Ender no estaba en su habitación, o al menos no respondió. Fly Molo, como comandante del batallón A, tomó las riendas de la situación y distribuyó los soldados en grupos para buscar por los barracones, la sala de juegos, la sala de vídeo, la biblioteca, el gimnasio.
Pero Bean convocó a su escuadrilla para que lo siguiera. Al cuarto de baño. Era el único sitio donde Bonzo y sus amigos pensarían que Ender acabaría acudiendo.
Para cuando Bean llegó allí, todo había acabado. Había profesores y personal médico por los pasillos. Dink Meeker caminaba con Ender, con un brazo sobre su hombro, retirándolo del cuarto de baño. Ender sólo llevaba puesta su toalla. Estaba mojado, y tenía sangre por toda la nuca y por la espalda. Bean tardó sólo un instante en advertir que la sangre no era suya. Los otros miembros del grupo de Bean observaron cómo Dink conducía a Ender de vuelta a su habitación y I ayudaba a entrar. Pero Bean continuó hacia el cuarto de baño.
Los profesores le ordenaron que saliera al pasillo. Pero Bean vio suficiente. Bonzo tendido en el suelo, el personal médico haciendo una reanimación cardiovascular, Bean supo entonces que su corazón había dejado de latir. Y luego, por la falta de atención que prestaban los que estaban de pie cerca, Bean advirtió que se trataba sólo de una formalidad. Nadie esperaba que el corazón de Bonzo volviera a latir. No era de extrañar. Le habían incrustado la nariz dentro de la cabeza. Su cara era una masa de sangre. Eso explicaba que Ender tuviera la nuca toda empapada de sangre.
Todos sus esfuerzos no habían significado nada. Pero Ender había ganado de todas formas. Sabía que esto iba a suceder. Aprendió defensa personal. La empleó, y no hizo un mal trabajo, tampoco.
Si Ender hubiera sido amigo de Poke, Poke no habría muerto.
Y si Ender hubiera dependido de Bean para que lo salvara, estaría tan muerto como Poke.
Unas rudas manos obligaron a Bean a ponerse en pie, y lo apretaron contra una pared.
—¿Qué has visto? — demandó el mayor Anderson.
—Nada —dijo Bean—. ¿Ese de ahí es Bonzo? ¿Está herido?
—No es asunto tuyo. Te hemos ordenado que te fueras. ¿No nos has oído?
Entonces llegó el coronel Graff, y Bean pudo ver que los profesores que lo acompañaban estaban furiosos, aunque no podían decir nada, bien a causa del protocolo militar o porque uno de los niños estaba presente.
—Creo que Bean ha metido demasiado la nariz en nuestros asuntos —dijo Anderson.
—¿Van a enviar a Bonzo a casa? — preguntó Bean—. Porque lo intentará otra vez.
Graff le dirigió una mirada severa.
—Me he enterado de lo de tu discurso en el comedor —dijo—. No sabía que te hubiéramos educado para ser político.
—¡Si no detiene a Bonzo y lo saca de aquí, Ender nunca va a estar a salvo, y no lo toleraremos!
—Métete en tus asuntos, niñito —espetó Graff—. Esto es asunto de hombres.
Bean dejó que Dimak se lo llevara. Por si seguían preguntándose si había visto que Bonzo estaba muerto, Bean continuó con la función.
—Vendrá a por mí también —dijo—. No quiero que Bonzo venga a por mí.
—No va a venir a por ti —dijo Dimak—. Se va a ir a casa. Cuenta con ello. Pero no hables de esto con nadie más. Deja que lo averigüen cuando se comunique oficialmente. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—¿Y de dónde sacaste toda esa tontería de no obedecer a un comandante que da órdenes ilegales?
—Del Código Uniformado de Conducta Militar —respondió Bean.
—Bueno, aquí tienes unos cuantos hechos irrefutables; nadie ha sido condenado por obedecer órdenes.
—Eso es porque nadie ha hecho nada tan escandaloso para que el público general se entere.
—El Código Uniformado no se aplica a los estudiantes, al meno no esa parte.
—Pero se aplica a los profesores —dijo Bean—. Se aplica a usted por si ha obedecido alguna orden ilegal o impropia hoy. Por… bueno no sé… por quedarse quieto mientras estallaba una pelea en el cuarto de baño. Porque su oficial al mando les dijo que dejaran que un niño grande le pegara a uno pequeño.
Si esa información molestó a Dimak, no dio muestras de ello. Se plantó en el pasillo y esperó a que Bean se dirigiera a los barracones de la Escuadra Dragón.
Dentro había estallado la locura. La Escuadra Dragón se sentía completamente indefensa y estúpida, furiosa y avergonzada. ¡Bonzo Madrid había sido más listo que ellos! ¡Bonzo se había enfrentado a Ender a solas! ¿Dónde estaban los soldados de Ender cuando los necesitaba?
Tuvo que pasar un rato para que se calmara la situación. Mientras tanto, Bean se sentó en su camastro, pensando en sus cosas. Ender no había ganado solamente su pelea. No se había protegido y se había marchado. Ender lo había matado. Le había propinado un golpe tan devastador que su enemigo nunca más iría a por él.
Ender Wiggin, tú eres el que ha nacido para ser comandante de la flota que defienda a la Tierra de la Tercera Invasión. Porque eso era precisamente lo que necesitábamos: alguien que propine el golpe más brutal posible, con una puntería perfecta y sin importarle las consecuencias. Una guerra con todas las de la ley.
Yo no soy ningún Ender Wiggin. Sólo soy un chico de la calle cuya única habilidad es permanecer vivo. Como sea. La única vez que me vi en peligro de verdad, salí corriendo como una ardilla y me refugie con sor Carlotta. Ender se dirigió solo a la batalla. Yo corrí a mi escondite. Yo soy el tipo que hace bellos discursos de pie en las mesas de comedor. Ender es el tipo que se enfrenta al enemigo y lo derrota contra todo pronóstico.
Fueran cuales fuesen los genes que alteraron en mí, no fueron lo que importan.
Ender casi ha muerto por mi culpa. Porque me burlé de Bonzo. Porque no lo protegí en el momento crucial. Porque no me detuve a pensar como Bonzo, y no caí en la cuenta de que éste esperaría a que Ender estuviera solo en la ducha.
Si Ender hubiera muerto hoy, habría sido por culpa mía. Otra vez. Quiso matar a alguien.
No podía ser Bonzo. Bonzo ya estaba muerto.
Aquiles. A ése necesitaba matar. Y si Aquiles hubiera estado allí en ese momento, Bean lo habría intentado. Tal vez incluso habría tenido éxito, si la furia violenta y la vergüenza desesperada fueran suficientes para derrotar a alguien que contaba con la ventaja del tamaño y la experiencia que pudiera tener Aquiles. Y si Aquiles lo mataba a él, no era peor de lo que se merecía, por haberle fallado a Ender de esa forma.
Sintió que su cama botaba. Nikolai había cruzado de un salto la distancia entre los camastros superiores.
—Tranquilo —murmuró Nikolai, tocando a Bean en el hombro.
Bean se dio la vuelta, para mirar a Nikolai.
—Ah —dijo Nikolai—. Creí que llorabas.
—Ender ha ganado —respondió Bean—. ¿Por qué tendría que llorar?
—No era preciso que muriera ese niño.
—La muerte de ese niño no estaba prevista.
—Pero era previsible.
—Siempre se pueden prever sucesos que ya han ocurrido. Son niños, después de todo. No esperábamos que se desencadenara tanta violencia.
—No le creo. Creo que éste es precisamente el nivel de violencia que esperaba. Es lo que había preparado. Piensa que el experimento tuvo éxito.
—No puedo controlar sus opiniones. Solamente puedo estar en desacuerdo con ellas.
—Ender Wiggin está preparado para ser trasladado a la Escuela de Mando. Ése es mi informe.
—Tengo un informe separado de Dap, el profesor asignado a su vigilancia. Y ese informe (por el cual no se impondrá sanción alguna contra el capitán Dap) me dice que Andrew Wiggin no está «psicológicamente apto para el deber».
—Si es así, cosa que dudo, es sólo temporal.
¿De cuánto tiempo cree que disponernos? No, coronel Graff, Por el momento tenemos que considerar su curso de acción relativo a Wiggin como un fracaso, y el niño queda inutilizado no sólo Para nuestros propósitos, sino posiblemente para cualquier otro también. Así pues, si puede hacerse sin más muertes, quiero que se adelante al otro. Lo quiero aquí en la Escuela de Mando lo más pronto posible.
—Muy bien, señor. Aunque debo decirle que considero a Bean poco digno de confianza.
¿Por qué, porque no se ha convertido todavía en un asesino?
—Porque no es humano, señor.
—La diferencia genética está dentro de la escala de variaciones comunes.
—Fue creado por medios artificiales, y su creador fue un por no decir un loco demostrado.
—Podría ver algún peligro si su padre fuera un criminal. O su madre. Pero ¿su médico? El niño es exactamente lo que necesitamos cuanto más rápido podamos conseguirlo, mejor.
—Es impredecible.
—¿Y Wiggin no lo es?
—Menos impredecible, señor.
—Una respuesta muy cuidadosa, teniendo en cuenta que acaba de insistir en que el asesinato de hoy no fue «previsible».
—¡No fue un asesinato, señor!
—Homicidio, entonces.
—El temple de Wiggin está demostrado, señor, mientras que el de Bean no.
—Tengo el informe de Dimak… por e cual tampoco él ha de ser…
—Castigado. Lo sé, señor.
—La conducta de Bean en el curso de estos acontecimientos ha sido ejemplar.
—Entonces e informe del capitán Dimak era incompleto. ¿No le informó que fue Bean quien puede haber empujado a Bonzo a la violencia al romper la seguridad y comunicarle que la escuadra de Ender estaba compuesta por estudiantes excepcionales?
—Eso fue una acción con consecuencias impredecibles.
—Bean actuó para salvar su propia vida, y al hacerlo el peligro recayó sobre los hombros de Ender Wiggin. El que luego tratara de aminorar el peligro no cambia el hecho de que, cuando está bajo presión, Bean se convierte en un traidor.
—¡Qué maneras de hablar!
—¿Eso lo dice el hombre que acaba de catalogar de asesinato un claro caso de defensa personal?
—¡Ya basta! Queda relevado de su cargo como comandante la Escuela de Batalla durante el período de descanso y recuperación de Ender Wiggin. Si Wiggin se recupera lo suficiente para venir a la Escuela de Mando, puede usted venir con él y continuar influyendo la educación de los niños que traigamos aquí. Si no, puede que espere la corte marcial en la Tierra.
—¿Me retira efectivamente del cargo, entonces?
—Cuando suba a la lanzadera con Wiggin. El mayor Anderson permanecerá como comandante en funciones.
—Muy bien, señor. Wiggin regresará al entrenamiento, señor.
—Si todavía lo queremos.
—Cuando se recupere de la desazón que todos sentimos por la desafortunada muerte de Madrid, se dará cuenta de que tengo razón, Ender es el único candidato viable, ahora mucho más que antes.
—Le permito que haga esa consideración. Y si tiene razón, deseo que su trabajo con Wiggin avance a una velocidad vertiginosa. Puede retirarse.
Ender todavía tenía puesta nada más que la toalla cuando entró en el barracón. Bean lo vio allí de pie, con un rictus de muerte, y pensó: Sabe que Bonzo está muerto, y eso lo está matando.
—Hola, Ender —dijo Hot Soup, que estaba junto a la puerta con los otros jefes de batallón.
—¿Vamos a practicar esta noche? — preguntó uno de los soldados más jóvenes.
Ender le pasó un papelito a Hot Soup.
—Supongo que eso significa que no —dijo Nikolai en voz baja.
Hot Soup lo leyó.
—¡Esos hijos de puta! ¿Dos a la vez?
Crazy Tom echó un vistazo por encima de su hombro.
—¡Dos escuadras!
—Tropezarán unos con otros —aseguró Bean. Lo que más le molestaba de los profesores no era la estupidez de tratar de combinar escuadras, un plan cuya ineficacia había sido demostrada una y otra vez a lo largo de la historia, sino más bien la testaruda mentalidad que los impulsaba a presionar aún más a Ender en un momento como éste, ¿Es que no se daban cuenta del daño que le estaban causando? ¿Su objetivo era entrenarlo o acabar con él? Porque ya estaba entrenado desde hacía tiempo. Tendría que haberse licenciado en la Escuela de Batalla la semana anterior. ¿Y ahora le daban una batalla más, complemente carente de sentido, cuando ya estaba al borde de la desesperación?
—Tengo que lavarme —dijo Ender—. Preparaos, llamad a todo el mundo, yo me reuniré con vosotros allí, en la puerta.
En su voz, Bean adivinó una completa falta de interés. No, algo profundo. Ender no deseaba ganar esta batalla.
Ender se dio la vuelta para marcharse. Todo el mundo advirtió la sangre en su cabeza, en sus hombros, en su espalda. Se marchó.
Todos ignoraron la sangre. Tenían que hacerlo.
—¡Dos escuadras comepedos! —exclamó Crazy Tom—. ¡Les romperemos el culo!
Ese parecía ser el consenso general mientras se ponían los trajes refulgentes.
Bean se guardó la bobina de estacha en el cinturón de su traje. Si debía echar una mano a Ender de improviso, sería en esta batalla, cuando ya no estaba interesado en ganar.
Como había prometido, Ender se reunió con ellos en la puerta antes de que se abriera: apenas un momento antes. Recorrió el pasillo flanqueado por sus soldados, quienes lo miraban con amor, con reverencia, con confianza. Excepto Bean, que lo miraba con angustia. Ender Wiggin no era más grande que la vida, lo sabía. Tenía el tamaño exacto de la vida, así que su carga superior era demasiado para él. Y sin embargo la soportaba. Por el momento.
La puerta se hizo transparente.
Cuatro estrellas se habían combinado directamente delante de la puerta, por lo que habían bloqueado por completo su visión de la sala de batalla. Ender tendría que desplegar sus fuerzas a ciegas. Por lo que sabía, el enemigo ya había entrado en la sala hacía quince minutos. Por lo que podía imaginar, se habían desplegado igual que Bonzo había desplegado a su ejército, sólo que esta vez sería una maniobra totalmente eficaz tener la puerta rodeada de soldados enemigos.
Pero Ender no dijo nada. Se quedó allí observando la barrera.
Bean casi se lo esperaba. Estaba preparado. Lo que hizo no era obvio: caminó para colocarse directamente junto a Ender en la puerta. Pero sabía que eso era todo lo que hacía falta. Un recordatorio.
—Bean —dijo Ender—. Reúne a tus muchachos y dime qué hay a otro lado de esta estrella.
—Sí,
señor
—contestó Bean. Sacó la bobina de estacha, y con sus cinco soldados dio el corto salto de la puerta a la estrella. Inmediatamente, la puerta por la que acababa de entrar se convirtió en el techo, la estrella su suelo temporal. Bean se ató la cuerda a la cintura mientras los otros niños la desenrollaban, disponiéndola por toda la estrella suelta. Cuando desplegaron una tercera parte, Bean declaró que era suficiente. Deducía que las cuatro estrellas eran en realidad ocho, que componían un cubo perfecto. Si se equivocaba, entonces tenia demasiada estacha y chocaría contra el techo en vez de rodear la estrella. Después de todo, cosas peores podían suceder.