Bean lideró la salida, pues Ender le había concedido ese honor. Era un momento de triunfo, y aunque sabía que estaba siendo manipulado por el sistema (modificación de conducta por medio de honores públicos) seguía siendo agradable.
No tanto, sin embargo, como para bajar la guardia. No había recorrido ni la mitad del pasillo cuando advirtió que había demasiados uniformes Salamandra entre los otros niños que deambulaban por esa sección. A las 21.40, la mayoría de las escuadras estaban en sus barracones; sólo unos cuantos rezagados volvían de la biblioteca o de la sala de vids o la de juegos. Demasiados Salamandras, y los otros soldados eran con frecuencia chicos grandes de escuadras cuyos comandantes no profesaban ningún amor especial por Ender. No hacía falta ser un genio para reconocer una trampa.
Bean se dio la vuelta y se acercó a Crazy Tom, Vlad y Hot Soup, que caminaban juntos.
—Demasiados Salamandras —dijo—. Quedaos con Ender.
Ellos lo entendieron de inmediato: era de conocimiento público que Bonzo no paraba de proferir amenazas diciendo que «alguien» debería hacer algo con Ender Wiggin, sólo para ponerlo en su sitio. Bean continuó su camino, dirigiéndose tranquilamente hacia la retaguardia de su escuadra; pasó por alto a los niños más pequeños, pero alerto a los otros dos jefes de batallón y a todos los segundos: los niños mayores, los que podrían tener alguna posibilidad de enfrentarse al grupo de Bonzo en una pelea. No era gran cosa, pero era todo lo que hacía falta para impedirles que alcanzaran a Ender hasta que intervinieran los profesores. De ninguna manera los profesores permanecerían de brazos cruzados si estallaba una revuelta. ¿O sí?
Bean pasó junto a Ender, se colocó tras él. Vio que Petra Arkanian, con su uniforme de la Escuadra Fénix, se acercaba rápidamente.
—¡Hola, Ender! — exclamó.
Para disgusto de Bean, Ender se detuvo y se dio la vuelta. El chico era demasiado confiado.
Detrás de Petra, unos cuantos Salamandras avanzaron un paso. Bean miró hacia el otro lado, y vio a unos cuantos Salamandras más y a un par de niños de rostro decidido de otras escuadras, recorriendo el pasillo más allá de los últimos Dragones. Hot Soup y Crazy Tom se acercaban rápidamente, con más jefes de batallón y el resto de los Dragones más grandes tras ellos, pero no se movían lo bastante rápido. Bean agitó los brazos, y advirtió que Crazy Tom avivaba el paso. Los otros lo imitaron.
—Ender, ¿puedo hablar contigo? — dijo Petra.
Bean sintió una decepción amarga. Petra era la Judas. Trabajaba para Bonzo, y le iba a vender a Ender… ¿quién lo habría imaginado? Ella odiaba a Bonzo cuando estaba en su escuadra.
—Camina conmigo — dijo Ender.
—Sólo será un momento.
O bien era una actriz perfecta o no sabía nada, sospechó Bean. Sólo parecía consciente de los otros uniformes Dragones, y ni siquiera miraba a nadie más. No estaba en el ajo después de todo. Era sólo una idiota.
Por fin, Ender pareció darse cuenta del peligro que corría. A excepción de Bean, todos los demás Dragones lo habían adelantado ya, y eso era suficiente —al fin— para hacer que se sintiera incómodo. Le dio la espalda a Petra y avivó el paso, rápidamente, cerrando la abertura entre él y los Dragones mayores.
Petra se enfadó durante un instante, y luego corrió a alcanzarlo. Bean se quedó donde estaba, mirando a los Salamandras que llegaban. Ni siquiera repararon en él. Sólo avivaron el paso, y alcanzaron a Ender casi a la vez que Petra.
Bean dio tres pasos y llamó a la puerta del barracón de la Escuadra Conejo. Alguien la abrió.
—Salamandra va a actuar contra Ender.
Fue lo único que tuvo que decir. De inmediato los Conejos empezaron a salir por la puerta. Surgieron justo cuando los Salamandras los alcanzaban, y empezaron a seguirlos.
Testigos, pensó Bean. Y ayudantes, también, si la lucha parecía injusta.
Ante él, Ender y Petra charlaban, y los Dragones más grandes los rodearon. Los Salamandras continuaron siguiéndolos de cerca, y otros matones se unieron a ellos al pasar. Pero el peligro se disipaba La Escuadra Conejo y los Dragones mayores habían hecho el trabajo. Bean respiró un poco más tranquilo. Por el momento, al menos, el peligro había pasado.
Bean alcanzó a Ender justo a tiempo de oír que Petra decía:
—¿Cómo puedes pensar eso de mí? ¿No sabes quiénes son tus amigos?
Se marchó corriendo, alcanzó una escalerilla, y se perdió hacia arriba.
Carn Carby, de los Conejos, alcanzó a Bean.
—¿Todo va bien?
—Espero que no te importe que llamara a tu escuadra.
—Vinieron a por mí. ¿Nos encargamos de llevar a Ender a salvo a su cama?
—Sí.
Carn se retiró y caminó junto con el grueso de sus soldados. Los matones Salamandras eran ahora superados en número, tres a uno. Se retrasaron aún más, y algunos de ellos se dieron la vuelta y desaparecieron por las escaleras o las barras.
Cuando Bean volvió a alcanzar a Ender, estaba rodeado por sus jefes de batallón. No había nada sutil en la maniobra ahora: eran claramente sus guardaespaldas, y algunos de los Dragones más jóvenes habían advertido lo que sucedía y completaban la formación. Llevaron a Ender a la puerta de su habitación y Crazy Tom entró antes que él, y luego le permitió hacerlo cuando comprobó que no había nadie dentro esperando. Como si cualquiera pudiera abrir con su palma la puerta de un comandante. Pero claro, los profesores habían cambiado un montón de reglas en los últimos días. Todo era posible.
Bean permaneció despierto durante un rato, tratando de pensar qué podía hacer. No podría estar junto a Ender en todo momento. Había clases, y las escuadras se disolvían deliberadamente entonces. Ender era el único que comía en el comedor de oficiales, así que si Bonzo lo atacaba allí… pero no lo haría, no con tantos otros comandantes delante. Las duchas. Los retretes. Y si Bonzo completaba el grupo adecuado de matones, apartarían a los jefes de batallón de Ender como si fueran globos.
Lo que Bean tenía que hacer era privar a Bonzo de apoyo. Antes de quedarse dormido, tenía un plan medio forjado que tal vez ayudara un poco, o podría dar la vuelta a la situación pero al menos era algo, y sería público, así que los profesores no podrían decir después que no sabían nada de lo que ocurría. No podrían cubrirse el trasero con su asquerosa burocracia.
Pensó que podría hacer algo en el desayuno, pero naturalmente hubo una batalla a primera hora de la mañana. Pol Slattery, Escuadra Tejón. Los profesores habían encontrado un nuevo modo de retorcer las reglas, además. Cuando los disparos alcanzaban a los Tejones, en vez de permanecer congelados hasta el final del juego, se descongelaban a cinco minutos, tal como sucedía en las prácticas. Pero los Dragones una vez alcanzados, se quedaban rígidos. Como la sala de batalla estaba repleta de estrellas (es decir, había un montón de escondites), tardaron un poco en advertir que tenían que disparar a los mismos soldados más de una vez mientras maniobraban a través de ellas, y la Escuadra Dragón estuvo a punto de perder. Fue un mano a mano, con una docena de Dragones supervivientes enfrentándose a oleadas de Tejones congelados, a quienes había que volver a disparar periódicamente, mientras buscaban frenéticos a los otros Tejones que pudieran aparecer por detrás.
La batalla duró tanto que cuando salieron de la sala se había terminado el desayuno. La Escuadra Dragón se molestó: los que habían sido congelados al principio, antes de conocer el truco, habían pasado más de una hora flotando en sus trajes rígidos, cada vez más frustrados a medida que pasaba el tiempo. Los otros, que se habían visto forzados a luchar en inferioridad numérica y con poca visibilidad contra enemigos que revivían una y otra vez, estaban agotados. Incluso Ender.
Ender congregó a su ejército en el pasillo y dijo: —Hoy lo sabéis todo. No hay prácticas. Descansad un poco. Divertíos. Aprobad algún examen.
Todos agradecieron el permiso, pero con todo, no iban a recibir ningún desayuno y a nadie le apetecía aplaudir. Mientras regresaban a los barracones, algunos murmuraron:
—Pero ahora mismo están sirviendo el desayuno a la Escuadra Tejón.
—No, se levantaron pronto y les sirvieron el desayuno antes.
—No, desayunaron y a los cinco minutos volvieron a desayunar. Bean, sin embargo, estaba frustrado porque no había tenido ninguna oportunidad de llevar a cabo su plan. Tendría que esperar hasta el almuerzo.
Lo bueno era que, como la Escuadra Dragón no practicaba ahora, los tipos de Bonzo no sabrían donde esperar hoy a Ender. Lo malo era que si Ender salía solo, no habría nadie para protegerlo.
Así que Bean se sintió aliviado cuando vio a Ender entrar en su habitación. Tras consultarlo con los otros jefes de batallón, Bean emplazó un guardia en la puerta. Colocaron a un Dragón ante los barracones en turnos de media hora. Era imposible que Ender saliera sin que su escuadra lo supiera.
Pero Ender no salió y por fin llegó la hora del almuerzo. Todos los jefes de batallón enviaron a los soldados por delante y luego se desviaron para pasar ante la puerta de Ender. Fly Molo llamó con fuerza; de hecho, golpeó la puerta cinco veces.
—El almuerzo, Ender.
—No tengo hambre. — Su voz sonaba apagada desde el otro lado de la puerta—Ve y come.
—Podemos esperar —sugirió Fly—. No queremos que vayas solo al comedor de oficiales.
—No voy a almorzar. Id y comed vosotros.
—Ya lo habéis oído —dijo Fly a los demás—. Estará seguro ahí dentro mientras nosotros comemos.
Bean había advertido que Ender no había prometido quedarse en su habitación durante el almuerzo. Pero al menos la gente de Bonzo no sabría dónde estaba. Lo impredecible era útil. Y Bean quería tenerla oportunidad de soltar su discurso en el almuerzo.
Así que corrió al comedor y no se puso en la cola, sino que se subió a una mesa y batió las palmas con fuerza para llamar la atención.
—¡Eh, todo el mundo!
Esperó a que el grupo permaneciera en el máximo silencio posible, dadas las circunstancias.
—Hay algunos aquí que necesitan recordar un par de cosas de la ley de la El. Si un comandante ordena a un soldado que haga algo ilegal o impropio, el soldado tiene la responsabilidad de negarse a obedecer la orden y denunciarlo. Un soldado que obedece una orden ilegal o impropia es plenamente responsable de las consecuencias de sus acciones. Por si alguno de vosotros es demasiado obtuso para saber lo que eso significa, la ley sostiene que si algún comandante os ordena que cometáis un delito, eso no es ninguna excusa. Tenéis prohibido obedecer.
Ningún miembro de los Salamandras se atrevió a mirar a Bean a lo ojos, pero un matón con uniforme Rata respondió con tono agrio:
—¿Tienes algo en mente, capullo?
—Te tengo a ti en mente, Lighter. Tus puntuaciones son un diez por ciento inferiores a la media de la escuela, así que pensé que necesitabas un poco de ayuda.
—¡Lo que necesito es que cierres esa bocaza ahora mismo!
—Fuera lo que fuese lo que Bonzo os ordenó hacer anoche, Lighter, y a otros veinte más, lo que te digo es que si de verdad hubieran intentado algo, todos y cada uno de vosotros habríais salido de la Escuela de Batalla con el culo hecho pedazos. Despedidos. Un completo fracaso, por escuchar a Boniato Madrid. ¿Está claro?
Lighter se echó a reír. Pareció forzado, pero no era el único que se reía.
—Ni siquiera sabes lo que está pasando, capullo —le soltó uno de ellos.
—Sé que Boniato esta intentando convertiros en una banda callejera, patéticos perdedores. No puede derrotar a Ender en la sala de batalla, así que va a hacer que una docena de tipos duros castigue a un chico pequeño. ¿Lo oís todos? Sabéis que Ender es el mejor comandante que ha pasado por aquí. Puede que sea el único capaz de hacer lo que hizo Mazer Rackham y derrotar a los insectores cuando vuelvan, ¿habéis pensado en eso? Y estos tipos son tan listos que quieren partirle la cabeza. ¡Así que cuando vengan los insectores, y sólo tengamos sesos de pus como Bonzo Madrid para que lideren a nuestra flota hacia la derrota y entonces los insectores diezmen la Tierra y maten hasta el último hombre, mujer y niño, todos los supervivientes sabrán que estos tipos son los que se deshicieron del único que pudo habernos conducido a la victoria!
Todo el lugar quedó en silencio, y Bean pudo ver, al mirar a los que había reconocido como miembros del grupo de Bonzo la noche anterior, que sus palabras surtían efecto.
—Oh, os
olvidasteis
de los insectores, ¿verdad?
Olvidasteis
que esta Escuela de Batalla no está aquí para que podáis escribirle a mami sobre vuestras altas calificaciones. Así que adelante, ayudad a Bonzo y de paso, ya que estáis en ello, por qué no os cortáis también la garganta, porque eso es lo que vais a hacer si le causáis daño a Ender Wiggin. Pero en cuanto al resto de nosotros… bueno, ¿cuántos piensan que Ender Wiggin es el único comandante que querríamos seguir todos a la batalla? ¿Venga, cuántos de vosotros?
Bean empezó a batir las palmas lenta, rítmicamente. De inmediato todos los Dragones lo imitaron. Y de inmediato la mayoría de los soldados tocaron también las palmas. Los que no lo hacían resultaron sospechosos y se percataron de que los demás los miraban con desprecio o con odio.
Muy pronto, toda la sala tocaba las palmas. Incluso los que servían la comida.
Bean alzó ambas manos al cielo.
—¡Los insectores cara de culo son el único enemigo! ¡Todo el levante una mano contra Ender Wiggin es un amante de los insecto!
Respondieron con vítores y aplausos, y se pusieron en pie rápidamente.
Era la primera vez que Bean intentaba provocar a las masas. Se sintió satisfecho de ver que, mientras la causa fuera justa, era bastante bueno en ello.
Sólo después, cuando terminó de comer y estaba sentado con el batallón C, Lighter se acercó a Bean. Vino por detrás, y el resto del batallón se puso en pie, dispuesto a cortarle el paso, antes de que Bean se diera cuenta siquiera de que estaba allí. Pero Lighter les indicó que se sentaran, y luego se inclinó y le habló a Bean al oído.
—Escucha esto, hormiga reina. Los soldados que planean desquitarse de Wiggin ni siquiera están aquí. Para eso ha valido tu estúpido discurso.
Entonces se fue.
Y, al cabo de un momento, también se marchó Bean, mientras el batallón C reunía al resto de la Escuadra Dragón para seguirlo.