La sombra de Ender (35 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La sombra de Ender
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Una vez estuvieron allí, en vez de continuar enfrentándose a la fuerza de choque que venía hacia ellos, Crazy Tom los hizo disparar a la formación principal Conejo, o a lo que quedaba de ella: principalmente grupos desorganizados que se ocultaban detrás de las estrellas y disparaban a los Dragones que caían hacía ellos desde varias direcciones. Los cinco miembros del batallón C tuvieron tiempo de alcanzara un par de Conejos antes de que la fuerza de choque los volviera a encontrar.

Sin esperar órdenes, Bean se lanzó al instante para apartarse de la superficie de la estrella y, de ese modo, poder disparar hacia abajo a la fuerza de choque. Desde tan cerca, pudo matar a cuatro soldados sin dificultad antes de que los giros cesaran bruscamente y su traje quedara rígido y oscuro por completo. El Conejo que lo había eliminado no pertenecía a la fuerza de choque: era alguien de la fuerza principal que tenía encima. Y para su satisfacción, Bean pudo ver que a causa de sus disparos, sólo un soldado del batallón C fue alcanzado por la fuerza de choque enviada contra ellos. Entonces rotó, y se perdió de vista.

Ya no importaba. Estaba eliminado. Pero lo había hecho bien. Estaba seguro de que había conseguido siete muertes, tal vez más. Y no se trataba sólo de su puntuación personal. Había proporcionado la información que Crazy Tom necesitó para tomar una buena decisión táctica, y luego había emprendido la acción valerosa que impidió que la fuerza de choque causara demasiadas bajas. Como resultado, el batallón C permaneció en posición para atacar al enemigo desde atrás. Sin un sitio donde esconderse, los Conejos serían eliminados en unos instantes. Y Bean había intervenido en todo eso.

No me quedé petrificado cuando pasamos a la acción. Hice lo que había sido entrenado para hacer, y me mantuve alerta, y pensé. Probablemente puedo hacerlo mejor, moverme más rápido, ver más. Pero para una primera batalla, lo hice bien. Tengo madera de soldado.

Como el batallón C era crucial para la victoria, Wiggin usó a los cuatro jefes de batallón para apretar con sus cascos las esquinas de la puerta enemiga, y concedió a Crazy Tom el honor de pasar por la puerta, que era como formalmente terminaba el juego, y encender las luces.

El propio mayor Anderson vino a felicitar al comandante vencedor y supervisar la operación de limpieza. Wiggin descongeló rápidamente a las bajas. Bean se sintió aliviado cuando su traje pudo volver a moverse. Usando su gancho, Wiggin los acercó a todos e hizo formar a sus soldados en cinco batallones antes de empezar a descongelar a la Escuadra Conejo. Permanecieron firmes en el aire, los pies hacia abajo, las cabezas arriba… y cuando los Conejos se descongelaron, se fueron orientando poco a poco en la misma dirección. No tenían forma de saberlo, pero para la Escuadra Dragón la victoria fue entonces más que completa: pues el enemigo se orientaba ahora como si su propia puerta fuera abajo.

Bean y Nikolai estaban desayunando ya cuando Crazy Tom se acercó a su mesa.

—Ender dice que en vez de quince minutos para desayunar, tenemos hasta las 07.45. Y nos dejará salir de la práctica con tiempo para ducharnos.

Qué magnífica noticia. Ahora podían comer más despacio.

No es que a Bean le importara. Su bandeja tenía poca comida; casi había terminado. Una vez dentro de la Escuadra Dragón, Crazy Tom lo pilló regalando comida. Bean le dijo que siempre le daban demasiado, y Tom llevó el asunto a Ender, quien hizo que los nutricionistas dejaran de sobrealimentar a Bean. Esa era la primera vez que Bean dejaba poder comer más. Y eso era sólo porque estaba agotado por la batalla.

—Inteligente—dijo Nikolai.

—¿Qué?

—Ender nos dice que tenemos quince minutos para comer, cosa que nos parece apresurada y no nos gusta. Entonces nos envía a los jefes de batallón, diciéndonos que tenemos hasta las 07.45. Son sólo diez minutos más, pero parece una eternidad. Y una ducha… se supone que podemos ducharnos después del juego, pero ahora estamos agradecidos.

—Y le cedió a los jefes de batallón la oportunidad de traer la buena noticia —dijo Bean.

—¿Es importante eso? — preguntó Nikolai—. Sabemos que fue cosa de Ender.

—La mayoría de los comandantes se aseguran de que todas las buenas noticias procedan de ellos —dijo Bean—, y las malas noticias de los jefes de batallón. Pero el único propósito de Wiggin es formar a sus jefes de batallón. Crazy Tom entró allí con nada más que su entrenamiento y su cerebro y un solo objetivo: golpear primero desde U pared y ponerse tras ellos. Todo lo demás fue cosa suya.

—Sí, pero si sus jefes de batallón la cagan, la mancha queda en el expediente de Ender —replicó Nikolai.

Bean sacudió la cabeza.

—La cuestión es que, en su primera batalla, Wiggin dividió sus fuerzas para conseguir un efecto táctico, y el batallón C pudo continuar atacando incluso después de que nos quedáramos sin planes, porque Crazy Tom estaba de verdad a cargo de nosotros. No nos quedamos sentados preguntándonos qué quería Wiggin de nosotros.

Nikolai lo comprendió, y asintió.


Bacana
. Eso es.

—Completamente cierto —dijo Bean. A estas alturas, todo el mundo en la mesa lo estaba escuchando—. Y eso se debe a que Wiggin no está pensando sólo en la Escuela de Batalla y las puntuaciones y en mierdas por el estilo. Sigue viendo los vids de la Segunda Invasión, ¿lo sabías? Está pensando en cómo derrotar a los insectores. Y sabe que la forma de hacerlo es tener tantos comandantes dispuestos a combatirlos como sea posible. Wiggin no quiere ser el único comandante preparado para combatir a los insectores. El quiere luchar junto a unos grandes jefes de batallón, junto a los segundos jefes y, si es posible, junto a todos y cada uno de sus soldados dispuestos a comandar una flota contra los insectores si es necesario.

Bean sabía que, con toda probabilidad, su entusiasmo estaba dando a Wiggin crédito por más cosas de las que había planeado en realidad, pero aún estaba lleno del brillo de la victoria. Y además, lo que decía era verdad: Wiggin no era ningún Napoleón, que sujetaba las riendas con tanta fuerza que ninguno de sus comandantes fuera capaz de liderar a sus soldados de manera brillante e independiente. Crazy Tom se había comportado bien bajo presión. Había tomado las decisiones adecuadas, incluyendo la decisión de escuchar a su soldado mas pequeño, el más inútil en apariencia. Y Crazy Tom lo había hecho porque Wiggin había dado ejemplo al escuchar a sus jefes de batallón.

Aprendes, analizas, decides, actúas.

Después de desayunar, mientras se dirigían a las prácticas, Nikolai le preguntó:

—¿Por qué lo llamas Wiggin?

—Porque no somos amigos —dijo Bean.

—Oh, entonces es míster Wiggin y míster Bean, ¿es eso?

—No.
Bean
es mi nombre de pila.

—Oh. Entonces es míster Wiggin y Quién demonios seas.

—Exacto.

Todos esperaban tener al menos una semana para ir por ahí alardeando sobre su perfecto récord de victoria—perdida. En cambio, a las 06.30 de la mañana siguiente, Wiggin apareció en el barracón, de nuevo blandiendo órdenes de batalla.

—Caballeros, espero que aprendierais algo ayer, porque hoy vamos a repetirlo.

Todos se sorprendieron, y algunos se enfadaron: no era justo, no estaban preparados. Wiggin le tendió las órdenes a Fly Molo, que acababa de salir a desayunar.

—¡Trajes refulgentes! — gritó Fly, quien estaba convencido de que ser la primera escuadra en librar dos batallas seguidas era algo magnífico.

Pero Hot Soup, el jefe del batallón D, mostraba otra actitud.

—¿Por qué no nos lo dijiste antes?

—Me pareció que necesitabais la ducha —dijo Wiggin—. Ayer la Escuadra Conejo dijo que vencimos sólo porque el hedor los dejó aturdidos.

Todos los que estaban cerca y pudieron oírlo se echaron a reír. Pero a Bean no le hizo gracia. Sabía que el papel no estaba allí cuando Wiggin se despertó. Los profesores lo habían colocado más tarde.

—No encontraste el papel hasta que volviste de la ducha, ¿verdad?

Wiggin le dirigió una mirada neutra.

—Naturalmente. No estoy tan cerca del suelo como tú.

El tono desdeñoso de su voz fue como un puñetazo para Bean. Sólo entonces se dio cuenta de que Wiggin había interpretado su pregunta como una crítica: que él pensaba que Wiggin no había estado atento y no había advertido las órdenes. Así que ahora había una marca más contra Bean en el dossier mental de Wiggin. Pero Bean no podía dejar que eso lo trastornara. No era igual que si Wiggin lo hubiera etiquetado como cobarde. Tal vez Crazy Tom le había contado cómo Bean contribuyó a la victoria de ayer, y tal vez no. No cambiaría lo que Wiggin había visto con sus propios ojos: Bean retrasándose en la ducha. Y ahora, al parecer, Bean le reprochaba que les obligara a todos a ir corriendo a su segunda batalla. Tal vez me harán jefe de batallón cuando cumpla treinta años. Y sólo si todos los demás se ahogan en un accidente de barco.

Wiggin seguía hablando, por supuesto, explicando cómo deberían esperar batallas en cualquier momento, pues se estaban quebrantando las antiguas normas.

—No puedo simular que me gusta la forma en que están jugando con nosotros, pero sí me gusta una cosa: que tengo una escuadra que puedo manejar.

Mientras se ponía el traje refulgente, Bean pensó en la actitud que adoptaban los profesores y lo que ello implicaba. Estaban presionando cada vez más a Wiggin, y también poniéndoselo más difícil. Y esto era sólo el principio. Eran sólo las primeras gotas de lluvia de una tormenta.

¿Por qué? No porque Wiggin fuera tan bueno que necesitara las pruebas. Al contrario: Wiggin estaba entrenando bien a su escuadra, y la Escuela de Batalla sólo se beneficiaría de ello concediéndole tiempo de sobra para hacerlo. Así que tenía que ser algo externo a la Escuela de Batalla.

Sólo había una posibilidad, en realidad. Los invasores se acercaban. Los insectores estaban sólo a unos pocos años luz de distancia. Tenían que terminar el entrenamiento de Wiggin.

Wiggin. No todos nosotros, sólo Wiggin. Porque si fuera todo el mundo, entonces el plan de trabajo de todo el mundo se aceleraría de la misma manera. No sólo el nuestro.

Así que ya es demasiado tarde para mí. Han elegido a Wiggin para depositar en él todas sus esperanzas. Ya no importará si soy jefe de batallón o no. Todo lo que importa es: ¿estará Wiggin preparado?

Si Wiggin tiene éxito, seguirán habiendo posibilidades de que yo consiga convertirme en líder después. La liga se hará pedazos. Habrá guerra entre los humanos. O bien la F.I. me utilizará para mantener la paz, o tal vez pueda entrar en algún ejército en la Tierra. Tengo mucha vida por delante. A menos que Wiggin comande nuestra flota contra los insectores y pierda. Entonces ninguno de nosotros tendrá vida ninguna.

Todo lo que puedo hacer en ese preciso instante es tratar de ayudar a Wiggin a aprender todo cuanto pueda aprender aquí. El problema es que no estoy lo bastante cerca de él para tener ningún efecto.

La batalla era contra Petra Arkanian, comandante de la Escuadra Fénix. Petra era más lista que Carn Carby; también tenía la ventaja de haber oído cómo Wiggin trabajaba sin ninguna formación y usaba pequeños grupos de ataque para romper las formaciones antes del combate principal. Con todo, Dragón terminó con sólo tres soldados alcanzados y nueve parcialmente incapacitados. Una derrota aplastante. Bean pudo ver que a Petra tampoco le gustó. Lo más probable era que pensara que Wiggin lo había preparado así, para humillarla deliberadamente. Pero se desquitaría muy pronto: Wiggin dejaba libres a sus jefes de batallón, y cada uno de ellos buscaba la victoria absoluta, como habían sido entrenados. Su sistema funcionaba mejor, eso era todo, y el viejo método de plantear las batallas estaba condenado al fracaso.

Muy pronto, todos los demás comandantes empezarían a adaptarse, a aprender cada uno de los movimientos de Wiggin. Y la Escuadra Dragón se enfrentaría a otras escuadras que estarían divididas en cinco batallones, no cuatro, y que se moverían de forma libre, con unos jefes de batallón más hábiles para las maniobras. Los niños no llegaban a la Escuela de Batalla si eran idiotas. El único motivo de que la técnica funcionara una segunda vez fue porque sólo había pasado un día desde la primera batalla, y nadie esperaba tener que enfrentarse tan pronto a Wiggin. Ahora sabrían que había que hacer cambios rápidamente. Bean dedujo que con toda probabilidad nunca volverían a ver otra formación.

¿Y entonces qué? ¿Había vaciado Wiggin su cargador, o tendría nuevos trucos en la manga? El problema era que la innovación nunca conseguía la victoria a largo plazo. Era demasiado fácil que el enemigo imitara y mejorara tus innovaciones. La verdadera prueba para Wiggin seria lo que hiciera cuando se enfrentara con otras escuadras que utilizaran tácticas similares.

Y la verdadera prueba para mí será ver si podré soportarlo cuando Wiggin cometa algún estúpido error y yo tenga que quedarme sentado como cualquier otro soldado, viéndolo.

El tercer día, otra batalla. El cuarto día, otra. Victoria. Victoria. Pero cada vez le sacaban menos puntos al enemigo. Bean ganaba cada vez más confianza como soldado… y se sentía más frustrado porque tan sólo podía contribuir con su buena puntería o, ocasionalmente, con alguna sugerencia; a veces también le recordaba algo a Crazy Tom eso era todo.

Bean le escribió a Dimak al respecto, explicando cómo estaba siendo infrautilizado y sugiriendo que podría entrenarse mejor trabajando con un comandante peor, donde tendría mejores posibilidades de conseguir su propio batallón.

La respuesta fue breve:

—¿Quién más te querría? Aprende de Ender.

Muy duro, pero cierto. Sin duda, ni siquiera Wiggin lo quería en realidad. O le habían prohibido trasladar a sus soldados, o había intentado apartar a Bean y nadie había querido quedárselo.

Estaban en el tiempo libre de la tarde tras su cuarta batalla. La mayoría de los otros niños trataban de no perder el ritmo de sus clases: los combates empezaban a hacerles mella, sobre todo porque se daban cuenta de que tenían que entrenar duro para no quedarse atrás. Sin embargo, Bean se enfrentaba a las clases con la soltura de siempre, y cuando Nikolai le dijo que no necesitaba que lo ayudaran más con sus trabajos, decidió dar un paseo.

Al pasar ante la habitación de Wiggin (un cubículo aún más pequeño que los estrechos cuartos que tenían los profesores, donde apenas había espacio para un camastro, una silla y una mesita), Bean se sintió tentado de llamar a la puerta, sentarse y aclarar las cosas con Wiggin de una vez por todas. Entonces el sentido común prevaleció por encima de la frustración y la vanidad, y Bean continuó caminando hasta llegar a la arcada.

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