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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La sombra de la sirena (20 page)

BOOK: La sombra de la sirena
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Tenía ganas de orinar. Más valía levantarse. De lo contrario, no podría conciliar el sueño. Se giró con esfuerzo para poder levantarse. Tanto la espalda como la cama crujieron en señal de protesta, y se quedó un instante sentado para estirar los músculos que se le habían encogido. Notaba el frío del suelo en las plantas de los pies cuando se levantó camino del recibidor. El baño estaba allí mismo, a la izquierda, y parpadeó medio cegado al encender la luz. Subió la tapa del váter, se bajó el pantalón del pijama y cerró los ojos mientras disminuía la presión.

De repente notó una corriente de aire en las piernas y levantó la vista. La puerta del baño estaba abierta y era como si hubiese entrado en la casa un viento frío. Intentó volver la cabeza para ver qué era, pero no había terminado y no quería arriesgarse a apuntar fuera de la taza si se giraba demasiado. Cuando hubo terminado y tras haber sacudido las últimas gotas, se subió el pantalón del pijama y se encaminó a la puerta. Seguramente habrían sido figuraciones suyas, ya no notaba aquella corriente fría. Aun así, algo le decía que debería tener cuidado.

El recibidor estaba en semipenumbra. La lámpara del baño solo alumbraba unos pasos por delante de donde se encontraba, y el resto de la casa estaba a oscuras. Lisbet solía poner en las ventanas velas de Adviento ya en noviembre, y allí permanecían hasta marzo, porque le encantaba la luz que daban. Pero este año no había tenido fuerzas y a él no se le había ocurrido.

Kenneth salió de puntillas al recibidor. No eran imaginaciones suyas, la temperatura era allí algo más baja, como si la puerta hubiese estado abierta. Fue a comprobar el picaporte. No estaba echado el pestillo, pero tampoco era nada extraño, no siempre se acordaba de echarlo, ni siquiera por las noches.

Por si acaso, giró el pestillo para asegurarse de que la dejaba bien cerrada. Se dio media vuelta dispuesto a volver a la cama, pero era como si notara un cosquilleo por todo el cuerpo. La sensación de que algo no iba bien. Dirigió la mirada hacia la puerta abierta de la cocina. No había ninguna luz encendida, solo el resplandor de la farola de la calle. Kenneth entornó los ojos y dio un paso al frente. Algo blanco relucía sobre la mesa, algo que no estaba allí cuando quitó la mesa antes de irse a dormir. Avanzó otro par de pasos con el miedo recorriéndole el cuerpo en oleadas.

En medio de la mesa había una carta. Una carta más. Y junto al sobre blanco, alguien había colocado primorosamente uno de los cuchillos de cocina. El acero lanzaba destellos a la luz de la farola. Kenneth miró a su alrededor, aun sabiendo que, quienquiera que fuese el intruso, ya se habría marchado de allí. Y no quedaban más que la carta y el cuchillo.

A Kenneth le habría gustado entender cuál era el mensaje.

E
lla le sonreía. Con una sonrisa amplia, sin dientes, solo encías. Pero él no se dejó engañar. Lo que quería era acaparar, acaparar hasta que a él no le quedase nada
.

De repente, notó el olor en las fosas nasales. Aquel olor dulzón, repugnante. Antes flotaba en el aire y ahora se hacía más presente. Debía de emanar de ella. Contempló aquel cuerpecito mojado, reluciente. Todo en ella le causaba repulsión. La barriga hinchada, la raja que tenía entre las piernas, el pelo, que era oscuro y no le crecía de forma homogénea
.

Le puso una mano en la cabeza. La sangre bombeaba bajo la piel. Próxima y frágil. La mano siguió empujando más fuerte y ella se deslizó más hacia el fondo. Aún seguía riendo. El agua le envolvió las piernas, se oyó un chapoteo cuando ella agitó los pies dando con los talones en el fondo de la bañera
.

Abajo, en la puerta, lejos, muy lejos, él oía la voz de su padre. Subía y bajaba y parecía que aún tardaría un rato en acercarse. Seguía notando el pulso en la palma de la mano y ella empezó a gimotear un poco. Ya sonreía, ya se le borraba la sonrisa, como si no estuviera segura de cómo se sentía, si alegre o triste. Pudiera ser que, a través de su mano, ella notara lo mucho que la odiaba, lo mucho que detestaba todos y cada uno de los segundos que pasaba cerca de ella
.

Todo sería mucho mejor sin ella, sin su llanto. Él no tendría que ver la felicidad en la cara de su madre cuando la miraba a ella ni la ausencia de felicidad cuando su madre se volvía contra él. Era tan evidente… Cuando su madre apartaba la vista de Alice y lo miraba a él, era como si se le apagara una lámpara. La luz se extinguía
.

Aguzó el oído tratando de distinguir la voz de su padre. Alice parecía resuelta a no romper a llorar todavía, y él le devolvía la sonrisa. Luego colocó la mano con mucho cuidado debajo de la cabeza de Alice, para que sirviera de apoyo, tal y como le había visto hacer a su madre. Y, con la otra mano, fue soltando la hamaquita en la que ella descansaba medio tumbada. No fue del todo fácil. Alice estaba resbaladiza y se movía sin parar
.

Finalmente, consiguió soltar la hamaquita y la retiró despacio. Todo el peso de Alice descansaba ahora en su brazo izquierdo. Aquel olor dulzón y asfixiante se hacía cada vez más intenso y él volvió la cara mareado. Notaba la mirada de Alice quemándole la mejilla y tenía la piel mojada y escurridiza. La odiaba porque lo obligaba a apreciar aquel olor otra vez, porque lo obligaba a recordar
.

Muy despacio, fue retirando el brazo sin dejar de mirarla. La cabeza de Alice se desplomó hacia atrás en la bañera y, poco antes de que alcanzase el agua, ella tomó aire para empezar a llorar. Pero ya era demasiado tarde y aquella carita suya desapareció por debajo de la superficie. Ella lo miraba bajo los movimientos del agua. Agitaba brazos y piernas, pero no lograba incorporarse y salir, era demasiado pequeña, demasiado débil. Ni siquiera tuvo que sujetarle la cabeza debajo del agua. Descansaba sobre el fondo y lo único que ella podía hacer era moverla de un lado a otro
.

Él se acuclilló y apoyó la mejilla en el borde de la bañera para observar la lucha de Alice. No debería haberse apropiado de aquella madre suya tan hermosa. La pequeña merecía morir. Él no tenía la culpa
.

Al cabo de un rato, Alice dejó de mover los brazos y las piernas y se hundió, despacio, hasta el fondo. Él notó que lo inundaba la calma. Había desaparecido el olor y ya podía respirar de nuevo. Todo volvería a ser como siempre. Con la cabeza ladeada y apoyada sobre la fría porcelana de la bañera, él observaba a Alice, que ya se había quedado totalmente inmóvil
.


A
delante, adelante. —Ulf Rosander parecía aún adormilado, pero estaba vestido e invitó a Patrik y a Paula a pasar.

—Gracias por recibirnos con tan poco margen —dijo Paula.

—No pasa nada, simplemente he llamado al trabajo para avisar de que llegaré un poco más tarde. Teniendo en cuenta las circunstancias, lo comprenden perfectamente. Hemos perdido a un colega. —El hombre entró en la sala de estar y ellos dos lo siguieron.

Se diría que hubiese caído una bomba allí dentro. Había juguetes y chismes por todas partes y Ulf tuvo que apartar una montaña de ropa de niño para que pudieran sentarse en el sofá.

—Por las mañanas, cuando salen para la guardería, esto se queda hecho un caos —explicó excusándose.

—¿Qué edad tienen? —preguntó Paula mientras Patrik la dejaba tomar la iniciativa. Un policía jamás debía menospreciar el valor de comenzar dando palique.

—Tres y cinco años. —A Rosander se le iluminó la cara al responder—. Dos niñas. De un segundo matrimonio. También tengo dos hijos de catorce y dieciséis, pero ahora están con su madre, de lo contrario habría sido mucho peor.

—¿Y se llevan bien los hermanos? Teniendo en cuenta la diferencia de edad… —intervino Patrik.

—Pues sí, más de lo que cabía esperar. Los chicos son como suelen ser los adolescentes, así que la cosa no siempre va como una seda, pero las pequeñas los adoran y es un amor correspondido. De hecho, los llaman los hermanos alce.

Patrik se echó a reír, pero Paula no parecía comprender.

—Es un cuento —le explicó—. Espera y verás, dentro de unos años te lo sabrás de memoria.

Se puso serio de nuevo y se dirigió a Rosander.

—En fin, como ya sabes, hemos encontrado el cuerpo de Magnus.

A Rosander se le borró la sonrisa. Se pasó la mano por el pelo, que ya tenía alborotado.

—¿Sabéis cómo murió? ¿Bajó al fondo de las aguas?

Utilizó una expresión un tanto anticuada, pero muy familiar entre quienes vivían cerca del mar.

Patrik negó con un gesto.

—Aún no tenemos mucha información, pero ahora lo más importante es aclarar qué sucedió la mañana que desapareció.

—Lo comprendo, aunque no sé cómo puedo ayudar. —Rosander hizo un gesto de impotencia—. Lo único que sé es que llamó para decirme que se retrasaría un poco.

—¿Era algo insólito? —preguntó Paula.

—¿Que se retrasara? —Rosander frunció el entrecejo—. Pues ahora que lo pienso, creo que no había ocurrido jamás.

—¿Desde cuándo ibais juntos al trabajo? —preguntó Patrik apartando discretamente una mariquita de plástico sobre la que se había sentado sin darse cuenta.

—Desde que empecé a trabajar en Tanumsfönster, hace cinco años. Antes, Magnus solía coger el autobús, pero enseguida entablamos conversación y le dije que podía venirse conmigo en el coche, y así él contribuía un poco con la gasolina.

—Y en esos cinco años no te llamó nunca para avisar de que llegaba tarde, ¿no es eso? —insistió Paula.

—No, ni una sola vez. En tal caso, me acordaría.

—¿Cómo lo encontraste cuando te llamó? —preguntó Patrik—. ¿Tranquilo? ¿Alterado? ¿No mencionó la razón por la que no iba a llegar a tiempo?

—No, no me dijo nada de los motivos. Y no podría afirmarlo con seguridad, ya ha pasado algún tiempo, pero la verdad es que no sonaba como de costumbre.

—¿En qué sentido? —preguntó Patrik inclinándose.

—Pues… quizá no tanto como alterado, pero tuve la sensación de que algo le pasaba. Pensé que quizá hubiese discutido con Cia o con los niños.

—¿Qué te hizo pensar de aquel modo? ¿Algo de lo que dijo? —quiso saber Paula, que intercambió una mirada con Patrik.

—No, a ver, la conversación no duró más de tres segundos. Magnus llamó y me dijo que se iba a retrasar y que me fuera si veía que tardaba mucho. Que ya iría al trabajo por su cuenta. Y luego colgó. Así que lo esperé un rato antes de irme. Eso fue todo. Supongo que fue el tono de voz lo que me hizo pensar en algún problema familiar o algo así.

—¿Sabes si la pareja tenía problemas?

—Jamás le oí a Magnus una palabra más alta que otra sobre Cia. Al contrario, parecían estar muy bien. Claro que nunca se sabe lo que ocurre en el seno de otras familias, pero a mí siempre me dio la impresión de que Magnus estaba felizmente casado. Claro que no hablábamos mucho de ese tema, sino de cosas cotidianas y de la liga sueca.

—¿Dirías que erais amigos? —preguntó Patrik.

Rosander se demoró con la respuesta.

—No, no diría tanto. Íbamos juntos al trabajo y a veces charlábamos a la hora del almuerzo, pero nunca nos visitamos ni salíamos juntos. Y no sé por qué, la verdad, porque nos llevábamos muy bien. Claro que cada uno tiene sus círculos de amistades y resulta difícil romperlos.

—Es decir, que si se hubiese sentido amenazado por alguien o si hubiese estado nervioso por algo, no te lo habría confiado, ¿no? —preguntó Paula.

—No, no lo creo. Pero lo veía cinco días a la semana, así que si hubiera estado preocupado por algo lo habría notado. Estaba como siempre. Alegre, tranquilo y seguro. Un tipo estupendo, sencillamente. —Rosander se miró las manos—. Siento no ser de más ayuda.

—Has sido muy solícito. —Patrik se levantó y Paula siguió su ejemplo. Le estrecharon la mano y le dieron las gracias.

Una vez en el coche, repasaron la conversación.

—¿A ti qué te parece? —preguntó Paula mirando el perfil de Patrik, que estaba sentado a su lado, en el asiento del acompañante.

—¡Eh, mira la carretera! —Patrik se agarró al asidero al ver que, en la cerrada curva que había antes de Mörhult, Paula evitaba por los pelos el choque frontal con un camión.

—¡Ay! —exclamó Paula volviendo a dirigir la mirada a la luna delantera.

—Mujeres al volante —masculló Patrik.

Paula comprendió que quería chincharle y decidió hacer caso omiso del comentario. Además, había ido en el asiento del copiloto con Patrik al volante y, a decir verdad, que le hubieran dado el carné debía considerarse como un milagro.

—No creo que Ulf Rosander tenga nada que ver con esto —dijo Patrik, y Paula asintió.

—Estoy de acuerdo. Mellberg está totalmente desencaminado.

—Pues no tenemos más que convencerlo.

—De todos modos, ha estado bien hablar con él. A Gösta debió de pasársele en su momento. Existía una razón para que Magnus se retrasara por primera vez en cinco años. La impresión de Rosander es que se encontraba alterado o, al menos, no sonaba como de costumbre cuando llamó. Y no creo que fuera casualidad que desapareciera precisamente aquella mañana.

—Tienes razón, aunque no sé cómo vamos a proceder para rellenar esa laguna. Le hice a Cia la misma pregunta, si había ocurrido algo extraño aquella mañana, y asegura que no. Claro que ella se fue al trabajo antes que Magnus, pero ¿qué pudo suceder en el breve espacio de tiempo que estuvo solo en casa?

—¿Alguien ha comprobado la lista de llamadas? —preguntó Paula procurando no apartar de nuevo la vista de la carretera.

—Varias veces. Nadie los llamó aquella mañana. Y nadie lo llamó al móvil. La única llamada que él hizo fue a Rosander. Y luego, nada.

—¿Recibiría alguna visita?

—No creo —respondió Patrik meneando la cabeza—. Los vecinos veían perfectamente la casa, estaban desayunando cuando Magnus se marchó. Y claro que podría habérseles escapado, pero no lo creían.

—¿Y el correo electrónico?

Una vez más, Patrik negó con la cabeza.

—Cia nos permitió revisar el ordenador y no había un solo mensaje que despertase el menor interés.

Durante unos minutos se hizo el silencio en el coche. Ambos reflexionaban acerca de todo aquello. ¿Cómo era posible que Magnus Kjellner hubiese desaparecido un buen día sin dejar ni rastro, para luego aparecer tres meses más tarde atrapado en el hielo? ¿Qué habría ocurrido aquella mañana?

P
or absurdo que pudiera parecer, había decidido ir paseando. La distancia entre su casa de Sälvik y el objetivo de su paseo se le antojaba a un tiro de piedra. Pero un tiro de piedra de récord mundial.

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