(Por la trascripción: Xavier Zaragoza)
María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia
¿Te molestó mucho mi cita antenoche? ¿Te sentiste humillado de que te colocara en situación de voyeur? No seas impaciente ni corajudo. Más dulzura, cariño, mas equidad, más simpatía hacia tu pobre amiga. Tengo una vida anterior al día en que nos conocimos, ¿sabes? Y tú, mi buen Nicolás, eres como la letra del bolero, quieres imaginar "que no existe el pasado y que nacimos el mismo instante en que nos conocimos". Pues no, figúrate. Yo te llevo una ventaja de once años antes de que no sólo nos conociéramos, sino de que siquiera nacieras. Si vas a reprocharme la vida que viví antes de conocerte, te expones a varias cosas. Primero, a muchas sorpresas. Algunas desagradables. Otras un poco más amenas. Segundo, vas a incendiarte de celos hacia los hombres que han sido mis amantes. Y tercero, vas a impacientarte con los plazos que te he puesto para ser tuya.
—¿Por qué ellos y no yo?
De las tres posibilidades, sólo la segunda me agrada. A una mujer —y yo no soy excepción— le encanta provocar celos. Atizan la pasión. Le ponen fuego a la espera fría. Aseguran gloriosas culminaciones eróticas. Pero voy al grano. Vas a ver. Ahora seré
voyeuse
contigo. Nos vamos a sentar juntos, lado a lado, aquí en la sala de mi casa, a ver y comentar mi propia versión del Informe Presidencial de anoche. Mandé filmar el evento, con énfasis, no tanto en las palabras del señor Presidente de la República como en los rostros de los asistentes, a fin de que conozcas mejor al personal político que nos gobierna.
Perdona si mis comentarios son un tanto acerbos. Prefiero que conozcas a esta fauna sin maquillaje. A veces el que parece George Clooney es apenas Mickey Rooney y la que da un aire de Minnie Driver en realidad no pasa de Minnie Mouse.
Permíteme despachar sin muchas consideraciones al presidente del Congreso que dio respuesta al Informe Presidencial. Se llama Onésimo Canabal y es menor en todo: pasado, presente y futuro; tamaño físico, estatura política y altura moral. Es uno entre mil, pero hoy se siente único. ¿Cómo sabrá la verdad? Nadie se la dirá. Tendría que darse un porrazo para enterarse de su propia estupidez. Pero hay idiotas —la mayoría— que mueren sin enterarse de que fueron pendejos.
Vamos con el Gabinete, sentado en las primeras filas del Congreso.
El señor secretario de Gobernación, Bernal Herrera, es mi amigo y confidente. Tiene experiencia, serenidad y sentido práctico. Es consciente de que el orden tiene límites, pero el desorden carece de fronteras. Su política de equilibrios consiste, pues, en evitar el desorden endémico y los males extremos que lo alimentan (valga la paradoja): el hambre, la desmoralización, la desconfianza pública. Herrera sabe muy bien que el desorden provoca las acciones irracionales y protege las aventuras —que pronto se revelan como desventuras— políticas. La amargura abre muchas heridas y otorga escaso tiempo para cerrarlas. Herrera promueve leyes de tres clases: las que pueden practicarse, las que jamás se pondrán en práctica y las que le dan esperanza a la gente, practíquense o no, sean más para mañana que para hoy. Es nuestro más excelente ministro y político.
El secretario de Relaciones Exteriores, Patricio Palafox, sentado al lado de Herrera, es otro hombre experimentado, idealista pero práctico. Entiende que somos vecinos de la única gran potencia y que podemos escoger a nuestros amigos, pero no a nuestros vecinos (ni, dicho sea de paso, a nuestros familiares, que tan incómodos pueden resultarnos a veces). Palafox colabora dignamente con los gringos pero es muy hábil para hacerles entender que México también es una democracia y debe hacerle caso a su propia opinión pública. A veces, les explica, no podemos ir en contra de la opinión pública, igual que ustedes, entiéndanme. Lo malo es que ellos se pliegan sin consecuencias a esa verdad. Los gobiernos norteamericanos navegan con las encuestas, la oposición en el Congreso, los editorialistas de la gran prensa y el Ejecutivo sólo se sale con la suya en la medida en que se compone con todos estos factores.
Nosotros, a veces, pagamos caro nuestras decisiones independientes, como ahora en el caso colombiano. Nos vimos obligados a apoyar al nuevo Presidente Juan Manuel Santos pidiendo que salgan las tropas yanquis de Colombia. No nos bastó ceder en tratos comerciales, apoyos contra el terrorismo, votos de respaldo en organismos internacionales, desprotección de mexicanos agredidos, injustamente encarcelados y aun condenados a muerte en los USA. Bastaron dos botones rojos —Colombia y petróleo— para provocar esta cruel y extrema reacción de Washington: dejarnos incomunicados, en una especie de desierto de la globalización.
No verás, sin embargo, signo alguno de preocupación en el rostro del señor secretario Palafox. Desciende de una muy vieja familia que ha atestiguado tres siglos de turbulenta historia nacional. Nada lo altera. No tiene nervios. Es un profesional. Aunque no faltan las malas lenguas que dicen:
—La serenidad inmutable del canciller Palafox no se debe a su sangre azul, sino a su bien ganada fama de jugador de póker.
Parece que no son los salones de Versalles la escuela del señor secretario, sino los salones de juego, las piezas llenas de humo de cigarrillo, luces pardas y tapetes verdes. El reino, digamos, del azar. Y dime tú, mi bello aprendiz, ¿cómo conciliar la necesidad con el azar? Es la gran pregunta irresuelta de todos los tiempos, me indica mi gran amigo Xavier Zaragoza, a quien no sin error han motejado "Séneca" y de quien, debes saberlo, he aprendido más que en la Sorbona, donde estudié Ciencias Políticas. Lee, al respecto, el gran artículo de ayer de don Federico Reyes Heroles. Son sus reflexiones al cumplir 65 años.
Ahora empezamos a degenerar, mi querido discípulo Nicolás Valdivia. Al contralor de la República don Domingo de la Rosa le dicen "El Flamingo" porque no sabe sobre cuál pierna pararse, la derecha o la izquierda. Como el gobierno del señor Presidente es de Unidad Nacional, a veces hay que favorecer a los conservadores y a veces a los progresistas. Lo malo es que unos y otros sólo son honrados en la oposición. Apenas llegan al gobierno, fraternizan y se confunden en el antiquísimo mandato del pintoresco personaje de nuestro truculento pasado, el llamado "Tlacuache" Garizurieta:
—El que vive fuera del presupuesto, vive en el error.
De él te digo que quien busca ganarse la amistad de todos haciéndoles concesiones, nunca tendrá bastante dinero. ¿Él no, pero la República sí?
Tienes razón, mi querido Nicolás. El secretario de Educación Ulises Barragán es un desastre. Dicen que es más mentiroso que un dentista y que su perpetuo e interminable monólogo tiene una sola virtud: vuelve catatónico a cualquier auditorio, cosa útil tratándose del Sindicato de Trabajadores de la Educación y sus dos millones de temibles adherentes cuando se reúnen en el Auditorio "Elba Esther Gordillo". Lo malo del señor secretario Barragán es que su discurso es tan aburrido que no sólo pone a dormir a quienes lo escuchan. Se duerme a sí mismo. Se conoce el caso de salas de conferencias sorprendidas en pleno sueño al terminar de hablar el señor secretario. Durmió a los asistentes y se durmió a sí mismo. El prolongado silencio atrajo por ello una vez al conserje de El Colegio Nacional, quien encontró perfectamente dormidos a todos: los sesenta y seis asistentes y el propio conferenciante, el secretario Barragán.
El secretario de Salud, Abundio Colmenares, lleva con cierta galanura y hasta fantasía su puesto. Es un cachondo bien hecho y se aprovecha de su función para gozar con el pretexto de curar. Todo un caso, bien simpático a veces. Dicen que es duro y ardiente: no se le escapa ni un hombre que odia ni una mujer que desea.
La señora secretaria del Medio Ambiente, Guillermina Guillén, brilla por sus buenos deseos. Es tan fantasiosa que le basta hacer lo contrario de lo que piensa para ser realista. Protege los santuarios de aves fumigándolos hasta matar cualquier cosa que vuela. Se hace taruga dando concesiones de tala de bosques porque así ya no hay bosques que proteger. Problema resuelto. Acaba de divorciarse de su marido porque descubrió que el buen señor sólo se ponía la dentadura postiza cuando visitaba a su amante.
El señor secretario del Trabajo, Basilio Taracena, es todo lo contrario de lo que parece ser. Mira sus ojos de criollo tapatío: claros, pero no serenos. Encapotados, velados, brumosos, y si algo le da trabajo es su propio cuerpo. Observa la serie interminable de sus tics, su constante rascarse los costados, el cuello, las axilas, la entrepierna, como si lo asediasen las ladillas...
El señor secretario de Agricultura, don Epifanio Alatorre, anda en la política nacional desde tiempos de López Mateos y es famoso por sus predicciones sobre las cosechas y el clima:
—Dependiendo de las lluvias, las cosechas este año pueden ser buenas, pueden ser malas o pueden ser todo lo contrario.
Como lleva más de medio siglo en la política, algunos le preguntan cómo ha sobrevivido tanto cambio, de López Mateos a Fox a Terán. Entonces don Epifanio se moja el dedo índice con saliva y lo levanta para indicar que él sabe siempre por dónde sopla el viento. Nunca te metas en un argumento con él. Es cómo discutir con una banda de mariachis.
Desconfía también del señor secretario de Comunicaciones Felipe Aguirre. Fíjate que su cara es del mismo color que sus calcetines, signo inequívoco de bajeza. O de falta de imaginación. Lo comprueba su famoso dicho conyugal:
—¿Quieres hacerte viejo? Entonces vive siempre con la misma vieja.
Si el consejo es amoral, su conducta no lo es. El señor secretario se ha hecho viejo con la misma vieja, una voluminosa señora que inspira pavor porque camina con los ojos cerrados, como un gordo vampiro cegado por el sol. Prueba de que el encargado de las comunicaciones se comunica mejor en silencio, a oscuras, y expidiendo, como lo hace, concesiones y contratos mediante jugosas comisiones. ¿Por qué lo tolera el señor Presidente, a sabiendas de que el señor secretario no ve nada para robarlo todo? Singular y antiquísima teoría, mi querido Nicolás: no hay gobierno que funcione sin el aceite de la corrupción.
La corrupción lubrica, pero mira nada más la cara compungida del director general de Petróleos Mexicanos, don Olegario Santana. Se da entrada al capital norteamericano sin desnacionalizar la industria, pero a la hora de defender el precio del petróleo, el gobierno de los USA nos sanciona, sancionando a sus propios inversionistas. Es la perpetua contradicción de Washington entre sus proclamas internacionales y sus pequeños intereses locales: el textilero de Carolina del Norte siempre le ganará al textilero brasileño y a la Organización Mundial del Comercio, dado que éstos no votan... ¿Qué cara pones? El director general, como podrás observar, pone cara de violador de niñas de diez años. ¿Cómo puede aparecer en público con ese semblante de culpable? Tenle compasión.
Ahora dirige tu mirada a los dos militares sentados lado a lado. El secretario de la Defensa se llama Mondragón von Bertrab y parece precisamente eso, un junker prusiano. Se formó en la escuela militar alemana, la Hochschule, lleva una relación magnífica con el Pentágono y ha leído y se sabe de memoria las campañas de César en Galia y la correspondiente de Bonaparte en Italia, te recita a Von Clausewitz y no hay página de la Germania de Tácito o de las Historias de Livio que no haya cursado. Es el fruto más acabado del mando culto y responsable, serio y leal, que la Heroica Escuela Militar lleva generaciones formando. Pero no te apresures a meter la mano en el fuego, mi querido Nicolás Valdivia. Precisamente por su formación y seriedad, Von Bertrab es un autómata disciplinado que cumplirá al pie de la letra sus obligaciones: lealtad al señor Presidente mientras juzgue que el señor Presidente es leal a las instituciones de la República, pero más lealtad al espíritu de la Patria —
whatever that means
— que al propio Presidente si, a juicio del general, el Presidente no le cumple a la Patria —
exactly what that mean
!—. Pero nuestro admirable junker local no se mancha las manos nunca, Nicolás, eso se lo deja al torvo individuo que ves sentado a su lado, el general Cícero Arruza, jefe de la Policía Federal.
Mucho cuidado con él, te lo digo en serio. Von Bertrab es la cara amable de la fuerza. Arruza es la cara odiosa. Su lema es Sangre, Muerte y Fuego. Es un lobo con piel de lobo. Su única barrera es Von Bertrab, quien ha dicho de Cícero:
—Darle el poder a Arruza es como poner un pirómano al frente del cuerpo de bomberos.
Pero nadie —te digo que nadie— duda de que Arruza puede ser indispensable en un momento dado. Él lo sabe y propicia ese momento con el sigilo de una pantera en la selva. Dicen que el general Cícero Arruza hubiese sido capaz de hacerle confesar a Benito Juárez que era agente de los franceses. No deja de ser constructivo, sólo que para él ser constructivo es hacer obra de intimidación pública.
Me despacho con una o dos frases al señor secretario de la Vivienda, Efrén Iturbide. Dicen que es el idiota mejor vestido del mundo. Se ufana de descender de aquel emperador de burlas que tuvimos a principios del siglo XIX, Agustín I. No es cierto. Nuestro Efrén se aprovecha de la buena facha para crearse un pedigree falsario. Claro, no se puede tener una piel tan translúcida sin ser "gente decente". ¿Decente, amigo mío? La voz popular dice de él y de su cargo:
—Efrén Iturbide es el secretario de Estado para la Vivienda de Efrén Iturbide.
Así es. Sólo ha construido una casa: la suya.
Ese tipo con cara de pasmado es Juan de Dios Molinar, secretario de Información y Medios, hoy despojado, por obra y gracia de nuestros poderosos vecinos, de toda capacidad informativa o mediática, salvo, como lo he decidido yo (y que cunda mi ejemplo), por la vía epistolar. Míralo, qué mal distribuido el pobre. Aire saturnino, ojos de tigre, sonrisa tímida, manos de carpintero y busto de tenor italiano. ¡Qué cabrona puede ser la naturaleza! Y para colmo, la boca cerrada como candado. Es el retrato del estupor idiota y me da pena. Mi amigo Herrera dice que mejor así. Como el secretario de Información no informa, la Secretaría de Gobernación maneja a su antojo las noticias.
En cambio, mira a su lado al sonriente procurador general de Justicia Paladio Villaseñor diciéndole a todo el mundo "qué bueno, qué bueno". Con razón lo llaman "Don Qué bueno", pero yo creo que es más astuto de lo que parece y que su fama de zonzo lo salva de tomar decisiones tajantes o de ofender públicamente a los que jode bajita la mano. Tiene, ya verás, sus usos y virtudes. No en balde, de acuerdo con las circunstancias, es anguila o es molusco.