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Authors: Maxwell Grant

Tags: #Misterio, Crimen, Pulp

La Sombra Viviente (4 page)

BOOK: La Sombra Viviente
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Todo estaba en silencio en la entrada del antiguo edificio. De pronto, oyóse un ligero chasquido en la cerradura. La puerta se abrió lentamente y una larga sombra proyectóse en el mal alumbrado portal, yendo a perderse en la oscura escalera. En aquel momento un hombre bajó silbando; pero no notó nada.

La extraña y movible sombra reapareció en el corredor del tercer piso deteniéndose en el oscuro quicio de una puerta donde permaneció inmóvil como una sombra más de las que reinaban en aquel lugar.

De pronto abrióse la puerta del piso y dos hombres aparecieron en el umbral dirigiendo una cautelosa mirada alrededor. Uno era bajo y rechoncho; el otro, algo más alto, de nariz aguileña y perspicaces ojos. Este fue el primero en salir al rellano y, después de mirar atentamente a todos lados se volvió hacia su compañero y le dijo en voz baja:

—No hay nadie, Steve.

—Quería asegurarme de ello, Croaker —replicó su compañero.

—No te preocupes, Steve; estás seguro. Además, desde la sala hasta aquí hay dos puertas de por medio. Por lo tanto, nadie oirá lo que hablemos.

Bien, Croaker. Volvamos a dentro. Tengo un sinfín de cosas que contarte.

La puerta volvió a cerrarse y la sombra reapareció sobre el suelo. Permaneció inmóvil unos instantes y por fin se dirigió hacia la escalera.

En el interior del piso que ocupaban los dos hombres que momentos antes aparecieran en el rellano, el llamado Croaker se esforzaba en tranquilizar a su compañero.

—Mira esa ventana, está a quince metros del suelo, no hay ninguna otra cerca. Se necesitaría una escalera de bombero para llegar hasta aquí. ¿Quieres que la cierre?

—No, déjala abierta —replicó nerviosamente Steve—. Estamos seguros aquí y podemos oír todos los ruidos de la calle… por ejemplo, la sirena de los autos de la Policía.

—Bien pues, Steve, ya me dirás qué te ocurre.

El llamado Steve se pasó nerviosamente una mano por la barbilla y tras una corta vacilación preguntó:

—¿Puedo fiarme de ti, Croaker?

—Claro.

—¿Me ayudarás aunque tengas de olvidarte de los demás miembros de la banda?

Esta vez fue Croaker quien dio muestras de nerviosismo.

—¿No estarás proyectando una traición, Steve?

—¿Y si la proyectase?

—Entonces no podría ayudarte.

—¿Por qué?

—Porque no me gusta esa clase de juegos.

—¿De veras? Pues yo creía lo contrario.

Croaker dirigió una furiosa mirada a su compañero. Durante unos minutos los dos hombres se contemplaron fijamente. Por fin Croaker bajó los ojos.

Steve se echó a reír.

—¿Creías que no sabía lo que hiciste cuando la banda llevó a cabo aquel trabajo de Hoboken?

Croaker palideció intensamente. Sus ojos se movieron nerviosos evitando encontrarse con la mirada de Steve.

—No dirás nada, ¿verdad? —suplicó.

—Ni una palabra… si trabajas conmigo.

En aquel momento una larga y desproporcionada sombra se posó en la pared del fondo de la habitación, frente a la ventana. Ninguno de los hombres, enfrascados en su conversación, se fijó en ella. La sombra permaneció inmóvil.

—Óyeme, Croaker —siguió Steve, cuando en Hoboken te entregamos aquel dinero, pensaste que no habíamos tenido tiempo de contarlo. Pero lo tuvimos y fui yo el encargado de hacerlo. Cuando nos reunimos otra vez faltaba dinero.

—No lo has contado a nadie, ¿verdad?

—A nadie.

—¿Ni lo dirás?

—No, si me acompañas en este viaje. Sé que guardas en esta habitación algunos de los valores que robamos en Hoboken. Quizás tengas género de algún otro trabajo. Pero no diré nada de cuanto sé.

La sombra de la pared desapareció de pronto. Unos segundos más tarde, Croaker se puso en pie y se acercó a la ventana, mirando ansiosamente hacia la calle. Permaneció allí unos instantes y, por fin regresó a su puesto.

—En mí tendrás un amigo, Steve.

—No te arrepentirás en ayudarme. Te voy a explicar lo que he hecho y los beneficios que espero obtener. Cuando terminemos con el asunto, los dos estaremos forrados de dinero. Yo ya he empezado, ahora tú debes seguir adelante con ello. Es muy sencillo.

Croaker se había ido tranquilizando.

—Explícate.

—Bien. ¿Te acuerdas de que te dije que vigilases dos hoteles y que te enterases de en cuál de ellos se hospedaba un sujeto que debía llegar de California? Te lo encargué en casa de Mick.

—Sí, por cierto que me pareció que alguien nos escuchaba.

—Eso mismo. Dijiste que habías visto una sombra en el suelo, pero cuando miramos no vimos más que a un borracho que salía de la taberna.

—Quizá aquel sujeto nos oyó.

—¿Y qué? En ese caso te hubiese vigilado a ti, no a mí. Y tú no descubriste al hombre que te encargué que vigilaras.

—No.

—Claro, fui yo quien lo encontró.

—¿Quién era?

—Un tipo llamado Scanlon. Esta noche lo he quitado de en medio en el hotel Metrolite.

Croaker lanzó un silbido.

—Por eso he venido aquí —siguió Steve—. Cometí el error de decirle mi nombre. Pero no creo que haya tenido oportunidad de repetirlo a nadie.

—Hiciste una tontería, Steve.

—No pensé llegar a tal extremo. Le ofrecí cinco mil dólares por lo que quería de él. Pero no quiso aceptarlos. Entonces le hice entrar en el cuarto de baño y para impedir que hablase, le metí una bala en el cuerpo.

—¿Y cómo saliste de allí?

—Bajé por la escalera de incendios. Pero la poli quizá me está buscando ahora. Me marcho al Oeste; tengo bastante dinero.

—Entonces, yo debo terminar el trabajo que tú has empezado, ¿no es eso?

—Lo terminarás y repartiremos los beneficios mitad por mitad.

—Muy bien. Explícate.

—Sabes quién es Wang Foo, ¿verdad?

—Sí, el chino.

—Sabes que se dedica a comprar objetos robados, ¿no?

—Algo he oído de eso, pero nadie sabe cómo los adquiere.

—Yo lo he descubierto —exclamó triunfalmente Steve—. Me enteré de todo en San Francisco. No por un solo conducto, sino atando cabos sueltos fue como reuní toda la historia. Te la voy a contar.

Croaker se inclinó hacia adelante. Su rostro reflejaba un vivo interés.

—Cada seis meses —siguió Steve Cronin—, un sujeto llega a Nueva York desde San Francisco. Nunca es el mismo, ni jamás se sabe quién será. Ese sujeto viene a Nueva York por orden de un viejo chino llamado Wu Sun, uno de los principales personajes del Barrio Chino de San Francisco. Su trabajo se limita a presentarse en casa de Wang Foo, recoger una caja sellada y llevarla a San Francisco. Esa caja contiene algo más que géneros robados. En ella van cuidadosamente colocados unos cuantos millones de dólares en billetes… precio de los géneros que le envían desde el Oeste. Mañana por la tarde, a las tres, debe presentarse el mensajero en casa de Wang Foo.

—¿Y cómo le entregan la caja? —preguntó dubitativamente Croaker.

—De una manera muy sencilla —contestó Steve—. El mensajero no dice nada. Ni siquiera sabe de qué se trata. Entra en casa de Wang Foo y enseña un pequeño disco al viejo chino. Se trata de una especie de moneda oriental que sirve de contraseña. En cuanto ha entregado la moneda recibe la caja y vuelve a San Francisco.

—¿Y dónde está la moneda?

—Ahí está lo malo, Croaker. Estoy seguro de que Scanlon la tenía en su poder. Cuando empezó a ponerse nervioso le vi llevarse la mano al bolsillo derecho del pantalón. Estábamos junto a la puerta y apagó la luz. Le oí dirigirse a la ventana, como yo estaba cerca de la cama cogí una almohada para apagar el estampido del disparo. Cuando me acerqué a Scanlon él se dirigió hacia el cuarto de baño. La puerta estaba abierta; antes de que se diera cuenta de mis propósitos le metí dentro y le encerré allí. Luego disparé sobre él. El tiro hizo mucho ruido en el cuarto, pero no creo que los de fuera oyesen nada.

—¿Y por qué no cogiste la moneda?

—No la pude encontrar, no la tenía encima. Debió de caer por algún sitio y como no podía pasarme allí la noche tuve que dejarla en la habitación.

—Entonces no hay ninguna esperanza.

—Aún queda alguna. Por eso he venido a pedirte ayuda. Eres lo bastante listo para ver la manera de meterte en ese cuarto y buscar la moneda.

—Es un poco peligroso, Steve.

—Pero es la única probabilidad que tenemos. La moneda debe de estar en la habitación. Si no puede ser antes de mañana, inténtalo después. No creo que los mensajeros lleguen siempre con matemática precisión de tiempo a casa de Wang Foo.

—Haré lo que pueda.

—Muy bien, Croaker. Lo haría yo mismo si no fuese por la poli. Cuando entré en el hotel vi al detective de la casa. Creo que me conoce, y, seguramente, sospechará de mí. Tengo que salir inmediatamente de la ciudad.

—¿Por qué no dejaste que Scanlon recogiese la caja? Tú podías habérsela quitado luego.

—Temía que los chinos le vigilasen después de entregársela.

—Acaso estén vigilando ahora el hotel. ¿Y si me descubren?

—No tengas miedo, Croaker. Tú procura penetrar en la habitación 1417 del Hotel Metrolite y encontrar la moneda. Wang Foo no conoce el mensajero que le envían. Aunque se retrasara, el disco lo aclararía todo. Por lo tanto, haz lo que te he dicho y pon pies en polvorosa en cuanto el chino te dé la caja.

De pronto, Croaker cogió a Steve por una muñeca y señaló aterrorizado hacia la pared.

—¡Mira, Steve, aquella sombra! —Una negra silueta se desvaneció tan pronto como Cronin miró en la dirección indicada.

—¿Qué sombra? Estás viendo visiones, Croaker.

Este se dirigió a la ventana y trató de perforar con la mirada las tinieblas que le rodeaban. Por fin, no descubriendo nada, volvióse de espalda a la ventana y se encogió de hombros. Estaba preocupado por la sombra que había visto en la pared. Y deseaba verse libre lo antes posible de aquel visitante que tanto sabía respecto de él.

Cuando Steve Cronin se marchó, Croaker permaneció unos minutos en el umbral de la puerta, esperando que su visitante llegara a la calle. Cuando regresó al cuarto donde había tenido lugar la conferencia quedó petrificado de terror, mientras el rostro se le contraía en una mueca de espanto.

Hasta él acababa de llegar una suave y burlona carcajada que detuvo por unos momentos los latidos de su corazón, y una enorme sombra se deslizó por la pared hacia la ventana, yendo a perderse en las tinieblas nocturnas.

Cuando Croaker logró dominar un poco el pánico que sentía, acercóse la ventana y miró hacia abajo. En la mal alumbrada calle no se veía ni un solo transeúnte.

Un taxista que permanecía estacionado con su auto en una calle adyacente, quedó tan sorprendido como Croaker al ver que por la parte trasera de la casa se deslizaba una sombra. Pero cuando el asombrado chófer miró con más atención tratando de explicarse el fenómeno, la sombra se había esfumado.

Mientras el buen hombre seguía con la vista fija en el edificio, un individuo alto, vestido de negro, cubierto con un fieltro de anchas alas, golpeó con los nudillos en la ventanilla del taxi, ordenando al chófer que le condujese a cierta calle de Nueva York.

Mientras el chófer se dirigía a la dirección indicada, seguía pensando en la misteriosa sombra que acababa de ver.

CAPÍTULO VI
EL SEGUNDO MENSAJE

Harry Vincent se despertó muy preocupado. Terribles pesadillas le habían turbado el sueño. Visiones del asustado rostro de Scanlon y de las siniestras facciones de Steve Cronin le habían perseguido toda la noche.

Al llegar la mañana se reprochó por no haber tratado de impedir el crimen.

Las instrucciones recibidas fueron las de vigilar a su vecino, pero quizá el misterioso comunicado quiso decir con ello que velase por que ningún mal le ocurriese a Scanlon. De ser ésta su misión, había fracasado en toda la línea.

El periódico de la mañana encargado por él estaba en la puerta del cuarto.

Vincent lo abrió apresuradamente buscando las noticias del asesinato. La noticia estaba allí, pero los detalles eran insignificantes. Según el periódico, la Policía seguía una pista que no tardaría en poner en sus manos el asesino.

Después de leer y releer la noticia del periódico, Vincent se vistió lentamente. Estaba en un verdadero apuro. En su poder tenía pruebas que pondrían al asesino en manos de la justicia. Sin embargo, no podía hacer nada hasta que recibiese instrucciones del misterioso personaje que se había convertido en dueño suyo y a quien había jurado obedecer.

Harry metió la mano en el bolsillo donde se guardara la moneda china, y sacándola, la contempló atentamente. Aquello era una prueba tangible. Que él supiese, era la única existente. ¿Qué debería hacer con ella?

Se encogió de hombros. No podía hacer más que esperar, pues no sabía la manera de comunicarse con su misterioso bienhechor y entregarle aquella importante prueba.

Para entretenerse un poco se puso a leer el periódico. La noche anterior se había cometido en Nueva York otro asesinato de mayor importancia que el de Scanlon.

Un hombre enmascarado penetró en la casa de Geoffrey Laidlow, un millonario que vivía en una magnífica mansión de Long Island. Mientras abría la caja de caudales, el ladrón fue sorprendido por el millonario y su secretario.

El ladrón disparó contra ellos: Laidlow cayó muerto y su secretario resultó herido. El bandido huyó llevándose una colección de piedras preciosas, valoradas en varios centenares de miles de dólares.

No era este tampoco el último crimen que traía el periódico. En cierta casa de los arrabales de Nueva York, un hombre, llamado Croaker, fue hallado muerto de varios balazos. La Policía lo tenía fichado como gángster peligroso y suponíase que el crimen era una venganza de alguna banda rival.

—Tres crímenes en una misma noche y yo poseo la clave de uno de ellos —murmuró Vincent. Y el joven contempló pensativo la moneda china, examinándola atentamente. En ambas caras se ve a la misma letra roja. ¿Cuál era su valor? Indudablemente mucho cuando se había cometido un crimen para poseerla.

El timbre del teléfono cortó las meditaciones de Vincent. Un leve terror recorrió el cuerpo del joven. ¿Quién podía llamarle? Vaciló unos segundos, mientras el timbre seguía sonando; por fin se decidió, y, descolgando el aparato, contestó con voz firme a la llamada.

—¿Es el señor Vincent? —preguntó la telefonista.

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