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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La saga de Cugel (44 page)

BOOK: La saga de Cugel
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Haciendo una serie de grandes gestos, Iolo se acercó al gran sillón donde el duque Orbal se había acomodado.

—Dispondré el sueño para su más conveniente ingestión —dijo—. Sitúo una pequeña cantidad en cada oído; inserto una pizca en cada una de las fosas nasales; dispongo el resto bajo la ilustre lengua de Vuestra Gracia. Ahora, si queréis relajaros, dentro de medio minuto la quintaesencia de un centenar de sueños exquisitos se os hará evidente.

El duque Orbal se puso rígido. Sus dedos se crisparon en los brazos del sillón. Su espalda se arqueó y sus ojos se desorbitaron. Cayó hacia atrás, volcando el sillón, rodó sobre sí mismo, se estremeció, se puso en pie, y empezó a dar saltos por toda la plaza, ante los asombrados ojos de sus súbditos.

Iolo gritó con voz tronante:

—¿Dónde está Cugel? ¡Traedme a ese truhán de Cugel!

Pero Cugel ya se había marchado apresuradamente de Cuirnif, y no pudo ser hallado en parte alguna.

Libro Sexto
DE CUIRNIF
A PERGOLO
1
Los cuatro magos

La visita de Cugel a Cuirnif se había visto malograda por varios desagradables incidentes, y abandonó la ciudad con más prisa que dignidad. Finalmente se abrió camino a través de un bosquecillo de alisos, saltó una zanja, y trepó a la antigua carretera de Ferghaz. Tras detenerse para observar, escuchar y descubrir que al parecer la persecución había sido abandonada, se dirigió a toda velocidad hacia el oeste.

La carretera cruzaba un enorme páramo azulado salpicado aquí y allá por pequeños bosquecillos. La región estaba sobrenaturalmente silenciosa; Cugel escrutó el páramo y sólo encontró distancia, un amplio cielo y soledad, sin ninguna señal de choza o casa.

Procedente de Cuirnif avanzó un carruaje, tirado por un wheriot unicornio. El conductor era Bazzard, que, como Cugel, se había presentado a la Exposición de Maravillas. La exhibición de Bazzard, como el «Ninguna Parte» de Cugel, había sido descalificada por razones técnicas.

Bazzard detuvo el carruaje.

—Bien, Cugel, veo que has decidido dejar tu exhibición en Cuirnif.

—No he tenido otra elección —dijo Cugel—. Con el agujero desaparecido, «Ninguna Parte» no es más que un enorme pedazo de tierra, que me siento feliz de dejar a la custodia del duque Orbal.

—Yo he hecho lo mismo con mis peces muertos —dijo Bazzard. Miró el páramo a su alrededor—. Esta es una zona siniestra, con asms ocultos espiando detrás de cada bosque. ¿Adónde vas?

—Mi destino en Azenomei, en Almery. Pero por ahora, me sentiré feliz hallando un refugio cualquiera para pasar la noche.

—En ese caso, ¿por qué no vienes conmigo? Me sentiré agradecido de tu compañía. Esta noche nos detendremos en la posada del Hombre de Hierro, y mañana llegaremos a Llaio, donde vivo con mis cuatro padres.

—Agradezco tu ofrecimiento —dijo Cugel. Trepó al vehículo; Bazzard dio un tirón a las riendas del wheriot, y el carruaje siguió su camino a buena velocidad carretera adelante.

Al cabo de un rato, Bazzard dijo:

—Si no estoy equivocado, Iucounu, el Mago Reidor, como es conocido, tiene su casa en Pergolo, que está muy cerca de Azenomei. ¿Tal vez os conocéis?

—Nos conocemos, sí —dijo Cugel—. Ha disfrutado de varias bromas escogidas a mis expensas.

—¡Oh, vaya! Apuesto a que no es uno de nuestros camaradas en quien más puede confiarse.

Cugel miró por encima del hombro y habló con voz muy clara.

—Por si hubiera por casualidad algún oído escuchando, quiero que sepas que tengo a Iucounu en mi mayor estima.

Bazzard hizo un gesto de comprensión.

—Sea cual sea el caso, ¿por qué vuelves a Azenomei?

Cugel miró de nuevo en todas direcciones.

—Refiriéndome aún a Iucounu: sus muchos amigos le informan a menudo de mensajes oídos por casualidad, pero a veces de forma inconexa; en consecuencia, procuro evitar, siempre que puedo, hablar demasiado.

—¡Ésa es una conducta prudente! —exclamó Bazzard—. En Llaio, mis cuatro padres son igual de prudentes.

Al cabo de un momento, Cugel preguntó:

—Muchas veces he conocido a un padre con cuatro hijos, pero nunca antes a un hijo con cuatro padres. ¿Cuál es la explicación?

Bazzard se rascó perplejo la cabeza.

—Nunca he pensado en preguntarlo —dijo—. Lo haré a la primera oportunidad.

El viaje prosiguió sin incidentes, y a última hora de la tarde del segundo día llegaron a Llaio, una enorme construcción de dieciséis vertientes.

Un lacayo se hizo cargo del carruaje; Bazzard condujo a Cugel a través de una alta puerta forrada de hierro, cruzando un gran salón de recepciones y hasta una salita de estar. Altas ventanas, cada una con doce paneles de cristal violeta, tamizaban la luz del atardecer; antiguas vigas de madera magenta, cruzando inclinadas el techo de la estancia, daban un poco de calor al revestimiento de roble oscuro. Una larga mesa descansaba sobre una alfombra verde oscuro. Muy cerca unos de otros, sentados de espaldas al fuego, había cuatro hombres de aspecto muy poco usual, en el sentido que compartían entre todos un solo ojo, una sola oreja, un solo brazo y una sola pierna. En otros aspectos los cuatro eran muy parecidos; bajos y delgados, con graves rostros redondos y pelo negro muy corto.

Bazzard hizo las presentaciones. Mientras hablaba, los cuatro hombres se pasaron diestramente brazo, ojo y oído de uno a otro, a fin de que cada uno pudiera apreciar la calidad de su visitante.

—Este caballero es Cugel —dijo Bazzard—. Es un señor menor del valle del río Twish, que ha sufrido las bromas de alguien que debe permanecer sin nombrar. Cugel, permíteme presentarte a mis cuatro padres. Son Disserl, Vasker, Pelasias y Archimbaust: en su tiempo magos de reputación, hasta que ellos también cayeron en desgracia ante cierto mago burlón.

Pelasias, que en aquel momento era quien llevaba el ojo y el oído, dijo:

—¡Recibe nuestra bienvenida! Los huéspedes son raros en Llaio. ¿Cómo has conocido a nuestro hijo Bazzard?

—Ocupábamos pabellones cercanos en la Exposición —dijo Cugel—. Con el debido respeto al duque Orbal, tengo la sensación de que su juicio fue arbitrario, y ni Bazzard ni yo ganamos el premio.

—Las observaciones de Cugel no son exageradas —dijo Bazzard—. A mi ni siquiera se me permitió imitar el sonido de mis desafortunados peces.

—¡Una lástima! —dijo Pelasias—. De todos modos, la Exposición os proporcionó sin duda experiencias memorables a ambos, por lo que el tiempo no resultó perdido. ¿Estoy en lo cierto en esto, Bazzard?

—Completamente, señor, y mientras el tema sigue aún fresco en mi mente, me gustaría que me resolvieras una perplejidad. Un solo padre tiene a menudo cuatro hijos, ¿pero cómo un solo hijo tiene cuatro padres?

Disserl, Vasker y Archimbaust tabalearon rápidamente encima de la mesa; ojo, oído y brazo fueron intercambiados. Finalmente Vasker hizo un seco gesto.

—La pregunta es superflua.

Archimbaust, armado con ojo y oído, examinó a Cugel con atención. Parecía especialmente interesado en el sombrero de Cugel, al que éste había prendido de nuevo la «Estallido Pectoral».

—He ahí un notable adorno —dijo Archimbaust.

Cugel asintió educadamente.

—Lo tengo en mucha estima.

—En cuanto al origen de este objeto, ¿te importaría darnos alguna información?

Cugel agitó sonriente la cabeza.

—Cambiemos de tema hacia otros asuntos más interesantes. Bazzard me dice que tenemos un cierto número

de amigos en común, incluido el noble y popular Iucounu. Archimbaust parpadeó, desconcertado.

—¿Te refieres a ese amarillento, inmoral y repulsivo Iucounu, conocido a veces como «El Mago Reidor»?.

Cugel retrocedió y se estremeció.

—Nunca me referiría de una forma tan insultante al querido Iucounu, especialmente si creyera que él o uno de sus leales espías puede estar escuchándome.

—¡Ajá! —dijo Archimbaust—. ¡Ahora comprendo tu desconfianza! ¡No tienes de qué preocuparte! Estamos protegidos por un dispositivo de alarma. Puedes hablar libremente.

—En ese caso admitiré que mi amistad con Iucounu no es profunda ni duradera. Recientemente, siguiendo sus órdenes, un demonio de membranosas alas me llevó a través del océano de los Suspiros y me dejó caer sin contemplaciones en una lúgubre playa conocida como la costa de Shanglestone.

—¡Si fue una broma, es de muy poco gusto! —declaró Bazzard.

—Esa es mi opinión —dijo Cugel—. Respecto a este adorno, en realidad es una escama conocida como «Estallido Pectoral de Luz», y procede de la parte delantera del demiurgo Sadlark. Posee un poder que, francamente, no comprendo, y es peligroso tocarla a menos que tus manos estén mojadas.

—Todo esto está muy bien —dijo Bazzard—, pero, ¿por qué no quisiste hablar de ella antes?

—Debido a un hecho muy interesante: ¡Iucounu posee todas las demás escamas de Sadlark! En consecuencia, debe ansiar la «Estallido» con todo ese intenso y excitable anhelo que asociamos a Iucounu.

—¡Muy interesante! —dijo Archimbaust. Él y sus hermanos tabalearon una sucesión de mensajes sobre la mesa, intercambiando su único ojo, oído y brazo con rápida precisión. Cugel, observándoles, fue capaz de aventurar una suposición acerca de cómo cuatro padres podían haber tenido un solo hijo.

Finalmente, Vasker preguntó:

—¿Cuáles son tus planes en relación con Iucounu y esta extraordinaria escama?

—Me siento a la vez dudoso e inquieto —dijo Cugel—. Iucounu desea la «Estallido»: ¡cierto! Se acercará a mí y dirá: «¡Ah, querido Cugel, qué amable por tu parte haberme traído la "Estallido"! ¡Dámela, o prepárate a sufrir otra de mis bromas!» Así que, ¿qué debo hacer? He perdido mi ventaja. Cuando uno se enfrenta a Iucounu, debe estar preparado a saltar ágilmente de un lado a otro. Tengo reflejos rápidos y pies ligeros, pero, ¿es eso suficiente?

—A todas luces no —dijo Vasker—. Sin embargo…

Se dejó oír un sonido sibilante. Vasker impuso de inmediato a su voz el trémolo del profundo reconocimiento.

—¡Oh, el querido Iucounu! ¡Qué extraño, Cugel, que tú le cuentes también entre tus amigos!

Cugel, observando la disimulada seña de Bazzard habló en tonos igualmente melodiosos:

—¡Es conocido en todas partes, hasta las tierras más remotas, como un excelente colega!

—¡Exacto! Nosotros hemos tenido nuestras pequeñas diferencias con él, pero, ¿no es eso algo que ocurre con frecuencia? Ahora todo está olvidado, por ambas partes, estoy seguro.

—Si tienes oportunidad de verle en Almery —dijo Bazzard—, por favor, transmítele nuestros más calidos saludos.

—No pienso ver a Iucounu —dijo Cugel—. Tengo intención de retirarme a una pequeña cabaña al lado del río Sune y quizá aprender algún oficio útil.

—En conjunto parece una juiciosa idea —dijo Archimbaust—. Pero cuéntanos más cosas de la Exposición, Bazzard.

—Fue concebida a lo grande —dijo Bazzard—. ¡No hay la menor duda al respecto! Cugel mostró su notable agujero, pero el duque Orbal lo rechazó sobre las bases de su fugacidad. Zallops mostró un «Compendio de Conocimiento Universal» que impresionó a todo el mundo. La tapa del libro mostraba el Emblema Gnóstico, así…

—Tomando un estilo y papel, Bazzard garabateó: No miréis ahora, pero el espía de Iucounu cuelga encima nuestro, en una voluta de humo—. ¿No es correcto así, Cugel?

—Sí en líneas generales, aunque has omitido algunos adornos significativos.

—Mi memoria nunca ha sido muy buena —dijo Bazzard. Arrugó el papel y lo arrojó al fuego.

—Amigo Cugel —dijo Vasker—, tal vez te apetezca un sorbo de dyssac, ¿o tal vez prefieres vino?

—Cualquiera de las dos cosas me encantará —dijo Cugel.

—En ese caso, te sugiero el dyssac. Lo destilamos nosotros mismos, a partir de plantas locales. Bazzard, por favor.

Mientras Bazzard servía el licor, Cugel miró como por casualidad la habitación que le rodeaba. Muy arriba, m las sombras, captó como una voluta de humo, de la que asomaban un par de pequeños ojos rojos.

Vasker, con voz monótona, habló de la cría de aves de corral en Llaio y del alto precio de la comida. Finalmente el espía se cansó; el humo se deslizó pared abajo, se metió en la chimenea y desapareció.

Pelasias miró a través del ojo a Bazzard.

—¿Sigue puesta la alarma?

—Sí.

—Entonces podemos volver a hablar libremente. Cugel, seré explícito. Hubo un tiempo en que éramos magos de gran reputación, pero Iucounu nos gastó una de sus pesadas bromas que aún nos escuece. Nuestra magia, en su mayor parte, ha desaparecido; sólo quedan unos pocos zarcillos de esperanza y, por supuesto, nuestro eterno aborrecimiento hacia Iucounu.

—La claridad personificada. ¿Qué propones hacer?

—Centrándonos en el asunto: ¿cuáles son tus planes? Iucounu tomará tu escama sin el menor remordimiento, riendo y burlándose durante todo el tiempo. ¿Cómo piensas impedírselo?

Cugel tironeó inquieto de su barbilla.

—He dedicado al asunto una cierta atención.

—¿Con qué resultados?

—Había pensado en ocultar la escama, y confundir a Iucounu con insinuaciones y cebos. Pero me atormentan las dudas. Iucounu puede simplemente ignorar mis enigmas en favor de los Displasmas Triunfantes de Panguire. Entonces, sin duda, yo me apresuraría a decir: «Iucounu, tus bromas son soberbias, aquí tienes tu escama.» Mi mayor esperanza tal vez consista en presentarle la escama a Iucounu frente a frente, como un acto voluntario de generosidad.

—En este caso, ¿qué habrás conseguido? —preguntó Pelasias.

Cugel escrutó la habitación.

—¿Estamos seguros?

—Definitivamente.

—Entonces revelaré un hecho importante. La escama consume todo lo que toca, excepto en presencia de agua, la cual embota su voracidad.

Pelasias miró a Cugel con un nuevo respeto.

—Debo decir que llevas esa cosa letal con mucho aplomo.

—Siempre soy consciente de su presencia. Ya ha absorbido un pelgrane y un híbrido hembra de basilisco y de grue.

—¡Ajá! —dijo Pelasias—. Sometamos a prueba esa escama. Atrapamos en el gallinero a una comadreja que aguarda la ejecución: ¿por qué no mediante el poder de tu adorno?

Cugel asintió.

—Como queráis.

Bazzard trajo al cautivo predador, que silbó y enseñó desafiante los dientes. Mojándose las manos, Cugel ató la escama al extremo de un palo y la depositó sobre la comadreja, que fue instantáneamente absorbida. El nódulo mostró nuevos resplandores rojos, vibrando con un fervor tan vívido que Cugel se sintió reluctante a volver a prenderla en su sombrero. La envolvió con varias capas de grueso tejido y la metió en su bolsa.

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