un gran sombrero con un denso velo. Mientras que Nissifer era seca y taciturna, y parecía crujir a cada paso que daba, Ermaulde era regordeta y voluble, con grandes rasgos húmedos y un millar de aretes color cobre.
Además de Nissifer y Ermaulde, cuatro hombres habían decidido gozar de los privilegios de la «primera» clase: un grupo variado que iba desde Gaulph Rabí, un pantólogo eclesiarca, pasando por Clissum y Perruquil hasta Ivanello, un joven agraciado que llevaba sus lujosas ropas con envidiable apostura y cuyos modales se situaban entre algo parecido a una suave condescendencia y un regocijado desdén.
El último en unirse al grupo fue Clissum, un corpulento caballero de buena estatura y el aire inefable de un completo esteta. Cugel hizo las presentaciones, luego llevó aparte a Varmous.
—Hemos asignado ya a seis pasajeros a la «primera» categoría —dijo Cugel—. Las cabinas 1, 2, 3 y 4 son las designadas para uso de pasajeros. Podemos ocupar también esa cabina doble compartida antes por el cocinero y el camarero, lo cual significa que nuestros propios cocinero y camarero deberán ir al compartimiento de la tripulación a proa. Yo, como capitán del barco, utilizaré por supuesto la cabina de proa. En pocas palabras, hemos cubierto nuestra capacidad.
Varmous se rascó la mejilla y mostró a Cugel un rostro de bovina incomprensión.
—¡Seguro que no! ¡El barco es más grande que tres carruajes juntos!
—Es posible, pero la bodega de carga ocupa mucho espacio.
Varmous lanzó un dudoso gruñido.
—Debemos arreglar las cosas de otra manera mejor.
—No veo ningún problema en la situación actual —dijo Cugel—. Si deseas ocupar un puesto a bordo, puedes colocar una litera en la bodega de proa.
Varmous agitó la cabeza.
—No es éste el problema. Debemos conseguir espacio para más pasajeros. De hecho, había previsto que la cabina de popa no la ocupáramos ni tú ni yo…, después de todo. somos veteranos del camino y no exigimos decadentes comodidades…
Cugel alzó una mano.
—¡No tan aprisa! He conocido la vida dura, y es por eso por lo que ahora gozo todo lo que puedo de las comodidades. El Avventura está lleno. No puedo ofrecer más acomodos de «primera».
Varmous se mostró tercamente obstinado.
—En primer lugar, no puedo prescindir de un cocinero y un camarero para la comodidad de seis pasajeros y tu persona. Contaba contigo para cumplir esos menesteres.
—¿Qué? —exclamó Cugel—. ¡Revisa si quieres los términos de nuestro acuerdo! ¡Yo soy el capitán, y nada más!
Varmous dejó escapar un suspiro.
—Además, ya he vendido otros cuatro pasajes de «primera»… ¡Ajá! ¡Ahí están! El doctor Lalanke y su grupo.
Cugel se volvió y observó a un caballero de alta estatura, delgado y de apariencia saturnina, con denso pelo negro, negras cejas inclinadas en perpetua interrogación y una puntiaguda barbita negra.
Varmous hizo las presentaciones.
—Cugel, éste es el doctor Lalanke, un sabio de renombre.
Tras él, caminando en hilera con largos y lentos pasos y con los brazos colgando fláccidamente de las estrechas caderas, como muñecas mecánicas o personas sonámbulas, aparecieron tres doncellas más pálidas aún que el propio doctor Lalanke, con el pelo corto, suelto e intensamente negro.
Cugel paseó su vista de una a otra; eran muy parecidas entre sí, si no idénticas, con los mismos grandes ojos grises, altos pómulos y mejillas hundidas rematadas en pequeñas barbillas puntiagudas. Llevaban unos pantalones blancos muy ajustados que revelaban unas piernas y caderas apenas perceptiblemente femeninas, y chaquetas de un color verde pálido ceñidas a la cintura. Se detuvieron detrás del doctor Lalanke y aguardaron inmóviles mirando al río, sin hablar ni desplegar el menor interés hacia la gente que las rodeaba.
Unas criaturas fascinantes, pensó Cugel.
—Esos son los miembros componentes de mis pequeños cuadros: mimos, si lo preferís —dijo el doctor Lalanke a Varmous—. Son Sush, Skasja y Rlys, aunque ignoro qué nombre se aplica a cada una, y a ellas tampoco parece importarles. Las considero como mis sirvientas. Son tímidas y sensibles, y se sentirán felices en la intimidad de la gran cabina que me habéis mencionado.
Cugel avanzó con rapidez un paso.
—¡Un momento! La cabina de popa del Avventura está ocupada por el capitán, es decir, yo. Hay acomodo para seis personas en la «primera» categoría. Hay presentes diez personas. ¡Varmous, tienes que solucionar inmediatamente este error!
Varmous se frotó la mandíbula y miró al cielo.
—El día ya está avanzando, y debemos llegar a la fuente de Fierlke antes del anochecer. Supongo que será mejor que inspeccionemos la «primera» categoría y veamos qué puede hacerse.
El grupo se dirigió al bosquecillo de cipreses que ocultaba al Avventura. Por el camino, Varmous se dirigió persuasivo a Cugel:
—En un negocio como el nuestro, hay que hacer en ocasiones pequeños sacrificios para conseguir ventajas más generales. En consecuencia…
—¡No intentes ablandarme! —dijo Cugel con énfasis—. ¡Soy inflexible!
Varmous agitó tristemente la cabeza.
—Cugel, me siento decepcionado contigo. ¡No olvides que te ayudé a adquirir el barco, con un cierto riesgo de mi reputación!
—¡Mi plan y mi magia fueron decisivos! Tú te limitaste a sujetar una cuerda. Además, recuerda que en Kaspara Vitatus nos separamos. Tú seguirás hacia Torqual, mientras que yo me encaminaré al sur en mi buque.
Varmous se encogió de hombros.
—No espero dificultades excepto las de estos próximos minutos. Debemos descubrir quiénes, entre nuestros pasajeros de «primera», empezarán a chillar inmediatamente, y quiénes podrán ser inducidos a viajar en los carruajes.
—Esto es más razonable —dijo Cugel—. Veo que en este comercio hay trucos que me va a costar aprender.
—No tantos. Ahora, como táctica, debemos parecer siempre de acuerdo; de otro modo los pasajeros se atacarán unos a otros, y perderemos todo control. Puesto que no podemos conferenciar en cada caso, señalemos nuestras opiniones de esta forma: una tos para el barco, y un resoplido para el carruaje.
—De acuerdo.
Al llegar al barco, los pasajeros retrocedieron, escépticos. Perruquil, que era un hombre bajo, delgado y de ojos ardientes, y parecía estar construido sólo de nervios anudados en torno a los huesos, llegó hasta tan lejos como a sugerir un engaño.
—Varmous, ¿qué pretendéis con esto? Tomáis nuestros terces, nos ponéis en las cabinas de esta ruina, y luego os marcháis tranquilamente con vuestra caravana: ¿es así cómo lo habéis pensado? íd con cuidado: ¡no nací ayer!
—En general, los barcos no navegan por tierra firme murmuró el esteta Clissum.
—Completamente cierto —dijo Varmous—. Gracias a la magia de Cugel, este buque volará seguro y suave por los aires.
—Debido a un descuido lamentable —dijo Cugel con voz seria—, han sido aceptados demasiados pasajeros a bordo del Avventura, y será necesario que cuatro personas se trasladen a nuestro carruaje de «primera», a la cabeza de la columna, donde podrán gozar de uaa vista perfecta del paisaje circundante. Respecto a esto permitidme preguntar: ¿quienes de vosotros sufren vértigo o un miedo obsesivo a las alturas?
Perruquil se agitó, presa de las fuerzas espasmódicas de su emoción.
—¡No cambiaré a un acomodo inferior! ¡Fui el primero en pagar mis terces, y Varmous me garantizó una prioridad absoluta! Si es necesario puedo traer al jefe de policía, que fue testigo de la transacción; él apoyará mis argumentos.
Varmous tosió significativamente, y Cugel tosió también.
Ermaulde llevó a Varmous aparte y habló unas breves y urgentes palabras en su oído, ante lo cual Varmous alzó las manos a la altura de sus sienes y se tiró de los dorados rizos. Miró a Cugel y tosió secamente.
Clíssum dijo:
—Para mí no hay elección, sólo pura necesidad. No puedo tolerar el polvo del camino; estornudaré y jadearé, y me ahogaré en convulsiones asmáticas.
Perruquil pareció hallar ofensivas la sonora dicción y los epicúreos manerismos de Clissum. Restalló:
—Si de hecho sois tan asmático, ¿no resultáis demasiado atrevido aventurándoos tan lejos por los caminos de las caravanas?
Clissum alzó los ojos al cielo y habló con sus tonos más sonoros.
—Mientras paso los últimos segundos de mi vida en este mundo agonizante, no permito que la desgracia me entristezca o abata. ¡Hay demasiada gloria, demasiada maravilla! Soy un peregrino en una búsqueda que dura toda mi vida; busco aquí, allá, por todas partes, esperando encontrar esa elusiva cualidad…
—¿Y qué aporta eso a vuestro asma? —dijo impaciente Perruquil.
—La conexión es a la vez implícita y explícita. Prometí que, ocurriera lo que ocurriese, cantaría mis odas en el Festival, aunque mi rostro estuviera contraído por un acceso asmático. Cuando supe que podría viajar en el claro aire superior, mi gloria no conoció limites.
—Bah —murmuró Perruquil—. Quizá todos seamos asmáticos; Varmous nunca se ha molestado en preguntar.
Durante la discusión, Varmous susurró al oído de Cugel:
—Ermaulde me dice que está esperando un hijo. Teme que, sometida a los saltos y sacudidas del carruaje, pueda llegar a abortar. No hay alternativa al respecto: tiene que viajar cómodamente a bordo del Avventura.
—Completamente de acuerdo —dijo Cugel.
Su atención fue atraída por la alegre risa de Ivanello.
—¡Tengo una fe absoluta en Varmous! ¿Por qué? Porque pagué doble tarifa por el mejor acomodo posible, el cual, me aseguró, podría escoger yo mismo. En consecuencia, selecciono la cabina de popa. Cugel puede dormir abajo con los otros miembros de la tripulación,
Cugel lanzó un inconfundible resoplido y dijo con voz seca:
—En este caso, Varmous se refería únicamente a los carruajes. Un chico como tú se sentirá feliz saltando de un lado para otro y recogiendo bayas a lo largo del camino. El Avventura ha sido reservado para personas de gusto y cuna, como Clissum y Ermaulde.
—¿Y qué hay conmigo? —exclamó el eclesiarca Gaulph Rabi—. Soy erudito en cuatro infinidades y miembro pleno del Colegium. Estoy acostumbrado a un trato especial. Para realizar mis meditaciones necesito un lugar tranquilo, como la cabina.
Nissifer, con fruncir de ropas y un olor agrio, avanzó dos pasos. Habló con voz curiosamente ronca:
—Yo iré en la nave. Cualquiera que interfiera será infectado.
Ivanello echó hacia atrás la cabeza y miró a la mujer con ojos entrecerrados.
—¿«Infectado»? ¿Qué queréis decir con «infectado»?
—¿De veras queréis saberlo? —le llegó la ronca respuesta.
Cugel, repentinamente alerta, miró al grupo que le rodeaba. ¿Dónde estaban el doctor Lalanke y sus sirvientas? Con una repentina aprensión, subió la pasarela y saltó a bordo.