La tía Mame (3 page)

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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

BOOK: La tía Mame
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Y con notable agilidad saltó hacia la puerta arrastrándome tras ella.

—Alto, por favor. —Nos quedamos de piedra. Era el japonés diminuto que sonreía de manera absurda y sostenía el cuchillo en la mano—. ¿La señora no encontrar?

—Mire, señor —dijo Norah con la valentía que da la desesperación—, no soy más que una pobre anciana, pero estoy dispuesta a pagar nuestro rescate. Aunque no lo parezca, tengo dinero. Mucho dinero. Cinco mil dólares y todos los ahorros de una vida. Seguro que nos puede dejar huir al niño y a mí. No hemos hecho nada malo.

—¡Oh, no! —respondió con una sonrisa inescrutable—. No bien. Yo traer señora. Ella tener muchas ganas de tener niño en la casa.

—¡Qué malvada! —gimió Norah.

La muñeca japonesa reapareció.

—Ito —dijo—. Te he estado buscando por todas partes. Ésta es la nueva cocinera y quiero que…

—No, señorita Dennis —dijo moviendo el dedo—. No nueva cocinera. Nueva cocinera en la cocina. Éste su niño.

—¡Pero no…! —chilló ella—. ¡Entonces usted debe de ser Norah Muldoon!

—Sí, señora —suspiró Norah, demasiado exhausta para hablar más que con un hilillo de voz.

—Pero ¿por qué no me avisó de que venía hoy? No habría celebrado esta fiesta.

—Señora, le envié un telegrama…

—Sí, pero decía usted el primero de julio. Mañana. Hoy es 31 de junio.

Norah movió aviesamente la cabeza.

—No, señora, hoy es día uno. Y maldita sea esa fecha.

La voz argentina tronó.

—¡Pero eso es ridículo! Todo el mundo sabe lo de «Treinta días tienen septiembre, abril, junio y…», ¡Dios mío! —Se hizo un momento de silencio—. Pero, cariño —dijo con histrionismo—, ¡soy tu tía Mame!

Me rodeó con sus brazos, me besó y supe que estaba a salvo.

Una vez en el cavernoso salón de la tía Mame, que recordaba mucho al decorado del club nocturno de
Vírgenes modernas
, nos alivió ver que estaba lleno de gente con pinta de hombres y mujeres normales. Bueno, tal vez no exactamente de hombres y mujeres normales, pero al menos no había malvados orientales, a excepción de mi tía Mame, que había dejado de ser española y había empezado a ser japonesa.

Había gente sentada en unos divanes japoneses, otros estaban en la terraza, y unos cuantos miraban por la enorme ventana en dirección al sucio río. Todos estaban hablando y bebiendo. Mi tía Mame me besó varias veces y me presentó a un montón de desconocidos, a un tal señor Benchley, que era muy simpático; a un tal señor Woollcott, que no lo era; a una tal señorita Charles, y a muchos más.

No hacía más que decir:

—Es el hijo de mi hermano, y ahora va a ser mi niño pequeño.

La tía Mame me dijo que pululara un poco por ahí y luego me fuese a la cama. Aseguró que lamentaba muchísimo haber cometido aquel error tan estúpido con la fecha y tener que ir a cenar en el Aquarium con un montón de gente. Me pareció un sitio muy raro para comer, pero para ser educado le pregunté si iban a cenar pescado y todo el mundo se desternilló de risa.

Me explicó que era sólo un garito clandestino que había en la Cincuenta y yo fingí entenderla.

Norah me cogió de la mano y estuvimos pululando un poco por ahí, aunque no entablé conversación con nadie. Todos empleaban palabras muy raras como
batik, Freud, complejo de inferioridad y abstracción
. Una señora pelirroja aseguró que pasaba una hora al día en el sofá con su médico, que le cobraba veinticinco dólares por visita. Norah me llevó a otra parte de la sala.

El diminuto japonés le ofreció a Norah una copa y le dijo que acababan de desembarcarlo. Norah respondió que no estaba acostumbrada a los espirituosos, aunque a mí siempre me contaba que veía fantasmas y espectros, pero que, en esta ocasión, tomaría una gotita. De pronto, pareció mucho más alegre. Y, al poco tiempo, le pidió a Ito que le sirviera otro sorbito.

Enseguida la gente empezó a marcharse. Un grupo de personas dijeron que iban a ver la vieja Texas esa noche y que tenían que llegar pronto, si querían que los dejasen entrar. Yo siempre había pensado que Texas estaba muy lejos de Nueva York.

Varias personas se entretuvieron en el vestíbulo hablando de cosas que yo no entendía, como «Lisístrata», «
netsuke
» y «lapislázuli» y de un tal Karl Marx, que yo pensé que debía de tener algo que ver con Groucho, Harpo, Chico y Zeppo. Luego la tía Mame llegó con un vestido de fiesta amarillo como el que llevaba Bessie Love en
Melodías de Broadway
. Era muy corto por delante y muy largo por detrás y ella ya no parecía japonesa.

—Buenas noches, cariño —dijo dándome un beso—. Mañana hablaremos largo y tendido…, pero que no sea demasiado temprano.

La puerta se cerró a sus espaldas y el apartamento quedó sumido en el silencio.

El mayordomo japonés me cogió de la mano.

—Tú hambre. Tú cenar ahora —dijo amablemente—. ¿Querer ir al baño antes, niño pequeño?

Me recorrió un escalofrío al percatarme de la cruda realidad.

—Ya…, ya he ido —gimoteé mirando consternado la mancha oscura que se extendía por mi nuevo traje fino de luto.

II.
LA TÍA MAME Y LA HORA DE LOS NIÑOS

El artículo del
Reader's Digest
prosigue contando cómo la solterona de Nueva Inglaterra, nada acostumbrada a los niños, acaba queriendo mucho al expósito que han abandonado ante su puerta. Y, más que quererlo, se obsesiona por el cuidado de los niños, la psicología infantil y esas cosas.

Cuando llega el momento de enviarlo a la escuela, la señorita inolvidable tiene serias diferencias con la junta educativa del pueblo y sus métodos. Los maestros presionan al chico por no asistir a clase, pero la encantadora solterona resiste y ella sola consigue que se realicen profundas reformas en el sistema escolar.

En fin, no me impresiona mucho. Mi tía Mame también tenía ideas muy originales sobre psicología y educación.

Al pensar en lo alocada y deslumbrante que era mi tía Mame en 1929, veo que debió de asustarse de tener que criar a un niño de diez años totalmente desconocido tanto como yo al entrar por primera vez, temeroso y boquiabierto, en el esplendor oriental de su apartamento de Beekman Place. Pero mi tía Mame no era de las que se rinden fácilmente. Mi tía tenía el espíritu animoso de una exploradora de garitos clandestinos. Y, aunque sus ideas sobre la educación infantil tal vez pudieran considerarse un poco heterodoxas —igual, todo sea dicho, que sus ideas sobre cualquier otra cosa—, el sistema exclusivo de mi tía Mame funcionó bastante bien a su despreocupada manera.

Nuestra primera conversación tuvo lugar en el gigantesco dormitorio de la tía Mame, a la una de la tarde de mi segundo día en Nueva York. Me sentía ignorado, no querido, no deseado y terriblemente solo mientras deambulaba abatido por el enorme dúplex con Norah como única compañía. Ito, el pequeño mayordomo japonés, me sirvió un buen almuerzo y se rió mucho, pero no dijo nada. A la una en punto, yo estaba deseando leer
Héroes de la Biblia que todo niño debería conocer: el Antiguo Testamento
cuando Ito entró en mi habitación y dijo:

—Ver señora ahora.

La tía Mame me recibió en su dormitorio del segundo piso. Era una habitación enorme con las paredes pintadas de negro, una alfombra blanca y el techo dorado. Los únicos muebles eran una gigantesca cama dorada sobre una tarima y una mesilla de noche. Una habitación así habría deprimido a cualquiera, pero no a mi tía Mame. Era tan alegre como un pájaro. De hecho lo parecía con su batín de plumas rosas de avestruz. La encontré leyendo
Les Faux Monnayeurs
y fumando cigarrillos Melachrino
[1]
con una larga boquilla de ámbar.

—Buenos días, amor —canturreó—. Acércate y dale un beso a tu tía Mame, pero con dulzura, cariño, que la tita está de malas pulgas. —La besé con toda la delicadeza que pude—. Muy tierno, cariño, algún día harás muy feliz a alguna mujer afortunada. Ahora siéntate en la cama de la tía Mame, pero hazlo despacio, cariño, y tendremos una pequeña charla matutina. Así empezaremos a conocernos. —Pronto descubrí que para mi tía Mame «por la mañana» significaba la una de la tarde. «Por la mañana temprano» eran las once, y «en plena noche» las nueve—. ¿No te encanta este momento del día? —preguntó con un gesto grandilocuente que cubrió de cenizas las sábanas de satén negro—. Y ahora, cariño —dijo—, tenemos que descubrir un montón de cosas el uno del otro. Nunca antes había tenido a un niño pequeño por casa y, vaya, aquí está el desayuno. Bueno, veamos —prosiguió muy animada. Rebuscó entre el caos de papeles que tenía sobre la mesilla y sacó una copia del testamento de mi padre, que había adornado con un montón de números de teléfono y una lista de la compra o dos. También sacó un cuaderno de hojas amarillas y un enorme lápiz de color negro—. Soy tu tutora legal. Ambos lo sabemos, así que no vale la pena hablar más del asunto. Tu padre dice que debes recibir una educación protestante y yo no tengo nada que objetar, aunque me parece una lástima privarte de los exquisitos misterios de algunas religiones orientales. Pero tu padre siempre fue un poco chapado a la antigua. Y no es que quiera hablar mal de mi propio hermano. ¿A qué iglesia ibas, cariño?

—A la Cuarta Iglesia Presbiteriana —dije sintiéndome un poco incómodo.

—Dios mío, ¡no irás a decirme que hay cuatro iglesias presbiterianas en un sitio como Chicago! Bueno, no importa. Supongo que podremos encontrar alguna iglesia por aquí cerca. —Con gran dramatismo, elevó la mirada al techo dorado—. De todos modos, no creo que a tu padre le molestase mucho que te presentase a monseñor Malarky, es un hombre tan culto y encantador, ¡y tiene unos ojos como zafiros! Vendrá un día de la semana próxima a tomar una copa, pero haré que me prometa no hablar de negocios contigo. —La tía Mame volvió al testamento—. Bueno, con eso queda resuelto lo de tu formación religiosa. Ahora el colegio. ¿En qué curso estás, cariño?

—En la quinta clase de la escuela latina para chicos de Chicago.

—¡En la quinta clase! Dios mío, ¿cómo es que no vas a la primera? ¡A mí me pareces bastante despierto!

Con la paciencia de un niño de diez años le expliqué que la quinta clase equivalía a quinto curso.

—¡Ah!, y ¿en qué curso se supone que tienes que estar a los diez años?

—En quinto, pero cuando entré tenía sólo nueve.

—¿Quieres decir que eres precoz?

—¿Qué? —dije.

—Precoz, cariño. Inteligente para tu edad. Que si vas adelantado en la escuela.

—Sí —respondí—. Fui pre…, eso que has dicho, todo el trimestre.

—¡Cariño, qué alegría me das! —gorjeó la tía Mame mientras escribía algo en su cuaderno—. Siempre hemos sido una familia muy intelectual, aunque tu padre hiciera todo lo posible por disimularlo. —Volvió al testamento—. Tu padre dice que debes asistir a colegios tradicionales…, ¡nada menos! Dime, esa escuela latina ¿era muy tradicional?

—No entiendo lo que quieres decir —respondí sonrojándome.

—¿Era sosa? ¿Monótona? ¿Tediosa? ¿Aburrida?

—Sí, muy aburrida.

—Típico de tu padre —suspiró—. A propósito, sé de un colegio nuevo divino que ha puesto un amigo mío. Mixto y totalmente revolucionario. Las clases se imparten con todo el mundo desnudo y bajo rayos ultravioleta. No queda ni una sola represión después del primer trimestre. Ese hombre que te digo está absolutamente au courant de lo que se hace en Viena, no quiere ni oír hablar de ese aburrido y viejo sistema Montessori. Y en las clases hay mucho arte no figurativo, gimnasia rítmica y grupos de discusión…, nada de libros ni cosas así. Me encantaría enviarte allí. Sería una buena sacudida para tu libido. —Yo no tenía ni idea de lo que me hablaba, pero me pareció como mínimo un colegio un tanto atípico. Adoptó una mirada tierna y ausente y dijo—: Estoy pensando si no sería buena idea enviarte al colegio de Ralph. ¿Te parece que tienes muchas represiones, cariño?

Me sonrojé.

—Es que no entiendo muchas de las palabras que utilizas, tía Mame.

—¡Ay, criatura, criatura! —exclamó, y sus mangas emplumadas revolotearon por encima de la cama—. ¿Qué podemos hacer con tu vocabulario? ¿Es que tu padre no te hablaba nunca?

—Casi nunca —reconocí.

—Cariño, un vocabulario rico es el auténtico sello de un intelectual. Verás lo que haremos —hurgó en el caos de la mesilla y sacó otro cuaderno y un lápiz—, cada vez que yo diga una palabra, o que tú oigas una palabra que no entiendas, escríbela y te diré lo que significa. Luego la memorizarás y muy pronto tendrás un vocabulario bastante decente. ¡Oh, qué aventura —exclamó extasiada—, moldear una nueva vida! —Hizo otro gesto grandilocuente que le salió mal, pues derribó la cafetera y yo inmediatamente escribí seis palabras nuevas que la tía Mame me pidió que tachara y olvidara. Luego la tía Mame estudió con más detalle el testamento—. En cuanto a lo de que me reembolse la compañía fiduciaria…

—¿Cómo se escribe reem…?

—¡No me interrumpas! En cuanto a lo de que me reembolse la compañía fiduciaria, soy perfectamente capaz de mantenerte yo misma y quiero hacerlo. —Entornó los ojos y me echó una mirada inquisitiva—. Supongo que tendrás alguna calculadora humana para cuidar de tu dinero y decirme cómo tengo que educarte.

—¿Te refieres a mi fideicomisario?

—Eso es, guapo, ¿cómo es?

—Lleva gafas y un sombrero de paja, vive en un sitio llamado Scarsdale, tiene un hijo de mi edad y se llama señor Babcock.

—Scarsdale, ¡cómo no! —La tía Mame escribió «Knickerbocker Trust» y «Babcock»—. En fin, ya veo que va a ser mi
béte noire
particular los próximos ocho años. ¡Para mí la responsabilidad y para él la autoridad!

—Eso significa «bestia negra», ¿no? —Me pareció una descripción demasiado fascinante para tratarse del señor Babcock.

—¡Cariño! —exclamó radiante y me besó—. Tu vocabulario va a las mil maravillas. Tal vez deberíamos hablar sólo en francés cuando estuviésemos en casa. —No obstante, prosiguió en inglés—: Bueno, ya me las veré con Babcock a su debido tiempo. Dios sabe que puedes aprender más en diez minutos en mi salón que en los diez años que pasaste con ese padre tuyo. ¡Qué manera más criminal de educar a un hijo! —Consultó su reloj y agitó las plumas—. ¡Cielos, he quedado para ir de compras con Vera! A lo mejor te apetece venir. Además, ya sabemos bastante el uno del otro para empezar. —Miró mi traje fino de luto—. Por el amor de Dios, cariño, ¿no tienes otra ropa que no te haga parecer un cuervo enfermo? —Respondí que sí—. Pues póntela si quieres venir conmigo, y no olvides tu cuaderno de vocabulario. —Obediente, me dirigí hacia la puerta—. A propósito, guapo —dijo. De nuevo, me miró con ojos inquisitivos.

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